Lecturas
1.
Isaías
42: 1 - 4 Y 6 - 7
2.
Salmo
28: 1 - 4 y 9 - 10
3.
Hechos
10: 34 – 38
4.
Mateo
3: 13 – 17
Con la celebración de este domingo concluye formalmente el
tiempo de Navidad. A partir del lunes 13 de enero estamos en el primer segmento
de tiempo ordinario, que este año va hasta el 4 de marzo (el tiempo de cuaresma
inicia el 5 de marzo, miércoles de ceniza).
Navidad – como ya lo hemos expresado - manifiesta la encarnación del Verbo de Dios
en la realidad humana e histórica, es el misterio de la encarnación que en el
Hijo asume todo lo humano para re-significarlo de su posibilidad mortal y de
pecado a la realidad definitiva de la bienaventuranza, no sólo la que se
realiza más allá de la historia, sino también la que se anticipa felizmente en el
tiempo histórico-existencial de nuestra vida.
Destaca algunas evidencias particulares de la encarnación ,
como la condición familiar de Jesús con José y María (primer domingo después de
Navidad), la Epifanía – manifestación de la intención de salvación universal
que el Padre revela en Jesucristo – (segundo domingo después de Navidad), y
esta del Bautismo, en la que descubrimos la participación comprometida de Jesús
en el destino histórico de su pueblo, de la humanidad, y se explicitan la
predilección hacia Jesús por parte del
Padre Dios, y las dimensiones esenciales de su misión.
Lo importante aquí es que podamos vincular nuestras
biografías con este gran relato salvador y liberador, de manera que el
significado de estos acontecimientos se vincule significativamente con todos
los hechos de nuestra vida.
Empecemos hoy por el relato de Mateo: “ Entonces fue Jesús desde Galilea
al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Juan se resistía diciendo:
Soy yo quien necesito que tú me bautices, ¿ y tú acudes a mí? Jesús le
respondió: Ahora haz lo que te digo, pues de este modo conviene que realicemos
la justicia plena. Ante esto Juan aceptó. Después de ser bautizado, Jesús salió
del agua y en ese momento se abrió el cielo
y vió al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre
él. Se escuchó una voz del cielo que decía: Este es mi hijo querido, mi
predilecto “ (Mateo 3: 13-17).
Cabe advertir que no es este el sacramento del bautismo, tal
como lo entendemos y vivimos en la comunidad cristiana. Es un signo de
conversión – purificación y de aceptación de un compromiso de nueva vida en
Dios, al que Juan Bautista invitaba con su ministerio profético. Este predicaba
en el desierto y manifestaba su profunda inconformidad con el estado de la
religión de sus contemporáneos, a la que consideraba formal y vacía, y desentendida del sincero amor a Dios y al
prójimo.
Por eso propendía por una vuelta sincera a Dios y por una
vida limpia que se ajustara al orden teologal, siempre en términos de rectitud,
de riqueza interior, de transparencia del ser. La palabra del Bautista fue
fogosa y de altísima exigencia.
Todos los que asentían a este mensaje del se hacían bautizar de él. Así
mismo, Jesús, plenamente inserto en la historia de su pueblo, hace lo mismo,
pero le añade una connotación cualitativa: “pues de este modo conviene que realicemos
la justicia plena” (Mateo 3: 15), la justicia de Dios es su voluntad de
salvación gratuita para todos los humanos, aquí se reitera el aspecto de
universalidad, de inclusión total de todo el género humano, un auténtico Dios
sin fronteras! Esto es definitivo para comprender la misión de Jesús.
Con este gesto simbólico, El toma sobre sí todo el
sufrimiento del mundo, el causado por el pecado-ruptura con la voluntad de
Dios,el que unos humanos ejercen injustamente sobre otros, los dolores y
penurias que afectan negativamente el sentido trascendente de la vida, las
pobrezas y exclusiones, el vacío y el absurdo, y afirma su voluntad de ejercer
este servicio salvífico-liberador desde su asentimiento radical a la voluntad
del Padre Dios.
Este gesto del bautismo es también una nueva Epifanía: “Este es mi hijo querido, mi predilecto” (Mateo
3: 17), en el escenario descrito por Mateo – palabras del Padre, presencia del
Espíritu que se posa sobre él – hay una clara definición del misterio
trinitario de Dios que lo declara y define como Hijo, estableciendo así este
elemento sustancial de la identidad de Jesús. Y este Hijo es el “siervo
sufriente de Dios”.
Este último aspecto lo corrobora la primera lectura, que es
del profeta Isaías, llamado por los estudiosos el primer cántico del Siervo:
“Sobre él he puesto mi espíritu para que promueva el derecho en las naciones……
Yo, el Señor, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano, te he
formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras
los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la cárcel a
los que habitan en tinieblas” (Isaías 42: 1 y 6-7).
Recordamos que son cuatro
estos cantos del Siervo, todos en el profeta Isaías, en ellos se delinea
el perfil ideal de un hombre que llevará sobre sí la misión – conferida por el
mismo Yavé – de entregarse totalmente a la causa de salvar y liberar a su
pueblo de todas las penurias que causan el pecado, el egoísmo, la injusticia.
Este es un servidor que no hace gala de poder mundano, ni de estrategias
espectaculares, ni reclama para sí vanos honores y homenajes: “No
gritará, no clamará, no voceará por las calles” (Isaías 42: 2).
Tal personaje es presentado como un siervo que ha sido
elegido y sostenido por Dios mismo, sobre él ha sido derramado el Espíritu, que
le habilita para la misión ya indicada, con consecuencias de salvación, de
libertad, de dignidad, de nueva vitalidad, para todo el que se acoja a esta
iniciativa teologal.
Siguiendo lo ya dicho y explicado muchas veces sobre la
coherencia de cada ciclo litúrgico y sus correspondientes lecturas,
especialmente las de cada domingo, estamos invitados a ver en esta realidad del
Bautismo de Jesús una definición programática y normativa: no en vano se explicita en uno de los
primeros domingos del año.
Queda clara la
identidad de Jesús como el Hijo predilecto, y elegido para la misión de llevar
a la humanidad de todos los tiempos la oferta salvadora de Dios, haciéndose
solidario con todo aquello que menoscaba en el ser humano su dignidad original,
su condición de gracia y santidad, su ser relato del amor del Padre – Madre que
nos ha creado y elegido para la plenitud, a través del Hijo, a pesar del
ejercicio desordenado y pecaminoso de nuestra libertad.
En el relato de Hechos se nos presenta uno de los
apasionantes y clarísimos testimonios originales de nuestra fe, son profesiones
de fe condensadas, que el autor de este texto nos comunica de modo pedagógico,
a manera de síntesis de nuestras convicciones creyentes: “Pedro tomó la palabra y dijo: El
comunicó su palabra a los israelitas y anuncia la Buena Noticia de la paz por
medio de Jesús, el Mesías, que es Señor de todos…..Cómo Dios ungió a Jesús de
Nazareth con Espíritu Santo y poder:él pasó haciendo el bien y sanando a los
poseídos por el diablo, porque Dios estaba con él….” (Hechos 10:
34.36.38).
La expresión diablo viene del griego “dia – bolos” (dia - bolos),
que significa el
calumniador, el difamador, el que rompe los vínculos fundantes de la vida, lo
diabólico es lo destructivo, lo desvinculante.
Aspecto esencial de la misión de Jesús es detener, desvirtuar, deshacer
los efectos de lo dia – bólico, como el
pecado, el egoísmo, la injusticia, la ruptura del amor de Dios y del prójimo,
invitando también , a quien desee seguirlo e implicarse con El, a participar
afectiva y efectivamente de esa misma misión.
Comenzando el año es saludable establecer algunos énfasis y
prioridades para nuestros proyectos de vida.
A qué le queremos
apostar en 2014: a ser más ricos? A tener más propiedades materiales? A
ascender en la escala social? A buscar aplausos y homenajes de los demás? A
crear un museo llamado egoteca? A manipular maquiavélicamente personas y
situaciones para nuestro propio beneficio e interés? Responder
afirmativamente a estas cuestiones equivaldrá a transitar por las rutas
de lo dia – bólico.
Pero….. si el proyecto de Jesús nos interesa y apasiona, y
llena nuestras vidas de sentido, lo clave será tomar en serio estos elementos
centrales de su misión, tal como nos los presentan la liturgia y la Palabra de
esta fiesta del Bautismo del Señor. Y entonces , los valores determinantes de
nuestra vida, opciones, proyectos, decisiones, serán los de las
bienaventuranzas, los propios de Jesús, y esto cambia cualitativamente todo
nuestro ser y nuestro quehacer.
Siempre será destacable en la existencia cristiana el
requerimiento de una vida nueva en Dios, en proceso constante y creciente de
conversión a El, con la certeza de que esto nos hará más humanos y más divinos,
configurados con el Hijo, mejores personas, dispuestos al ejercicio permanente
de la projimidad, del servicio, de la realización de la justicia y de la
solidaridad, dejando atrás – asistidos por la gracia de Dios manifestada en
Jesús – todas aquellas realidades que llamamos
- con San Ignacio de Loyola – “afectos desordenados”, lo que nos impide
crecer en los caminos del Evangelio.
Mirando a nuestro mundo , nuestra realidad, desarticulada por
tantas patologías individuales y sociales, desequilibrios y violencias,
injusticias y pobrezas, Dios también nos llama para seguir a Jesús en la
erradicación del mal y del pecado, compromiso primario de todo bautizado que
asuma juiciosamente su condición de tal, y para implantar las señales
esperanzadoras del reino de Dios y su justicia.
Esta tarea – misión no se realiza sobre un lecho de rosas, ni
hace parte de las ofertas seductoras de la sociedad, es vista más bien con
sospecha y prevención, son las consecuencias propias de la vida del profeta, la
incomprensión, la persecución, los juicios sobre nuestra cordura y sensatez.
Debemos tener suficientemente claro que el seguimiento de Jesús se realiza con
la conciencia de la cruz, de la vida – como la de El – que se ofrece plenamente
para que la de muchos tenga sentido y salvación.
Antonio José Sarmiento Nova SJ – Alejandro Romero Sarmiento
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