domingo, 23 de noviembre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 23 DE NOVIEMBRE SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO



Lecturas
1.      Ezequiel 34: 11 – 12  y  15 – 17
2.      Salmo 22
3.      1 Corintios 15: 20 – 28
4.      Mateo 25: 31 – 46
La parábola del “juicio universal”, que es el contenido del evangelio de este último domingo del año litúrgico, no pretende ofrecernos una visión anticipada de un imaginado final del mundo, con fenómenos fuera de la común, y manifestaciones prodigiosas unas y aterradoras otras, como algunos predicadores nos hicieron creer, reconociendo penosamente  que todavía en algunos ámbitos religiosos del mundo cristiano, católico y protestante, se siguen dando mensajes de este tipo, de fuerte carga alienante y ahistórica.
Es una parábola, lo que  quiere decir que no es posible hacerle una lectura literal;  se impone , entonces,  remitirnos  a la fuerza significativa de las imágenes que allí se contienen, deduciendo sus consecuencias para una vida digna, honesta, empeñada en la felicidad más profunda para todos y para todas, siendo el criterio fundante de la misma la dedicación incondicional a las personas caídas por la pobreza, por la enfermedad, por la injusticia, por el desconocimiento de sus derechos.
 En esta se nos plantea claramente el comportamiento adecuado aquí y ahora, en términos de la más radical ética de la projimidad, del reconocimiento  de los otros que son  débiles, condenados de la tierra, humillados, empobrecidos, maltratados, y se determina que el compromiso efectivo y afectivo con estas personas es la garantía de acertar en la vida, de desarrollar un proyecto existencial moral y espiritualmente válido.
Lo contrario, el egoísmo, la insolidaridad, la despreocupación por la suerte de estos hermanos últimos del mundo, según las desafortunadas clasificaciones sociales, es el criterio definitivo de una vida que se frustra, que se echa a perder, que no es meritoria a los ojos de Dios y de las gentes de buena voluntad.
La recompensa o castigo correspondientes no son el resultado de un dios exterior, sino el fruto de una determinada manera de vivir, lúcida y despierta, amorosa y  comprometida, si se transita por el camino de la solidaridad, o atascada en una ignorancia egoísta, de una indiferencia irresponsable,  en el caso de quienes viven despreocupados de los demás o que actúan en su contra, haciéndoles tortuoso su existir, con decisiones injustas o violentas.
De nuestra libertad, que acoge o rechaza la iniciativa gratuita de Dios, depende que la vida sea lograda, que tenga sentido, que accedamos a la genuina plenitud, o que la malbaratemos, en el derroche irresponsable de una biografía sin asomos de fraternidad y de cercanía comprometida con quienes claman dignidad. En lo uno y en lo otro está el premio, la satisfacción del deber cumplido, o el  castigo a quien lleva una vida sin interesarse por los demás.
Es muy elocuente que este sea el texto clave de este último domingo, en el que se sientan las bases de un riguroso control de calidad de lo que somos y hacemos,  afirmando con exigente nitidez esta invitación, reconocimiento a quienes se han esmerado por vivir con la mayor honradez el imperativo de la fraternidad y del servicio: “Vengan, benditos de mi padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era emigrante y me acogieron, estaba desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, estaba encarcelado y me vinieron a ver” (Mateo 31: 34 – 36)
La pregunta millonaria es si en el año que termina nuestro logro mayor consistió en gastarnos y desgastarnos por los demás, apostando lo mejor de nosotros para transmitir dignidad y posibilidades reales de lo mismo a personas desfavorecidas, conscientes de que esto es mucho más que dar obsequios ocasionales, con compasiones que son momentáneas, o si , por el contrario, nos desentendimos totalmente de este desafío y nos dedicamos a la búsqueda de nuestros mezquinos intereses individuales, totalmente ausentes de la historia de dolor y de pobreza que afecta a tantos seres humanos en nuestro país y en el mundo.
Está claro, entonces, que el criterio decisivo para una vida lograda, según Jesús, no pasa por el acumulado de cumplimientos religiosos y rituales, presumiendo, como los fariseos y maestros de la ley, de justos y observantes, con el consiguiente sentimiento de superioridad y autosatisfacción que esto conlleva, actitud y conducta  que sabemos severamente fustigada por el Señor.
Según la lógica del Evangelio, de las bienaventuranzas de Jesús,  lo que decide la autenticidad de la vida de una persona es eminentemente ético, es un asunto de entrañas compasivas y solidarias, de misericordia y dedicación incondicional a cuidar de estos prójimos, a trabajar infatigablemente por un orden social justo, a cambiar simultáneamente corazones y estructuras, a implicarse en prácticas concretas que permitan evolucionar hacia una dinámica social en la que la dignidad de las personas sea el referente constitutivo de la misma.
De acuerdo con esto,  el mensaje de Jesús es fundamentalmente el de una ética al mismo tiempo humana y teologal, muy por encima de las piedades individuales, de las prácticas religiosas externas, tan a menudo carentes de genuina conversión y de espiritualidad, entendiendo esta última como la vitalidad de Dios aconteciendo en las personas, y configurándolas como hijas del padre común y hermanos de todos los humanos.
Eso que nos conmueve tan hondamente en personas como Monseñor Romero, como los mártires de la UCA, es justamente esto, su radical sentido de la projimidad y su disposición para llevar todo  hasta la entrega cruenta de la vida misma, como sucedió en el caso de ellos y en el de tantos que admirablemente han escrito con su propio ser  similares relatos de justicia.
El corazón compasivo vive la ayuda y el servicio desde la gratuidad. No lo hace para conseguir algo a cambio, un premio, un reconocimiento, sino para vivir a cabalidad esta opción fundamental de ser constructores permanentes y crecientes del valor de cada hombre, de cada mujer, llevando consigo el rechazo a las condiciones que causan la injusticia y la exclusión y denunciando con valor profético a quienes las promueven.
Hablando del contenido central de la liturgia de este domingo, la condición del Señor Jesucristo en cuanto rey del universo y de la historia, tiene aquí su más esencial elemento de significado para ser vivido y apropiado por quienes nos interesamos en esta propuesta.
 El señorío de Jesús no transita por los criterios de poder y vanagloria propios del talante del mundo, El no reclama para sí homenajes como los que se rinden a los poderosos y a los exitosos : quien se decide por El asume que el compromiso que define su seguimiento está en esta realidad de hacernos  solidarios, compasivos, misericordiosos, cuidadores y protectores de la vida en todas sus formas.
Jesús es rey para hacer vigente la dignidad de todas las personas, en nombre de la paternidad  - maternidad de Dios. Tal es la verdadera religión: el lugar privilegiado de la presencia de Dios es el ser humano, por esta razón de la mayor densidad teológica y antropológica, Dios se expresa decisivamente en la humanidad de Jesús hasta alcanzar esto categoría sacramental, realidad que no sólo es para El  en sí mismo sino para todos los humanos asumidos por El mismo en su propio ser salvífico y liberador. En esto consisten el señorío y la realeza de Jesús.
Cuando el Papa Francisco nos está diciendo en la Iglesia que debemos dejar de ser autorreferenciales e involucrarnos en las periferias, cuando nos cuestiona a obispos y sacerdotes por no oler a oveja, cuando  hace preguntas rigurosas al sistema económico mundial cuestionándole su inhumanidad y su pasión desordenada por la ganancia y la utilidad, cuando nos advierte sobre el tipo de ser humano endeble y superficial que se forma en la sociedad de consumo,  cuando se duele por los 43 jóvenes asesinados en México o por los ahogados de Lampedusa,  simplemente está echando mano de esta clave esencial de comprensión y asunción del proyecto de Jesús: o nos dedicamos a ser prójimos de nuestros prójimos, sin rodeos, decididamente, apasionadamente, o simplemente la vida no vale la pena.
Las bellas pero también fuertes  imágenes contenidas en el capítulo 34 de Ezequiel alimentan estas convicciones. Allí se nos habla de la indignación de Yavé contra los malos pastores, que descuidan a sus ovejas, en clara alusión a los sacerdotes indignos que buscan su bienestar, el conservar su posición de privilegio, y El mismo se ofrece para este servicio: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré sacándolas de todos los lugares donde se dispersaron un día de oscuridad y nubarrones” (Ezequiel 34: 11 – 12).
Dios es Padre, dador de vida y cuidador de este don que ha depositado en todos, su único y definitivo interés es la plenitud de cada ser humano, de ahí que su estrategia sea manifestarse en la historia, en las experiencias existenciales nuestras, en las de plenitud – felicidad y en las de dolor – sufrimiento, y en unas y en otras evidenciándose como un Dios cercano, solidario, comprometido, próximo, fortaleciendo y dando pleno sentido a todo, sin imponernos pesadas cargas y milimetrías rituales jurídicas. Es el Dios del amor que se ha dicho plenamente en la historia de Jesús, y en la de de cada hombre, de cada mujer, que quiera recibir generosamente esta gratuidad.

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