domingo, 3 de agosto de 2014

COMUNITAS MATUTINA 3 DE AGOSTO DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Isaías 55: 1 – 3
2.      Salmo 144: 8 – 18
3.      Romanos 8: 35 – 39
4.      Mateo 14: 13 – 21

Como lo hemos propuesto con frecuencia en estos comentarios de COMUNITAS MATUTINA, Dios es  por excelencia el dador de la vida, y esto lo hace sin establecer límites, siempre en una dinámica de abundancia y desmesura. Que sea esta una convicción fundante de nuestra opción creyente!
 Con esta certeza podemos conectar con los legítimos deseos humanos de amor, de felicidad, de total realización de aquellos ideales que nos conducen a ser mejores personas y a lograr plenamente todo aquello en lo que tenemos cifrada nuestra plenitud. Este ejercicio lo hacemos para comparar todas estas válidas ambiciones con la maravillosa y desbordante gratuidad que procede del Creador.
 El no tiene límites en materia de vitalidad, eso es lo suyo propio y es lo que manifiesta el texto de Isaías, primera lectura de este domingo: “ ¡Atención, sedientos! , vengan por agua, también los que no tienen dinero: vengan, compren trigo, coman sin pagar, vino y leche gratis” (Isaías 55: 2).
 Estas palabras tienen su contexto en la expectativa que tiene Israel con respecto a una nueva época en la que todos – sin excepción -  tendrán derecho a la participación justa y equitativa en los bienes de la vida, como una de las más notables señales de la era mesiánica, tiempo de vida inagotable y de plenitud.
 Dios responde a todas nuestras búsquedas de felicidad, y esto lo hace sin calcular un término, porque todo lo que viene de El es ilimitado. Ojalá cada uno de nosotros haga un silencioso ejercicio orante para constatar todas sus desbordantes  bendiciones en nuestras vidas.
Cómo presentar este mensaje en medio de tantas mezquindades que generamos los humanos? Cómo contrastar con vigor el carácter gratuito de Dios con estas milimetrías del capital, desmedido para unos pocos, negando a la inmensa mayoría el sustento digno, la mesa bien servida, las posibilidades de participar con justicia en aquello a lo que se tiene derecho , pero limitado por el egoísmo de las estructuras socioeconómicas y por las decisiones de poderosos comprometidos con una economía desalmada?
La invitación del profeta marca una oposición que pone en tela de juicio el pecado de Israel, olvidado  de Dios y de las personas más débiles, magnificando su poder, su bienestar, sus riquezas, tal como sucede hoy en los ámbitos de la sociedad de consumo, anestesiada en su mar de comodidades, en su individualista cultura de bienestar, en sus intereses inmediatistas, utilitarios, totalmente desconocedora de la dimensión de lo gratuito, esta última sí  donde se genera la mejor y más auténtica humanidad.
Estamos invitados por el mismo Señor a tener la osadía de desbordar tales  fronteras  para recuperar estos olvidados aspectos, comunes a las tradiciones religiosas, sapienciales, humanistas, incluyendo la nuestra de raigambre cristiana, y con ello decidirnos a dejar una huella que re-signifique este mundo en el que se siguen dando realidades tan abominables como el ataque a la población civil inocente en la franja de Gaza, como las hambrunas excesivas en muchos de los países africanos, como  el escándalo de estos centros comerciales convertidos en santuarios de lo inútil, con sus rituales vacíos de sentido, con sus sonrisas ficticias y su agresiva campaña de creación de necesidades, que no son ciertamente las esenciales que requerimos para vivir con dignidad.
A la luz de esto, cabe una lectura sentida, interiorizada, del muy conocido relato  de la multiplicación de los panes y los peces, que trae hoy el Evangelio  de Mateo.
Dice que : “Jesús desembarcó y, al ver a la gran multitud, se compadeció y sanó a los enfermos” (Mateo 14: 14). Recordamos que en la versión griega de este texto el verbo con el que se refiere a “se compadeció” es “splagnizomai”, que literalmente quiere decir que se le revolvieron las entrañas al constatar el hambre y la necesidad de ese gentío  , hizo suyo el dolor de esas personas, le entró a lo más íntimo de su ser. Y esto es lo que le mueve al ejercicio de la solidaridad, de la comunión, de la misericordia, tal como lo describe Mateo.
Cómo es nuestra sensibilidad ante el dolor y las carencias de tantas personas?  Sentimos como propios los sufrimientos de otros? Salimos del paso haciendo ofrendas y limosnas de ocasión? Tranquilizamos la conciencia dando cosas sin comprometernos? Nos limitamos a la piadosa frase “pobrecitos”? Y seguimos dedicados al cultivo de nuestros intereses? Nos parece que la pobreza es algo natural que necesitan las mismas estructuras de la sociedad para mantener el equilibrio de la economía? Qué pensamos del despilfarro, de esta sociedad que produce deshechos a montón, golpeando también la madre naturaleza y desperdiciando con el más alto nivel de irresponsabilidad?
El gesto de Jesús es uno de los indicativos del reino de Dios y su justicia, que se inaugura con El mismo: es la mesa servida para todos en igualdad de condiciones, ilimitada, generosa, sobreabundante, sin reservas, acogiendo a cada persona en esta maravillosa lógica de bienaventuranza que se desprende del amor del Padre.
Pensemos en las muchas injusticias que hoy se cometen, las entidades financieras que devoran a sus clientes con créditos e intereses impagables, los organismos internacionales que deciden las reglas del juego económico sin tener en cuenta los requerimientos básicos de las mayorías de la humanidad, los migrantes forzosos que van desde sus países sin oportunidades a los llamados paraísos  (????) del primer mundo, donde van a ser sometidos a más humillaciones , las filas interminables de personas entregando hojas de vida para aspirar a míseras oportunidades laborales, y tantas otras manifestaciones de este mundo desconocedor del carácter gratuito y original de los dones con los que el buen Dios nos ha querido adornar.
En el relato hay una clarísima alusión a la sacramentalidad eucarística, el pan que congrega en una misma mesa a los hombres y mujeres entendidos y asumidos como hermanos, la vida eterna contenida en este don, que es el mismo Señor Jesús, no se puede completar si no está referida a la justicia, al reconocimiento del derecho  que tienen todos al sustento que les corresponde como integrantes de la humanidad.
Cómo son nuestras eucaristías, nuestras celebraciones de la Cena del Señor? Vacíos rituales estereotipados, con fórmulas repetidas de memoria y miradas ausentes, ignorantes de los retos de la projimidad? Cómo ganar para ellas la actitud limpia de la mesa servida en torno a su centro – El Señor Jesús – y cómo hacer que lo que allí se celebra se traduzca en una manera de vida, fraterna, de comunión y participación, en la que los principios de la solidaridad y del servicio sean centrales en nuestros proyectos de vida? Cómo impregnar de vida la Eucaristía y como hacer que esta se manifieste en todos los actos de nuestra vida, preferentemente en los que se refieren a la relación con el prójimo?
Qué tal que en una sesión de los directivos del Fondo Monetario Internacional se leyeran estas palabras, en lugar de los fríos informes económicos? :” Después mandó a la multitud sentarse en la hierba, tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a sus discípulos, ellos, a su vez, lo dieron a la multitud. Comieron todos, quedaron satisfechos, recogieron las sobras y llenaron doce canastos” (Mateo 14: 19 – 20).
Qué dirían los sesudos economistas, los sofisticados gestores de las finanzas mundiales, los representantes de las multinacionales y de los países potentados , ante esta escandalosa simplicidad de Jesús? Dejamos la pregunta para que sea respondida en la oración de quienes quieran acogerse a estas sugerencias.
La extrema sencillez de esta narración es intencional y es mucho más que una anécdota puntual, para ingresar en el mundo de la significación que aspira a cambiar el corazón de los humanos en la perspectiva de Dios, a quien no podemos pertenecer si no pertenecemos a la gente, a la sufrida gente, a la que tiene hambre, a la que desplazan, a la que no  pagan lo justo y lo debido, a la que se subestima  y maltrata, a la que siempre lleva las de perder, los favoritos del Señor.
Estas propuestas evangélicas sólo pueden ser interiorizadas y asumidas si tenemos el vigor que quiere expresar Pablo a propósito del cambio radical de orientación que experimentó su vida luego del encuentro con Jesús: “Quien nos apartará del amor de Cristo? Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? Como dice el texto: por tu causa somos entregados continuamente a la muerte, nos tratan como a ovejas destinadas al matadero. En todas esas circunstancias salimos vencedores gracias al que nos amó” (Romanos 8: 35 – 37).
Conocemos bien el estilo paulino, recio, apasionado, intenso, condiciones que no son otra cosa que consecuencias de su total enamoramiento de la persona de Jesús y de su compromiso radical con la causa del Evangelio, a la que ofreció todo su ser. A propósito de las consideraciones planteadas en la reflexión de este domingo pensamos que todo eso que tiene que ver con la gratuidad de Dios y de sus dones, con la mesa generosa que Jesús y los discípulos sirvieron a la multitud después de multiplicar los alimentos, sólo puede ser posible si en nosotros anida un apasionamiento como este del recio Pablo de Tarso.
Se trata de trabajar para salir del cristianismo ritual, de prácticas formales, a una existencia configurada con el Señor Jesús, siguiendo el cauce que San Ignacio llamó el Dios siempre mayor, el Dios que nos plantea el desafío de ser radicalmente hijos para ser radicalmente hermanos.

Alejandro Romero Sarmiento   -  Antonio José  Sarmiento Nova,S.J.

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