Lecturas
1.
Zacarías
9: 9 – 10
2.
Salmo
144: 1 – 14
3.
Romanos
8: 9 – 13
4.
Mateo
11: 25 – 30
A tres realidades fundamentales de la fe cristiana nos
remiten los textos de este domingo:
-
A
hacernos conscientes de que el mesianismo de Jesús es humilde, desposeído de
poder y de espectacularidad.
-
A
asumir la vida en el Espíritu como la
nueva manera de ser y proceder en cuanto seguidores de Jesús, a superar la
condición de una vida instintiva evolucionando hacia una vida de serena y
madura libertad en el Señor.
-
A
valorar lo humilde, lo oculto, lo que no hace alarde, a una existencia así, como respuesta contracultural a las
arrogancias y prepotencias de muchos en el mundo, incluso en los ambientes religiosos.
Con respecto a lo primero, bien sabemos que el poder llama
poderosamente la atención, y con esto todos
los estilos, procedimientos y realizaciones que lo acompañan. Es una eterna
tentación de la humanidad, recordando que los humanos somos muy dados a
dejarnos seducir por esta alternativa, bien porque directamente nos implicamos
en ella, bien porque nos convertimos en aduladores de los poderosos, o porque
nos parece que si en nuestra vida no hay poder seremos unos fracasados.
Justamente en el contexto israelita había numerosos creyentes
y grupos que aguardaban un mesías prodigioso, triunfante, como respuesta a sus
muchas frustraciones históricas, religiosas. Este mesías poderoso sería el
llamado a reivindicar ante las naciones la dignidad de este pueblo. Sin
embargo, veamos cómo lo sugiere Zacarías, en el brevísimo texto de la primera
lectura de hoy: “Alégrate, ciudad de Sión: grita de júbilo, Jerusalén; mira a tu rey que
está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de
burra” (Zacarías 9: 9).
Es elocuentísimo el significado del burro, un animal que es
sinónimo de discreción, de pobreza, de austeridad, de negativa a las vanidades
(los ricos no cabalgan en ellos, es el animal favorito de los pobres!!). El
anuncio profético de Zacarías propone un tipo de Mesías de “bajo perfil”, cuyo
gran bien es la paz: “proclamará la paz a las naciones”
(Zacarías 9:10), esta es su gran oferta de sentido para Israel.
Todos somos conscientes de que también en la Iglesia se nos
han filtrado los criterios del poder y de la autosuficiencia, llegando a
oscurecer en no pocos casos la humilde originalidad del Señor Jesús y de los
primeros discípulos. Son las consecuencias de una inculturación no discernida,
de ausencia del Espíritu, de carencia de oración y de genuina apertura a la
acción de Dios en los últimos del mundo.
Los papas de la alta edad media y del renacimiento se
convencieron a sí mismos – también hay que ver que todo el entorno lo
favorecía! – de ser ellos unos soberanos de superioridad incomparable, con más
dedicación a la política eclesiástica y mundana que al anuncio del Evangelio,
las cosas de la Iglesia dieron prelación a lo institucional con detrimento del
carisma y de la profecía, negando de modo flagrante los orígenes mismos de la fe
cristiana, surgida en un contexto de marginalidad y de pobreza.
Estas discretas palabras de Zacarías vienen a tener mayor
fuerza expresiva cuando leemos su complemento en Mateo: “Te alabo, Padre , Señor del cielo
y de la tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las
diste a conocer a la gente sencilla” (Mateo 11: 25).
Potentísima expresión
que pone de presente un requerimiento clave para captar la lógica de Jesús, la
lógica del reino de Dios y su justicia: no es en los “egos” cargados de
importancia social, en los títulos y ancestros, en los indicadores de poder, en
las influencias, en los aplausos sociales, sino en el corazón desposeído,
abierto, dispuesto a trascender, donde se cultivan los gérmenes de esta nueva
humanidad de la que es portador el Señor Jesucristo.
A este respecto vale la pena recordar a algunos hombres
hondamente evangélicos que en el siglo XX fueron testigos de esta sencillez
evangélica:
-
Carlos de Foucauld, francés (1856 – 1916), fue primero – como San Ignacio de
Loyola – un “soldado desgarrado y vano” , sirvió como oficial de la Legión Extranjera en Argelia,
luego de una vida mundana y egoísta tiene una profunda experiencia religiosa
que lo lleva a dejar todo ese universo, para convertirse en místico y sacerdote,
viviendo en el desierto argelino, donde es asesinado el 1 de diciembre de 1916
por los mismos “tuaregs”, a quienes dedicó su existencia. Es el padre
contemporáneo de la espiritualidad del desierto, beatificado por Benedicto XVI
el 13 de noviembre de 2005.
-
René Voillaume (1905 – 2003), también francés, es el fundador de la Congregación de los
Pequeños Hermanitos del Evangelio, masculina y femenina, que explicita la
espiritualidad del Beato de Foucauld.
Muchos escritos, grandes aportes al dinamismo eclesial posterior al Concilio
Vaticano II, y una vida pobre y servidora caracterizan a este santo hombre de
Dios.
-
Carlo Carretto (1910 – 1988), pertenece a esta misma tendencia evangélica, italiano,
también seguidor de Jesús a través del carisma de Foucauld y Voillaume, y
responsable de numerosos y muy cualificados textos de espiritualidad, en esta
perspectiva de la “pequeñez” evangélica.
-
Arturo Paoli, italiano, nacido en 1912 y felizmente vivo, hace parte de esta
congregación, vivió un buen número de años en Buenos Aires, donde trabajaba
como recogedor de basuras, al tiempo con su ministerio de sacerdote, sus
retiros espirituales, y sus escritos como “La persona , el mundo y Dios”,
“Diálogos de la Liberación”, “La perspectiva política de San Lucas”.
Con estas cuatro referencias simplemente queremos dejar el
mensaje de esta mentalidad de clarísima raigambre evangélica, la de lo oculto,
lo no clamoroso, lo referido a la pureza de corazón y de mente, la limpieza del
ser, verdadero ámbito en el que se cultiva un ser humano libre de los
condicionamientos del poder, dispuesto en la mayor medida posible para el amor
a Dios y a la humanidad, sin las ambiciones que rompen el interior de las
personas, esfuerzos vanos a los que tantos se dedican deshaciendo en sí mismos
la posibilidad de trascendencia.
Porque – dejémoslo claro – el amor es lo que salva, lo que da
sentido, lo que redime la existencia humana, lo que transforma esta soberbia a
la que somos tan dados: “Vengan a mí los que están cansados y
agobiados y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy
tolerante y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su vida. Porque mi
yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11: 28 – 30).
Cómo estamos en este aspecto? Somos dueños de una poderosa y
prestigiosa “egoteca”? Vamos por la vida afanados haciendo carrera, buscando
posiciones, queriendo brillar en los más selectos círculos sociales,
frecuentando a famosos y poderosos, luciendo todo lo que la sociedad pide para
ser importantes? Nuestra energía personal se apuesta a estas mundanidades?
Subestimamos a quienes no son así, pensamos que son de energía baja, que no
tienen los alientos nuestros para sobresalir? Nos parece que ser humildes,
prudentes, es necedad y tontería, porque nos niega posibilidades para los
intereses del poder y de la fama?
Les proponemos el ejercicio de pensar y de sentir ponderando
el camino de la prepotencia y el camino de la humildad , siguiendo la lógica
ignaciana contenida en la meditación de dos banderas. Qué me pasa, cómo me veo,
cómo me siento, cuando me doy al vano honor del mundo? Qué me pasa, cómo me
veo, cómo me siento, cuando resuelvo que mi vida se enmarque en la humildad y
la sencillez? Hagámoslo con valentía, tengamos la osadía de dejarnos llevar, lo
que está en juego es nuestro verdadero ser, nuestra genuina humanidad. Qué me
pasa si soy sencillo, humilde, manso? Lo dejamos a su consideración!
Esto es lo que nos puede suceder – felizmente! – si decidimos
comprometernos en la vida según el Espíritu, no viviendo por los impulsos e
instintos que se cultivan en nosotros cuando deponemos nuestra libertad e hipotecándonos
al poder, al prestigio, sino dejándonos tomar por Dios, por su vitalidad
liberadora: “Pero ustedes no están animados por los bajos instintos, sino por el
Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes” (Romanos 8: 9).
En los escritos paulinos se utiliza el término griego metanoia
- metanoia, para referirse a la nueva
mentalidad, la nueva vida, que se produce en la persona que se deja llevar por
Jesús, que es – en sentido estricto –
una conversión, un giro radical de la vida en el que se modifican de raíz las
motivaciones, los valores, las actitudes, las intencionalidades, las conductas.
Pues bien, esto nos ayuda a hacernos conscientes de que nos movemos en un permanente proceso de
sentirnos atraídos por estas vanidades, por estos afectos desordenados, por
buscar con afán la importancia de ser aplaudidos, por tener poder, pero también
al mismo tiempo constatamos que hay
“algo más”, eso definitivo en términos
de autenticidad, porque sí trasciende. Y esto procede de Dios: es la vida en el
Espíritu! Es cuando se dan las condiciones para convertirnos a esta nueva vida,
proceso que , si es asumido con seriedad, dura hasta el momento en que seamos
llamados por el Señor al encuentro pleno.
San Pablo habla de “instintivo” atendiendo a todo aquello que
no es discernido, que nos mueve primariamente sin sentido crítico, que nos hace
plegarnos a estos criterios de orgullo, de poder, de afirmación vanidosa de
nosotros, y - por el contrario - nos
insta a dejarnos llevar por la gratuidad del Espíritu, en la que se configura y
modela una realidad sustancialmente novedosa y liberadora: “ Y si
el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en ustedes, el que
resucitó a Cristo de la muerte dará vida a sus cuerpos mortales, por el
Espíritu suyo que habita en ustedes” (Romanos 8: 11).
Nueva vida: libertad, coherencia interior, bienaventuranza,
simplicidad, comunión, solidaridad, servicio, projimidad, donación de sí mismo,
filiación fraternidad, rasgos fundamentales del nuevo ser humano según el
proyecto de Jesús.
Alejandro Romero
Sarmiento - Antonio José Sarmiento Nova,SJ
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