domingo, 27 de julio de 2014

COMUNITAS MATUTINA 27 DE JULIO DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      1 Reyes 3: 5 – 12
2.      Salmo  118
3.      Romanos 8: 28 – 30
4.      Mateo 13: 44 – 52
Al comenzar la reflexión de este domingo queremos proponer a nuestros lectores que hagan conciencia de la gran tragedia humanitaria que se vive en la franja de Gaza, la población palestina que habita este pequeño territorio  - 1.800.000 personas ! – expuesta al bombardeo sistemático por parte del ejército de Israel, sin tener ellos responsabilidad en las iniciativas guerreras de los grupos que quieren emprender una confrontación con Israel.
 Cuántos inocentes han caído, como suele suceder en estas absurdas guerras, cuánta inestabilidad!  Cuánta inaceptable beligerancia, cuánta angustia y sufrimiento. Qué dicen los grandes centros de poder del mundo: Casa Blanca, Kremlin, Elíseo?
También la tragedia de los dos aviones de Malaysia Airlines, el uno desaparecido en forma misteriosa hace varios meses, el otro abatido por un misil, probablemente ruso. Igual situación: los ciudadanos de bien  caen víctimas de las intolerancias de los poderosos. Cuáles son los criterios y las motivaciones que inspiran las decisiones de estas personas constituídas en poder: sí les alcanzan la mente y el poder para pensar en el bien común, para ejercer el mismo en aras del respeto a cada persona,  caben en ellos los grandes requerimientos de la dignidad humana?
En nuestro país, la reciente jornada de elecciones presidenciales fue penosa, los candidatos se descalificaron mutuamente, su campaña careció de grandeza, era una tensión entre dos posturas de poder igualmente desatinadas en la inmensa mayoría de sus decisiones y realizaciones. Pareciera que las implicaciones de la sabiduría y de la sensatez, de la justicia y la ecuanimidad no tuvieran que ver con ellos.
En el texto de la primera lectura se refiere a los dones que Dios concede al gobernante para el ejercicio pulcro y acertado de su misión, y lo personifica en el rey Salomón, quien demanda al Señor: “Enséñame a escuchar para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal; si no, quien podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?” (1 Reyes 3: 9).
Este rey es consciente de la inmensa exigencia contenida en esta misión, y por eso sabe que por sus propias fuerzas no podrá cumplir cabalmente lo que se le ha asignado. En esta feria de egos desmedidos que se vive en el mundo del poder habrá espacio para invocar este don de discernimiento inspirador de las mejores y más justas decisiones? Qué dirán a esto los habitantes de la franja de Gaza, los familiares de las víctimas de los dos accidentes aéreos, los ciudadanos de bien en Colombia, los pobres e indefensos desplazados por la violencia?
Pero estas reflexiones no se pueden limitar a personas y hechos que están fuera de nosotros, también el discernimiento y la sabiduría nos implican  personalmente porque  todo ser humano está llamado a una vida sabia y responsable. Vale la pena que en este momento pensemos en tantas decisiones que se toman simplemente por impulsos, por una especie de dinámica instintiva, por gustos e intereses excesivamente subjetivos y egoístas, por deseos de autosatisfacción, prescindiendo de los retos de lo social, del reconocimiento de los demás en la propia vida.
Cuánta injusticia, cuánto egoísmo se derivan de aquí. Cómo acceder a este espíritu sabio, capaz de ponderar en un ejercicio de estimativa moral las diversas alternativas que se nos ofrecen cuando estamos en trance de decidir? Cómo formar hombres y mujeres en esta clave de una opción fundamental estructurante de todo el proyecto de vida de quienes se comprometen en esta perspectiva?
La sabiduría para vivir y decidir es don de Dios: “Por haber pedido esto, y no haber pedido una vida larga, ni haber pedido riquezas, ni haber pedido la vida de tus enemigos, sino inteligencia para acertar en el gobierno, te daré lo que has pedido: una mente sabia y prudente, como no la hubo antes ni la habrá después de ti” (1 Reyes 3:  10 – 12).
 La gracia que proviene de El – lo sabemos bien – siempre se traduce en evidencias de mejor humanidad, de mayor rectitud, de bienaventuranza, de pasión por la dignidad de los seres humanos, de compromiso con la justicia, de sensatez en la toma de decisiones, de criterios ponderados para valorar a las personas y a las manifestaciones de la vida, de sentido trascendente de la existencia, de honestidad a prueba de fuego.
Qué grato es encontrarse con personas que son y viven así, qué apasionante es dejar que en nosotros sucedan estas realidades de trascendencia, dejando atrás esa vida “domesticada” a la que nos someten las presiones sociales, los imaginarios, las dinámicas impuestas por los medios de comunicación, y todo esto sin presumir, ausentes de la vanagloria, en el mejor estilo de humildad propio de los hombres y mujeres que se saben inscritos en el amor de Dios y beneficiados gratuitamente por el mismo.
Esta bienaventuranza halla cabal expresión en este salmo:  “Dichosos los de conducta intachable, que siguen la voluntad del Señor. Dichosos los que guardan sus preceptos y lo buscan de todo corazón, los que, sin cometer iniquidad, andan por sus caminos” (Salmo 118: 1 – 3).
Cuántas veces el ser humano se quiebra la cabeza y la vida misma persiguiendo la felicidad, inventando paraísos artificiales, absolutizando realidades que apenas son medios y, por lo mismo, relativas; y también, cuántas frustraciones, vacíos y fracasos, sufrimientos y experiencias amargas!  Cómo trabajar para la auténtica felicidad, la que se arraiga en la sabiduría teologal, la que nos hace felizmente conscientes de nuestros límites y nos dota de un sano realismo para disfrutar de la vida, amar apasionadamente a Dios y a la humanidad, y apostarlo todo por la dignidad y la transparencia?
La carta de Pablo a los Romanos contiene respuestas a estas inquietudes fundamentales cuando se empeña en hacernos conscientes de que Dios es el arquitecto, el constructor de esta nueva manera de ser humanos que tiene su referencia esencial en la persona del Señor Jesucristo: “A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera El el primogénito de muchos hermanos. A los que había destinado los llamó, a los que llamó los hizo justos, a los que hizo justos los glorificó” (Romanos 8: 29 – 30).
Con esto podemos afirmar, con gran esperanza, que la humanidad toda y cada hombre – mujer en particular, es la opción preferencial de Dios. A El sólo le interesa nuestra plena realización en cuanto humanos configurándonos con su Hijo Jesús, en quien El nos revela justamente la mejor definición de humanidad. Dios se dice a sí mismo en Jesucristo y en cada persona que se deja modelar por El.
No queremos  hacer una afirmación triunfalista y excluyente de que sólo en lo cristiano se da la verdadera plenitud humana. Quien se toma en serio como seguidor de Jesús necesariamente se hace persona abierta, dialogante, reconocedora de lo diverso y respetuosa de esta plural abundancia de manifestaciones de la verdad, de la bondad, de las mejores cualidades que nos han de adornar y – sin sacrificar la identidad específica del cristianismo – ingresa feliz en un mundo de comunión, de apertura, de encuentro gozoso con la diversidad de convicciones espirituales y religiosas, de énfasis antropológicos, siempre en esa entrañable perspectiva de lo auténticamente humano y divino.
Este es el caldo de cultivo del reino de Dios y su justicia, del nuevo orden de cosas del que es portador Jesús para dar esperanza y sentido, presentando de tal manera el carácter definitivo de su valor que suscita gente como la que presenta una de las parábolas de este domingo: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: lo descubre un hombre , lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo” (Mateo 13: 44).
Cuáles son aquellas realidades que nos entusiasman tanto hasta el punto de transformar nuestra vida, que cambian nuestra escala de valores y prioridades, que nos llenan de un sentimiento y convicción de satisfacción, que nos mueven a ser extremadamente generosos, a no escatimar esfuerzos para dar realidad a estos nuevos motivos liberadores y re-significadores de nuestros relatos de vida?
Pensamos que este conjunto de parábolas, tan sencillas y elementales en su formulación, nos dan para descubrir con ilusión que la existencia cristiana, el seguimiento de Jesús, no es la adhesión a una institución que nos impone rituales, doctrinas, normas, y que nos asusta con el castigo si no cumplimos totalmente estas exigencias. El sendero cristiano es la adhesión enamorada a Jesús, y a la totalidad de lo que es El, lo que San Ignacio en el texto de los Ejercicios Espirituales llama el “conocimiento interno”, que no es otra cosa que configurar todo nuestro ser y quehacer con El mismo Señor.
Bueno, digamos que Dios es como estar enamorado. Cuando los humanos nos sentimos así nos experimentamos mejores, sanos, libres, surgen en nosotros las mejores virtudes, entendemos y aceptamos a los demás, nos comprometemos con seriedad en nobles ideales, el espíritu de ayuda y de solidaridad florecen espontáneamente, la honestidad se convierte en un componente esencial de nuestras biografías, nada nos produce reticencia, estamos resueltos a vivir con el mismo ánimo que estimuló con tantísima pasión la vida de Pedro, de Pablo, de María Magdalena, de los primeros discípulos, ellos que dejaron todo lo suyo para seguir este apasionante programa de vida.


Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,SJ

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