Lecturas
1. Eclesiástico 27: 30 a 28:
7
2. Salmo 102: 1 -12
3. Romanos 14: 7 – 9
4. Mateo 18: 21 – 35
En la cultura religiosa y moral del
Antiguo Testamento la ley del talión determinaba la manera como las personas
debían reaccionar cuando eran ofendidas: vengándose con precisión aritmética, la norma vigente imponía un castigo que se
identificaba exactamente con el crimen
cometido.
Viene de la expresión latina talis
o tale
que significa idéntica o semejante, esto quiere decir que se trata de una pena
igual a la agresión infligida. La legislación
civil y religiosa autorizaba al agredido a responder con la misma medida con la
que había sido vilipendiado. La referencia más conocida es “ojo por ojo, diente por diente” :
“Pero cuando haya lesiones , las pagarás: vida por
vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por
quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Exodo 21: 23 – 24). Un
estilo de rigor matemático para castigar a los ofensores, que se cumplía con precisión literal.
Como contrapartida, aparece Jesús ejerciendo, en nombre del Padre
– Madre Dios, una misericordia desbordante, desconocedora de estas medidas, a
plena contracorriente de lo establecido, con una afirmación como esta: “Ustedes
han oído que se dijo ojo por ojo, diente por diente. Pues yo les digo que no
opongan resistencia al que les hace mal. Antes bien, si uno te da una bofetada
en tu mejilla derecha, ofrécele también la otra. Al que quiera ponerte pleito
para quitarte la túnica déjale también el manto……” (Mateo 5 : 38 40)
Podemos decir que esta es la
exigencia más radical que hace Jesús a quienes quieren configurarse con El,
seguir su camino, encontrar la plenitud de su humanidad en este proyecto de
vida que rompe los esquemas habituales de nuestra lógica, que de entrada tiende
al desquite, a la respuesta violenta, al cultivo de rencores y resentimientos,
generando aquello que el inolvidable y profético obispo brasilero Dom
Helder Cámara (1909 – 1999) llamaba la espiral de violencia, término
con el que se refería a la cadena interminable de muerte y ofensa que se genera cuando a un acto violento de agresión sucede una respuesta vengativa, y así de forma
constante y creciente, hasta el punto de establecer un conflicto de
proporciones colosales.
Este es el mensaje central de la Palabra
de este domingo, cuando Jesús responde de este modo a la pregunta de Pedro: “Entonces
se acercó Pedro y le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, cuantas veces
tengo que perdonarle? Hasta siete veces? Jesús le contestó: no te digo siete
veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18: 21 - 22).
Esta contestación está vinculada con el texto
evangélico proclamado el domingo anterior, en el que hay una evidente
preocupación por el pecado del otro, en el sentido constructivo de eliminar
todo obstáculo de la persona y de la comunidad,
con la invitación a corregirlo a solas, o en comunidad, si no acata el
requerimiento de la corrección fraterna.
En el proyecto de Jesús no hay lugar
para la venganza porque estamos convocados a vivir en el dinamismo misericordioso
del Padre, que nos beneficia permanentemente cada vez que experimentamos su
amor , cada vez que recibimos el
beneficio de la restauración total de todo nuestro ser, dejando atrás los
efectos del egoísmo y del pecado: borrón
y cuenta nueva es lo que se pone en juego en esta perspectiva revolucionaria
del reino de Dios y su justicia.
La oferta manifestada por Pedro de
perdonar siete veces es limitada y se inscribe en esa perspectiva retributivo –
milimétrica del Antiguo Testamento. La respuesta de Jesús es diametralmente
opuesta : lo que El propone a este discípulo es perdonar setenta veces siete. Así, remite el asunto a un perdón que no tiene fin,
definitivamente generoso y gratuito: en el lenguaje bíblico siete y sus
múltiplos son símbolo de plenitud.
La reconciliación ilimitada es una de las notas características de la
nueva lógica de vida que Dios instaura a través del ministerio del Señor Jesús.
Este mensaje tiene total pertinencia
en el contexto actual de nuestra historia colombiana, marcada ancestralmente
por guerras, violencias, retaliaciones, destrucciones, muertes provocadas por
la perversidad de seres humanos concretos.
Las contiendas civiles del siglo XIX, la
violencia política que se desató durante buena parte del siglo XX en la penosa
confrontación entre liberales y conservadores, las consecuencias dolorosísimas
de la tragedia del 9 de abril de 1948, el surgimiento de las guerrillas en los
años sesenta, el criminal antídoto del paramilitarismo, la fiebre brutal del
narcotráfico, los falsos positivos, igualmente malignos y condenables, son
hechos que han dejado una huella trágica en el
devenir de nuestro país, traducidos también en esa espiral de violencia que parece cosa de
nunca acabar.
El actual proceso de paz, es al mismo
tiempo esperanza para millones de colombianos pero también provoca en muchos
reacciones encontradas, siendo la principal , la
pregunta por la justicia que se debe aplicar rigurosamente a los victimarios
con el correspondiente resarcimiento a
las víctimas.
Cómo conciliar esta necesidad urgente,
sentidísima, de perdón, de superación definitiva de los conflictos, de sanación
de tantas heridas, con la aplicación de medidas punitivas a quienes son los
responsables de tanto dolor? Qué nos
corresponde a nosotros, seguidores de Jesús, en esta búsqueda colectiva de una
vida digna, pacífica, incluyente, saludable, purificada, para todos los
habitantes de este bello país? Cómo aportar con realismo humano y evangélico a
esta expectativa de todos los colombianos? Cuáles son las implicaciones
personales para cada uno de nosotros?
Detengámonos en otro de los extremos
del Señor: “Ustedes han oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu
enemigo. Pues yo les digo: amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores. Así
serán hijos de su Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y
hace llover sobre justo e injustos. Si ustedes aman sólo a quienes los aman,
qué premio merecen?” (Mateo 5: 43 – 46).
Costosísima exigencia la que El nos propone
cuando nuestro instinto primario nos lleva al desquite, al desconocimiento del
enemigo, a poner a este último en escarnio público!
Justamente la parábola que completa
el texto evangélico de este domingo es una alerta severa contra la incapacidad
de misericordia: el perdonado que no fue capaz de perdonar a su deudor. El
relato de este siervo inmisericorde deja patente que vivir en el reino
significa experimentar el incomensurable perdón de Dios, y que quienes
pertenecen a él han de reflejar esa naturaleza misericordiosa en sus relaciones
con los demás. El mensaje de Jesús es contundente en este sentido y - si su proyecto nos seduce y apasiona - es
imperativo asumirlo y vivirlo hasta sus últimas consecuencias.
De la primera lectura también
derivamos unos contenidos que corroboran todo lo anterior: “Perdona
la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. Cómo
puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene
compasión de su semejante y pide perdón de los pecados?” (Eclesiástico
28: 2 – 4).
Estas palabras establecen una lógica
de continuidad y complementariedad entre la demanda que nosotros hacemos a Dios
por el perdón de nuestras fragilidades y las que debemos a los prójimos,
especialmente a aquellos que nos han lastimado y agredido, también a quienes
nosotros hemos ofendido y denigrado.
En definitiva, este puede ser
perfectamente el mayor indicador de la grandeza de un ser humano, por supuesto
de quien se identifica con Aquel que, humillado y ofendido siendo el justo por
excelencia, simplemente expresó con dramática elocuencia : “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23: 34). En esta
escueta palabra se explicita el mayor amor del mundo, este sí revolucionario
porque trastoca el orden de cierta lógica, siempre imperante, la que está en la
base de tantos desencuentros y violencias.
En nuestra oración y discernimiento
de hoy preguntémonos si esto que propone el Evangelio de Jesús es una
ingenuidad, una falta de sentimiento crítico ante los ofensores, un imposible,
una falta de vigor personal y comunitario, o si, -
mejor aún y esta es la gran esperanza ! - es una alternativa viable, el aporte
específico del cristianismo con todo lo que se pretende de la superación de
esta cultura de la muerte y de la agresión.
Es
imperativo revisar nuestro tejido interior, esto para las conciencias
individuales, también para la gran sociedad, yendo a la profundidad del yo
donde se determinan prioridades y motivaciones, actitudes e intenciones, para
dejarnos asumir por la fuerza liberadora de la gracia de Dios, descubriendo con
esperanza que un corazón sano es el más saludable medicamento para construir
estructuras sociales incluyentes y promotoras de la dignidad humana, en las que
sea posible ejercer la misión terapéutica de erradicar las causas de estos
males y entrar con ilusión en un mundo
nuevo, en el que sean más importantes el derecho a vivir, la existencia digna,
las mesas compartidas, los encuentros creadores, la imaginación profética que
proviene del amor, la apuesta decidida por la felicidad de cada ser humano!
Soy Ca-Paz de perdón, de superación
del odio y del deseo de venganza? Somos Ca – Paces?
Alejandro Romero Sarmiento - Antonio José Sarmiento Nova,SJ
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