domingo, 8 de junio de 2014

COMUNITAS MATUTINA 8 DE JUNIO SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES



Lecturas
1.      Hechos 2: 1-11
2.      Salmo 103 : 1 y 24;29-34
3.      1 Corintios 12: 3-7 y 12-13
4.      Juan 20: 19-23
El texto de Juan que se nos propone en esta solemnidad de Pentecostés es definitivamente provocador y apasionante, porque lo que se evidencia en él es la realidad maravillosa, vital, plena de Dios, que es el Espíritu, el que nos hace sabios y libres, el que posibilita en nosotros la nueva creación, el que nos dota de talante profético y de imaginación creadora.
Hagamos simplemente el seguimiento del mismo, detectemos su pre-texto y su con-texto y hagamos el ejercicio de cotejarlo con nuestro relato de vida: ”Al atardecer de aquel día” (Juan 20:19), cuando la oscuridad invade todo, cuando las tinieblas hacen que perdamos el aliento, cuando recuerdos problemáticos, heridas no curadas, miedos ancestrales, egoísmos no resueltos , idolatrías que nos someten, nos llevan a un estado de opacidad y ceguera.
Pero, por oposición, es “el primer día de la semana” (Juan 20:19), es el tiempo en el que todo se hace nuevo, la irrupción de la nueva creación, es la novedad radical del ser y de la historia que rescata de la muerte, de la injusticia, del pecado, del sin sentido, y transforma todas esas señales de desencanto en la nueva manera de vivir que es propia del Señor Resucitado.
También hay que tener en cuenta  que “estaban los discípulos con las puertas bien cerradas” (Juan 20:19), miedos, durezas aparentes, intransigencias, egos inflados, posturas de autosuficiencia, engreimiento, absolutización de realidades que no salvan, máscaras, son  - entre muchas – señales indicativas de esa cerrazón, trasunto – por supuesto – de una inmensa vulnerabilidad y de un notable miedo a la libertad.
Nos dejamos llenar de miedos y desconfianzas, de inseguridades e imaginarios limitantes, todo esto hasta el punto de constituirse en impedimentos de nuestra felicidad y de nuestro legítimo derecho a una existencia con sentido.
Qué hacer? Se impone correr el riesgo de la libertad,  de romper con ese tinglado que nos paraliza , la “osadía de dejarse llevar” – en  palabras del inolvidable Padre Arrupe – , aquí es donde cabe escuchar esa voz que dice: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió , así yo los envío a ustedes” (Juan 20: 21).  Advirtiendo con meridiana claridad que esa paz no es conformismo ni ausencia de tensión y de confrontación.
La paz que proviene de Jesús – el legítimo don del Espíritu – remueve la conciencia, desarma las seguridades, inclusive las religiosas y morales, nos saca de la zona de confort, pone en tela de juicio nuestros valores y prioridades, y nos remite a una vida de autonomía, de opciones y actuaciones consistentes con el ímpetu renovador que se origina en el mismísimo Dios. Esto  es Pentecostés!!
Ese Jesús a quien escuchamos es nuestra verdadera identidad. En el descubrimos la dimensión más profunda y esclarecedora de todo lo real y de nuestra biografía, porque El, gracias al dinamismo del Espíritu – nos revela en simultaneidad salvadora el verdadero ser de Dios, en cuanto padre y madre, y también lo específico de nuestra condición humana.
Este es el contenido de eso que los orientales han llamado la iluminación de la conciencia, donde se llega al nivel de la sabiduría, del despojo del falso yo, para dejar que Dios establezca en nosotros la coincidencia con El a través de su hijo Jesús.  Así, basta escuchar esa voz que nace de nuestro fondo común y compartido para que notemos cómo esta vida nuestra se empieza a transformar.
Es el “aliento” que vuelve a nosotros, el soplo vital del Espíritu que irrumpe con intensidad, como en aquella mañana de Pentecostés: “De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban” (Hechos 2: 2).
 A la luz de esto vamos a revisar críticamente todo letargo y adormecimiento, ese mundo de ritualismos y formalidades, también el excesivo cuidado de la imagen, lo que ha dado en llamarse “políticamente correcto”, no siempre plausible desde la perspectiva ético – moral,  y el pacato  temor a anunciar la Buena Noticia como es ella en verdad.
Cuáles son aquellos aspectos de nuestra vida, también de la Iglesia, que demandan este estremecimiento del Espíritu? Qué es lo que frena el impacto liberador del Evangelio, lo que hace que el proyecto de Jesús no sea atractivo porque es presentado m de modo más religioso que profético?  Cómo sacudirnos de esa pesadez institucional y hacer que todo lo normativo y reglamentario se sature del Espíritu para que cumpla con su verdadera función?
Cómo dejar atrás el anquilosamiento, el predominio en nosotros del personaje sobre la verdad del ser?  Estas y muchas otras cuestiones cobran definitiva prioridad en esta lógica del Espíritu, porque es la apuesta del Señor Jesús, la de configurar hombres y mujeres libres para Dios, para la humanidad, para una existencia creadora y generadora de sentido y de esperanza.
Miremos este mundo de fundamentalismos políticos y religiosos, de mapas mentales que determinan con egoísmo la vida de las personas, de modelos sociales que legitiman la injusticia, de silencios miedosos que socavan la intrepidez de la profecía de Jesús, de utilizaciones y manipulaciones de Dios para justificar ideologías excluyentes, dogmatismos sin base liberadora,  afán de erigirse unos como dominadores de los otros, y contrastémoslo todo con la intervención del Espíritu: es el tiempo de hacer explícita la intención divina de acoger a todos los humanos, en el más puro ecumenismo; es el tiempo de llamar a las cosas por su nombre; es el tiempo de no empobrecer la condición humana  con estereotipos que no favorecen la dignidad; es el tiempo de ser verdaderamente hijos de Dios y prójimos dispuestos a dar lo mejor de sí mismos para que en cada ser humano brille la dignidad del creador.
Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse” ( Hechos 2: 3-4).  Hacer una interpretación literal del texto es empobrecerlo  convirtiéndolo en la simple anécdota de un prodigio inexplicable, pero si corremos el riesgo de dar el salto cualitativo nos vamos a encontrar con la acción teologal que saca al ser humano de su estrechez:
-          Es el descubrimiento feliz de que Dios no es patrimonio de una élite, sino beneficio liberador para todos los seres humanos, es la universalidad de la salvación, iniciativa del Señor que traspasa toda frontera.
-          Es así mismo el reconocimiento de lo diverso y plural inherente al ser humano, sus múltiples culturas y lenguaje, la riqueza incontenible de estas realidades, la diversa fecundidad de Dios y de sus creaturas,
-          Pero es también la constatación de que en esa desbordante diversidad hay un principio unificante que viene a ser como la savia que da coherencia y armonía – lo uno en lo múltiple – a toda la realidad de los humanos, de la creación, de la historia: “Existen diversos dones espirituales, pero un mismo Espíritu; existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en todos” (1 Corintios 12: 4 – 6).
Una muy buena y densa reflexión para este Pentecostés puede partir de la pregunta: porqué sofocamos a Dios, al Espíritu, por qué lo limitamos con nuestros esquemas que constriñen, porque los revestimos de ideologías seudorreligiosas tan poco compatibles con la libertad de Jesús?
Miremos más bien – y que esto sea elemento fundante de nuestra esperanza – al Espíritu que anima la Iglesia y la hace creativa, la sana de sus inconsistencias y la remite siempre al Evangelio; al que suscita la profecía y el carisma siempre en clave de la Buena Noticia; al que lo hace todo nuevo; al que nos despierta de la pasividad y nos lanza a la misión, al que suscita al Señor Jesús tan profunda y radicalmente humano porque es radical y profundamente divino, y nos inserta salvíficamente para que participemos de esa misma misión e identidad, hecho en el que supera la precariedad humana en trance de muerte y se abre a la plenitud del Padre, para ser salvada – liberada y justificada.
Examinemos con la óptica del Espíritu las desuniones, discordias, rupturas, descalificaciones, excomuniones, entre unos cristianos y otros, y asumamos esta pluralidad de denominaciones desde una perspectiva de recuperación permanente de lo original cristiano.
El auténtico diálogo ecuménico es el que pasa por reconocer que “todo lo realiza el mismo y único Espíritu repartiendo a cada uno como quiere. Como el cuerpo, que siendo uno, tiene muchos miembros, y los miembros, siendo muchos, forman un solo cuerpo, así también Cristo” (1 Corintios 12: 11-12).
Sin incurrir en un pacifismo ingenuo podemos decir que cada interpretación cristiana – gracias al don del Espíritu – tiene una honesta intención de aproximarse de la mejor manera  a la genuina realidad de Jesús.
 Así católicos, ortodoxos, luteranos, anglicanos, metodistas, bautistas, reformados, presbiterianos,pentecostales, van  haciendo énfasis en elementos   que los otros desconocen o disminuyen. Y en todo ese inmenso tejido se va construyendo cabalmente el verdadero ser y quehacer del Señor: “Todos nosotros, judíos o griegos, esclavos o libres, nos hemos bautizado en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, y hemos bebido un solo Espíritu” (1 Corintios 12: ).
Y – por supuesto – desde esta riquísima diversidad cristiana podemos estar abiertos por el Espíritu a sus inagotables evidencias en la multiplicidad humana, espiritual, religiosa, de todas las creaturas de Dios. Un seguidor de Jesucristo se legitima si es dueño de una vigorosa identidad evangélica, en la que destacan la más generosa apertura y respeto a todos los credos, a todas las sabidurías, a todos los humanismos.

Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,S.J.

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