Lecturas
1.
2
Reyes 5: 14-17
2.
Salmo
97: 1-4
3.
2
Timoteo 2: 8-13
4.
Lucas
17: 11-19
Para una cabal comprensión del texto contenido en 2 Reyes cabe advertir dos elementos
importantes:
-
Todo
este libro pertenece a una tradición bíblica llamada la tendencia deuteronomista
(del griego deuteros: segunda y nomos: ley, la segunda ley). Su intencionalidad
es la de generar una renovación profunda de la religiosidad y espiritualidad de
los israelitas recuperando los elementos originales de su fe, especialmente en
el aspecto de hacer que el culto sea desde la propia vida (adorar al Padre en espíritu y en
verdad, dice Jesús en el evangelio de Juan) y hacer que la dinámica
religiosa no sea la de una institución formal sino la de un estilo de vida
compatible con el proyecto de Dios, especialmente en materia de projimidad, de
solidaridad, de justicia y atención comprometida a los pobres y humillados. El
culto verdadero a Dios es el que se ejerce desde la vida dedicada a su voluntad
: este es el eje de la teología
deuteronomista.
-
El
segundo aspecto es el de destacar la universalidad del Dios de Israel, es un
Dios que supera las fronteras nacionales y religiosas y se abre a toda la
humanidad para explicitar su iniciativa de salvación, incluyente, ecuménica.
También manifiesta que la lógica de Dios no funciona a través del poder y de
los poderosos, valiéndose – por el contrario - de instrumentos frágiles y de “bajo
perfil”. Conviene leer el capítulo 5 desde el versículo 1 hasta el 27
para captar bien la historia de Naamán, el
sirio, y percibir todos los matices allí contenidos.
Este general, que es un extranjero y , por lo mismo, no hace
parte de la comunidad de fe de Israel, está en búsqueda de su salud , desea curarse de la lepra que padece, y es una
persona humilde la que le sugiere: “En una incursión, una banda de sirios llevó
de Israel a una muchacha , que quedó como criada de la mujer de Naamán,
entonces ella dijo a su señora: ojalá mi señor fuera a ver al profeta de
Samaría; él lo libraría de su enfermedad” (2 Reyes 5: 2-3).
Naamán recibe la
sugerencia pero acude a su prestigio y a su poder, consiguiendo una
recomendación de su rey que lo remite directamente al de Israel, dentro de la
mentalidad habitual en este tipo de ambientes en el que se considera que sólo
las personas “importantes” son las que pueden solucionar problemas y tomar
decisiones dignas de ser tenidas en cuenta; en esta lógica lo pequeño y frágil
no tiene cabida, es insignificante y despreciable.
Pero………………bien sabemos
que la mente de Dios no es la de la
humanidad! Vale decir que El suele darnos sorpresas, desarmando esquemas y
seguridades adquiridas y enrutando las dinámicas de la vida por caminos
contradictorios que derivan en realidades de bienaventuranza y de libertad.
El Dios bíblico interviene en la historia no como el gran
ordenador sino como el liberador que decide la historia por caminos a menudo en
contravía de los razonamientos habituales de muchos de nosotros.
La pompa y ostentación de Naamán, como la de todo ese
universo que Ignacio de Loyola llamó el “vano honor del mundo” , no cuenta
para Dios, cuyo proceder salvador y liberador sucede desde el reverso de la
historia, desde lo humilde, sorprendiendo así a quienes se envanecen con
razones de poder y de riqueza.
La Buena Noticia de
Jesús es liberadora porque se inserta en las realidades de debilidad (el nacimiento en extrema pobreza, el
dramatismo de la cruz) y las convierte en instrumentos de salvación, dando a
toda la humanidad un mensaje a contracorriente, provocador y profundamente
profético.
Esta mediación se explicita en la sencillez y transparencia
del profeta Eliseo, cuyo servicio hace exclamar a Naamán: “Ahora reconozco que no hay Dios
en toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo de tu servidor. Eliseo
contestó: Por la vida del Señor a quien sirvo, no aceptaré nada! Y aunque le
insistía, lo rehusó” (2 Reyes 5:
15-16). El talante de quien se sabe fundamentado en Dios no acude a la voluntad
de poder, se siente modesto instrumento y deja brillar la gratuidad e
incondicionalidad de la intervención teologal.
Bello relato que pone en contraste dos mentalidades y
estilos, con la intención de incitar al discernimiento. Dónde estamos: en la
arrogancia propia de los poderosos? En el que cifra su valer en las riquezas y
en su influencia? O en la historia del amor humilde que se esconde – discreto –
para dejar que el amor de Dios cure, transforme, libere, sea plenamente
salvador?
Partícipe de esta mentalidad es todo el conjunto de
recomendaciones que Pablo hace a Timoteo, para que su ministerio sea verdaderamente
portador de la gozosa y radical novedad del Señor Jesús: “Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de la muerte y descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que
yo predico, por la que sufro y estoy encadenado como malhechor, pero la palabra
de Dios no está encadenada” ( 2 Timoteo 2: 8-9).
El ministerio de la Iglesia no es anunciarse a sí misma ni reivindicar para sí una
posición de prestigio social, ni consolidarse en privilegios. Lo propio, para
toda la comunidad de los creyentes y para cada cristiano en particular, es que
la propia vida se configure con Jesucristo y exprese en su mentalidad, en sus
motivaciones, en sus determinaciones y actuaciones que esa lógica del amor de
Dios revelada en El sea la norma determinante de la existencia. Aquí reside la
mayor garantía de credibilidad.
Cuando el papa Francisco confronta a la Iglesia para que deje
ser “autorreferencial” , se despoje de
su ropaje de poder y se baje a las calles de la vida , está haciendo recurso a
un elemento claramente original e indispensable del mensaje de Jesús. La
iglesia debe ser servidora, vivir como servidora y, para ello, está llamada a
deshacerse de las contaminaciones mundanas. Este es requisito “sine
qua non” para la consistencia del mensaje evangélico.
Dicho de otro modo: no es el poder político o económico ni
los abolengos sociales ni la fuerza de las instituciones lo que salva y da
sentido a la humanidad. Lo que decide el significado de la existencia nuestra
es el amor, el que no se reserva nada y lo entrega todo para que otros tengan
vida en abundancia: “Nadie tiene amor mayor que el que es capaz de dar la vida por las
personas que ama” (Juan 15: 13). Sólo el amor es digno de fe!
En el milagro de la curación de los diez leprosos, que
refiere el texto de Lucas, vuelven a hacerse explícitos asuntos sustanciales
del reino de Dios y su justicia: “Uno de ellos, viéndose sano, volvió
glorificando a Dios en voz alta, y cayó a los pies de Jesús, rostro en tierra,
dándole gracias. Era samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: No recobraron la
salud los diez? Y los otros nueve, dónde están? Ninguno volvió a dar gloria a
Dios, sino este extranjero? Y le dijo: ponte de pie y vete, tu fe te ha salvado”
(Lucas 17: 15-19).
Los primeros nueve
eran judíos, del pueblo elegido y favorecido por Dios y, el único agradecido,
samaritano, extranjero, detestado y segregado por los arrogantes de Jerusalem.
Y es este marginal el que reconoce en su sanación el favor liberador del
ministerio de Jesús.
Podemos preguntarnos si en el mundo católico nos sentimos
demasiado seguros, con la comodidad que da la “buena conciencia”, con una
religiosidad confortable e instalada, demasiado pagados de nosotros mismos, y
convencidos de que somos los buenos, a quienes los demás deben mirar para saber
qué es un buen ejemplo. Esta es una gran tentación: el sentirse merecedores de
la gracia de Dios! Postura ciertamente vanidosa, soberbia y ajena a la
“minoridad” de la estrategia del Señor.
Dónde nos vemos: en los nueve curados que se marcharon sin
agradecer, sintiéndose que lo merecían? O en el mínimo samaritano que se
conmovió en lo más hondo de su ser y expresó su gratitud, siguiendo la misma
lógica de la gratuidad divina que no pondera méritos sino que derrama su justicia
de modo ilimitado?
Antonio José Sarmiento Nova,SJ -
Alejandro Romero Sarmiento
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