Lecturas
1.
Isaías 25: 6 – 10
2.
Salmo 22 (23) : 6 – 10
3.
Filipenses 4: 12 – 14 y 19 – 20
4.
Mateo 22: 1- 14
La figura del banquete de
bodas con invitados numerosos y generosas viandas y vinos exquisitos es
utilizada con frecuencia en los escritos bíblicos para significar la iniciativa
generosa del Padre que convoca a toda la
humanidad a una nueva manera de vivir en lo que llamamos el reino de Dios y su
justicia, es la lógica que El nos propone
para una existencia animada por el Espíritu, plenamente incluyente, dotando de
sentido a todos los humanos, participando de la abundancia y de la gratuidad
que nos comunica a través de Jesús.
Los seres humanos somos
eternos buscadores de significado para nuestras vidas, por eso concretamos
estas aspiraciones en la infatigable búsqueda de felicidad, traducida esta, por
ejemplo, en el amor de pareja y en la
fecunda proyección en los hijos, en el ejercicio de amistades profundas, en la
construcción constante de una mejor sociedad, en las expresiones artísticas, en
la generación de cultura, en la apasionante aventura del conocimiento y de la
ciencia, en las profundidades del pensamiento filosófico y de las ciencias
humanas, que intentan escudriñar e interpretar al mismo ser humano en la
densidad de su psiquis, en las motivaciones de su conducta, en los dinamismos
de las relaciones sociales, también en el aspecto festivo de la vida y en la
celebración del gozo de vivir.
Las mediaciones religiosas y
las tradiciones espirituales están comprometidas con la respuesta al sentido
último de la vida, donde el ser humano se encuentra con el misterio de sí mismo
y con las trascendencia, con aquello que llamamos el Totalmente Otro, Dios, en quien encontramos la razón todo lo que
somos y hacemos, asumiendo nuestros dramas, sufrimientos, crisis, vacíos, y
transformándolos de experiencias de muerte en experiencias de vida, que –
debidamente asumidas e integradas en la propia biografía – vienen a ser redentoras,
liberadoras, sanadoras y portadoras de la esperanza que nos hace plenamente
humanos y divinos, abiertos de modo definitivo a una existencia que se inserta
en el misterio felicísimo de ese Dios inagotable en sus evidencias de amor y de
generosidad.
A este Dios desmedido en
gratuidad se refiere Isaías con estas palabras: “El Señor ofrece a todos los
pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de
solera, manjares enjundiosos, vinos generosos. Arrancará en este monte el velo
que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones, y
aniquilará la muerte para siempre” (Isaías 25: 6 – 8).
Tal es la expectativa con
respecto a la alegría final que, desde luego, se anticipa en esta historia
nuestra cuando nos dedicamos a anticipar con señales de fraternidad y de
justicia, de construcción de una humanidad digna, esa consumación gozosa en la
que El será Todo en todos.
Podemos hablar así de la “globalización
de Dios”, en quien se origina esta iniciativa que aspira a incluír a
todos los seres humanos, sin establecer divisiones ni categorías de superiores
e inferiores, de más y menos santos, decisión de universalidad que hace
justicia al Padre que se nos ha revelado en Jesucristo y que tiene en cuenta la
esperanza de los humanos de vivir en una interminable felicidad, a pesar de las
precariedades que nos acompañan de modo inevitable durante nuestro tránsito por
la vida.
Surge el interrogante de por
qué en muchos ámbitos religiosos y sociales no se transmite esta realidad
esperanzadora sino de la de un Dios policial, intransigente, justiciero,
vengativo, lejano, culpabilizador, excluyente y agrio en sus relaciones con los
hombres.
Neurosis y proyecciones de hondos egoísmos son
las inspiraciones desafortunadas de este tipo de grupos y líderes de creyentes
que se obnubilan en un egoísmo enfermizo y quieren así proyectar a todos sus
patologías y desenfoques , ciertamente distanciados de este seductor y amoroso
Padre siempre empeñado en la realización plena de los anhelos de plenitud que
nos deben acompañar como parte sustancial de la esperanza que El mismo deposita
en nuestro ser.
Cómo traducir a nuestra
cotidianidad existencial estas palabras?: “El Señor enjugará las lágrimas de todos los
rostros y alejará de la tierra entera el oprobio de su pueblo” (Isaías
25: 8). De acuerdo con esto, cómo vivir
una espiritualidad de alegría contagiosa, históricamente responsable,
encarnada, con sentido de presente y visión de futuro, que integre esta certeza
teologal y asuma al mismo tiempo la lucha permanente por el reconocimiento de
la dignidad humana, la edificación de una sociedad respetuosa de los derechos
de todos, la reivindicación de los humillados y ofendidos del mundo, de tal
intensidad que haga posible entender
todo lo humano como un sacramento de la divinidad, y todo lo divino como un
sacramento de la humanidad?
El Dios que aquí se nos
manifiesta es un Dios provocativo, seductor, enamorado, para quien nosotros
somos el otro, receptores de sus amores y beneficios, de sus gracias y constantes
entusiasmos, promotor de la abundancia, de quien podemos decir cabalmente: “El
Señor es mi pastor nada me falta. En verdes praderas me hace recostar, me
conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por senderos
oportunos haciendo gala de su oficio. Aunque camine por cañadas oscuras , nada
temo porque Tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan” (Salmo 23
(22): 1 – 4).
La religiosidad sombría y
fatalista de los neuróticos, la que promueve el miedo y la angustia ante Dios,
no tiene nada qué hacer ante esta perspectiva – esta sí la genuina, la
legítima, la verdadera – del Dios absolutamente comprometido con la felicidad y
la realización plena de la humanidad.
Mensaje contundente para que las instituciones
religiosas y sus ministros nos dejemos seducir hasta el punto de modificar
estilos, mensajes, contenidos, organizaciones, de tal manera que todo se ponga
a punto en esta clave del reino de la vida estimulante, del ánimo pascual, del
Espíritu que nos mueve a todos a la bienaventuranza, la propia de esta historia
nuestra que a su vez nos remite a la que viviremos definitivamente en las
trascendencia.
En contraste, el texto de
Mateo, propuesto hoy por la Iglesia, señala que hay quienes rechazan esta
espléndida invitación al banquete nupcial: “El reino de Dios se parece a un
rey que celebraba la boda de su hijo. Despachó a sus criados para llamar a los
invitados, pero estos no quisieron. Entonces despachó a otros criados
encargándoles que dijeran a los invitados: tengo el banquete preparado, los
toros y novillos degollados y todo pronto, vengan a la boda. Pero ellos se
desentendieron: uno se fue a su finca, el otro a su negocio; otros agarraron a
los criados, los maltrataron y los mataron” (Mateo 22: 2 – 6).
Tengamos presente que estas
palabras de Jesús son dirigidas a los sumos sacerdotes y a los senadores y
maestros de la ley, aludiendo claramente a su arrogancia religioso - moral y a su incapacidad para entender la
lógica nueva, la del reino, de la que El es portador e iniciador, tema
recurrente desde hace varios domingos, con el explícito énfasis de poner en
cuestión a quienes se sienten salvados y justificados por sus propios méritos,
con el corazón endurecido por su sentimiento de superioridad , por supuesto
desatinada con respecto al espíritu propio de las bienaventuranzas, y a la
humildad esencial que la ha de
acompañar.
Quienes rechazan la
invitación son los poderosos y engreídos, los autosatisfechos, los que no experimentan la necesidad de
sentido y salvación, los que se sienten beneficiarios únicos de Dios,
despreciando a los llamados por ellos paganos y también a los pobres y a los
humildes, y a quienes carecen de
oportunidades para vivir en coherencia con su dignidad.
El mensaje de Jesús va en
vía contraria, es un banquete al que son invitados todos y todas sin
condiciones, con prioridad para los condenados de la tierra, con esa intención
vigorosa del Padre de indicar que no es el ancestro social ni las riquezas
materiales ni la belleza física ni los éxitos individuales los que habilitan a
alguien para merecer a Dios, sino la simple y elemental condición de ser
humanos, independientes de esos criterios a menudo tan injustos y tan
desconocedores de la auténtica sabiduría existencial, esta última la que de
verdadera esperanza para el buen vivir.
Hermosas y sabias las
palabras de Pablo cuando agradece a su comunidad de Filipos un donativo que le
han hecho para su sostenimiento: “Sé lo que es vivir en la pobreza y también
en la abundancia. Estoy plenamente acostumbrado
a todo, a la saciedad y al ayuno, a la abundancia y a la escasez. Todo
lo puedo en aquel que me da fuerzas” (Filipenses 4: 12 – 13). Hermoso
testimonio que pone en evidencia su conciencia de la gratuidad de Dios
canalizada a través de estos hermanos suyos a quienes sirve infatigablemente en
su ministerio.
El vestido adecuado para
ingresar al banquete de bodas es este del que se siente envuelto felizmente en
ese ámbito de la gracia, de los dones inmerecidos, de la necesaria libertad
para dedicarse a la misión, del mirar a cada persona también con esta óptica de
lo gratuito, significación elocuente de un Dios que no se cansa de servir la
mesa en igualdad de condiciones para todos.
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