Lecturas
1.
Isaías
60: 1-6
2.
Salmo
71: 1-2 y 7-13
3.
Efesios
3: 2-6
4.
Mateo
2: 1-12
Epifanía viene del griego “fainó” (faivw) que
significa brillar, manifestarse, resplandecer, aparecer, ser evidente,
mostrarse. Con el prefijo “epi” (epi) se forma la expresión “epi-fainó”, que quiere
decir manifestarse.
En el caso que nos ocupa este domingo se trata
de la fiesta de las manifestaciones de Jesús, por la estrella que guía a los
reyes magos en su camino hacia Belén, por la voz del Padre en el bautismo, por
el milagro de las bodas de Caná. Nos quedamos con la primera y en nuestra
oración sobre la Palabra de hoy , y en las consideraciones consiguientes, vamos
a reflexionar sobre los alcances de esta manifestación de Dios en Jesús, El, que es la manifestación plena del Padre a toda
la humanidad.
Jesús
es el relato definitivo con el que Dios Padre se expresa salvífica y
liberadoramente a todos los humanos.
Cabe subrayar el adverbio “toda” porque esta
iniciativa es plenamente incluyente, se orienta a todos los seres humanos sin
excepción, es radicalmente universal, en contraste con el elitismo religioso de
los judíos, y con su correspondiente visión cerrada de la relación con Dios.
Valga lo mismo para todo tipo de secta, de grupo aislado de la realidad humana,
con sus constantes tentaciones de fanatismo y de soberbia religioso-moral.
Un
común denominador de muchas manifestaciones de esta clase es que se trata de beneficios para una élite
de iniciados o perfectos, pertenecientes a unos grupos selectos de
privilegiados.
En el acontecimiento de Jesús se marca una
diferencia revolucionaria: El es la oferta de sentido que Dios hace a todo el
género humano, sin mirar las habituales categorías excluyentes de condición
socioeconómica, religiosa o étnica. Dios – a través de Jesús – es todo para
todos! Un Dios sin fronteras!
Gozosa
realidad de sentido: “Echa una mirada en torno, mira: TODOS esos
se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen
en brazos……Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las
alabanzas del Señor” (Isaías 60: 4.7). Cuando las determinaciones de
los gobiernos, los condicionamientos socioeconómicos, la pretendida y violenta
superioridad de unas razas sobre otras, las clasificaciones religiosas y
morales, las mismas definiciones culturales, se empeñan en categorizar a los
seres humanos y en instituír desigualdades y exclusiones, decidiendo que son
“naturales” (¡!) , el Padre de Jesús da al traste con todo este tinglado de
inequidad y resuelve que el misterio de su Palabra encarnada, hecha historia y
humanidad, es para superar en una nueva justicia salvadora todo este
establecimiento y para incluir a todo ser humano en estos beneficios. Podemos
llamar a esto socialismo teologal? Parece que sí, gracias a Dios!
En
la carta a los Efesios, Pablo se hace vocero de esta certeza: “….
Que por medio de la buena noticia los paganos comparten la herencia y las
promesas de Jesucristo , y son miembros del mismo cuerpo” (Efesios 3:
6). En el cerrado mundo del elitismo
religioso del judaísmo, de la arrogancia racional de los griegos y del poderío
político y militar de Roma, por feliz contraste la buena noticia de Jesús se
presenta como universal, católica en el más riguroso sentido de la palabra (catolikos,universal),
y su anuncio sale de estos límites, a menudo manejados con estrechez y miopía,
para difundirse por todo el mundo entonces conocido, la “ecumene” (oikoumene).
Pablo
es pionero de este dinamismo universal
del mensaje cristiano, funda comunidades de creyentes en diversas ciudades del
mundo antiguo, y allí deposita las semillas de la expansión de la fe, igual
hacen otros discípulos de Jesús como Pedro, Santiago, Juan. Es una iglesia en
crecimiento, animada por el Espíritu del Resucitado y sintiéndose misionera,
enviada a todas las gentes, acatando el mandato de Jesús: “Ustedes recibirán la fuerza del
Espíritu Santo que vendrá sobre Ustedes, y serán testigos míos en Jerusalem,
Judea y Samaría y hasta el confín del mundo” (Hechos de los Apóstoles
1: 8).
Con
esto se indica
que el talante genuino de lo cristiano, fiel a su originalidad en la persona
misma de Jesús, es incluyente, igualitario, reconocedor de la posibilidad que
todos tienen de ser amados y salvados por Dios, derribando las odiosas murallas
morales y religiosas que inventan estratos y clasificaciones, incompatibles con
el querer del Padre. Aquí reside la más poderosa motivación para el ecumenismo y para
el diálogo interreligioso.
Consideremos
cuántos escándalos hemos dado – y seguimos dando los cristianos – por manipular
arbitrariamente las intenciones de Dios, haciendo de la Iglesia una institución
estratificada y estratificadora, decidiendo requisitos morales y legales para
pertenecer a ella, con un comportamiento intransigente e inmisericorde,
sembrando dolor y tristeza en el corazón de tantos y tantas que no han visto
allí la Buena Noticia sino el proceder rígido de unos que dicen llamarse los
hombres de Dios, administradores exclusivos (?) de los dones de la salvación.
Sea
también el momento de considerar, en clave de crítica evangélica, el fenómeno de la globalización
económica, comunicativa, cultural, que decide desde hace un buen número de años
la vida del mundo. Se globalizan equitativamente los bienes de los países
africanos y latinoamericanos lo mismo que los de Estados Unidos, los
anglosajones, o los del llamado “tigre asiático” ? De dónde surgen las políticas y directrices
que regulan la economía del planeta?
Cómo entran allí los países del tercer mundo? Cuáles son los consumos
culturales dominantes?
Es
manifiesta la inequidad de este proceso global, sus resultados saltan a la
vista. Hasta ahora no hemos visto a los países del África Negra o de América
Latina entrar en igualdad de condiciones
a esta dinámica, los tratados de libre comercio recuerdan la coloquial ley del
embudo, “para mí lo ancho y para Usted lo agudo”, la sociedad del
consumismo primermundista invade todos los lugares y pone sus condiciones, los
desastres de la naturaleza afectan mucho más a las naciones empobrecidas, las
reglas que imponen las multinacionales generan una escandalosa desigualdad de
oportunidades.
En
su magisterio, Juan Pablo II se refirió con notable frecuencia a la “globalización
de la solidaridad”, explicitando sus reservas críticas frente a todo
este nuevo rostro del movimiento mundial
e internacional, y sirviendo un elemento juicioso para valorar la dinámica
contemporánea de los diversos países.
En
los ya lejanos años setenta el teórico de la comunicación, Marshall McLuhan, se
refería al mundo como la “aldea global”, presagiando todos
estos modernos adelantos que nos facilita la tecnología, que nos llevan a estar
en permanente y facilísimo contacto. Sin embargo, desde la mejor perspectiva
humanista y espiritual, es fundamental que nos interroguemos por los alcances
de esta globalización, pensando el asunto con las más elementales referencias
éticas e incluyentes.
Somos
conscientes del influjo universal de la fe cristiana, en sus múltiples
versiones y denominaciones históricas, el catolicismo, la ortodoxia, el protestantismo,
las comunidades reformadas, el anglicanismo.
Es el ímpetu misionero del cristianismo un
simple afán de proselitismo o de competencia entre sí o con otras tradiciones
religiosas, para lograr mayor número de adeptos y para brillar socialmente? O –
sinceramente – participando de los mismos sentimientos e intenciones del Señor
Jesús, nos preocupamos con seriedad apostólica por llevar un mensaje de sentido
trascendente para que la vida de muchos seres humanos obtenga un genuino
significado y sea vivida con la dignidad
propia de los hijos del mismo Padre?
Cuando
contemplamos la escena de la adoración de los reyes magos al Niño Jesús –
expresiva leyenda bíblica referida a la
universalidad de la salvación cristiana – debemos tener presente este elemento
como algo normativo para nuestra condición de seguidores del Evangelio: “Sucedió
que unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalem preguntando: Dónde está
el rey de los judíos recién nacido? Vimos surgir su estrella y venimos a
rendirle homenaje” (Mateo 2: 1-2).
Estos
tres hombres – Melchor, Gaspar y Baltasar – vienen a ser representación de la
humanidad entera, que se conmueve y goza con el anuncio y la realidad de un
Salvador que es para todas las naciones, y por eso sortean los diversos escollos
geográficos y humanos que se les presentan para lograr su propósito, como el de
la interferencia del maligno Herodes, que aparenta simpatía por su causa y les
dice:
“Averigüen con precisión lo referente al niño. Cuando lo encuentren, infórmenme
a mí, para que vaya también yo a rendirle homenaje” ( Mateo 2: 8). Bien sabemos que sus
intenciones eran otras, como las de tantos señores de la muerte, siempre
empeñados en hacer mal a muchos, en dar la espalda al amor de Dios, en negar la
projimidad, en sembrar violencia y desesperación.
Cómo
ser en nuestro tiempo hombres y mujeres universales, ecuménicos , como estos
tres magos del Oriente, para contrarrestar las innumerables exclusiones y
depredaciones fomentadas y realizadas por tantos Herodes? De qué manera nuestra
actitud humana y cristiana se hace servicio a esta causa de la inclusión, de la
fraternidad, de la cultura de la solidaridad, del diálogo y de la
tolerancia? Cómo nuestros estilos de
vida – inspirados en Jesús – se hacen antídotos que contraarrestan los efectos
nocivos del egoísmo-pecado individual y estructural?
Siguiendo
con la fascinación que suscita en nosotros este misterio bienaventurado de la
encarnación de Dios, unámonos a estos tres hombres: “De pronto, la estrella que habían
visto surgir, avanzaba ante ellos hasta detenerse sobre el lugar donde estaba
el niño. Al ver la estrella se llenaron de gozo inmenso. Entraron en la casa,
vieron al niño con su madre, María, y echándose por tierra, le rindieron
homenaje” (Mateo 2: 9-11).
Que
la conciencia de universalidad, de inclusión, de encarnación, que el Espíritu
suscita en nosotros ante este misterio admirable, nos lleve siempre por los
senderos de una mejor humanidad, la que el Padre – Madre Dios desea para todos
y para todas.
Antonio
José Sarmiento Nova,SJ - Alejandro Romero Sarmiento
No hay comentarios:
Publicar un comentario