domingo, 19 de octubre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 19 DE OCTUBRE DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Isaìas  45: 1 y 4 – 6
2.      Salmo 84: 9 – 14
3.      1 Tesalonicenses 1: 1 – 5
4.      Mateo 22: 15 – 21
Cuàles son las prioridades que orientan nuestra vida,  cuàles  los  valores que la determinan y le dan estructura y consistencia, o la desordenan y apartan de su plenitud? Dicho en términos de San Ignacio de Loyola, cuál es el principio y fundamento que decide  nuestro proyecto existencial?
 Esta es la gran cuestión a la que nos lleva el relato evangélico de hoy, en el que los líderes religiosos de Israel siguen asediando a Jesùs, con cuestiones como esta:  Entonces los fariseos se reunieron para buscar un modo de  enredarlo con sus palabras. Le enviaron algunos discípulos suyos acompañados de herodianos, que le dijeron: Maestro, nos consta que eres sincero, que enseñas con fidelidad el camino de Dios y que no te fijas en la condición de las personas porque eres imparcial. Dinos tu opinión: es lìcito pagar impuesto al cèsar o no?” (Mateo 22: 15 – 17).
Seguimos en la explanada del templo de Jerusalén, en medio de los enfrentamientos de diversos grupos con Jesús. En esta oportunidad, fariseos y herodianos lo van a poner en un serio compromiso preguntándole sobre la licitud del tributo al emperador de Roma. En ese tiempo – debemos recordar – además de los impuestos menores, que eran muchos, los judíos debían pagar el tributo mayor al César, que era la señal por excelencia de sometimiento y acatamiento a su poder imperial.
Los dos  grupos eran partidarios de pagarlo:  Los fariseos, porque al hacerlo los romanos les permitían seguir con sus prácticas religiosas;  los herodianos, clase dirigente del mundo judío, porque mantenían buenas relaciones con Roma y porque esto les facilitaba seguir con todos sus privilegios.
Sin embargo, otros judíos adoptaban una postura de oposición radical, basada en motivos propios de su estricta observancia religiosa. Para los zelotas, el grupo radical considerado abiertamente subversivo por el imperio, pagarlo era visto como pecado de idolatría, porque se interpretaba como rendir culto a un Dios distinto de Yavé, y porque se hipotecaba la dignidad del pueblo arrodillándose servilmente ante el emperador.
Con este presupuesto, se advierte que la pregunta que hacen a Jesús sobre la licitud de ese pago estaba claramente en función de detectar si El era respetuoso o no de las autoridades romanas. La cuestión formulada es insidiosa y maligna, como todas las tretas que le propusieron estos líderes religiosos, porque no se mueve en el plano de los hechos , sino en el de los principios, interrogándolo por la licitud o ilicitud de esta tributación.
 Evidentes triquiñuelas de “expertos” en amañar las leyes y sesgarlas según su conveniencia, como suele suceder en muchos de nuestros medios judiciales y jurídicos.
La respuesta del Señor es magistral y transparente: “Jesús, adivinando su mala intención, les dijo: Por qué me tientan, hipócritas? Muéstrenme la moneda del tributo. Le presentaron un denario. Y él les dijo: de quién es esta imagen y esta inscripción? Contestaron: del césar. Entonces les dijo: Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22: 18 – 21).
Una lectura sutil e interlineal del texto nos permite detectar que lo propio del César se limita al ámbito de su temporalidad y de su poder, recordando que la institución estatal, si sirve al bien común y es respetuosa de los derechos de todos, es deseable y respetable pero no tiene capacidad de agotar las grandes preguntas humanas por el sentido definitivo de la existencia, mientras que “lo que es de Dios” sí se sitúa claramente en este ámbito de lo que es decisivamente salvífico y liberador.
A Dios le importa lo esencial: la felicidad y plenitud de los humanos, la lógica del servicio y de la solidaridad como rasgos definitorios del Reino, la superación de la formalidad religiosa en aras de la conversión del corazón, la vida limpia y honesta, la promoción constante de la dignidad humana, el ejercicio de la misericordia, la opción preferencial por los últimos del mundo, la restauración de los corazones afectados por el pecado, el espíritu de las bienaventuranzas como impronta de la genuina felicidad, la negativa sistemática a la arrogancia del poder y del éxito material, la pasión por la justicia.
 Estas cosas no importaban a los insidiosos fariseos y herodianos, pero sí a Jesús y a aquellos a quienes El llegaba con su ministerio y con su revelación de la realidad amorosa y cercanísima del Padre – Abba. Exactamente en este sentido va la respuesta de Jesús!
Podríamos parafrasear el planteamiento de Jesús con  contrapreguntas como estas: Es lícito poner la ley por encima del ser humano? Es válido imponer a otros cargas pesadas e insoportables y luego no hacer nada, considerándose ya justificados y salvados? Tiene legitimidad entrar en discusiones sobre minucias jurídicas fijándose en la milimetría de la letra y no en la necesidad de vida y de sentido que tenemos la mayoría de los hombres y mujeres? Es correcto cumplir la ley al pie de la letra pero no practicar la misericordia, el perdón, la vida humilde y generosa?
Por aquí es por donde transita el apasionante estilo de vida que el Maestro trae en nombre del Padre  - Madre Dios,  es en este espacio donde se juegan el genuino sentido de la vida, la auténtica libertad, el talante que hace del ser humano alguien con trascendencia y significado. Dios es absoluto para que los humanos seamos libres y dignos, esto es esencial y de primerísima línea  en la misión del Señor Jesús.
Se pone así en tela de juicio un tipo de religiosidad basado solamente en rituales y cumplimientos exteriores, en formalidades doctrinales, en minucias disciplinarias, como camisas de fuerza obligatorias detrás de las cuales está la imagen de ese Dios neurótico, incapaz de gozar con la felicidad de la gente, siempre en plan de prohibir y de impedir el crecimiento armónico de todas las dimensiones de nuestro ser.
Este  asunto ha sido  tratado con severidad por los “maestros de la sospecha” Marx, Freud, Nietzsche, Feuerbach, y por otros pensadores críticos,  cuando  desde las ópticas propias de sus disciplinas, enfocan las alienaciones de la religión, señalando esas inconsistencias de un tal Dios que anula a los hombres en sus posibilidades de crecimiento y autonomía, haciéndolos sumisos, apocados, temerosos, poco arriesgados para vivir en libertad, y negados para disfrutar gozosamente de las maravillas de las demás personas y de la vida misma.
Por feliz oposición evangélica, dar a Dios lo que es de Dios equivale a dar al prójimo lo que es del prójimo. Y esto tiene su raíz en ese haberse manifestado El en la humanidad de Jesús, y en la humanidad de todos nosotros, porque entendemos, asumimos, vivimos a Dios a través de lo humano, y esto con rostro de hermano, de prójimo, de compañero de camino, de buscador de sentido, de reivindicador de dignidad, de constructor de vida y esperanza.
La hábil salida de Jesús a la cuestión planteada no se puede entender como la presencia de dos realidades separadas, incluso opuestas, el plano de lo divino-sagrado, lejano de la realidad, y el de lo humano-profano,  como un ámbito de segunda categoría. Esta no es la interpretación correcta y no se corresponde con la intencionalidad suya.
 Lo que El quiere poner de presente es la relatividad de los poderes temporales, a menudo tan frágiles unos y tan prepotentes y autoritarios otros, ambos sin capacidad de dotar de sentido pleno la historia humana, pero también  - y aquí viene el énfasis que es contundente en la revelación cristiana – destacar como central que el ser humano y su historia son el escenario sacramental de Dios, quien se implica en ellos a través de Jesús para superar esa dualidad y para implicar decisivamente la divinidad en la humanidad y esta en la divinidad.
Así el proyecto de Dios es dar  estatuto de legitimidad  a nuestras expectativas y búsquedas, a nuestros amores y felicidades, a nuestros proyectos de vida, a nuestras luchas por la dignidad y por la libertad, a nuestra creatividad y a la capacidad transformadora de la imaginación.
Es también una contestación profética a las idolatrías como la del mercado y del consumo, al que se le rinde tributo y pleitesía a costa de la dignidad de tantas personas, y junto con esta, a la moda, la competencia desleal, la búsqueda desmedida de un éxito individualista que no sabe de solidaridad, la carrera desaforada del poder, el deseo permanente de aplausos y reconocimiento, el desprecio por los más débiles.
Ante  todo esto Jesús nos pide mantener una conciencia libre, en permanente proceso de emancipación, dando a Dios el agrado de construír un mundo más humano, incluyente, reconocedor de las ricas diferencias de unos y otros, propiciador del sentido y de la trascendencia, siempre diseñando estrategias de felicidad, acogiendo a todos sin distingos, significando en todo la paternidad de Dios que es nuestro principio y fundamento y que se traduce en la maravillosa condición humana en la que todos nos sentimos hijos y hermanos.
Porque, en este bienaventurado contexto de vitalidad teologal y humanista: “El amor y la verdad se dan cita, la justicia y la paz se besan; la verdad brota de la tierra, la justicia se asoma desde el cielo….La justicia caminará delante de El, la paz seguirá sus pasos” (Salmo 84 11 – 12 y 14).
Que pasemos por la vida dando lo mejor de nosotros en función de una ciudadanía responsable,  compartiendo  las semillas del Evangelio para que estas sociedades nuestras sean verdaderamente comprometidas con la dignidad de cada persona,  que nos insertemos con los hombres y mujeres de las diversas tradiciones religiosas y culturales en la construcción de un mundo en el que todo ha de estar en función de esta plenitud de la humanidad, sin agotarnos en tal o cual modelo sociopolítico o económico.
Esto es dar a Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar (Fijémonos: este último va deliberadamente con minúscula!)

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