domingo, 6 de octubre de 2013

COMUNITAS MATUTINA 6 DE OCTUBRE DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Habacuc 1: 2-3 y 2:2-4
2.      Salmo 94: 1-9
3.      2 Timoteo 1: 6-8 y 13-14
4.      Lucas 17: 5-10
En las preguntas profundas que surgen cuando constatamos los efectos demoledores del mal  se presentan también crisis, hondas inconformidades, incluso rebeldías contra el mismo Dios. La filosofía de tendencia existencialista ha sido el espacio más crítico que en este sentido se ha desarrollado en el pasado siglo, particularmente después de los excesos vividos en la II Guerra Mundial. La capacidad destructora de seres humanos en contra de sus congéneres ha desbordado la capacidad de confianza y también de esperanza. Algunos han llegado a hablar de “ el silencio de Dios”.
Qué valoración damos a lo sucedido en los campos de concentración como Auschwitz, Dachau, Treblinka?  A los asesinatos masivos cometidos por el régimen de Pol Pot en Camboya?  A las desapariciones, secuestros, torturas y asesinatos cometidos por los regímenes militares del cono sur latinoamericano durante las décadas de los setenta y ochenta? A la sevicia de paramilitares y guerrilleros en nuestro país? A los falsos positivos, responsabilidad criminal de militares? A lo perpetrado por los escuadrones de la muerte en El Salvador?
Cómo confiar en Dios y en el mismo ser humano ante estos alcances de la barbarie pensados y ejecutados por seres que se suponen razonables y cuerdos?  A estos interrogantes y a la búsqueda de respuestas nos lleva la Palabra de este domingo, cuando escuchamos decir al profeta Habacuc: “Hasta cuándo, Yahvé, pediré auxilio, sin que tú escuches, clamaré a ti: violencia!, sin que tú salves? Por qué me haces ver la iniquidad, mientras tú miras la opresión? Ante mí hay rapiña y violencia, se suscitan querellas y discordias!” (Habacuc 1: 2-3).
Pensadores del siglo XX como Jean Paul Sartre (1905 – 1980)  y Albert Camus  (1913-1960) dedicaron su trabajo filosófico a escudriñar esta radical inquietud humana, con títulos como “La náusea”, “El ser y la nada”, “La peste”, expresando  un escepticismo radical frente a las posibilidades de la condición humana de llevar una existencia con significado . Canalizaron una tristeza individual y colectiva, se convirtieron en profetas de la gran desgracia, denunciaron sin esperanza los crímenes del nazismo y de los campos de concentración soviéticos, fueron la expresión de una generación desencantada.
 También en  los años anteriores a ellos , Miguel de Unamuno  ( 1864-1936) con su “Del sentimiento trágico de la vida” fue en el contexto hispano y latinoamericano otro vocero de este profundo desasosiego, búsqueda constante que halló lenguaje dramático en su conmovedora novela “San Manuel Bueno, mártir”, en la que crea la historia de un excelente sacerdote, queridísimo por su comunidad, que tenía un problema que atormentaba su vida: no tenía fe!, pero buscaba con pasión el poder beneficiarse de ese don, que se le mostraba esquivo.
El profeta Habacuc se queja ante Yahvé de las desgracias de su pueblo, por qué  El tolera el triunfo de los malvados, por qué los justos no tienen la razón?  Estas son las cuestiones que surgen cuando el mal nos aflige y parece deshacer nuestros proyectos de plenitud y felicidad. Qué hacer, cómo vivir, qué comunicar, cuándo la humanidad vive las consecuencias de tan graves azotes? Desarrollamos la mentalidad de que Dios nos castiga, de que esto es fruto de nuestras infidelidades y pecados? Dejamos que una concepción fatalista de la vida – más bien de la muerte – sofoque nuestras ilusiones e ideales de sentido y de razones para vivir?
La respuesta  se empieza a perfilar cuando escuchamos: “Porque tiene su fecha la visión, aspira a la meta y no defrauda; si se atrasa, espérala;pues vendrá, ciertamente sin retraso. Sucumbirá quien no tiene el alma recta, mas el justo por su fidelidad vivirá” (Habacuc 2: 3-4). Es preciso que todos nos hagamos conscientes de que la respuesta de Dios -  que siempre es dadora de sentido aún en medio de las grandes contradicciones  - no acontece de manera mágica, como en la mentalidad milagrera que está detrás de muchas prácticas y estilos religiosos.
La biografía de Israel es más comprensible si hacemos un paralelo con la nuestra. Ellos viven la experiencia de un Dios que se inserta y revela en su historia, lo descubren en los hechos de la misma, aprenden a escrutar los signos de los tiempos, asumen un compromiso fundamental con El – la Alianza -, viven momentos de auténtica bendición y felicidad, pero también son sometidos a vejaciones y tragedias cuando potencias extranjeras los invaden y destruyen los elementos esenciales de su identidad espiritual.
También nuestros relatos de vida tienen los mismos elementos: legítimamente nos orientamos a la felicidad, diseñamos bellos proyectos de vida, nos enamoramos, prevemos el futuro con responsabilidad, nos apasionamos por nobles causas, construímos territorios afectivos, somos al mismo tiempo receptores y generadores de sentido, pero también sufrimos, lloramos, nos enfermamos, padecemos angustias, fracasamos, nos afligimos. Cómo hacernos conscientes de que la vida no es absurda, de que Dios sí es razón de nuestra esperanza en estas situaciones donde parece que se nos deshace la ilusión de vivir?
A este respecto hagamos presentes los contenidos de los salmos que evidencian con destacada elocuencia los estados de ánimo de nuestros padres en la fe: “Aplastan a tu pueblo, Yahvé, humillan a tu heredad. Matan al forastero y a la viuda, asesinan al huérfano” (Salmo 94:5). Expresiones de parecido tenor campean en la literatura bíblica, salmos y profetas especialmente, no son retóricas de ocasión, son lenguajes cargados de dolor, también de protesta y pregunta, y de búsqueda apasionada de una respuesta, que finalmente llega: “Pero Yahvé es mi baluarte, mi Dios, mi roca de refugio” (Salmo 94: 22).
En los ya lejanos e interesantes años de estudio de la teología, recordamos al maestro jesuita Carlos Bravo Lazcano (1916 – 1993), quien en su curso – estupendo, realista, rico en posibilidades de sentido – llamado “Marco antropológico de la fe”, nos introdujo con densa sabiduría y rigor académico en estas problemáticas: el mal, la soledad, el sufrimiento, el vacío existencial, la enfermedad, la frustración, la muerte, desfilaron en concienzudo análisis – siempre en un ámbito muy crítico y razonable – para llevarnos luego a la experiencia creyente, al ejercicio de una fe razonable, que no se niega a la fascinación ante el misterio insondable de Dios pero que se vive como un ejercicio de inteligencia trascendente.
De este sincero cristiano -  siempre riguroso y crítico – recordamos sus libros “El problema del mal” y “El marco antropológico de la fe”, textos siempre actuales y provocadores de procesos de superación de la mentalidad mágica hacia la fe madura, realista y esperanzada al mismo tiempo.
Estas reflexiones quieren suscitar en nosotros la posibilidad de una condición creyente realista, encarnada en la historia, consciente de nuestra radical precariedad, dispuesta a “leer” los signos de los tiempos, a no eludir la confrontación del mal, a rebelarnos contra todo lo que es indigno e injusto, abiertos a la gracia de Dios que suscita en nosotros la conciencia de su cercanía, de su total implicación en nuestra humanidad y nuestra historia, y de su decisión de dotar de sentido absoluto – decisivamente esperanzador, por lo tanto! – al ser humano de todos los tiempos de la historia, siempre en la perspectiva de que sea la libertad de nuestra parte la que acoja este don de trascendencia.
Así, resultan hondamente estimulantes las palabras de Pablo a Timoteo: “Al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia, que nos concedió desde toda la eternidad en cristo Jesús” (2 Timoteo 1: 8-9). La realidad originante de nuestra fe, que es la historia del Señor Jesús, testimoniada por Pedro Pablo y por las comunidades del cristianismo apostólico, expresa con nitidez cómo se vive radicalmente la confianza total en Dios, la entrega total a El, y cómo esto hace posible que la cruz, las persecuciones, las contradicciones cambien su dimensión de tragedia y mortalidad en la perspectiva decisiva de la Pascua, de la vida inagotable, del sentido que rebasa las fronteras de la historia y se hace eternidad bienaventurada.
El testimonio de los cristianos recios ha de venir siempre a nuestra memoria creyente, para descubrir en ellos y ellas cómo Dios sí está de nuestra parte, y cómo la cruz no es la sede de la muerte sino la puerta de la vida.
Alfred Delp (1907-1945) es un típico exponente de esta reciedumbre cristiana, jesuita inconforme con la dictadura hitleriana y con la barbarie nazi, ejerce su ministerio en esos crudísimos años de la guerra europea, muy joven publica su libro “Tragic existence” (1935), se convierte en gran ayuda para muchos judíos que gracias a él pudieron escapar a Suiza y desarrolla una intensa actividad pastoral llevando fortaleza a muchos y también haciéndolos conscientes del absurdo de la Alemania hitleriana. Todo esto hace que le lleven a la prisión, lo juzguen y  ejecuten el 2 de febrero de 1945, cuando – presionado por sus verdugos – se le prometía que si abandonaba la Compañía de Jesús se le perdonaría, a lo que valientemente se resistió.
De él nos quedan “Escritos desde la prisión”, textos recogidos después de su muerte, en uno de cuyos apartes leemos :”Ahora veo por experiencia propia que me comportaba como un niño irreflexivo. He restado mucha fuerza y profundidad a mi vida, mucha fecundidad a mi trabajo, y he privado de muchas bendiciones a mis hermanos por no haber estado suficientemente abierto a las invitaciones de Dios a confiar en El aceptándolo en serio y de corazón. Fe, confianza y amor: eso es , ante todo, el hombre capaz de adivinar la dimensión del ser hombre desde la perspectiva de Dios” (obra citada, página 49. Editorial Sal Terrae.Santander,2012).
El texto de Lucas que se nos propone en este domingo aborda los alcances y la eficacia de la fe, en una lógica que no es la de la eficiencia humana sino la de la gratuidad que proviene de Aquel que la suscita en nosotros y que nos da los mejores y más determinantes  motivos para la confianza radical. La respuesta de Jesús a la inquietud de los discípulos revela este carácter: “De igual modo Ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les han mandado, digan: no somos más que siervos inútiles; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lucas 17: 10).
Cómo vivir con sentido definitivo y gratuito todos los hechos de nuestros relatos vitales? Cómo ser instrumentos de esperanza en un mundo tan agobiado por males e injusticias? Cómo hacer de nuestro ejercicio creyente la mejor práctica de sabiduría y trascendencia? Cómo salir al paso de la trivialidad ambiental que permea hasta la misma religiosidad, queriendo darnos unos contentillos “light” descuidando la solidez de la fe genuina?
Que estas preguntas sirvan de estímulo para nuestra oración de este domingo.
Antonio José Sarmiento Nova S.J. – Alejandro Romero Sarmiento

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