domingo, 14 de septiembre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 14 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO


Lecturas
1.      Eclesiástico 27: 30 a 28: 7
2.      Salmo 102: 1 -12
3.      Romanos 14: 7 – 9
4.      Mateo 18: 21 – 35
En la cultura religiosa y moral del Antiguo Testamento la ley del talión determinaba la manera como las personas debían reaccionar cuando eran ofendidas: vengándose con precisión aritmética,  la norma vigente imponía un castigo que se identificaba exactamente  con el crimen cometido.
Viene de la expresión latina talis o tale que significa idéntica o semejante, esto quiere decir que se trata de una pena igual  a la agresión infligida. La legislación civil y religiosa autorizaba al agredido a responder con la misma medida con la que había sido vilipendiado. La referencia más conocida  es “ojo por ojo, diente por diente” : “Pero  cuando haya lesiones , las pagarás: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Exodo 21: 23 – 24). Un estilo de rigor matemático para castigar a los ofensores, que  se cumplía  con precisión literal.
Como contrapartida,  aparece Jesús ejerciendo, en nombre del Padre – Madre Dios, una misericordia desbordante, desconocedora de estas medidas, a plena contracorriente de lo establecido, con una afirmación como esta: “Ustedes han oído que se dijo ojo por ojo, diente por diente. Pues yo les digo que no opongan resistencia al que les hace mal. Antes bien, si uno te da una bofetada en tu mejilla derecha, ofrécele también la otra. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica déjale también el manto……” (Mateo 5 : 38 40)
Podemos decir que esta es la exigencia más radical que hace Jesús a quienes quieren configurarse con El, seguir su camino, encontrar la plenitud de su humanidad en este proyecto de vida que rompe los esquemas habituales de nuestra lógica, que de entrada tiende al desquite, a la respuesta violenta, al cultivo de rencores y resentimientos, generando aquello que el inolvidable y profético obispo brasilero Dom Helder Cámara (1909 – 1999) llamaba la espiral de violencia, término con el que se refería a la cadena interminable  de muerte y ofensa que se genera cuando a  un acto violento de agresión  sucede una respuesta vengativa, y así de forma constante y creciente, hasta el punto de establecer un conflicto de proporciones colosales.
Este es el mensaje central de la Palabra de este domingo, cuando Jesús responde de este modo a la pregunta de Pedro: “Entonces se acercó Pedro y le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, cuantas veces tengo que perdonarle? Hasta siete veces? Jesús le contestó: no te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18: 21  - 22).
 Esta contestación está vinculada con el texto evangélico proclamado el domingo anterior, en el que hay una evidente preocupación por el pecado del otro, en el sentido constructivo de eliminar todo obstáculo de la persona y de la comunidad,  con la invitación a corregirlo a solas, o en comunidad, si no acata el requerimiento de la corrección fraterna.
En el proyecto de Jesús no hay lugar para la venganza porque estamos convocados a vivir en el dinamismo misericordioso del Padre, que nos beneficia permanentemente cada vez que experimentamos su amor , cada vez que recibimos  el beneficio de la restauración total de todo nuestro ser, dejando atrás los efectos del egoísmo y  del pecado: borrón y cuenta nueva es lo que se pone en juego en esta perspectiva revolucionaria del reino de Dios y su justicia.
La oferta manifestada por Pedro de perdonar siete veces es limitada y se inscribe en esa perspectiva retributivo – milimétrica del Antiguo Testamento. La respuesta de Jesús es diametralmente opuesta :  lo que El  propone a este discípulo  es perdonar setenta veces siete. Así,  remite el asunto a un perdón que no tiene fin, definitivamente generoso y gratuito: en el lenguaje bíblico siete y sus múltiplos son símbolo de plenitud.
 La reconciliación ilimitada  es una de las notas características de la nueva lógica de vida que Dios instaura a través del ministerio del Señor Jesús.
Este mensaje tiene total pertinencia en el contexto actual de nuestra historia colombiana, marcada ancestralmente por guerras, violencias, retaliaciones, destrucciones, muertes provocadas por la perversidad de seres humanos concretos.
 Las contiendas civiles del siglo XIX, la violencia política que se desató durante buena parte del siglo XX en la penosa confrontación entre liberales y conservadores, las consecuencias dolorosísimas de la tragedia del 9 de abril de 1948, el surgimiento de las guerrillas en los años sesenta, el criminal antídoto del paramilitarismo, la fiebre brutal del narcotráfico, los falsos positivos, igualmente malignos y condenables, son hechos que han dejado una huella trágica en el  devenir de nuestro país, traducidos también  en esa espiral de violencia que parece cosa de nunca acabar.
El actual proceso de paz, es al mismo tiempo esperanza para millones de colombianos pero también provoca en muchos reacciones encontradas, siendo la principal ,   la pregunta por la justicia que se debe aplicar rigurosamente a los victimarios con  el correspondiente resarcimiento a las víctimas.
 Cómo conciliar esta necesidad urgente, sentidísima, de perdón, de superación definitiva de los conflictos, de sanación de tantas heridas, con la aplicación de medidas punitivas a quienes son los responsables de tanto dolor?  Qué nos corresponde a nosotros, seguidores de Jesús, en esta búsqueda colectiva de una vida digna, pacífica, incluyente, saludable, purificada, para todos los habitantes de este bello país? Cómo aportar con realismo humano y evangélico a esta expectativa de todos los colombianos? Cuáles son las implicaciones personales para cada uno de nosotros?
Detengámonos en otro de los extremos del Señor: “Ustedes han oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo les digo: amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores. Así serán hijos de su Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justo e injustos. Si ustedes aman sólo a quienes los aman, qué premio merecen?” (Mateo 5: 43 – 46).
 Costosísima exigencia la que El nos propone cuando nuestro instinto primario nos lleva al desquite, al desconocimiento del enemigo, a poner a este último en escarnio público!
Justamente la parábola que completa el texto evangélico de este domingo es una alerta severa contra la incapacidad de misericordia: el perdonado que no fue capaz de perdonar a su deudor. El relato de este siervo inmisericorde deja patente que vivir en el reino significa experimentar el incomensurable perdón de Dios, y que quienes pertenecen a él han de reflejar esa naturaleza misericordiosa en sus relaciones con los demás. El mensaje de Jesús es contundente en este sentido y -  si su proyecto nos seduce y apasiona - es imperativo asumirlo y vivirlo hasta sus últimas consecuencias.
De la primera lectura también derivamos unos contenidos que corroboran todo lo anterior: “Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante y pide perdón de los pecados?” (Eclesiástico 28: 2 – 4).
Estas palabras establecen una lógica de continuidad y complementariedad entre la demanda que nosotros hacemos a Dios por el perdón de nuestras fragilidades y las que debemos a los prójimos, especialmente a aquellos que nos han lastimado y agredido, también a quienes nosotros hemos ofendido y denigrado.
En definitiva, este puede ser perfectamente el mayor indicador de la grandeza de un ser humano, por supuesto de quien se identifica con Aquel que, humillado y ofendido siendo el justo por excelencia, simplemente expresó con dramática elocuencia : “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23: 34). En esta escueta palabra se explicita el mayor amor del mundo, este sí revolucionario porque trastoca el orden de cierta lógica, siempre imperante, la que está en la base de tantos desencuentros y violencias.
En nuestra oración y discernimiento de hoy preguntémonos si esto que propone el Evangelio de Jesús es una ingenuidad, una falta de sentimiento crítico ante los ofensores, un imposible, una falta de vigor personal y comunitario,  o si,  -  mejor aún y esta es la gran esperanza !  - es una alternativa viable, el aporte específico del cristianismo con todo lo que se pretende de la superación de esta cultura de la muerte y de la agresión.
Es imperativo revisar nuestro tejido interior, esto para las conciencias individuales, también para la gran sociedad, yendo a la profundidad del yo donde se determinan prioridades y motivaciones, actitudes e intenciones, para dejarnos asumir por la fuerza liberadora de la gracia de Dios, descubriendo con esperanza que un corazón sano es el más saludable medicamento para construir estructuras sociales incluyentes y promotoras de la dignidad humana, en las que sea posible ejercer la misión terapéutica de erradicar las causas de estos males y  entrar con ilusión en un mundo nuevo, en el que sean más importantes el derecho a vivir, la existencia digna, las mesas compartidas, los encuentros creadores, la imaginación profética que proviene del amor, la apuesta decidida por la felicidad de cada ser humano!
Soy Ca-Paz de perdón, de superación del odio y del deseo de venganza? Somos Ca – Paces?
Alejandro Romero Sarmiento -  Antonio José Sarmiento Nova,SJ


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