Lecturas
1.
Ezequiel 33: 7 – 9
2.
Salmo
94: 1 – 9
3.
Romanos 13: 8 – 10
4.
Mateo
18: 15 – 20
Cuando un miembro de la comunidad cristiana falla gravemente
a sus compromisos como seguidor de Jesús también afecta negativamente a todo el
cuerpo de la Iglesia, su pecaminosidad le esta gracia y santidad a todos los
cristianos. De la misma manera, la vida limpia y evangélica de los creyentes se
traduce en incremento de vitalidad espiritual y de participación del dinamismo
teologal para cada bautizado.
El pecado individual tiene repercusiones sociales. Cuando los
Obispos de América Latina, en su II asamblea general, reunida en Medellín en
agosto de 1968, hablaron de “situación de pecado”, de “violencia
institucionalizada”, de “pecado estructural”, se estaban
refiriendo en plan de denuncia profética a las muchas injusticias sociales
manifestadas en pobreza, marginalidad, exclusión social, falta de oportunidades
para millones de hombre y mujeres en el continente, manifestación de la
incoherencia entre una región del mundo mayoritariamente cristiano – católica,
pero con una práctica religiosa individualista, formal, de ritos sin
implicación en la vida, y desentendida de estas graves problemáticas. Muchos
años después estas circunstancias siguen dolorosamente vigentes!
Esta pecaminosidad social no es fruto de fuerzas
indeterminadas, detrás de ella hay personas con intenciones concretas y
deliberadas para generar este estado de cosas. Y corresponde a los cristianos
sinceros, comprometidos, claros en su opción fundamental , ejercer una misión
profética para hacer conscientes a todos de estas inconsistencias, claramente
contrarias al proyecto de plenitud y fraternidad que es sustancial en la
voluntad del Padre de Jesús.
Como feliz contrapartida la santidad individual tiene la misma
posibilidad, esta última en la vía positiva del Espíritu que nos configura con
mayor intensidad en la vida del Señor Jesús.
Cómo llevar al
dinamismo de la sociedad una situación de gracia? Cómo reflejar en el
funcionamiento de nuestros países los valores del Evangelio en términos del
respeto a la dignidad de las personas, del posibilitar un modelo económico de
raigambre humanista, del crear unas condiciones contundentes para la honestidad
y la transparencia? En qué formas
concretas los cristianos participamos en la política, en las grandes decisiones
del estado? Cómo aportamos a un clima constante y creciente de respeto a cada
persona, de reconocimiento de la diversidad y pluralidad de estilos de vida, de
las convicciones ideológicas, de
las identidades culturales, de las
creencias religiosas? En suma, como depositar las semillas del Evangelio en la
configuración de las relaciones sociales.
A este propósito veamos lo que plantea el profeta Ezequiel en
la primera lectura de este domingo .
Este profeta es comparado con un centinela que debe estar vigilante para prevenir a su pueblo de los peligros de la
idolatría e infidelidad: “A ti , hijo de hombre, te he puesto de
centinela en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás
la alarma de mi parte” (Ezequiel 33: 7).
Este ministerio no consiste en la actitud de algunos sacerdotes,
predicadores, pastores, que se dedican sistemáticamente a incriminar a la
comunidad, con una visión siempre negativa y obsesiva con respecto a detectar
pecado en todo comportamiento, y a cultivar permanentemente una valoración
negativa de toda conducta humana.
Se trata de ser testigos de Dios, en estas condiciones : la de
los que, desde su honda experiencia del Señor, tienen la disposición para
interpretar los signos de los tiempos, en tónica de discernimiento, invitando a
todos a detectar las evidencias del mal, de la injusticia, de lo que se opone a los deseos a de plenitud que el
Padre tiene dispuestos para todos. Y con gran vigor pero también con inmensa
esperanza nos invitan a hacer de este mundo un bienaventurado anticipo de lo
que será la grande e inagotable felicidad que viviremos cuando estemos insertos
para siempre en el misterio del amor del Padre.
La misión profética es incómoda , resulta desagradable para
muchos a quienes se pone el dedo en la
llaga, porque pone en evidencia las causas y las consecuencias del mal,
explicita a los responsables, cuestiona la discontinuidad que hay entre una
vida pretendidamente religiosa pero simultáneamente injusta y deshonesta, y
esto en el plano individual y también en el social.
Pongamos por ejemplo, el servicio del actual Obispo de la
diócesis de Buenaventura, Mons. Héctor Epalza Quintero. Este pastor
resuelto, evangélico, sincero con su Señor Jesús y con su comunidad, ha puesto
sobre el tapete la coexistencia de realidades
escandalosas de violencia, pobreza, corrupción, injusticia, desempleo,
indignidad, en su ciudad, en la que preside la comunidad católica.
Su palabra, valiente y
decidida, comprometida con sus gentes, ha enfatizado - y en ello sigue empeñado – denunciando a
quienes tienen en sus manos la posibilidad de decidir a favor de la gente y no
lo hacen, a quienes permiten la presencia constante de grupos delincuenciales que maltratan sin piedad a la población, generando
un ambiente de terror, a quienes dilapidan irresponsablemente los recursos que
pertenecen a todos, a quienes favorecen las prácticas políticas clientelistas,
a quienes se hacen elegir para cargos públicos sin luego estar a la altura de
la responsabilidad para la que han sido constituídos.
Nos recuerda a otro
hombre de Dios y servidor de los padres, el inolvidable obispo de la misma diócesis,
Gerardo
Valencia Cano (1917 – 1972), quien en los albores de las nuevas
sensibilidades sociales y humanistas de la iglesia latinoamericana, se presentó
como un hombre libre y evangélico, austero y entregado por completo a su
ministerio, genuino padre de los pobres, relato de esperanza en medio de las
dramáticas circunstancias de esa región de nuestro país.
No es estribillo y reiteración vacía seguir insistiendo en
que tenemos como misión “arreglar el mundo”, comprometernos
con pasión en la generación de un modo de vida que tenga en cuenta – sin
excepción ! - a cada ser humano en sus
necesidades, en su derecho legítimo a vivir con sentido y con dignidad. Y para
ello se impone el recurso permanente a la condición profética, lo que demanda a
la Iglesia Católica y a las Iglesias hermanas surgidas de la Reforma un talante
de configuración total con Jesús, con sus bienaventuranzas, con su
reivindicación de los más débiles y despreciados por el arrollador e injusto
sistema neoliberal, por el consumismo que insensibiliza, por el derroche en el
manejo de los recursos naturales.
La corrección fraterna a la que alude el texto de Mateo
tendrá que ser un ejercicio de claras consecuencias sociales.
Tenemos que
corregirnos unos a otros, con vigoroso y exigente amor, con un espíritu de
crítica constructiva y creadora de modos saludables de convivir entre nosotros,
de diseñar un mundo de posibilidades para todos, rompiendo con la mezquindad de
intereses personales o de pequeños grupos, de saber que la vida es hermosa y
apasionante en la medida en que se la apuesta a trabajar por el bien de todos,
por la justicia para todos, esto es lo que podemos aportar los creyentes en
Jesús a este proceso de paz, para liberarlo de protagonismos, y para hacerlo
verdaderamente tarea de una comunidad que desea archivar para siempre estas historias
lamentables de secuestros y masacres, de desplazamientos y despojos.
Qué responder a estas palabras de Jesús?: “Les
aseguro que lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y lo
que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo"(Mateo
18: 18).
Es una frasecita más
utilizada en retóricas religiosas de ocasión o verdaderamente descubrimos en
ella al Señor que nos insta a trabajar infatigablemente por una reconciliación
individual y social, que no evada las responsabilidades de ninguno, ni las de
comisión ni las de omisión?
La corrección fraterna
en esta perspectiva social y estructural nos compromete a estar abiertos
a la gracia de Dios para que ella – con el concurso de nuestra libre respuesta
– erradique de nosotros esas motivaciones, intenciones, y actitudes
egocéntricas, ambiciosas, desinteresadas de los hermanos, y genere en nosotros
una nueva manera de ser, enraizada en el “conocimiento interno de Jesús” , y
que ella tenga inspiración en estas palabras de Pablo: “Que la única deuda que tengan con
los demás sea la del amor mutuo” (Romanos 13: 8).
Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,S.J.
No hay comentarios:
Publicar un comentario