domingo, 27 de octubre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 27 DE OCTUBRE DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


Lecturas
1.      Eclesiástico 35: 15-17 y 20-22
2.      Salmo 33: 2-3;17-19 y 23
3.      2 Timoteo 4: 6-8 y 16-18
4.      Lucas 18:9-14
Cuál es nuestra actitud ante Dios y ante los demás: la del envanecimiento porque nos sentimos santos, perfectos, virtuosos, superiores a nuestros prójimos  en este sentido, reclamando honores y poniéndonos como medida moral de todos? O humildes, con el sentimiento de la indigencia radical, conscientes de nuestros límites, necesitados de Dios y de su misericordia, abiertos siempre a los caminos de la conversión, en evolución permanente, y compartiendo con muchos esta dinámica teologal, discreta, sobria, lejanos de todo tipo de vanidad moral y religiosa?
Estas son las preguntas que nos propone la Palabra de este domingo, enmarcadas en la exigente actitud de Jesús ante la soberbia de los sacerdotes del templo, maestros de la ley, fariseos y demás personajes religiosos de su tiempo, que se sentían justificados ante Dios por considerarse rigurosos observantes de la minuciosa ley del judaísmo  y, en consecuencia, merecedores del favor divino, con su correspondiente actitud de desprecio de los llamados por ellos pecadores públicos, de los últimos, de los pobres, generando un estilo religioso-moral de profunda y escandalosa  arrogancia.
La parábola de Lucas es bien elocuente al respecto, contrastando dos estilos: “El fariseo, de pie, hacía interiormente esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese que recauda impuestos para Roma…….. Por su parte, el recaudador de impuestos, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador” (Lucas 18: 11 y 13).
Dónde nos encontramos?  Se impone una autocrítica concienzuda, y una revisión de ese estilo católico moralista e intransigente que se ha cultivado en muchos ambientes hispano y latinoamericanos, partiendo de la presunción de ser poseedores de la única verdad de salvación, subestimando otras opciones creyentes y etiquetando a los que resolvemos llamar malos porque piensan distinto, llevan estilos de vida diferentes que se nos antojan contrarios a nuestras “verdades” y, por tanto, heterodoxos, herejes,  y excluidos de “nuestra” salvación.
Las llamadas gentes de bien a menudo incurren en este talante fariseo. Delante de Dios, en un ejercicio de la mayor sinceridad, interroguémonos si este es nuestro talante, y dejemos que El provoque en nosotros la alternativa de la humildad, la de sentirnos necesitados de su gracia y de su salud, poniéndonos hombro a hombro con la mayoría de la humanidad en disposición de bajo perfil, como el cobrador de impuestos de la parábola lucana.
Cabe también una reflexión detenida sobre eso que llamamos fragilidad humana. “Errare humanum est”, dice el adagio latino en frase escueta que reconoce esta condición que nos es inherente a todos. Cómo vivimos nuestras debilidades y cómo estas nos hacen conscientes de las de los demás?  Sabemos que esta realidad hace parte esencial de nuestra humanidad? Buscamos un modo profundo, interior, responsable,  para apropiarnos de esta radical precariedad  y ello nos lleva a un sentido de sensatez, de aceptación de esta inevitable realidad?
Esto, por contrapartida,  está asociado con algo que llamamos fundamentalismo religioso y moral, también político y social. Ha sido muy determinante en la configuración de nuestra sociedad colombiana, por otra parte tan católica (?). Es la tentación de las mayorías que se sienten poseedoras de verdades absolutas (?), descalificamos lo divergente, rechazamos como perversa la postura de los que viven, sienten y piensan distinto, y esto en todos los ámbitos de la realidad.
Cabe preguntarnos si en la raíz de tanta violencia no estará presente este espíritu fundamentalista, el que llevó a liberales y a conservadores a tan sangrienta y absurda confrontación, el que propició actitudes “católicas” de condena y excomunión, el que hizo posible el nacimiento de  paramilitarismo y guerrillas, cada una sintiéndose portadora de un modelo de sociedad y acudiendo a las más inaceptables manifestaciones de sevicia y criminalidad para destruír al adversario?  Y esto con la anuencia silenciosa de muchas gentes de bien!
 Con escandalosa autosuficiencia hacemos cacería de brujas invocando la defensa de la “civilización occidental cristiana”, otro ente ideológico bien lejano del Evangelio de Jesús!
No es lugar común afirmar que la lógica de Dios rompe estos esquemas humanos de superioridad y se decide contundentemente por la humildad, como bien lo expresa el texto de la primera lectura de hoy: “La oración del humilde atraviesa las nubes y no para hasta alcanzar su destino” (Eclesiástico 35: 17), deja claro que lo agradable a Dios es el corazón que asume sus fragilidades y se inscribe en la reconstrucción de su ser y de su hacer sin juzgar ni condenar a los demás.
Cuando recorremos la vida de hombres y mujeres que han tomado en serio a Jesús y a su Evangelio lo que podemos constatar es una hondísima humildad, una conciencia realista sobre la propia fragilidad, una “osadía de dejarse llevar” como dijera nuestro querido Padre Arrupe, una mirada siempre respetuosa sobre la vida de los demás seres humanos, y un trabajo espiritual explícito de madurez y conversión. Esto descansa  en la base de lo que se entiende por genuina santidad, por el esfuerzo honesto de configurar la propia vida con el proyecto de Jesús.
Y también esto mismo nos abre a experimentar la misericordia del Padre, esa fuerza reconstructora del ser humano que se nos comunica gratuita e incondicionalmente: “El Señor está cerca de los que sufren y salva a los que están desconsolados” (Salmo 33: 19).
Pensemos , por ejemplo, en el sufrimiento de la mujer que se tiene que prostituir para llevar el pan a sus hijos, en los muchísimos condenados morales incomprendidos y maltratados por la intransigencia de los “buenos”(?), el drama relatado por Víctor Hugo en “Los Miserables”, cuando su protagonista Jean Valjean tuvo que padecer la más humillante persecución y posterior condena por haber robado un poco de pan para llevar sustento a su familia. Con este escrito el autor confrontó la hipocresía de la sociedad francesa de su tiempo, pagadísima de sí misma y con el mismo complejo farisaico de superioridad moral.
En una bella homilía de esta semana, el Papa Francisco contrapone ideología a fe, “Discípulos de Cristo y no de la ideología”, pronunciada el jueves 17 de octubre en su eucaristía diaria de la casa de Santa Marta, dice entre otras cosas: “El Papa centró su homilía en el pasaje evangélico de Lucas (11:47-54), que relata la advertencia de Jesús a los doctores de la ley – Ay de ustedes que se han apoderado de la llave de la ciencia, ustedes no han entrado y a los que intentaban entrar se lo han impedido - , asociando a ello la imagen de una “iglesia cerrada” en la que la gente que pasa delante no puede entrar, y de donde el Señor que está dentro no puede salir. De aquí la referencia a esos cristianos que tienen en su mano la llave y se la llevan, no abren la puerta, o peor, se detienen en la puerta y no dejan entrar . Tenemos el atrevimiento de sentirnos los concesionarios exclusivos de Dios para decidir con arrogancia quien entra y quien se queda afuera?
Tanto la Palabra de este domingo como la reflexión de Francisco nos llevan a interrogarnos si somos cristianos de ideología como en esas intransigentes épocas del franquismo en España, como la alianza de iglesia y un determinado partido político en Colombia, en franco estilo inquisitorial, o si de modo sincero nos dejamos llevar por el Espíritu para vivir la experiencia liberadora de Jesús, como lo sigue proponiendo Pablo a su discípulo Timoteo: “He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe” (2 Timoteo 4: 6), palabras que testimonian que su fe no la ha vivido por participar del poder de un grupo religioso sino por saberse arraigado en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo: “El Señor estuvo a mi lado y me fortaleció…” (2 Timoteo 4: 17).
Todas estas crisis que hemos vivido recientemente en el seno de la Iglesia, los escándalos de pedofilia protagonizados por sacerdotes y religiosos, el silencio de omisión de algunos obispos, los manejos inadecuados de las finanzas vaticanas, la cerrazón a corrientes renovadoras en la teología y en la pastoral, el secretismo en algunos procedimientos eclesiásticos, la tentación de hacer del ministerio una carrera de poder, son una extraordinaria oportunidad para ejercer la humildad, para reconocer sin rodeos que somos pecadores, para volver a lo esencial del Evangelio, para deponer el poder católico y acceder al mismísimo Señor: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos…” (2 Timoteo 2: 8).
El Espíritu de Dios siempre sopla vientos de novedad, de frescura teologal y humana, de apasionantes sorpresas, de rescate de lo esencial, para que volvamos por los fueros del genuino humanismo que se deduce de la Buena Noticia de Jesús.
 No seamos inferiores a estos llamados del Señor que se nos hacen clamores en la situación de tantos seres humanos que buscan el verdadero sentido de la vida, en el trabajo infatigable y comprometido de quienes quieren hacer del mundo un escenario de auténtica humanidad, en el sincero diálogo ecuménico e interreligioso, en la lucha apasionada por la justicia y por la dignidad humana, en el bajarnos de los pedestales para caminar con el ser humano, el del día a día, el de a pie, el del que no sabe de vanidades sino de amor y solidaridad. Como el Señor Jesús !


Antonio José Sarmiento Nova , SJ – Alejandro Romero Sarmiento

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog