Lecturas
1.
Exodo
34: 4 – 9
2.
Salmo
Daniel 3: 5 y 53 – 56
3.
2
Corintios 13: 11 – 13
4.
Juan
3: 16 – 18
Una notable preocupación que nos asiste cuando formulamos
estas reflexiones desde COMUNITAS MATUTINA es la de
garantizar que la proposición del mensaje cristiano en sus múltiples facetas y
contenidos sea fiel en la mayor medida posible a su realidad original y
originante, puesto que, por la presencia de tantas interpretaciones con sus correspondientes
prácticas, se dan distorsiones preocupantes, presentaciones incompletas de la
Buena Noticia, y con esto se permite que prosperen modos que podemos llamar
seudocristianos , reduciendo así la fuerza liberadora del Evangelio.
Por esto, una pregunta que debe estar siempre presente es:
cuál es la fuerza significativo – transformadora de estos lenguajes religiosos
y espirituales para conectar el mensaje con la vida real de las personas que
están dispuestas a acogerlo y a vivirlo? Un enfoque de respuesta se puede dar
por el lado de afirmar que predomina mucho más una interpretación religiosa que
profética, lugares comunes que se han implantado con el paso de los siglos, sin
tener en cuenta el estudio juicioso de los textos bíblicos y el desarrollo de
la teología, realidades estas últimas que no son tenidas en cuenta por muchos
pastores, sacerdotes, ministros, catequistas, y demás personas con la misión de
transmitir los contenidos de la fe.
Un excelente contexto para intentar respuestas más precisas a
la gran cuestión planteada es esta de celebrar y destacar hoy el misterio del
Dios trinitario, del Dios que es al mismo tiempo Padre, Hijo y Espíritu Santo,
la felicísima realidad comunitaria de Dios.
Lo que se nos propone es nada menos que la intimidad de Dios
y su dinamismo esencial de comunión y de relación. Dios es y vive y en
compañía, y su potencia vinculante es tal que se no se reserva para sí mismo
sino que se vuelca a toda la humanidad con lo que le es propio: crear, dar
vida, redimir, salvar, perdonar, liberar, amar, hacernos más humanos.
Los creyentes israelitas del Antiguo Testamento
experimentaron esto en toda su historia, descubrieron a Dios en su existencia
cotidiana, en sus biografías individuales y colectivas, en las contradicciones
y en la plenitud, en el fracaso y en la felicidad, en todo esto sintieron a un
Dios caminando con ellos, implicado, comprometido, siempre posibilitando mayor
libertad y humanidad, Dios cercano, Dios en el diario vivir: “Moisés
al momento se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: Si gozo de tu favor,
venga mi Señor con nosotros, aunque seamos un pueblo de cabeza dura, perdona
nuestras culpas y pecados y tómanos como tu pueblo” (Exodo 34: 8- 9).
Este Dios descubierto por ellos está siempre presente, se
convierte en garantía – principio y fundamento – de todo el devenir
histórico-experiencial de Israel. Es un Dios cuya tarea es la comunicación
permanente de su propia vida para que sus creaturas se mantengan en el
dinamismo original de su ser, El es “el Señor, el Dios compasivo y clemente,
paciente, rico en bondad y lealtad “ (Exodo 34: 6).
Cómo se da en nosotros la experiencia de Dios? Lo vemos
lejano, asentado en un espacio sacral, ante quien se siente más temor que amor?
El territorio de Dios es para nosotros algo desvinculado de la realidad, de nuestros gozos y
esperanzas, de nuestras tristezas y sufrimientos? Se nos queda la relación con
El en el escenario de lo religioso y sagrado?
O, más bien, lo descubrimos dándonos ser y sentido en todas
las concreciones de nuestra humanidad, en nuestros amores y en nuestra
sexualidad, en nuestro proceso de razón e inteligencia, en la lucha por la
justicia y por la dignidad, en la creación artística y en los desarrollos de la
cultura, en la construcción del conocimiento, en nuestro crecimiento personal y
social, en la manera como encaramos la adversidad, en nuestra actitud ante la
muerte y el sufrimiento, en la denuncia de la injusticia, en el esfuerzo
siempre constante por hacer de nuestro mundo el mejor ámbito de plenitud y
bienaventuranza?
Es Dios para nosotros el acontecimiento fundante de toda
nuestra condición humana, histórica, real, existencial? Y es la certeza que
tenemos de El el gran aval de que todo lo nuestro no concluye con la muerte
física?
El cántico de los tres jóvenes, que hoy se nos propone como
salmo y aclamación interleccional, tomado del libro de Daniel, es un elocuente
testimonio de la intervención liberadora que ellos viven como manifestación del
mismísimo Dios, Dios que bendice y sana, Dios que redime y salva, Dios de la
vida: “Bendito seas en el templo de tu santa gloria, a ti gloria y alabanza
eternamente” (Daniel 3: 53).
Se bendice cuando hay gratitud y reconocimiento, cuando se
experimentan beneficios de amor y vitalidad, cuando se descubre en la propia
vida la intervención de alguien interesado por nosotros, comprometido con
nosotros!
El ministerio de Pablo viviendo en sí mismo la certeza
salvadora del Señor Jesucristo, viéndose como un hombre nuevo gracias a El,
anunciando la Buena Noticia a tiempo y a destiempo, fundando comunidades
cristianas en diversos lugares del mundo entonces conocido, cultivándolas y
haciéndoles seguimiento cuidadoso, es el gran testimonio trinitario, que él
expresa en sus deseos mejores al concluír la II carta a los Corintios: “La
gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo
estén con todos ustedes” (2 Corintios 13: 13), que es hoy una de los
bellas fórmulas litúrgicas de saludo por parte del sacerdote al comenzar la
celebración de le eucaristía.
Esto es como decir: les deseo que todo el ser tripersonal de
Dios, toda la vitalidad en El contenida, esté siempre en sus vidas dándoles
sentido y bendición, sin concluír nunca, en el inagotable ejercicio teologal de
comunicación de sí mismo al ser humano.
La intención paulina al saludar a sus cristianos de Corinto
es desearles que Dios sea el configurador de la totalidad de todo lo que son y
hacen. Y esto vale también para nosotros y para los humanos de todos los
tiempos de la historia.
Un recuerdo de un movimiento de reflexión teológica y
pastoral que se dió en los años sesenta en algunos países del mundo anglosajón,
el nombre es estremecedor: la “teología de la muerte de Dios”,
contradictorio en sus términos, verdad? Fueron pensadores que quisieron
expresar con dramática honestidad la gran inquietud de una sociedad a la que le
resultaba insuficiente y pobre el modo tradicional de hablar de Dios y de
propiciar la relación con El, porque no iba con la conciencia social creciente
de autonomía y adultez.
El más célebre de esos escritos fue “Sincero para con Dios”
(Honest to God), del obispo anglicano John A.T. Robinson, de la diócesis
de Woolwich en Inglaterra, que dice así en un aparte del prefacio en el que
presenta su libro: “ En verdad, aunque evidentemente no estemos
en situación de hacerlo, puedo comprender al menos lo que quieren decir quienes
insisten en abandonar el uso de la palabra “Dios” durante una generación: tan
impregnada ha llegado a estar esta palabra de una cierta manera de pensar, que
quizás habremos de descartar para que el Evangelio continúe teniendo alguna
significación. Pues estoy convencido de que un abismo, cada vez más profundo,
ha ido fraguándose entre el sobrenaturalismo tradicional y ortodoxo que hasta
ahora ha encuadrado nuestra fe, y las categorías a las que habitualmente
confiere alguna significación el mundo “laico” (ROBINSON,John A.T.
Sincero para con Dios. Ediciones Ariel. Barcelona, 1969;pag. 24).
Cómo dejar atrás el Dios inaccesible, vigilante, judicial, generador
de miedos y culpas, sacral y autoritario, con su expresión en un tinglado
religioso meramente ritual, formal, jurídico, normativo, moralista, jerárquico,
para poder encontrarnos con el Padre de Jesús, solidario, cercano,
misericordioso, con el Hijo que es este Dios inserto en la historia, humano,
real , palpable, encarnado, compañero de camino, portador de lo esencial de la
divinidad y de la humanidad, con el Espíritu que es la vida de Dios en nosotros
haciendo humanidad y comunidad? A esta
inquietud responden las reflexiones del obispo Robinson en su revolucionario
escrito, y también las de muchos otros teólogos y teólogas preocupados de dar
al lenguaje sobre Dios un significado como el que está formulado en la
revelación bíblica: Dios es la profundidad de sentido y trascendencia en el
centro de la vida!
También este es el esfuerzo de Roger Lenaers en su texto
“Aunque no haya un Dios ahí arriba”, de Adolphe Gesché con “Dios para
pensar”, de Andrés Tornos en “Cuando hoy vivimos la fe”, de Hans
Küng en “Ser cristiano”, de
Elizabeth A. Johnson en “La búsqueda del Dios vivo”, de Karl Rahner en “Curso
fundamental sobre la fe”, de Luis González – Carvajal en “Esta es
nuestra fe: teología para universitarios”, de Xabier Pikaza en
“Descubrir el camino del Padre”, de Francisco con su documento
programático “La alegría del Evangelio”,
y así tantos buenos maestros y
autores contemporáneos que se interesan en la capacidad significativa y transformadora de lo que se dice acerca de
Dios para provocar vidas más libres, más cargadas de sentido y apertura a la
trascendencia, más humanas y divinas, más autónomas y adultas, más creativas y
esperanzadas.
Dios se entra en el ser humano a través de lo único
inteligible y real para el hombre mismo: su propia humanidad: “Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que quien crea en él no
muera, sino tenga vida eterna” (Juan : 16).
Lo humano es el
sacramento de Dios, y esto cobra decisiva y plena vigencia en Jesús, es el
Padre totalmente manifestado en el Hijo. Y esto llega a nosotros, y se torna
comprensión cabal y nueva manera de vivir, gracias al Espíritu. Este es el
dinamismo trinitario funcionando en el ser humano!
Y en todo esto lo que se pretende es que el acepta este don
se haga trinitario: que toda nuestra vida sea un resultado del amor del Padre –
Madre, es decir que seamos y hagamos como el Señor Jesús, y que sea el Espíritu
el que anime y conserve esta vitalidad dándonos el sentido de la nueva
creación.
Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,SJ
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