Lecturas
1.
1
Reyes 17: 17-24
2.
Salmo
29: 2-16
3.
Gálatas
1: 11-19
4.
Lucas
7: 11-17
En la última edición de la revista SEMANA (edición 1622,3 al
10 de junio 2013), se dedica la segunda parte de la misma al proyecto VICTIMAS,
documento en el que presenta diversas informaciones relacionadas con este dolorosísimo hecho que
ha afectado - y sigue afectando - a
varios millones de hermanos colombianos. A través de testimonios, relatos,
noticias sobre diversas realizaciones, acciones legales, movimientos de la
sociedad civil, denuncias, estadísticas, quiere llegar a nuestra conciencia y
sensibilidad para decirnos que este drama humanitario sigue vigente y que ignorarlo sería gravísima irresponsabilidad de
nuestra parte.
Se estima en cinco millones y medio de personas el número de
colombianos afectados por esta perversión pensada, planeada y ejecutada por
otros compatriotas (¿???).
Algunos datos para
integrarlos en nuestra oración de este domingo y para ponerlos de frente a
nuestra conciencia:
-
1.163.218
son niños menores de 12 años
-
Entre
1983 y 2011 se cometieron 2.087 masacres con 9.509 personas asesinadas
-
Los
homicidios vinculados al conflicto se estiman en más de 100.000
-
En
2012 el conflicto armado dejó 200.000 nuevas víctimas
-
En
los últimos diez años se han dado 15.395 actos de terrorismo
-
2.985.798
hectáreas de tierra han sido abandonadas o despojadas
-
17.771
víctimas de desaparición forzada entre 1990 y febrero de 2012
Desplazamiento forzado, asesinatos selectivos, secuestros,
falsos positivos, violación sexual, reclutamiento de niños en los grupos
armados, terror, son expresiones reiteradas en la vida de nuestro país, ofensas
constantes al ser humano, todas ellas de marca mayor, escandalosas e
inaceptables, sin ningún tipo de justificación.
Paramilitares,
sicarios, narcotraficantes, guerrilleros, militares que faltan gravemente a su
deber, pandilleros, parapolíticos, constituyen un tinglado de seres humanos
responsables de esta tragedia, mentes enfermas, dominadas por la ambición de
poder y de dinero, estos últimos los elementos
idolátricos que movilizan su conducta perversa y profundamente inhumana.
Qué dice todo esto a nosotros que somos creyentes en el Dios
de la vida? Cómo nos interpela? Qué
movimientos suscita y qué decisiones inspira?
Lo que aquí se plantea no es para causar angustia y
desasosiego pero sí indignación profética, aceptación del exigentísimo reto que
esto nos propone, y vinculación de nuestra fe cristiana a una acción decidida
que promueva el respeto a la vida, compromiso infatigable que no puede cesar
hasta no ver que estas cosas – penosísimas – desaparezcan para siempre, dando
paso a la convivencia respetuosa, a la posibilidad de vivir dignamente, al
ejercicio feliz de la humanidad de todos los habitantes de la tierra
colombiana.
El Dios que se nos ha revelado en Jesucristo es el Dios de la
vida, los testimonios bíblicos sobreabundan en este sentido; la acción exquisitamente
misericordiosa y solidaria de Jesús revela el rostro de un Padre decidido a que
sus hijos sean dignos, felices, plenos, y por esto se empeña – como distintivo
primero de su conducta – en la restauración integral de su dignidad, para
salvar, rescatar, liberar, sanar, redimir.
No otro ha de ser el estilo de quienes nos decimos sus
seguidores. Lo que nos identifique como creyentes en Jesús de Nazareth y su
proyecto ha de estar determinado por esta profunda pasión por la vida, por la
dignidad, esto es “adorar al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4: 23), hacer
de la totalidad de nuestra práctica existencial un servicio en favor de la vida
y una lucha intensa, comprometida, infatigable, contra los violentos y contra
todas las formas de esta cultura de la muerte. El encuentro con Jesús nos
impone como imperativo el ser trabajadores permanentes de la vida.
Las procesiones de la
muerte deben ser cambiadas por las procesiones de la vida, como la que refiere
el texto del evangelio de este domingo: “Cuando se acercaba a las puertas del
pueblo, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda. La acompañaba
mucha gente del pueblo. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: No
llores. Luego, acercándose, tocó el féretro , y los que lo llevaban se pararon.
Dijo Jesús: Joven, a ti te digo:
levántate. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y El se lo entregó a su
madre” (Lucas 7: 12-15).
También nosotros debemos insertarnos en estas realidades y
convertirnos en portadores de la esperanza y del sentido que provienen del
Padre de Jesús. No podemos descansar , acomodados tranquilamente, anestesiados,
cuando tantos seres humanos están a la espera del gesto milagroso de la
fraternidad y de la misericordia, traducido en acciones eficaces , en “procesiones
de vida” como la de Jesús que rescata al hijo de esta viuda, y que
deben tornarse en el estilo permanente, en la inspiración de la organización
social y de las instituciones, en el modo de ser y de proceder que determine
toda nuestra convivencia.
Esto es lo que mueve las entrañas del profeta Elías ante la
viuda atribulada, en el relato de la primera lectura: “Después de esto, el hijo de la
dueña de la casa cayó gravemente enfermo, hasta el punto de que no le quedaba
ya aliento……….. Elías respondió: entrégame a tu hijo. ………Luego, clamó así a
Yahvé: Yahvé, Dios mío, vas a hacer mal también a la viuda que me hospeda,
causando la muerte de su hijo? Se tendió tres veces sobre el niño y gritó:
Yahvé,Dios mío, que vuelva el aliento del niño a su cuerpo, y revivió” (1
Reyes 17: 17.19-22).
Con Jesús, como Elías, somos portadores del don de la vida.
Nadie que tenga contacto con nosotros puede sentirse maltratado, rechazado,
desconocido. Somos instrumentos de la vitalidad del Padre, dadores de sentido,
promotores de dignidad, y esto debe ser determinante en nuestras opciones y
acciones. La conciencia permanente de lo que sucede a estos millones de hombres
y mujeres, de niños y de niñas, debe ser un acicate para vivir proféticamente
como el Señor Jesús, como Elías.
Que no digan de nosotros cristianos que vivimos con olor a
sacristía, desentendidos de la historia real, con prácticas religiosas
desconectadas de los dramas como estos a los que nos venimos refiriendo. La
verdadera religión , la que propone Jesús, es la de amar al Padre amando sin
reservas a sus hijos, configurándonos con El, en quien Dios expresa en que
consiste ser genuinamente humano, genuinamente divino. Ser hijo de Dios implica
como correlato indispensable ser hermano, en todo dispuesto a amar y a servir,
sin reservas.
Antonio José Sarmiento Nova S.J. – Alejandro Romero Sarmiento
No hay comentarios:
Publicar un comentario