domingo, 7 de septiembre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 7 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      Ezequiel  33: 7 – 9
2.      Salmo 94: 1 – 9
3.      Romanos  13: 8 – 10
4.      Mateo 18: 15 – 20
Cuando un miembro de la comunidad cristiana falla gravemente a sus compromisos como seguidor de Jesús también afecta negativamente a todo el cuerpo de la Iglesia, su pecaminosidad le esta gracia y santidad a todos los cristianos. De la misma manera, la vida limpia y evangélica de los creyentes se traduce en incremento de vitalidad espiritual y de participación del dinamismo teologal para cada bautizado.
El pecado individual tiene repercusiones sociales. Cuando los Obispos de América Latina, en su II asamblea general, reunida en Medellín en agosto de 1968, hablaron de “situación de pecado”, de “violencia institucionalizada”, de “pecado estructural”, se estaban refiriendo en plan de denuncia profética a las muchas injusticias sociales manifestadas en pobreza, marginalidad, exclusión social, falta de oportunidades para millones de hombre y mujeres en el continente, manifestación de la incoherencia entre una región del mundo mayoritariamente cristiano – católica, pero con una práctica religiosa individualista, formal, de ritos sin implicación en la vida, y desentendida de estas graves problemáticas. Muchos años después estas circunstancias siguen dolorosamente vigentes!
Esta pecaminosidad social no es fruto de fuerzas indeterminadas, detrás de ella hay personas con intenciones concretas y deliberadas para generar este estado de cosas. Y corresponde a los cristianos sinceros, comprometidos, claros en su opción fundamental , ejercer una misión profética para hacer conscientes a todos de estas inconsistencias, claramente contrarias al proyecto de plenitud y fraternidad que es sustancial en la voluntad del Padre de Jesús.
Como feliz contrapartida  la santidad individual tiene la misma posibilidad, esta última en la vía positiva del Espíritu que nos configura con mayor intensidad en la vida del Señor Jesús.
 Cómo llevar al dinamismo de la sociedad una situación de gracia? Cómo reflejar en el funcionamiento de nuestros países los valores del Evangelio en términos del respeto a la dignidad de las personas, del posibilitar un modelo económico de raigambre humanista, del crear unas condiciones contundentes para la honestidad y la transparencia?  En qué formas concretas los cristianos participamos en la política, en las grandes decisiones del estado? Cómo aportamos a un clima constante y creciente de respeto a cada persona, de reconocimiento de la diversidad y pluralidad de estilos de vida, de las  convicciones ideológicas, de las  identidades culturales, de las creencias religiosas? En suma, como depositar las semillas del Evangelio en la configuración de las relaciones sociales.
A este propósito veamos lo que plantea el profeta Ezequiel en la primera lectura de este domingo  . Este profeta es comparado con un centinela que debe estar vigilante para  prevenir a su pueblo de los peligros de la idolatría e infidelidad: “A ti , hijo de hombre, te he puesto de centinela en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte” (Ezequiel 33: 7).
Este ministerio no consiste en  la actitud de algunos sacerdotes, predicadores, pastores, que se dedican sistemáticamente a incriminar a la comunidad, con una visión siempre negativa y obsesiva con respecto a detectar pecado en todo comportamiento, y a cultivar permanentemente una valoración negativa de toda conducta humana.
 Se trata de ser  testigos de Dios, en estas condiciones :   la de los que, desde su honda experiencia del Señor, tienen la disposición para interpretar los signos de los tiempos, en tónica de discernimiento, invitando a todos a detectar las evidencias del mal, de la injusticia, de lo que  se opone a los deseos a de plenitud que el Padre tiene dispuestos para todos. Y con gran vigor pero también con inmensa esperanza nos invitan a hacer de este mundo un bienaventurado anticipo de lo que será la grande e inagotable felicidad que viviremos cuando estemos insertos para siempre en el misterio del amor del Padre.
La misión profética es incómoda , resulta desagradable para muchos a quienes se  pone el dedo en la llaga, porque pone en evidencia las causas y las consecuencias del mal, explicita a los responsables, cuestiona la discontinuidad que hay entre una vida pretendidamente religiosa pero simultáneamente injusta y deshonesta, y esto en el plano individual y también en el social.
Pongamos por ejemplo, el servicio del actual Obispo de la diócesis de Buenaventura, Mons. Héctor Epalza Quintero. Este pastor resuelto, evangélico, sincero con su Señor Jesús y con su comunidad, ha puesto sobre el tapete  la coexistencia de realidades escandalosas de violencia, pobreza, corrupción, injusticia, desempleo, indignidad, en su ciudad, en la que preside la comunidad católica.
 Su palabra, valiente y decidida, comprometida con sus gentes, ha enfatizado  - y en ello sigue empeñado – denunciando a quienes tienen en sus manos la posibilidad de decidir a favor de la gente y no lo hacen, a quienes permiten la presencia constante de grupos delincuenciales  que maltratan sin piedad a la población, generando un ambiente de terror, a quienes dilapidan irresponsablemente los recursos que pertenecen a todos, a quienes favorecen las prácticas políticas clientelistas, a quienes se hacen elegir para cargos públicos sin luego estar a la altura de la responsabilidad para la que han sido constituídos.
 Nos recuerda a otro hombre de Dios y servidor de los padres, el inolvidable obispo de la misma diócesis, Gerardo Valencia Cano (1917 – 1972), quien en los albores de las nuevas sensibilidades sociales y humanistas de la iglesia latinoamericana, se presentó como un hombre libre y evangélico, austero y entregado por completo a su ministerio, genuino padre de los pobres, relato de esperanza en medio de las dramáticas circunstancias de esa región de nuestro país.
No es estribillo y reiteración vacía seguir insistiendo en que tenemos como misión “arreglar el mundo”, comprometernos con pasión en la generación de un modo de vida que tenga en cuenta – sin excepción ! -  a cada ser humano en sus necesidades, en su derecho legítimo a vivir con sentido y con dignidad. Y para ello se impone el recurso permanente a la condición profética, lo que demanda a la Iglesia Católica y a las Iglesias hermanas surgidas de la Reforma un talante de configuración total con Jesús, con sus bienaventuranzas, con su reivindicación de los más débiles y despreciados por el arrollador e injusto sistema neoliberal, por el consumismo que insensibiliza, por el derroche en el manejo de los recursos naturales.
La corrección fraterna a la que alude el texto de Mateo tendrá que ser un ejercicio de claras consecuencias sociales.
 Tenemos que corregirnos unos a otros, con vigoroso y exigente amor, con un espíritu de crítica constructiva y creadora de modos saludables de convivir entre nosotros, de diseñar un mundo de posibilidades para todos, rompiendo con la mezquindad de intereses personales o de pequeños grupos, de saber que la vida es hermosa y apasionante en la medida en que se la apuesta a trabajar por el bien de todos, por la justicia para todos, esto es lo que podemos aportar los creyentes en Jesús a este proceso de paz, para liberarlo de protagonismos, y para hacerlo verdaderamente tarea de una comunidad que desea archivar para siempre estas historias lamentables de secuestros y masacres, de desplazamientos y despojos.
Qué responder a estas palabras de Jesús?: “Les aseguro que lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo"(Mateo 18:  18).
 Es una frasecita más utilizada en retóricas religiosas de ocasión o verdaderamente descubrimos en ella al Señor que nos insta a trabajar infatigablemente por una reconciliación individual y social, que no evada las responsabilidades de ninguno, ni las de comisión ni las de omisión?
La corrección fraterna  en esta perspectiva social y estructural nos compromete a estar abiertos a la gracia de Dios para que ella – con el concurso de nuestra libre respuesta – erradique de nosotros esas motivaciones, intenciones, y actitudes egocéntricas, ambiciosas, desinteresadas de los hermanos, y genere en nosotros una nueva manera de ser, enraizada en el “conocimiento interno de Jesús” , y que ella tenga inspiración en estas palabras de Pablo: “Que la única deuda que tengan con los demás sea la del amor mutuo” (Romanos 13: 8).


Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,S.J.

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