Lecturas
1.
Proverbios
31: 10 - 31
2.
Salmo
127
3.
1
Tesalonicenses 5: 1 – 6
4.
Mateo
25: 14 – 30
Queremos enmarcar la reflexión de este domingo en tan
significativo aniversario, en el que conmemoramos veinticinco años del martirio
de seis sacerdotes jesuitas y dos mujeres, en la madrugada del 16 de noviembre
de 1989, hechos sucedidos en la residencia de los sacerdotes, situada en el
campus de la Universidad Centro Americana “José Simeón Cañas” (UCA), en San
Salvador (El Salvador, Centro América), crimen que fue cometido por un grupo de miembros del ejército de este
país, siguiendo órdenes de su alto mando militar.
En estas mismas páginas hemos afirmado varias veces que los
seres humanos somos relato de Dios, en la medida en que El se dice a sí mismo
en historias de humanidad, en biografías de amor y de solidaridad, en narraciones
de justicia y de donación de la vida. En estas ocho personas se cumple
cabalmente esta condición.
Los seis jesuítas se
dedicaron con pasión a servir al sufrido pueblo de este pequeño y hermano país,
que durante gran parte de su historia ha vivido las más crudas condiciones de injusticia
y explotación, de violencia cruenta y de maltrato sistemático por parte de los
grupos de poder y del mismo estado y de su fuerza armada.
Esto sucedía con
particular intensidad a finales de los años setenta y durante toda la década de
los ochenta, cuando se enfrentaban los militares – apoyados estos por los
llamados escuadrones de la muerte – y la guerrilla Farabundo Martí. Como
siempre, en la mitad del conflicto, el noble pueblo obrero y campesino,
padeciendo en grado máximo las consecuencias de esta escalada de guerra, brutal
y dramática.
Por su parte, las dos mujeres – madre e hija adolescente –
servían con fidelidad y delicadeza en la comunidad de los padres. De origen
campesino, representan a las más de ochenta mil víctimas de esa brutal guerra
civil.
Los nombres de estos “narradores” del amor de Dios son:
-
Ignacio Ellacuría Beascoechea (nacido en 1930), era el rector de la UCA
-
Amando López Quintana (nacido en 1936), profesor de teología y de filosofía
-
Juan Ramón Moreno Pardo (nacido en 1933), profesor de teología, director de la
biblioteca del centro de reflexión teológica, experto en espiritualidad
ignaciana
-
Joaquín López y López (nacido en 1918), director nacional de Fe y Alegría en El
Salvador, fue uno de los fundadores de esta universidad, en 1965
-
Ignacio Martín – Baró (nacido en 1942), vicerrector académico de la universidad,
director del instituto de opinión pública y profesor de psicología social
-
Segundo Montes Mozo (nacido en 1933), director del instituto de derechos
humanos, superior religioso de los jesuitas residentes en el campus
universitario
-
Elba Julia Ramos (nacida en 1947), era empleada de servicio doméstico en la comunidad de
los jesuitas, muy apreciada por todos ellos, mujer de gran sentido común y notable jovialidad
-
Celina Mariseth Ramos (nacida en 1973), tenía 16 años en el momento de morir,
seguía sus estudios de bachillerato en un colegio de la población de Santa
Tecla y acompañaba a su mamá el día de la tragedia
A Elba Julia y a Celina podemos aplicar con plenitud de
sentido el bello texto de los Proverbios, primera lectura de hoy, que honra la
sabiduría y laboriosidad de nuestras
mujeres: “Una mujer hacendosa, quien la encontrará? Vale mucho más que las
perlas. Su marido confía en ella y no le falta nunca nada. Le trae ganancias y
no pérdidas todos los días de su vida…….Abre sus palmas al necesitado y
extiende sus manos al pobre….Está vestida de fuerza y dignidad, sonríe ante el
día de mañana. Abre la boca juiciosamente y su lengua enseña con bondad…..”
(Proverbios 31: 10-12;20;25-26).
Cuando la sociedad del espectáculo y del irresponsable
consumismo exalta lo femenino desde la pobre óptica de la apariencia física y
del culto al cuerpo, de los encantos y vaciedades
pasajeras , estas dos sencillas campesinas
salvadoreñas - generosas, honradas,
pulcras, profundamente humanas – encarnan esa seductora dimensión de la mujer
que consiste en la belleza esencial de su ser, en su disposición para dar,
en su talante maternal, en la hermosa
juventud de Celina, en su vocación incontenible para ser cuidadoras
de la vida.
Y siguiendo el espíritu del domingo anterior, introducido por
el capítulo 25 de Mateo que ahora continuamos, estos mártires – ellos y ellas –
nos hablan con elocuencia profética de la vida que rinde al máximo, de la
fecundidad del ser, de los talentos que se aprovechan dando lo mejor de sí para
que la vida de muchos tenga sentido y dignidad.
En esta perspectiva,
es claro que el crecimiento personal no es un acumulado individual de éxitos y
logros, de títulos y recompensas, de vanas y egoístas competencias, sino una parábola en la que la apuesta
fundamental es jugársela toda por todos ,
sin reservar nada para sí, construyendo vínculos, propiciando y
manteniendo encuentros, posibilitando siempre las mejores condiciones de
humanismo y trascendencia, sirviendo infatigablemente, atendiendo los
requerimientos de todos, dando a cada
uno su valor, creando y re – creando espacios de vitalidad, siendo diligentes
en construír ámbitos de vida participativos, fomentando la justicia y la
equidad, denunciando proféticamente el desorden y la arbitrariedad, reflejando
en todo su quehacer al Dios que trasciende de sí hacia el ser humano y se encarna
en nuestra realidad para liberarla del pecado que mata, dotándonos de la vida
que se proyecta desde la historia hacia la eternidad.
En ellos y en ellas se cumplen con bienaventurada precisión
estas palabras de Mateo: “Muy bien, sirviente honrado y cumplidor; has
sido fiel en lo poco, te pongo al frente de lo importante. Entra en la fiesta
de tu Señor” (Mateo 25: 21).
Dotados estos seis jesuitas de importantes talentos
intelectuales y espirituales, con brillantes estudios y profundidades
académicas, respaldados por sus respectivos títulos, reconocidos por sus
juiciosos análisis y publicaciones acerca de la dolorosa realidad de Centro América,
enfáticos y valientes en su denuncia de la injusticia , no buscaron el brillo
personal sino el servicio apasionado a los más pobres y vilipendiados de esta
región del mundo, y así fructificaron en la lógica del reino su apasionamiento
por la persona de Jesús en el modo ignaciano, con la coherente consecuencia de
afirmar en todo la dignidad humana en cuanto sacramento anticipado en la
historia de la bienaventuranza plena.
Cada fin de semana, invariablemente, dejaban las aulas de la
UCA y sus salas de reuniones, para irse a servir sacerdotalmente en varias
parroquias campesinas, donde anunciaban
la Buena Noticia en ese mundo tan contagiado de muerte, siempre alentando,
estimulando, promoviendo, dignificando, haciendo explícito el mejor estilo
evangélico de hacer sentir a todos la misericordia del Padre, la esperanza histórica
y trascendente, auténticas comunidades de resistencia contra el yugo de los
violentos.
Quetzaltepeque,
Jayaque, Santa Tecla, Tierra Virgen , Soyapango, son lugares sacramentales de
la hermana tierra salvadoreña, donde
estos hombres de Dios sirvieron a las Elbas y a las Celinas, a sus esposos y prometidos , a
sus hijos y hermanos, para testimoniar
con su vida que la última palabra sobre la vida de los humanos no la tienen los
siniestros señores de la muerte, como lo pretendieron vanamente quienes los
ametrallaron en aquella madrugada pascual de noviembre de 1989.
Es Dios , el Padre de Jesús, el Padre de todos, quien define
finalmente el sentido feliz y total haciendo que la muerte deje su danza macabra y
se transforme en el amanecer inagotable de los justos del Evangelio: “ A
ustedes, hermanos, como no viven en tinieblas, no los sorprenderá ese día como
un ladrón. Todos ustedes son ciudadanos de la luz y del día; no pertenecemos a
la noche ni a las tinieblas” (1 Tesalonicenses 5: 4 – 5).
Cómo estamos en materia de ser relatos de Dios que hacen
rendir sus talentos con abundancia para construír humanidad? Somos conscientes
de que el seguimiento de Jesús no es una cómoda instalación en un ambiente de
caricias religiosas sino un reto para salir a las calles de la historia a
trabajar con eficacia por la dignidad de todas las personas? Vislumbramos en
nosotros mismos esta capacidad de cruz y de disposición para dar la vida? Lo
que damos a otros es lo que “sobra” de nuestro bienestar? Estas narrativas de muerte y pascua nos hacen
sensibles a los sufrimientos de las inmensas mayorías de este mundo? La opción
preferencial por los pobres deja de ser
retórica y se convierte en nuestro proyecto permanente de vida?
Qué nos dicen Jesús, Monseñor Romero, Elba Julia, Celina,
Ellacuría, Martín – Baró, Amando, Juan Ramón, el Padre Lolo, Segundo Montes?
Leemos en sus biografías la contundencia de esta afirmación de Juan: “Nadie
tiene mayor amor que aquel que es capaz
de dar la vida por las personas que ama” ? (Juan 15: 13). Es nuestra
vida la mejor lectura existencial de esta constatación?
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