Lecturas
1.
Habacuc
1: 2-3 y 2:2-4
2.
Salmo
94: 1-9
3.
2
Timoteo 1: 6-8 y 13-14
4.
Lucas
17: 5-10
En las preguntas profundas que surgen cuando constatamos los
efectos demoledores del mal se presentan
también crisis, hondas inconformidades, incluso rebeldías contra el mismo Dios.
La filosofía de tendencia existencialista ha sido el espacio más crítico que en
este sentido se ha desarrollado en el pasado siglo, particularmente después de
los excesos vividos en la II Guerra Mundial. La capacidad destructora de seres
humanos en contra de sus congéneres ha desbordado la capacidad de confianza y
también de esperanza. Algunos han llegado a hablar de “ el silencio de Dios”.
Qué valoración damos a lo sucedido en los campos de
concentración como Auschwitz, Dachau, Treblinka? A los asesinatos masivos cometidos por el
régimen de Pol Pot en Camboya? A las
desapariciones, secuestros, torturas y asesinatos cometidos por los regímenes
militares del cono sur latinoamericano durante las décadas de los setenta y
ochenta? A la sevicia de paramilitares y guerrilleros en nuestro país? A los
falsos positivos, responsabilidad criminal de militares? A lo perpetrado por
los escuadrones de la muerte en El Salvador?
Cómo confiar en Dios y en el mismo ser humano ante estos
alcances de la barbarie pensados y ejecutados por seres que se suponen
razonables y cuerdos? A estos interrogantes
y a la búsqueda de respuestas nos lleva la Palabra de este domingo, cuando
escuchamos decir al profeta Habacuc: “Hasta cuándo, Yahvé, pediré auxilio, sin
que tú escuches, clamaré a ti: violencia!, sin que tú salves? Por qué me haces
ver la iniquidad, mientras tú miras la opresión? Ante mí hay rapiña y
violencia, se suscitan querellas y discordias!” (Habacuc 1: 2-3).
Pensadores del siglo XX como Jean Paul Sartre (1905 –
1980)
y Albert Camus (1913-1960) dedicaron su trabajo filosófico a
escudriñar esta radical inquietud humana, con títulos como “La náusea”, “El
ser y la nada”, “La peste”, expresando un escepticismo radical frente a las
posibilidades de la condición humana de llevar una existencia con significado .
Canalizaron una tristeza individual y colectiva, se convirtieron en profetas de
la gran desgracia, denunciaron sin esperanza los crímenes del nazismo y de los
campos de concentración soviéticos, fueron la expresión de una generación
desencantada.
También en los años anteriores a ellos , Miguel
de Unamuno ( 1864-1936) con su “Del
sentimiento trágico de la vida” fue en el contexto hispano y
latinoamericano otro vocero de este profundo desasosiego, búsqueda constante
que halló lenguaje dramático en su conmovedora novela “San Manuel Bueno, mártir”,
en la que crea la historia de un excelente sacerdote, queridísimo por su
comunidad, que tenía un problema que atormentaba su vida: no tenía fe!, pero
buscaba con pasión el poder beneficiarse de ese don, que se le mostraba
esquivo.
El profeta Habacuc se queja ante Yahvé de las
desgracias de su pueblo, por qué El
tolera el triunfo de los malvados, por qué los justos no tienen la razón? Estas son las cuestiones que surgen cuando el
mal nos aflige y parece deshacer nuestros proyectos de plenitud y felicidad.
Qué hacer, cómo vivir, qué comunicar, cuándo la humanidad vive las
consecuencias de tan graves azotes? Desarrollamos la mentalidad de que Dios nos
castiga, de que esto es fruto de nuestras infidelidades y pecados? Dejamos que
una concepción fatalista de la vida – más bien de la muerte – sofoque nuestras
ilusiones e ideales de sentido y de razones para vivir?
La respuesta se
empieza a perfilar cuando escuchamos: “Porque tiene su fecha la visión, aspira a
la meta y no defrauda; si se atrasa, espérala;pues vendrá, ciertamente sin
retraso. Sucumbirá quien no tiene el alma recta, mas el justo por su fidelidad
vivirá” (Habacuc 2: 3-4). Es preciso que todos nos hagamos conscientes
de que la respuesta de Dios - que
siempre es dadora de sentido aún en medio de las grandes contradicciones - no acontece de manera mágica, como en la
mentalidad milagrera que está detrás de muchas prácticas y estilos religiosos.
La biografía de Israel es más comprensible si hacemos un
paralelo con la nuestra. Ellos viven la experiencia de un Dios que se inserta y
revela en su historia, lo descubren en los hechos de la misma, aprenden a
escrutar los signos de los tiempos, asumen un compromiso fundamental con El –
la Alianza -, viven momentos de auténtica bendición y felicidad, pero también
son sometidos a vejaciones y tragedias cuando potencias extranjeras los invaden
y destruyen los elementos esenciales de su identidad espiritual.
También nuestros relatos de vida tienen los mismos elementos:
legítimamente nos orientamos a la felicidad, diseñamos bellos proyectos de
vida, nos enamoramos, prevemos el futuro con responsabilidad, nos apasionamos
por nobles causas, construímos territorios afectivos, somos al mismo tiempo
receptores y generadores de sentido, pero también sufrimos, lloramos, nos
enfermamos, padecemos angustias, fracasamos, nos afligimos. Cómo hacernos
conscientes de que la vida no es absurda, de que Dios sí es razón de nuestra
esperanza en estas situaciones donde parece que se nos deshace la ilusión de
vivir?
A este respecto hagamos presentes los contenidos de los
salmos que evidencian con destacada elocuencia los estados de ánimo de nuestros
padres en la fe: “Aplastan a tu pueblo, Yahvé, humillan a tu heredad. Matan al forastero
y a la viuda, asesinan al huérfano” (Salmo 94:5). Expresiones de
parecido tenor campean en la literatura bíblica, salmos y profetas
especialmente, no son retóricas de ocasión, son lenguajes cargados de dolor,
también de protesta y pregunta, y de búsqueda apasionada de una respuesta, que
finalmente llega: “Pero Yahvé es mi baluarte, mi Dios, mi roca de refugio” (Salmo
94: 22).
En los ya lejanos e interesantes años de estudio de la
teología, recordamos al maestro jesuita Carlos Bravo Lazcano (1916 – 1993),
quien en su curso – estupendo, realista, rico en posibilidades de sentido –
llamado “Marco antropológico de la fe”, nos introdujo con densa
sabiduría y rigor académico en estas problemáticas: el mal, la soledad, el
sufrimiento, el vacío existencial, la enfermedad, la frustración, la muerte,
desfilaron en concienzudo análisis – siempre en un ámbito muy crítico y
razonable – para llevarnos luego a la experiencia creyente, al ejercicio de una
fe razonable, que no se niega a la fascinación ante el misterio insondable de
Dios pero que se vive como un ejercicio de inteligencia trascendente.
De este sincero cristiano - siempre riguroso y crítico – recordamos sus
libros “El problema del mal” y “El marco antropológico de la fe”,
textos siempre actuales y provocadores de procesos de superación de la
mentalidad mágica hacia la fe madura, realista y esperanzada al mismo tiempo.
Estas reflexiones quieren suscitar en nosotros la posibilidad
de una condición creyente realista, encarnada en la historia, consciente de
nuestra radical precariedad, dispuesta a “leer” los signos de los tiempos, a
no eludir la confrontación del mal, a rebelarnos contra todo lo que es indigno
e injusto, abiertos a la gracia de Dios que suscita en nosotros la conciencia
de su cercanía, de su total implicación en nuestra humanidad y nuestra
historia, y de su decisión de dotar de sentido absoluto – decisivamente
esperanzador, por lo tanto! – al ser humano de todos los tiempos de la
historia, siempre en la perspectiva de que sea la libertad de nuestra parte la
que acoja este don de trascendencia.
Así, resultan hondamente estimulantes las palabras de Pablo a
Timoteo: “Al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio,
ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una
vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por
su gracia, que nos concedió desde toda la eternidad en cristo Jesús” (2
Timoteo 1: 8-9). La realidad originante de nuestra fe, que es la historia del
Señor Jesús, testimoniada por Pedro Pablo y por las comunidades del
cristianismo apostólico, expresa con nitidez cómo se vive radicalmente la
confianza total en Dios, la entrega total a El, y cómo esto hace posible que la
cruz, las persecuciones, las contradicciones cambien su dimensión de tragedia y
mortalidad en la perspectiva decisiva de la Pascua, de la vida inagotable, del
sentido que rebasa las fronteras de la historia y se hace eternidad
bienaventurada.
El testimonio de los cristianos recios ha de venir siempre a
nuestra memoria creyente, para descubrir en ellos y ellas cómo Dios sí está de
nuestra parte, y cómo la cruz no es la sede de la muerte sino la puerta de la vida.
Alfred Delp (1907-1945) es un típico exponente de esta reciedumbre
cristiana, jesuita inconforme con la dictadura hitleriana y con la barbarie
nazi, ejerce su ministerio en esos crudísimos años de la guerra europea, muy
joven publica su libro “Tragic existence” (1935), se
convierte en gran ayuda para muchos judíos que gracias a él pudieron escapar a
Suiza y desarrolla una intensa actividad pastoral llevando fortaleza a muchos y
también haciéndolos conscientes del absurdo de la Alemania hitleriana. Todo
esto hace que le lleven a la prisión, lo juzguen y ejecuten el 2 de febrero de 1945, cuando –
presionado por sus verdugos – se le prometía que si abandonaba la Compañía de
Jesús se le perdonaría, a lo que valientemente se resistió.
De él nos quedan “Escritos desde la prisión”, textos
recogidos después de su muerte, en uno de cuyos apartes leemos :”Ahora
veo por experiencia propia que me comportaba como un niño irreflexivo. He
restado mucha fuerza y profundidad a mi vida, mucha fecundidad a mi trabajo, y
he privado de muchas bendiciones a mis hermanos por no haber estado
suficientemente abierto a las invitaciones de Dios a confiar en El aceptándolo
en serio y de corazón. Fe, confianza y amor: eso es , ante todo, el hombre
capaz de adivinar la dimensión del ser hombre desde la perspectiva de Dios” (obra
citada, página 49. Editorial Sal Terrae.Santander,2012).
El texto de Lucas que se nos propone en este
domingo aborda los alcances y la eficacia de la fe, en una lógica que no es la
de la eficiencia humana sino la de la gratuidad que proviene de Aquel que la
suscita en nosotros y que nos da los mejores y más determinantes motivos para la confianza radical. La
respuesta de Jesús a la inquietud de los discípulos revela este carácter: “De
igual modo Ustedes, cuando hayan hecho todo lo que les han mandado, digan: no
somos más que siervos inútiles; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lucas
17: 10).
Cómo vivir con sentido definitivo y gratuito todos los hechos
de nuestros relatos vitales? Cómo ser instrumentos de esperanza en un mundo tan
agobiado por males e injusticias? Cómo hacer de nuestro ejercicio creyente la
mejor práctica de sabiduría y trascendencia? Cómo salir al paso de la
trivialidad ambiental que permea hasta la misma religiosidad, queriendo darnos
unos contentillos “light” descuidando la solidez de la fe genuina?
Que estas preguntas sirvan de estímulo para nuestra oración
de este domingo.
Antonio José Sarmiento Nova S.J. – Alejandro Romero Sarmiento
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