domingo, 10 de agosto de 2014

COMUNITAS MATUTINA 10 DE AGOSTO DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      1 Reyes 19: 9 – 13
2.      Salmo 84: 9 – 14
3.      Romanos 9: 1 – 5
4.      Mateo 14: 22 – 33
El profeta Elías, protagonista de este relato, emprende el camino de retorno hacia el monte Horeb, simbolizando con ello la vuelta a los orígenes de Israel :  la fidelidad al único y verdadero Dios, pactada en la alianza, y el modo de vida honesto y responsable como reciprocidad de los creyentes  hacia Yavé, quien se ha desbordado con  beneficios y predilecciones hacia este pueblo, demostrando con esto que su definitivo  interés es la plenitud y felicidad del ser humano, evidenciado aquí en los israelitas.
Esta  dignidad de Israel se ha visto mancillada por la inconsistencia del rey Acab y por la perversidad de su esposa Jezabel, quien  desata su ira contra Elías persiguiéndolo con el deseo de darle muerte , como venganza por la entereza con la que él ha denunciado la introducción de los cultos idolátricos y con ello la desarticulación de todo el proyecto de vida fundamentado en la rectitud y la justicia (para ello les sugerimos tomar la lectura desde el versículo 1 de este capítulo 19 y también verificar las notas explicativas de pie de página).
El ideal de Elías es rescatar la originalidad de esta fe en un Dios único que favorece un ser humano también único y digno, sin esclavitudes, sin su libertad deshecha por los cultos idolátricos y  por el estilo de vida vano y superficial que contenido en esto.
Leamos esto desde nuestra biografía: cómo se dan en nosotros las contradicciones entre el bien y el mal? En qué se manifiesta este último en nuestras vidas: tal vez en una vida encantada con los bienes de consumo, con la ambición del dinero, de la figuración social, del hacer parte de esta sociedad del espectáculo que sólo favorece a los famosos y a los poderosos? O también en una vida frívola y desinteresada de los asuntos esenciales del humanismo y de la sabiduría? Indiferente con respecto a los grandes problemas que afectan a tantos en el mundo?
Veamos en los  ídolos que confronta Elías a los Baales de nuestro tiempo: todo aquello que va en contra de la realización plena del hombre – mujer como ser trascendente: la existencia sin ideales, el inmediatismo, la cultura del pragmatismo y la eficiencia, el valorar a las personas sólo por su status social y su capacidad económica, el poder, el sexo que se olvida de la complementariedad de lo masculino y de lo femenino y se torna simple satisfacción de instintos egoístas, la prepotencia de los países poderosos y de sus fuerzas económicas, productivas y militares que atentan contra el equilibrio del planeta y contra la convivencia armónica de la humanidad, y tantas otras realidades absolutizadas que van en contra del proyecto de Dios .
El talante de este profeta se plasma en muchos hombres y mujeres apasionados por la causa de la justicia, que han confrontado – y siguen haciéndolo – los poderes siniestros de la muerte, del capital, del mercado desalmado, de la carrera armamentista, siempre invocando el rescate de lo esencial humano: el derecho a la felicidad, el disfrutar de la libertad, el compartir equitativamente los bienes de la naturaleza, el ejercer plenamente el derecho a ser hombres y mujeres sin las restricciones que nos imponen estos ídolos.
Por eso, estamos invitados a caminar con Elías en esta peregrinación de vuelta a los orígenes y en  búsqueda del Dios verdadero, no en los tumultos y en las espectacularidades de los poderosos, ni en los esplendores artificiales de este mundo de brillos sin fondo, sino en la discreción y  en el silencio del encuentro contemplativo con el Misterio de Dios, en el que reside el legítimo principio y fundamento  de una vida libre y feliz.
Que estas palabras de nuestro hombre sean estímulo para animar en nosotros la pasión teologal que nos conduce a la nueva humanidad: “Y el Señor le dirigió la palabra: Qué haces aquí Elías? Respondió: Me consume el celo por el Señor, Dios todopoderoso,  porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado   tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo y me buscan matarme” (1 Reyes 19 : 9 – 10).
Sentimientos similares han alimentado los relatos vitales de muchos que han vivido con extrema generosidad su dedicación al reino de Dios y su justicia, entendiendo esta última como la plena reivindicación de la dignidad de cada persona, desde la clave de ser cada uno imagen del Creador.
 Así, los mártires del cristianismo primitivo que no se doblegaron ante las pretensiones absolutistas del imperio romano; así, Tomás Moro, que no cedió a los caprichos del rey de Inglaterra; así  este grupo de estupendos ejemplares humanos y evangélicos que en los años de la II Guerra Mundial pusieron en tela de juicio el absolutismo de Hitler y de Stalin, de sus ignominioso regímenes, llegando la mayoría de ellos al martirio en los campos de concentración ; así también los cristianos profetas que asumieron una postura valiente ante las dictaduras militares de los años setenta y ochenta, en América Latina. Es el Dios salvador y liberador el que inspira y orienta el heroísmo evangélico de estos testigos de la fe y del humanismo!
Y cuál es la espiritualidad que inspira estas determinaciones? Veámosla: “El Señor le dijo: Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. El va a pasar! Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y resquebrajaba las rocas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto vino un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro  con el manto, salió afuera  y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía: Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:  11 – 13).
No es en lo espectacular ni en la evidencias de poder, ni en las galas de la riqueza, ni en los alardes de soberbia y vanidad donde está Dios. Es en la “brisa tenue”, en el silencio y en la discreción, en el bajo perfil, en la modestia y la humildad, donde se alimenta una vida limpia y transparente, capaz de vigores proféticos como el de Elías.
Qué nos dice esto a nosotros que vivimos embebidos en la velocidad urbana y en las mil ocupaciones que no facilitan la riqueza interior y el encuentro íntimo con Dios y con nosotros mismos? Muchas gentes en nuestro tiempo sienten gran temor del desierto, de esta soledad fecunda, porque intuyen que allí serán interrogados por asuntos fundamentales, los que son verdaderamente importantes y esenciales, corriendo el riesgo de que se desvelen sus supuestas seguridades.
Nos vamos llenando de miedos, desconfianzas y prevenciones, alimentados externamente con el rostro de la suficiencia, arrogantes y presumidos, disfrazados de una felicidad sin asidero espiritual, maquillados por esta sociedad que es maestra en apariencias sin fondo real, deleznables  e inconsistentes, triste sociedad del espectáculo y de la moda, olvidada de la plenitud metafísica y de la trascendencia teologal.
Cómo vamos por la vida? Envueltos en frágiles protecciones disimulando que tenemos pánico a lo esencial?  Si nos sentimos convocados por algo superior, por algo que nos supera y nos hace libres,  sigamos el bello relato de Mateo, y vayamos haciendo relación entre lo que allí sucede con la manera como llevamos nuestros temores o nuestras confianzas: “La barca se encontraba a buena distancia, sacudida por las olas, porque tenía viento contrario. Ya muy entrada la noche Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Al verlo caminar sobre el lago, los discípulos se pusieron a temblar y dijeron: Es un fantasma! Y gritaban de miedo. Pero Jesús les dijo: Anímense! Soy yo, no teman”. (Mateo 14: 24 – 27).
Sea el momento de hacernos conscientes de la turbulencias que alteran nuestra existencia, las relaciones afectivas malsanas, tormentosas, la adicción obsesiva  al trabajo que nos impide disfrutar de la belleza del hogar y de los seres queridos, el afán por producir, por ganar dinero, por “cumplir metas”, el hacerle juego a las presiones sociales,  las máscaras que maquillan esos vacíos interiores, y el miedo que los acompaña.
 Por qué no correr el riesgo de Dios, de la maravillosa oferta de sentido que El nos comunica en Jesús, en la que nos invita a volver por los fueros de lo auténtico, del ámbito en donde genuinamente se valida nuestra dignidad humana? Donde se disipan miedos y turbulencias para acceder al despojo liberador, dejando en el camino el ego y las caricaturas de ser humano para dejar el espacio libre a la sabiduría del Espíritu!
En este relato del “Soy yo, no teman”  podemos establecer hondas relaciones con las narraciones de la transfiguración y de la experiencia pascual, manifestaciones de la identidad profunda de Jesús como Señor y Salvador, el que infunde serenidad y confianza, sacramento de la cercanía de Dios que se inserta en nosotros para saturarnos de esperanza y de una ilusión que supera los límites de nuestra fragilidad, redimensionando todo lo que somos y hacemos.
Tal el caso de Pedro, en quien nos vemos reflejados: “ Pedro saltó de la barca y comenzó a caminar por el agua acercándose a Jesús; pero al sentir el fuerte viento, tuvo miedo, entonces empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame! Al momento Jesús extendió la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, por qué dudaste?” (Mateo 14: 29 – 31).  Pedro no se llena de miedo porque se está hundiendo, se hunde porque el miedo lo domina, tal como nos sucede cuando el temor y  la desconfianza nos dominan.
Es indudable que en nuestras vidas se dan situaciones que nos ponen en los límites: la enfermedad, los fracasos emocionales, las rupturas con personas a quienes teníamos como garantía de felicidad, el desencanto que nos viene cuando realidades que teníamos absolutizadas se vienen al piso. Si no nos hemos dejado asumir por la gracia de Dios, si no hemos inscrito en esta nuestra libertad, el derrumbe es seguro; pero si, en medio de esta inmensa fragilidad, podemos decir con San  Pablo: “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filipenses 4: 13), entonces tenemos la certeza de que El viene a nuestro encuentro, nos integra en El, y adquirimos la  garantía decisiva, la de una vida en perspectiva de trascendencia.
Y esto nos lleva al feliz ejercicio de relativizar todo estas adherencias y a la certeza de que esa Presencia es siempre incondicional y nos acompaña hasta que crucemos la frontera de la vida hacia la Vida!

Alejandro Romero Sarmiento -  Antonio José Sarmiento Nova,S.J.

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