Lecturas
1.
1
Reyes 19: 9 – 13
2.
Salmo
84: 9 – 14
3.
Romanos
9: 1 – 5
4.
Mateo
14: 22 – 33
El profeta Elías, protagonista de este relato,
emprende el camino de retorno hacia el monte Horeb, simbolizando con ello la vuelta
a los orígenes de Israel : la fidelidad
al único y verdadero Dios, pactada en la alianza, y el modo de vida honesto y
responsable como reciprocidad de los creyentes
hacia Yavé, quien se ha desbordado con beneficios y predilecciones hacia este pueblo,
demostrando con esto que su definitivo interés es la plenitud y felicidad del ser
humano, evidenciado aquí en los israelitas.
Esta dignidad de
Israel se ha visto mancillada por la inconsistencia del rey Acab
y por la perversidad de su esposa Jezabel, quien desata su ira contra Elías persiguiéndolo con
el deseo de darle muerte , como venganza por la entereza con la que él ha
denunciado la introducción de los cultos idolátricos y con ello la
desarticulación de todo el proyecto de vida fundamentado en la rectitud y la
justicia (para ello les sugerimos tomar la lectura desde el versículo 1 de este
capítulo 19 y también verificar las notas explicativas de pie de página).
El ideal de Elías es rescatar la originalidad de
esta fe en un Dios único que favorece un ser humano también único y digno, sin
esclavitudes, sin su libertad deshecha por los cultos idolátricos y por el estilo de vida vano y superficial que contenido
en esto.
Leamos esto desde nuestra biografía: cómo se dan en nosotros
las contradicciones entre el bien y el mal? En qué se manifiesta este último en
nuestras vidas: tal vez en una vida encantada con los bienes de consumo, con la
ambición del dinero, de la figuración social, del hacer parte de esta sociedad
del espectáculo que sólo favorece a los famosos y a los poderosos? O también en
una vida frívola y desinteresada de los asuntos esenciales del humanismo y de
la sabiduría? Indiferente con respecto a los grandes problemas que afectan a
tantos en el mundo?
Veamos en los ídolos
que confronta Elías a los Baales de nuestro tiempo: todo
aquello que va en contra de la realización plena del hombre – mujer como ser
trascendente: la existencia sin ideales, el inmediatismo, la cultura del
pragmatismo y la eficiencia, el valorar a las personas sólo por su status
social y su capacidad económica, el poder, el sexo que se olvida de la
complementariedad de lo masculino y de lo femenino y se torna simple
satisfacción de instintos egoístas, la prepotencia de los países poderosos y de
sus fuerzas económicas, productivas y militares que atentan contra el
equilibrio del planeta y contra la convivencia armónica de la humanidad, y
tantas otras realidades absolutizadas que van en contra del proyecto de Dios .
El talante de este profeta se plasma en muchos hombres y
mujeres apasionados por la causa de la justicia, que han confrontado – y siguen
haciéndolo – los poderes siniestros de la muerte, del capital, del mercado
desalmado, de la carrera armamentista, siempre invocando el rescate de lo
esencial humano: el derecho a la felicidad, el disfrutar de la libertad, el
compartir equitativamente los bienes de la naturaleza, el ejercer plenamente el
derecho a ser hombres y mujeres sin las restricciones que nos imponen estos
ídolos.
Por eso, estamos invitados a caminar con Elías en esta peregrinación
de vuelta a los orígenes y en búsqueda
del Dios verdadero, no en los tumultos y en las espectacularidades de los
poderosos, ni en los esplendores artificiales de este mundo de brillos sin
fondo, sino en la discreción y en el
silencio del encuentro contemplativo con el Misterio de Dios, en el que reside
el legítimo principio y fundamento de
una vida libre y feliz.
Que estas palabras de nuestro hombre sean estímulo para
animar en nosotros la pasión teologal que nos conduce a la nueva humanidad: “Y el
Señor le dirigió la palabra: Qué haces aquí Elías? Respondió: Me consume el
celo por el Señor, Dios todopoderoso,
porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y asesinado a tus profetas; sólo
quedo yo y me buscan matarme” (1 Reyes 19 : 9 – 10).
Sentimientos similares han alimentado los relatos vitales de
muchos que han vivido con extrema generosidad su dedicación al reino de Dios y
su justicia, entendiendo esta última como la plena reivindicación de la
dignidad de cada persona, desde la clave de ser cada uno imagen del Creador.
Así, los mártires del
cristianismo primitivo que no se doblegaron ante las pretensiones absolutistas
del imperio romano; así, Tomás Moro, que no cedió a los
caprichos del rey de Inglaterra; así
este grupo de estupendos ejemplares humanos y evangélicos que en los
años de la II Guerra Mundial pusieron en tela de juicio el absolutismo de Hitler
y de Stalin,
de sus ignominioso regímenes, llegando la mayoría de ellos al martirio en los
campos de concentración ; así también los cristianos profetas que asumieron una
postura valiente ante las dictaduras militares de los años setenta y ochenta,
en América Latina. Es el Dios salvador y liberador el que inspira y orienta el
heroísmo evangélico de estos testigos de la fe y del humanismo!
Y cuál es la espiritualidad que inspira estas
determinaciones? Veámosla: “El Señor le dijo: Sal y ponte de pie en el
monte ante el Señor. El va a pasar! Vino un huracán tan violento, que
descuajaba los montes y resquebrajaba las rocas delante del Señor; pero el
Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto, pero el
Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto vino un fuego, pero el
Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue; al sentirla,
Elías se tapó el rostro con el manto,
salió afuera y se puso en pie a la
entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía: Qué haces aquí, Elías?”
(1 Reyes 19: 11 – 13).
No es en lo espectacular ni en la evidencias de poder, ni en
las galas de la riqueza, ni en los alardes de soberbia y vanidad donde está
Dios. Es en la “brisa tenue”, en el silencio y en la discreción, en el bajo
perfil, en la modestia y la humildad, donde se alimenta una vida limpia y
transparente, capaz de vigores proféticos como el de Elías.
Qué nos dice esto a nosotros que vivimos embebidos en la
velocidad urbana y en las mil ocupaciones que no facilitan la riqueza interior
y el encuentro íntimo con Dios y con nosotros mismos? Muchas gentes en nuestro
tiempo sienten gran temor del desierto, de esta soledad fecunda, porque intuyen
que allí serán interrogados por asuntos fundamentales, los que son
verdaderamente importantes y esenciales, corriendo el riesgo de que se desvelen
sus supuestas seguridades.
Nos vamos llenando de miedos, desconfianzas y prevenciones,
alimentados externamente con el rostro de la suficiencia, arrogantes y
presumidos, disfrazados de una felicidad sin asidero espiritual, maquillados
por esta sociedad que es maestra en apariencias sin fondo real,
deleznables e inconsistentes, triste
sociedad del espectáculo y de la moda, olvidada de la plenitud metafísica y de
la trascendencia teologal.
Cómo vamos por la vida? Envueltos en frágiles protecciones disimulando
que tenemos pánico a lo esencial? Si nos
sentimos convocados por algo superior, por algo que nos supera y nos hace
libres, sigamos el bello relato de
Mateo, y vayamos haciendo relación entre lo que allí sucede con la manera como
llevamos nuestros temores o nuestras confianzas: “La barca se encontraba a buena
distancia, sacudida por las olas, porque tenía viento contrario. Ya muy entrada
la noche Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Al verlo caminar
sobre el lago, los discípulos se pusieron a temblar y dijeron: Es un fantasma!
Y gritaban de miedo. Pero Jesús les dijo: Anímense! Soy yo, no teman”.
(Mateo 14: 24 – 27).
Sea el momento de hacernos conscientes de la turbulencias que
alteran nuestra existencia, las relaciones afectivas malsanas, tormentosas, la
adicción obsesiva al trabajo que nos
impide disfrutar de la belleza del hogar y de los seres queridos, el afán por
producir, por ganar dinero, por “cumplir metas”, el hacerle juego a las
presiones sociales, las máscaras que
maquillan esos vacíos interiores, y el miedo que los acompaña.
Por qué no correr el
riesgo de Dios, de la maravillosa oferta de sentido que El nos comunica en Jesús,
en la que nos invita a volver por los fueros de lo auténtico, del ámbito en
donde genuinamente se valida nuestra dignidad humana? Donde se disipan miedos y
turbulencias para acceder al despojo liberador, dejando en el camino el ego y
las caricaturas de ser humano para dejar el espacio libre a la sabiduría del
Espíritu!
En este relato del “Soy yo, no teman” podemos establecer hondas relaciones con las
narraciones de la transfiguración y de la experiencia pascual, manifestaciones
de la identidad profunda de Jesús como Señor y Salvador, el que infunde
serenidad y confianza, sacramento de la cercanía de Dios que se inserta en
nosotros para saturarnos de esperanza y de una ilusión que supera los límites
de nuestra fragilidad, redimensionando todo lo que somos y hacemos.
Tal el caso de Pedro, en quien nos vemos reflejados: “ Pedro
saltó de la barca y comenzó a caminar por el agua acercándose a Jesús; pero al
sentir el fuerte viento, tuvo miedo, entonces empezó a hundirse y gritó: Señor,
sálvame! Al momento Jesús extendió la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de
poca fe, por qué dudaste?” (Mateo 14: 29 – 31). Pedro no se llena de miedo porque se está
hundiendo, se hunde porque el miedo lo domina, tal como nos sucede cuando el
temor y la desconfianza nos dominan.
Es indudable que en nuestras vidas se dan situaciones que nos
ponen en los límites: la enfermedad, los fracasos emocionales, las rupturas con
personas a quienes teníamos como garantía de felicidad, el desencanto que nos
viene cuando realidades que teníamos absolutizadas se vienen al piso. Si no nos
hemos dejado asumir por la gracia de Dios, si no hemos inscrito en esta nuestra
libertad, el derrumbe es seguro; pero si, en medio de esta inmensa fragilidad,
podemos decir con San Pablo: “todo
lo puedo en Aquel que me conforta” (Filipenses 4: 13), entonces tenemos
la certeza de que El viene a nuestro encuentro, nos integra en El, y adquirimos
la garantía decisiva, la de una vida en
perspectiva de trascendencia.
Y esto nos lleva al feliz ejercicio de relativizar todo estas
adherencias y a la certeza de que esa Presencia es siempre incondicional y
nos acompaña hasta que crucemos la frontera de la vida hacia la Vida!
Alejandro Romero Sarmiento -
Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
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