domingo, 12 de octubre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 12 DE OCTUBRE DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.    Isaías 25: 6 – 10
2.    Salmo 22 (23) : 6 – 10
3.    Filipenses 4: 12 – 14 y 19 – 20
4.    Mateo 22: 1- 14

La figura del banquete de bodas con invitados numerosos y generosas viandas y vinos exquisitos es utilizada con frecuencia en los escritos bíblicos para significar la iniciativa generosa del Padre  que convoca a toda la humanidad a una nueva manera de vivir en lo que llamamos el reino de Dios y su justicia,  es la lógica que El nos propone para una existencia animada por el Espíritu, plenamente incluyente, dotando de sentido a todos los humanos, participando de la abundancia y de la gratuidad que nos comunica a través de Jesús.
Los seres humanos somos eternos buscadores de significado para nuestras vidas, por eso concretamos estas aspiraciones en la infatigable búsqueda de felicidad, traducida esta, por ejemplo,  en el amor de pareja y en la fecunda proyección en los hijos, en el ejercicio de amistades profundas, en la construcción constante de una mejor sociedad, en las expresiones artísticas, en la generación de cultura, en la apasionante aventura del conocimiento y de la ciencia, en las profundidades del pensamiento filosófico y de las ciencias humanas, que intentan escudriñar e interpretar al mismo ser humano en la densidad de su psiquis, en las motivaciones de su conducta, en los dinamismos de las relaciones sociales, también en el aspecto festivo de la vida y en la celebración del gozo de vivir.
Las mediaciones religiosas y las tradiciones espirituales están comprometidas con la respuesta al sentido último de la vida, donde el ser humano se encuentra con el misterio de sí mismo y con las trascendencia, con aquello que llamamos el Totalmente Otro, Dios,  en quien encontramos la razón todo lo que somos y hacemos, asumiendo nuestros dramas, sufrimientos, crisis, vacíos, y transformándolos de experiencias de muerte en experiencias de vida, que – debidamente asumidas e integradas en la propia biografía – vienen a ser redentoras, liberadoras, sanadoras y portadoras de la esperanza que nos hace plenamente humanos y divinos, abiertos de modo definitivo a una existencia que se inserta en el misterio felicísimo de ese Dios inagotable en sus evidencias de amor y de generosidad.
A este Dios desmedido en gratuidad se refiere Isaías con estas palabras: “El Señor ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos. Arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones, y aniquilará la muerte para siempre” (Isaías 25: 6 – 8).
Tal es la expectativa con respecto a la alegría final que, desde luego, se anticipa en esta historia nuestra cuando nos dedicamos a anticipar con señales de fraternidad y de justicia, de construcción de una humanidad digna, esa consumación gozosa en la que El será Todo en todos.
Podemos hablar así de la “globalización de Dios”, en quien se origina esta iniciativa que aspira a incluír a todos los seres humanos, sin establecer divisiones ni categorías de superiores e inferiores, de más y menos santos, decisión de universalidad que hace justicia al Padre que se nos ha revelado en Jesucristo y que tiene en cuenta la esperanza de los humanos de vivir en una interminable felicidad, a pesar de las precariedades que nos acompañan de modo inevitable durante nuestro tránsito por la vida.
Surge el interrogante de por qué en muchos ámbitos religiosos y sociales no se transmite esta realidad esperanzadora sino de la de un Dios policial, intransigente, justiciero, vengativo, lejano, culpabilizador, excluyente y agrio en sus relaciones con los hombres.
 Neurosis y proyecciones de hondos egoísmos son las inspiraciones desafortunadas de este tipo de grupos y líderes de creyentes que se obnubilan en un egoísmo enfermizo y quieren así proyectar a todos sus patologías y desenfoques , ciertamente distanciados de este seductor y amoroso Padre siempre empeñado en la realización plena de los anhelos de plenitud que nos deben acompañar como parte sustancial de la esperanza que El mismo deposita en nuestro ser.
Cómo traducir a nuestra cotidianidad existencial estas palabras?: “El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera el oprobio de su pueblo” (Isaías 25: 8).  De acuerdo con esto, cómo vivir una espiritualidad de alegría contagiosa, históricamente responsable, encarnada, con sentido de presente y visión de futuro, que integre esta certeza teologal y asuma al mismo tiempo la lucha permanente por el reconocimiento de la dignidad humana, la edificación de una sociedad respetuosa de los derechos de todos, la reivindicación de los humillados y ofendidos del mundo, de tal intensidad  que haga posible entender todo lo humano como un sacramento de la divinidad, y todo lo divino como un sacramento de la humanidad?
El Dios que aquí se nos manifiesta es un Dios provocativo, seductor, enamorado, para quien nosotros somos el otro, receptores de sus amores y beneficios, de sus gracias y constantes entusiasmos, promotor de la abundancia, de quien podemos decir cabalmente: “El Señor es mi pastor nada me falta. En verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por senderos oportunos haciendo gala de su oficio. Aunque camine por cañadas oscuras , nada temo porque Tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan” (Salmo 23 (22): 1 – 4).
La religiosidad sombría y fatalista de los neuróticos, la que promueve el miedo y la angustia ante Dios, no tiene nada qué hacer ante esta perspectiva – esta sí la genuina, la legítima, la verdadera – del Dios absolutamente comprometido con la felicidad y la realización plena de la humanidad.
 Mensaje contundente para que las instituciones religiosas y sus ministros nos dejemos seducir hasta el punto de modificar estilos, mensajes, contenidos, organizaciones, de tal manera que todo se ponga a punto en esta clave del reino de la vida estimulante, del ánimo pascual, del Espíritu que nos mueve a todos a la bienaventuranza, la propia de esta historia nuestra que a su vez nos remite a la que viviremos definitivamente en las trascendencia.
En contraste, el texto de Mateo, propuesto hoy por la Iglesia, señala que hay quienes rechazan esta espléndida invitación al banquete nupcial: “El reino de Dios se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Despachó a sus criados para llamar a los invitados, pero estos no quisieron. Entonces despachó a otros criados encargándoles que dijeran a los invitados: tengo el banquete preparado, los toros y novillos degollados y todo pronto, vengan a la boda. Pero ellos se desentendieron: uno se fue a su finca, el otro a su negocio; otros agarraron a los criados, los maltrataron y los mataron” (Mateo 22: 2 – 6).
Tengamos presente que estas palabras de Jesús son dirigidas a los sumos sacerdotes y a los senadores y maestros de la ley, aludiendo claramente a su arrogancia religioso  - moral y a su incapacidad para entender la lógica nueva, la del reino, de la que El es portador e iniciador, tema recurrente desde hace varios domingos, con el explícito énfasis de poner en cuestión a quienes se sienten salvados y justificados por sus propios méritos, con el corazón endurecido por su sentimiento de superioridad , por supuesto desatinada con respecto al espíritu propio de las bienaventuranzas, y a la humildad esencial que la ha de  acompañar.
Quienes rechazan la invitación son los poderosos y engreídos, los autosatisfechos,  los que no experimentan la necesidad de sentido y salvación, los que se sienten beneficiarios únicos de Dios, despreciando a los llamados por ellos paganos y también a los pobres y a los humildes, y  a quienes carecen de oportunidades para vivir en coherencia con su dignidad.
El mensaje de Jesús va en vía contraria, es un banquete al que son invitados todos y todas sin condiciones, con prioridad para los condenados de la tierra, con esa intención vigorosa del Padre de indicar que no es el ancestro social ni las riquezas materiales ni la belleza física ni los éxitos individuales los que habilitan a alguien para merecer a Dios, sino la simple y elemental condición de ser humanos, independientes de esos criterios a menudo tan injustos y tan desconocedores de la auténtica sabiduría existencial, esta última la que de verdadera esperanza para el buen vivir.
Hermosas y sabias las palabras de Pablo cuando agradece a su comunidad de Filipos un donativo que le han hecho para su sostenimiento: “Sé lo que es vivir en la pobreza y también en la abundancia. Estoy plenamente acostumbrado  a todo, a la saciedad y al ayuno, a la abundancia y a la escasez. Todo lo puedo en aquel que me da fuerzas” (Filipenses 4: 12 – 13). Hermoso testimonio que pone en evidencia su conciencia de la gratuidad de Dios canalizada a través de estos hermanos suyos a quienes sirve infatigablemente en su ministerio.
El vestido adecuado para ingresar al banquete de bodas es este del que se siente envuelto felizmente en ese ámbito de la gracia, de los dones inmerecidos, de la necesaria libertad para dedicarse a la misión, del mirar a cada persona también con esta óptica de lo gratuito, significación elocuente de un Dios que no se cansa de servir la mesa en igualdad de condiciones para todos.

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