domingo, 5 de enero de 2014

COMUNITAS MATUTINA DOMINGO 5 DE ENERO SOLEMNIDAD DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR



Lecturas
1.      Isaías 60: 1-6
2.      Salmo 71: 1-2 y 7-13
3.      Efesios 3: 2-6
4.      Mateo 2: 1-12
Epifanía viene del griego “fainó” (faivw) que significa brillar, manifestarse, resplandecer, aparecer, ser evidente, mostrarse. Con el prefijo “epi” (epi) se forma la expresión “epi-fainó”, que quiere decir manifestarse.
 En el caso que nos ocupa este domingo se trata de la fiesta de las manifestaciones de Jesús, por la estrella que guía a los reyes magos en su camino hacia Belén, por la voz del Padre en el bautismo, por el milagro de las bodas de Caná. Nos quedamos con la primera y en nuestra oración sobre la Palabra de hoy , y en las consideraciones consiguientes, vamos a reflexionar sobre los alcances de esta manifestación de Dios en Jesús, El,  que es la manifestación plena del Padre a toda la humanidad.
Jesús es el relato definitivo con el que Dios Padre se expresa salvífica y liberadoramente a todos los  humanos.
 Cabe subrayar el adverbio “toda” porque esta iniciativa es plenamente incluyente, se orienta a todos los seres humanos sin excepción, es radicalmente universal, en contraste con el elitismo religioso de los judíos, y con su correspondiente visión cerrada de la relación con Dios. Valga lo mismo para todo tipo de secta, de grupo aislado de la realidad humana, con sus constantes tentaciones de fanatismo y de soberbia religioso-moral.
Un común denominador de muchas manifestaciones de esta clase  es que se trata de beneficios para una élite de iniciados o perfectos, pertenecientes a unos grupos selectos de privilegiados.
 En el acontecimiento de Jesús se marca una diferencia revolucionaria: El es la oferta de sentido que Dios hace a todo el género humano, sin mirar las habituales categorías excluyentes de condición socioeconómica, religiosa o étnica. Dios – a través de Jesús – es todo para todos! Un Dios sin fronteras!
Gozosa realidad de sentido: “Echa una mirada en torno, mira: TODOS esos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos……Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor” (Isaías 60: 4.7). Cuando las determinaciones de los gobiernos, los condicionamientos socioeconómicos, la pretendida y violenta superioridad de unas razas sobre otras, las clasificaciones religiosas y morales, las mismas definiciones culturales, se empeñan en categorizar a los seres humanos y en instituír desigualdades y exclusiones, decidiendo que son “naturales” (¡!) , el Padre de Jesús da al traste con todo este tinglado de inequidad y resuelve que el misterio de su Palabra encarnada, hecha historia y humanidad, es para superar en una nueva justicia salvadora todo este establecimiento y para incluir a todo ser humano en estos beneficios. Podemos llamar a esto socialismo teologal? Parece que sí, gracias a Dios!
En la carta a los Efesios, Pablo se hace vocero de esta certeza: “…. Que por medio de la buena noticia los paganos comparten la herencia y las promesas de Jesucristo , y son miembros del mismo cuerpo” (Efesios 3: 6).  En el cerrado mundo del elitismo religioso del judaísmo, de la arrogancia racional de los griegos y del poderío político y militar de Roma, por feliz contraste la buena noticia de Jesús se presenta como universal, católica en el más riguroso sentido de la palabra (catolikos,universal), y su anuncio sale de estos límites, a menudo manejados con estrechez y miopía, para difundirse por todo el mundo entonces conocido, la  ecumene” (oikoumene).
Pablo es  pionero de este dinamismo universal del mensaje cristiano, funda comunidades de creyentes en diversas ciudades del mundo antiguo, y allí deposita las semillas de la expansión de la fe, igual hacen otros discípulos de Jesús como Pedro, Santiago, Juan. Es una iglesia en crecimiento, animada por el Espíritu del Resucitado y sintiéndose misionera, enviada a todas las gentes, acatando el mandato de Jesús: “Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre Ustedes, y serán testigos míos en Jerusalem, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo” (Hechos de los Apóstoles 1: 8).
Con esto se  indica que el talante genuino de lo cristiano, fiel a su originalidad en la persona misma de Jesús, es incluyente, igualitario, reconocedor de la posibilidad que todos tienen de ser amados y salvados por Dios, derribando las odiosas murallas morales y religiosas que inventan estratos y clasificaciones, incompatibles con el querer del Padre. Aquí reside la más  poderosa motivación para el ecumenismo y para el diálogo interreligioso.
Consideremos cuántos escándalos hemos dado – y seguimos dando los cristianos – por manipular arbitrariamente las intenciones de Dios, haciendo de la Iglesia una institución estratificada y estratificadora, decidiendo requisitos morales y legales para pertenecer a ella, con un comportamiento intransigente e inmisericorde, sembrando dolor y tristeza en el corazón de tantos y tantas que no han visto allí la Buena Noticia sino el proceder rígido de unos que dicen llamarse los hombres de Dios, administradores exclusivos (?) de los dones de la salvación.
Sea también el momento de considerar, en clave de crítica  evangélica, el fenómeno de la globalización económica, comunicativa, cultural, que decide desde hace un buen número de años la vida del mundo. Se globalizan equitativamente los bienes de los países africanos y latinoamericanos lo mismo que los de Estados Unidos, los anglosajones, o los del llamado “tigre asiático” ?  De dónde surgen las políticas y directrices que regulan la economía del planeta?  Cómo entran allí los países del tercer mundo? Cuáles son los consumos culturales dominantes?
Es manifiesta la inequidad de este proceso global, sus resultados saltan a la vista. Hasta ahora no hemos visto a los países del África Negra o de América Latina  entrar en igualdad de condiciones a esta dinámica, los tratados de libre comercio recuerdan la coloquial ley del embudo, “para mí lo ancho y para Usted lo agudo”, la sociedad del consumismo primermundista invade todos los lugares y pone sus condiciones, los desastres de la naturaleza afectan mucho más a las naciones empobrecidas, las reglas que imponen las multinacionales generan una escandalosa desigualdad de oportunidades.
En su magisterio, Juan Pablo II se refirió con notable frecuencia a la “globalización de la solidaridad”, explicitando sus reservas críticas frente a todo este nuevo rostro del movimiento  mundial e internacional, y sirviendo un elemento juicioso para valorar la dinámica contemporánea de los diversos países.
En los ya lejanos años setenta el teórico de la comunicación, Marshall McLuhan, se refería al mundo como la “aldea global”, presagiando todos estos modernos adelantos que nos facilita la tecnología, que nos llevan a estar en permanente y facilísimo contacto. Sin embargo, desde la mejor perspectiva humanista y espiritual, es fundamental que nos interroguemos por los alcances de esta globalización, pensando el asunto con las más elementales referencias éticas e incluyentes.
Somos conscientes del influjo universal de la fe cristiana, en sus múltiples versiones y denominaciones históricas, el catolicismo, la ortodoxia, el protestantismo, las comunidades reformadas, el anglicanismo.
 Es el ímpetu misionero del cristianismo un simple afán de proselitismo o de competencia entre sí o con otras tradiciones religiosas, para lograr mayor número de adeptos y para brillar socialmente? O – sinceramente – participando de los mismos sentimientos e intenciones del Señor Jesús, nos preocupamos con seriedad apostólica por llevar un mensaje de sentido trascendente para que la vida de muchos seres humanos obtenga un genuino significado  y sea vivida con la dignidad propia de los hijos del mismo Padre?
Cuando contemplamos la escena de la adoración de los reyes magos al Niño Jesús – expresiva leyenda  bíblica referida a la universalidad de la salvación cristiana – debemos tener presente este elemento como algo normativo para nuestra condición de seguidores del Evangelio: “Sucedió que unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalem preguntando: Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Vimos surgir su estrella y venimos a rendirle homenaje” (Mateo 2: 1-2).
Estos tres hombres – Melchor, Gaspar y Baltasar – vienen a ser representación de la humanidad entera, que se conmueve y goza con el anuncio y la realidad de un Salvador que es para todas las naciones, y por eso sortean los diversos escollos geográficos y humanos que se les presentan para lograr su propósito, como el de la interferencia del maligno Herodes, que aparenta simpatía por su causa y les dice: “Averigüen con precisión lo referente al niño. Cuando lo encuentren, infórmenme a mí, para que vaya también yo a rendirle homenaje  ( Mateo 2: 8). Bien sabemos que sus intenciones eran otras, como las de tantos señores de la muerte, siempre empeñados en hacer mal a muchos, en dar la espalda al amor de Dios, en negar la projimidad, en sembrar violencia y desesperación.
Cómo ser en nuestro tiempo hombres y mujeres universales, ecuménicos , como estos tres magos del Oriente, para contrarrestar las innumerables exclusiones y depredaciones fomentadas y realizadas por tantos Herodes? De qué manera nuestra actitud humana y cristiana se hace servicio a esta causa de la inclusión, de la fraternidad, de la cultura de la solidaridad, del diálogo y de la tolerancia?  Cómo nuestros estilos de vida – inspirados en Jesús – se hacen antídotos que contraarrestan los efectos nocivos del egoísmo-pecado individual y estructural?
Siguiendo con la fascinación que suscita en nosotros este misterio bienaventurado de la encarnación de Dios, unámonos a estos tres hombres: “De pronto, la estrella que habían visto surgir, avanzaba ante ellos hasta detenerse sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de gozo inmenso. Entraron en la casa, vieron al niño con su madre, María, y echándose por tierra, le rindieron homenaje” (Mateo 2: 9-11).
Que la conciencia de universalidad, de inclusión, de encarnación, que el Espíritu suscita en nosotros ante este misterio admirable, nos lleve siempre por los senderos de una mejor humanidad, la que el Padre – Madre Dios desea para todos y para todas.

Antonio José Sarmiento Nova,SJ  -  Alejandro Romero Sarmiento

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