Lecturas
1.
Isaías 55: 1 – 11
2.
Salmo
144: 2 – 9 y 17 – 18
3.
Filipenses
1: 20 – 24 y 27
4.
Mateo
20: 1 – 16
Con frecuencia escuchamos decir que los caminos de Dios no
son nuestros caminos, que su lógica y modo de proceder son totalmente distintos
a los de los humanos, contrarios a la
manera como vemos y asumimos la vida, provocando una radical ruptura de nuestros
esquemas y mapas mentales con los que
decidimos qué es lo bueno y lo malo, qué lo justo y lo injusto.
Si bien, este lenguaje tiene el sabor de un lugar común,
vamos a hacer el esfuerzo de superar este estereotipo para que nos adentremos –
maravillados! – en esta novedad radical, deseosa de provocar el más alto y
definitivo nivel de esperanza y de sentido de la vida.
Predomina en muchos ambientes la mentalidad del cálculo
interesado, de la milimetría matemática, de la acumulación de méritos, del
alardear de ser mejores que los demás, de presumir de ser justos y buenos, también de clasificar a las personas de
acuerdo con sus hojas de vida, con sus títulos, con su capacidad económica, o
con su moral y su conducta.
Penosamente, esto ha
llegado al campo religioso, vieja manía esta de presumir de santos, de
observantes, de cumplidores de ritos y formalidades externas, de ajustar la
vida a unas normas, la mayoría de ellas caracterizadas por su estrechez y falta
de libertad.
En consecuencia, los modos de vida se convierten en
cumplimiento de reglamentos, en “marcar tarjeta” porque “toca”, en liturgias
carentes de afecto y de vitalidad, todo reducido a una permanente acumulación
de requisitos, para que cuando venga el momento de la rendición de cuentas,
podamos presentar un “balance contable” que diga que estamos al día, que todo
lo cumplimos, sin tener en cuenta si esto se vivió con pasión, con entusiasmo,
con la felicidad que produce el amor, con el corazón sinceramente dispuesto
para Dios y para los hermanos.
Vivido esto en el ámbito de la relación con Dios fijémonos en
esa mentalidad rigorista de los sacerdotes del templo en los tiempos de Jesús,
de los fariseos, de los maestros de la ley, para quienes el acatamiento a los
designios divinos se quedaba en la pobreza
de unos cumplimientos rígidos, sin
conversión del corazón, tan severamente fustigados y cuestionados por el mismo
Jesús: “Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la
copa y el plato, mientras por dentro están llenos de inmoralidad y robos!”
(Mateo 23: 25).
Vale decir que hoy también este mismo modelo se vive en
muchos espacios de grupos religiosos, marcados por el fundamentalismo, las
prédicas agobiantes de algunos sacerdotes y pastores, quienes, en lugar de
asumir un ministerio estimulante y profético, provocador de ilusiones y deseos
de vivir, someten a sus comunidades a duras cargas, incomprensibles y lejanas
de la realidad, intransigentes, desconocedoras de las particularidades de las
personas y de los contextos en los que se desenvuelven.
Dos de las lecturas de este domingo – la de Isaías y el texto
de Mateo – nos introducen en la dimensión apasionante, liberadora, de la
gratuidad del Dios que es todo para todos, ricos y pobres, santos y
pecadores, ateos y creyentes, buenos y malos, un Dios que sorprende porque El
mismo es don ilimitado, abundancia desmedida de amor y beneficios, perdón y
misericordia, que no evalúa méritos ni
revisa curriculums, ni tiene en cuenta privilegios y categorías, ni listados de
“indicadores” de resultados y productividad.
Dios que desciende a
lo más profundo del ser humano, inserto en sus dramas y vacíos, también en sus
plenitudes y realizaciones, para darse sin límites, implicándose en la historia
individual y colectiva de todos, en términos de gracia, de justificación, de
salvación, de una manera de vida que no se queda en esa “teología del mérito
acumulado” sino en el obsequio gratuito de sí mismo y en su pasión por cada ser
humano: todos somos opción preferencial de Dios, incluyendo a aquellos que, en ejercicio de respetable
autonomía, deciden no creer en El o llevar una vida que no tiene en cuenta sus
proyectos y valores. Dios cree en todos los humanos, aunque algunos no crean en
El!
El es mucho más que
nosotros, afirmación que no debemos leer
en la clave del paradigma humano de autoridad y jerarquía, sino en la óptica
del amor supremo que se inclina humilde, misericordioso, ante cada hombre, cada mujer, para
llenarlo-a de dignidad y de las mejores y más completas razones para una
existencia cargada de significado y totalmente abierta a la trascendencia. Su
amor ilimitado llena nuestra existencia de sentido!
Esto es lo que nos
quiere decir hoy el profeta: “Por qué gastan dinero en lo que no alimenta?
Y el salario en lo que no deja satisfacción? Escúchenme atentos, y comerán
bien, se deleitarán con platos sustanciosos. Presten atención y vengan a mí,
escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes alianza perpetua….. “Isaías
55: 2 – 3). Reforzado por: “Atención, sedientos! Vengan por agua, también los que no tienen
dinero, vengan, compren trigo, coman sin pagar, vino y leche gratis”
(Isaías 55: 1).
El tiempo de Dios – que es siempre ! - se caracteriza por la participación justa y
equitativa en los bienes de la creación, en los dones que El nos ofrece para
que seamos estupendos modelos de humanidad, siempre en la dinámica de lo
gratuito. Esto determina un contraste provocador con estas sociedades en las
que todo está clasificado, distribuído según “méritos” (??????), medido, estratificado,
pagado, organizado en rangos y escalas,
olvidando completa – y pecaminosamente !! -
la común dignidad de los hijos del Padre común.
Es deliberada la intención de Jesús con su parábola de los
jornaleros de la viña, presentada hoy en el evangelio de Mateo, cuando un
hacendado, en diversos momentos del mismo día, va contratando obreros para las
faenas del campo: “Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo debido” (Mateo
16: 4), al final de la jornada llega la
hora del pago “debido”, y entonces surge la sorpresa: “Pasaron los del atardecer y
recibieron un denario. Cuando llegaron los primeros, esperaban recibir más,
pero también ellos recibieron la misma paga. Al recibirla, se quejaron contra
el hacendado: estos últimos han trabajado una hora y les has pagado igual que a
nosotros, que hemos soportado la fatiga y el calor del día…..” (Mateo
16: 9 – 12).
Es inequitativo e injusto Jesús al proponer este mensaje? Desconocedor
de derechos y méritos adquiridos?
Consideremos estos elementos que leemos entre líneas en toda la parábola: la gracia que el Padre nos regala es desbordar con amor
los parámetros de la justicia humana, esta realidad es clarísima de parte del
Señor y con ella pretende establecer el contraste con el legalismo propio de su
época, en la que las relaciones con Dios se determinaban como un pago, una
retribución en razón de los merecimientos que se tenían.
Con este mensaje Jesús deja muy nítida su intención de
trastocar este modelo de retribución – mérito – pago, por el de lo gratis, el
de la generosidad, que se vuelca preferentemente no a quien la merece sino a
quien la necesita. Extraño y “escandaloso” este Dios que se va , relatado
sacramentalmente en Jesús, por los márgenes de la vida y busca a prostitutas y
disfuncionales, a excluídos y señalados por inmoralidad, para sentarlos en la
mesa del Padre , en igualdad de condiciones, sirviéndoles la posibilidad de
rehacerse, de rescatar su dignidad, de realizar en ellos el milagro sanador del
amor, de la restauración plena de su ser, sin castigos ni condenaciones!
Cómo interroga esto nuestra manera de vivir y entender las
relaciones de justicia, el cumplimiento de deberes y obligaciones, las
relaciones con los demás? Nuestras actitudes ante los que fallan, nuestra
capacidad para entender las debilidades de las personas? Estamos en el grupo
del juicio implacable o en el de la cercanía misericordiosa?
En este orden de cosas, recordemos el texto de Juan 8, el de
la adúltera, cuando a Jesús “los letrados y fariseos le presentan una mujer
sorprendida en adulterio, la colocaron en el centro, y le dijeron: Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés ordena que
mujeres como esta sean apedreadas; tú,
que dices? Decían esto para ponerlo a prueba y tener de qué acusarlo.
Jesús se agachó y con el dedo se puso a escribir en el suelo. Como insistían en
sus preguntas, se incorporó y les dijo: El que no tenga pecado, arroje la
primera piedra…….”
La historia restante
la sabemos bien, es uno de los relatos más conocidos en la humanidad, dentro y
fuera del mundo cristiano. Jesús invita a sus interlocutores de ese tiempo y de
todos los tiempos a pasar de la ley que debe ser ejecutada sin contemplaciones
a la que debe ser interiorizada desde la propia responsabilidad. No es la
determinación objetiva de lo establecido
normativamente lo que obliga sino el libre compromiso que se asume con
convicción, conscientes de que la vivencia responsable de lo establecido se
hace en actitud sincera de amor, de valoración de la propia conciencia y de la
de los demás.
Para señalar un ejemplo que cobija a muchísimas personas en
el mundo, la fidelidad matrimonial no se vive porque “toca”, se vive porque hay
amor profundo, respeto por la dignidad de la pareja, no es una carga sino el
ejercicio de un dinamismo de libertad, arraigado en el valor mismo de las dos
personas implicadas en el vínculo conyugal. El amor verdadero, el de Dios que
llena de plenitud y de significado nuestros amores, es la genuina ley que libera
y realiza a quienes así lo viven.
Todo esto viene a una cabal comprensión con las palabras de
Pablo: “Una cosa importa, que su conducta sea digna de la Buena Noticia de
Cristo…..” (Filipenses 1: 2 27). Bendito Dios gratuito, desbordante Padre amoroso, empeñado
en nuestra felicidad, revelado plenamente en el Señor Jesús, sacramento de su
misericordia, superando los límites de una justicia matemática para dar paso a
la gozosa lógica del reino y de su nueva justicia!!
Alejandro Romero Sarmiento – Antonio José Sarmiento Nova,SJ
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