domingo, 17 de agosto de 2014

COMUNITAS MATUTINA 17 DE AGOSTO DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      Isaías 56: 1 y 6 – 7
2.      Salmo 66: 2 – 8
3.      Romanos 11: 13 – 15 y  29 – 31
4.      Mateo 15: 21 – 28
Páginas oscuras de la historia de la humanidad son aquellas en las  que se discrimina con violencia a los seres humanos por razones religiosas, étnicas, socioeconómicas, culturales, políticas. Desafortunadamente no son pocas estas circunstancias de exclusión y segregación, reveladoras de egoísmos profundos, individuales y sociales, y de configuraciones fundamentalistas, con pretensiones absolutistas y convencimiento de que sus verdades son las únicas valederas, considerando que las convicciones de los demás son equivocadas y que, en consecuencia, deben ser castigadas y eliminadas.
Hace menos de un siglo se desató la barbarie del régimen nazi, en Alemania, presidido por la demencial figura de Adolfo Hitler, quien convenció a gran parte de los ciudadanos de este país de la superioridad de su raza y del peligro que representaban los judíos para la estabilidad germana y del mundo, argumento con el que emprende el exterminio de esta importante comunidad étnico – religiosa, con las brutales consecuencias de todos conocidas.
 Su propósito era extirpar del planeta a todos los descendientes de Abraham: seis millones murieron en este período 1939 – 1945, sacrificados por la perversidad criminal de este dictador y de quienes se dejaron obnubilar  por su discurso racista y antisemita. Los nombres siniestros de Dachau y Auschwitz, Treblinka, entre otros,  evocan esos campos de concentración con sus cámaras de gas, hornos crematorios, y la diversidad de torturas e ignominias, brutales, desalmadas, inclementes,  a las que fueron sometidos varios millones de seres inocentes, en una tragedia que sigue siendo vergüenza de la humanidad.
Recordemos también cómo el imperio romano perseguía con furia a los primeros cristianos porque se negaban a adorar como Dios al emperador, afirmando con sus vidas lo que Pablo llama la “locura de la cruz” (1 Corintios 1: 17 – 25), reconociendo en el Señor Crucificado al único absoluto liberador y dignificante del ser humano.
 Para el mundo romano, universo de vanagloria y de poder, era imposible aceptar que un grupo de seres humanos no quisiera transitar por estos caminos y que, por contraposición, se empeñaran en afirmar una sabiduría de amor, de donación de la vida, de despojo de vanidades, teniendo como aval a un Dios cuya absolutez no residía en la fuerza del poder sino en el desasimiento total del mismo , en el vaciamiento de toda razón de prepotencia para dar espacio a la plena credibilidad del amor   revelado en el Señor Jesucristo, con todo lo que esto implica de honestidad, de existencia solidaria, de comunidad fraterna, de servicio y de generosidad.   Por esto fueron discriminados y perseguidos hasta el martirio.
En los tiempos de Jesús eran los sacerdotes del templo, los fariseos y los maestros de la ley, los promotores del desconocimiento de los llamados por ellos “paganos”, condición que, en esta mentalidad, no los hacía merecedores de los beneficios de Dios. La estrechez mental y el narcisismo religioso son aquí penoso testimonio de los alcances de esta carencia de miras y de apertura, indiscutible pobreza de espíritu y de mapas mentales distorsionados por una soberbia enfermiza!
Para afirmar con esperanza lo que es exactamente contrario – felizmente contrario ! - el texto de Isaías que se nos propone como primera lectura de este domingo , inicio de la tercera parte de este escrito profético , es una invitación a la esperanza y a la certeza de que, desde la iniciativa universal del amor de Dios, todos los seres humanos tenemos cabida en sus intenciones salvadoras y liberadoras, sin reparar en las etiquetas que nos clasifican en unos grupos o en otros: “Porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56: 7).  
Dios es, sin excepción, para todos los seres humanos, en El no hay restricciones para acoger, para reconocer y amar lo propio de cada uno, para inclinarse con lo suyo propio, que es la misericordia, ante cada persona, cristiano o musulmán, judío o budista, creyente o no creyente: nosotros somos el único y prioritario interés de Dios! Dios es ilimitado, sobreabundante, desmedido, es de su propio ser la inclusión, el promover la comunión de todos los humanos, y el amar apasionadamente la diversidad nuestra, surgida justamente de su amor creador.
Esta tercera parte de Isaías está marcada por  la esperanza, luego del retorno de los israelitas del duro destierro en Babilonia, en el que vivieron todas las humillaciones y desconocimientos. El profeta se siente llamado a infundir en su pueblo un nuevo sentido de vida, inspirado en el mismo Dios: “ Así dice el Señor: observen el derecho, actúen con rectitud, pues ya llega mi salvación y va a manifestarse mi liberación” (Isaías 56: 1).
Nos dejamos tocar la mente y el corazón por esta intencionalidad universal de nuestro buen Dios? Estamos dispuestos a revisar críticamente nuestros esquemas  de grupo cerrado, el rechazo que tenemos hacia otras personas o las prevenciones con las cuales resolvemos que no podemos tener trato con ellos, o – más grave aún – el convencimiento arrogante de que nuestras verdades son las únicas vigentes?
Para mejorar nuestra comprensión de este apasionante universalismo teologal vayamos al episodio de la mujer cananea , no judía, pagana y, por tanto, no merecedora, según los judíos, del favor de Dios,  tal como lo refiere Mateo en el evangelio de hoy.  Tras los clamores de angustia de la cananea, que reclama a Jesús una intervención sanadora para su hija – expresión que surge de su fe y de la pureza de su corazón maternal - , se entabla un diálogo entre Jesús y ella, en presencia de los discípulos, quienes querían deshacerse de lo que para ellos era presencia inoportuna e intrusa.
El relato , si lo leemos “en crudo”, nos puede resultar desapacible y contradictorio. Nos extraña ver a Jesús, siempre tan dispuesto para la acogida y la misericordia, objetando la aspiración de la cananea.  De ahí que se imponga una lectura más sutil: los impedimentos  de Jesús a la mujer son en realidad los prejuicios de los discípulos y de la primera comunidad cristiana que no acababa de digerir que hubiese seguidores del Maestro provenientes del paganismo.
 Mateo pone en boca de Jesús las reticencias de estos primeros creyentes originarios del judaísmo, que no terminaban de comprender la radical diferencia entre el antiguo orden religioso del judaísmo ortodoxo y cerrado y la novedad sustancial de salvación que Dios nos entrega con Jesús, dispuesta para todos, ecuménica, abierta, excesivamente  generosa en su ofrecimiento.
Es lo mismo que sucede cuando en nuestros imaginarios tenemos determinado que sólo las personas pertenecientes a grupos privilegiados son las únicas con derecho a tener buenos y satisfactorios logros en la vida, o cuando creamos ámbitos demasiado selectivos y, en la misma medida, cerrados al ingreso de quienes no poseen los requisitos de riqueza, posición social, apellidos, y demás razones vanas que todavía se cultivan en muchos medios de nuestra sociedad.
Es clarísimo que en la nueva “lógica” del reino de Dios y su justicia estos indicadores de “status” no tienen cabida. Al decir Jesús a la mujer: “Mujer, qué fe tan grande tienes! Que se cumplan tus deseos” (Mateo 15: 28),  está señalando la nueva comunidad universal que El  ha venido a inaugurar, como alternativa liberadora a todos los exclusivismos y cerrazones de su tiempo y de nuestro tiempo.
Esto es lo que debe inspirar a cada  ser humano que se precie de ser ciudadano del mundo y creyente sincero de una fe :  su disposición para reconocer en las diversas convicciones espirituales y religiosas, en las igualmente plurales posturas humanistas, también en los que rectamente se profesan agnósticos, las manifestaciones de la verdad fundamental , donde se generan la sabiduría, la vida honesta, la limpieza de conciencia, la transparencia del ser, todo esto sin sacrificar los valores que nos identifican como partícipes de este o aquel credo.
Quien se dispone al diálogo ecuménico e interreligioso ha de estar consciente de su propia identidad espiritual , sólo así podrá aportar desde lo suyo propio y también podrá aceptar con gratuidad el don que le hacen los creyentes de otras tradiciones.
Lo avala el ministerio de Pablo , quien en el pasaje de Romanos se dirige a los cristianos provenientes del paganismo, poniendo en tela de juicio la suficiencia excluyente del judaísmo conservador: “Ahora me dirijo a ustedes, los paganos: dado que soy apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio, para dar celos a mis hermanos de raza y salvar así a algunos” (Romanos 11: 13).
Sus palabras expresan con renovado énfasis que en el proyecto de Jesús no caben los sectarismos, que la revelación que El nos hace del Padre – Madre  Dios tiene como uno de sus presupuestos básicos el reconocimiento amoroso de cada ser humano, sin contemplar los límites establecidos por determinaciones religiosas o raciales, considerando de manera contundente que  todas las gentes tienen derecho al don de Dios,  generando así un signo anticipado del reino futuro donde todos seremos uno en la bienaventuranza paterna.
Si algo puede hacer antipática la fe cristiana es el mal testimonio de esos que presumen de buenos observantes de la fe, haciendo hincapié en los cumplimientos rituales y en el inaceptable complejo de superioridad moral y religiosa. Exactamente iguales a los sacerdotes y fariseos fustigados por Jesús! Trabajemos con denuedo evangélico para extirpar esta patología de nuestra Iglesia!
El imperativo para quien se diga sincero y comprometido seguidor del Evangelio es el dejarse asumir por el Espíritu para que se genere un talante de apertura, de encuentro fraterno, de diálogo respetuoso, de recepción de las cosas bellas y saludables que nos ofrecen nuestros hermanos que transitan hacia el mismo Dios por caminos diferentes del nuestro pero con la mirada puesta en el final del camino, felizmente igual para todos!


Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,SJ

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