Lecturas
1.
Isaías
55: 10 – 11
2.
Salmo
64: 10 – 14
3.
Romanos
8: 18 – 23
4.
Mateo
13: 1 – 23
La Palabra de Dios es viva, ella no es un simple vocablo
dicho al azar, es capaz de fecundar, de engendrar y generar vitalidad de Dios
en el ser humano, en la historia, en la dinámica social, en la creación, en
toda la realidad. Y la fidelidad del creyente, atento a esta Palabra, se mide
desde el criterio de “dejarse” llevar por la misma, ser recipiente fecundo, con
la certeza de que allí no se le sembrarán cosas contrarias a su dignidad, a sus
deseos de felicidad y de sentido. Es una Palabra esperanzadora, re-creadora,
portadora del mismo ser creador de Dios.
Palabra , en el contexto bíblico, es Dios haciendo lo que El
sabe hacer – lo único – crear, dar de su vida a la creatura, re – crear,
salvar, redimir, liberar. La historia del pueblo hebreo está marcada por este
Yahvé apalabrado, decidor y hacedor de vida, todo en un proceso que está en
constante maduración y evolución, hasta que El se dice de modo pleno,
definitivo, en la Palabra por excelencia que es el Verbo, el que se hace
humanidad, historia, realidad existencial, el que se implica en todo lo
nuestro, con amor total, también con dolor para ser re-significado: “La
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1 : 14).
En hebreo se dice “dabar”, término que significa todo
esto que acabamos de decir y mucho más, es la Palabra eficaz, en la que Dios se
dice a sí mismo para infundirse vitalmente en las creaturas. Cuánto significado
tiene esto en un mundo que intenta asfixiar y esterilizar, que no escucha, sólo
atiende a lo productivo, a lo que da resultados palpables , financieros,
laborales, tecnológicos, poniendo en un rincón la esencialidad del ser y de su
posibilidad trascendente.
Cuál es nuestra tarea creyente? Cuál nuestro aporte a un
mundo más fecundo, más capaz de vivir la explosión de la vida, más abierto a lo
que definitivamente permanece superando la transitoriedad propia de tantas realidades
humanas? Más dispuesto a la escucha fecunda? Cómo aportar semillas que se traduzcan luego
en cosechas de humanismo, de bienaventuranza, de salud emocional y espiritual,
de compromiso solidario, de sentido decisivo de Dios y de la humanidad?
Cómo hacer vigentes en nuestros estilos de vida y
realizaciones estas palabras?: “Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y
no vuelven allá, sino que empapan la tierra y la hacen germinar, para que dé
semilla al sembrador y pan para comer, así será mi Palabra, que sale de mi
boca; no volverá a mi vacía, sino que hará mi voluntad y hará mi encargo”
(Isaías 55: 10 -11).
Es frecuente constatar el escepticismo que producen en muchos
de nosotros las palabras de los gobernantes, de los políticos, de los candidatos
a ser elegidos a lo que sea, de los empresarios, incluso de algunos líderes
religiosos. Ante esto, cómo decirnos responsablemente, fielmente,
comprometidamente, cómo dotar a nuestras palabras de contenido serio, cómo ser
nosotros mismos palabra creíble?
En nuestro medio
latinoamericano nos referimos a esto como “carreta”, “rollo”, “cháchara”.
Tantas promesas vanas, tantos compromisos hechos aprovechando el frenesí
electoral, luego desechados cuando ya se está en el poder. Palabras vacías,
estériles….. es como decir “te amo, eres mi vida” y luego vivir de modo
contrario a lo proclamado!!!! Pero….. Dios no se anda con rodeos, el decirse de
El siempre tiene implicaciones transformadoras, liberadoras, su Palabra es por
sí misma dadora de vida y de razones para la esperanza, provocadora de cambios
cualitativos en nosotros y en nuestro mundo.
En este mismo sentido viene el texto de Mateo, ampliamente
conocido, la parábola del sembrador, una historieta cargada de la sabia
pedagogía de Jesús para comunicar la nueva lógica vital, creativa, estimulante,
del reino de Dios y su justicia. Es justamente la dramatización de las
diferentes actitudes – fecundas, estériles, indiferentes, entusiastas al
principio y luego nada de nada – que tenemos los humanos ante esta apasionante
propuesta del Señor, imágenes
provenientes de nuestra cotidianidad,
nos pasan cada día, incluso sin que tengamos advertencia crítica sobre ellas.
Que esta Palabra nos induzca a hacernos un “test” para
valorar nuestras disposiciones para la escucha, para ser tierra fértil. Podemos incluír en esa autovaloración algunos
de estos elementos:
-
Vivimos
afanados por lo inmediato, por lo que está en la agenda y es impostergable,
porque además nos produce buenos dividendos?
-
Cargamos
ladrillos a esta cultura de la velocidad, del funcionamiento sin parar,
intenso, extenuante, con eso que los norteamericanos llaman el “workholic”,
trabajadores compulsivos que se olvidan de su propio ser, de los suyos, de sus
responsabilidades esenciales?
-
Estamos
inmersos en la cultura digital: siempre conectados a la red, i-pads, tablets,
celulares de última generación, nos desesperamos si no tenemos esto a la mano,
pero somos incapaces de la mirada frente a frente, del arriesgarnos a la
comunicación profunda, al silencio, a la contemplación del Misterio?
-
Somos
importantes y reconocidos, con agendas muy “serias”, nuestra pared llena de
diplomas, nuestros curriculums saturados de logros, y el corazón, la escuela
del afecto, Dios, los otros, la gracia de vivir: qué?
-
Dejamos
de lado la gratuidad, los bellos amores inmerecidos, la libertad, la alegría,
la fiesta, el juego?
Es muy conveniente dejar claro que esto de escuchar la
Palabra no se queda en el clásico
estereotipo de los “convertidos” que se vuelven beatos , rezanderos, olorosos a
sacristía. Tal es una de las actitudes
más reticentes a los estupendos resultados que puede causar en nosotros la
semilla del reino de Dios y su justicia.
Recordemos cuánto
repugnaron al Señor Jesús los fariseos y los escribas, los sacerdotes del templo
y los que presumían de ser muy santos y religiosos: “Ay de ustedes, letrados y
fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados : por fuera son
hermosos, por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de
inmundicia!” (Mateo 23: 27). Qué tal la severidad de estas palabras?
La apuesta es para que seamos unos maravillosos seres
humanos, conscientes de nuestros límites y también de nuestras posibilidades,
siempre abiertos a Dios, a las personas en sus muchas realidades y contextos, a
los retos que nos invitan a salir de cerrazones y temores, a las parálisis, a los golpes de la baja
autoestima, al pesimismo, dejando de lado el obrar siempre guiados por
reglamentos para acceder a una existencia llevada por el Espíritu.
En definitiva para ser
a carta cabal eso que decimos – tan sencillo en su formulación pero tan
exigente en vivencia – buenas personas, buena gente, limpios, sin agendas
ocultas, solidarios, comprometidos, transformadores, libres y liberadores,
amorosos, con vigor y ternura simultáneos, serviciales, participativos, siempre
creadores de nuevas posibilidades para todos. Este es el terreno apto para la
semilla del Reino!
Tomemos literalmente el texto, sigamos atentamente cada una
de sus partes, y hagamos una práctica de identificación con cada uno de los
terrenos que allí se señalan. En cuál estamos? En la orilla del camino? En el
pedregal? En los espinos? O en la tierra
fértil? Qué aspectos de nuestra vida nos tienen en uno o en otro? Qué nos
impide la escucha fiel, la fecundidad? Qué la hace posible? La recomendación es
tomar el cuaderno de reflexiones personales e ir escribiendo en columnas lo que
esté en cada categoría, para al final tener una visualización objetiva de lo
que somos y hacemos en este orden de cosas.
Tengan la seguridad de
que será un ejercicio muy práctico, esclarecedor, de insospechable crecimiento
y luminosidad.
Los invitamos también a identificar personas conocidas por
ustedes mismo-as, como buenos referentes
de identidad, de esos que viven libres, que se apasionan por la felicidad de
los demás, que no son “fans” de ideologías, de fundamentalismos, que no andan
lanza en ristre viendo a los otros como potenciales adversarios, que gozan con
las cosas sencillas de la vida, que no andan matrículados en posturas furiosas
e irascibles, que no son adictos a tecnologías, que viven en una saludable
relatividad, sabiendo que el “principio y fundamento” está en OTRA PARTE, y que
esta última sí es la decisiva.
Qué semilla siembran en nosotros estas bellas gentes? Qué
germinalidad, qué fecundidad florece en nosotros? Somos buena cosecha? : “Otras
cayeron en tierra fértil y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras
treinta. El que tenga oídos que escuche” (Mateo 23: 8). Dónde están y
cuáles son nuestros espinos, pedregales, arideces, las inútiles preocupaciones
que no nos dejan entrar en el gozo del
Reino, en la nueva manera de vivir que
viene con Jesús? Qué favorece en nosotros la fertilidad humana y espiritual?
Todo esto viene a entenderse desde la perspectiva de eso que
en los escritos paulinos se llama la VIDA EN EL ESPIRITU, asunto clave al que
está especialmente dedicado el capítulo 8 de la Carta a los Romanos, del que
proviene la segunda lectura de este domingo, ya iniciada el anterior.
Esta vitalidad consiste en que Dios habita en la persona
agraciada por el don, que para nosotros tiene particular concreción en las
BIENAVENTURANZAS (Mateo capítulos 5,6,7), podemos hablar así del perfil ideal
de un ser humano según el proyecto de Jesús, realidad que es lograda gracias a
la acción del Espíritu: “Estimo que los sufrimientos del tiempo
presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de revelar en nosotros.
La humanidad aguarda ansiosamente que se revelen los hijos de Dios. Ella fue
sometida al fracaso, no voluntariamente sino por imposición de otro; pero esta
humanidad tiene la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la
corrupción para obtener la gloriosa libertad de los hijos de Dios”
(Romanos 8: 18 – 21).
Cuántos egoísmos vueltos fraternidad! Cuántos endurecimientos
transformados en sensibilidad! Cuántos aislamientos hechos solidaridad! Cuántos
consumismos convertidos en comunión! Cuántas cegueras vueltas luminosidad!
Cuántas enfermedades trocadas en salud! Cuántos pesimismos re-significados en
esperanza! Cuántas vidas fracturadas,
ahora articuladas y coherentes! Esta es la humanidad en la que es felizmente
viable aquello de “poseer las primicias del Espíritu”
(Romanos 8: 23)
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