domingo, 9 de noviembre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 9 DE NOVIEMBRE DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas
1.      Sabidurìa  6: 12 – 16
2.      Salmo 62: 2 - 8
3.      1 Tesalonicenses 4: 13 – 18
4.      Mateo 25: 1 – 13
Nos aproximamos a la conclusión del año litúrgico, en un par de semanas; durante los tres domingos siguientes abordaremos el capìtulo 25 del evangelio de Mateo, texto que nos formula interrogantes profundos sobre los valores y prioridades con los que estructuramos nuestros proyectos de vida, sobre la seriedad y responsabilidad con las que asumimos toda la existencia. Es una evaluación de lo que somos y hacemos, esto en un clima exigente pero al mismo tiempo esperanzador.
En la parábola que nos propone Mateo se presentan varios elementos densos para nuestra consideración:
-          El encuentro pleno del ser humano con Dios no se puede improvisar en el último momento de la vida, ni otros pueden suplirnos en este compromiso. Es total responsabilidad de cada uno hacerse cargo de su historia, de sus decisiones, siempre conscientes de la presencia de la gracia de Dios, pero simultáneamente comprometidos con el ejercicio de una libertad madura y abierta.
-          La decisión vital ante Dios, ante los demás, ante nosotros mismos, es asunto que ha de recorrer nuestra vida entera.
-          No se trata tampoco de desarrollar miedo y sentimiento de culpa ante esta definitividad del encuentro con Dios, es, por el contrario, una invitación a la total coherencia  pascual, a la certeza de un Dios, que – como lo hemos expresado tantas veces – es siempre y prioritariamente deseoso de nuestra felicidad y total realización.
-          No es , entonces, la muerte la que tiene que dar sentido a nuestra vida:  aprendiendo a vivir se aprende morir, aquí descansa el máximo ejercicio de felicidad y de significado trascendente. Ser conscientes de la precariedad – fragilidad que “llevamos puesta”, parte esencial de nuestro ser, nos enseña a ser realistas, a  cultivar la confianza en la realidad de Dios que viene constantemente a buscarnos, a hacernos sabios, sensatos y, por lo mismo, a disponernos con mayor intensidad para gozar de los talentos con los que nos ha dotado.
La mejor manera de llevar una vida plena, feliz, con capacidad de disfrute y de amor, de pasiones creadoras y de apertura a Dios y a las personas, es la búsqueda constante de la autèntica sabiduría, según nos lo plantea la primera lectura: “ La sabiduría es luminosa y eterna, la ven sin dificultad los que la aman, y los que van buscándola, la encuentran; ella misma se da a conocer a los que la desean” (Sabidurìa 6: 12 – 13).
En la tradición del Antiguo Testamento el sabio es quien descubre el significado trascendente de la existencia, el que capta lo esencial y lo vive en plenitud, el que no se deja seducir por los ídolos ya conocidos, incluìda la idolatrìa del rigorismo religioso,  es la persona consciente de la gratuidad de Dios y de la vida, el que sabe encontrar el valor de cada ser humano, el que ve màs allà de lo meramente experimental, el que no se deja utilizar por el pragmatismo y la loca carrera de la productividad,  el que tiene debidamente interiorizado el sentido de la humildad y de la prudencia, el que no se arrodilla indignamente ante los poderes de este mundo.
En definitiva, la verdadera sabiduría es encontrar el sentido de la vida. Dar significado a esta  es màs importante que la vida misma; esto no viene dado, se impone darse a la búsqueda, aventurarse a explorar en la realidad del mundo, de las personas, en las experiencias, incluìdas las contradictorias y problemáticas, desarrollar una capacidad de afrontar constructivamente estas últimas, ir a contracorriente de la sociedad de consumo y de las propuestas vacìas de valores. A esto se refiere la parábola de las muchachas prudentes y de las necias.
Un genuino ser humano es el que se convierte en un apasionado trabajador del sentido de la vida. Esta pregunta es constitutiva del hombre – mujer, porque disponemos de conocimiento y libertad, porque somos capaces de superar el esquema estìmulo – respuesta, porque  otorgamos un significado a la realidad transformándola, haciendo cultura, creando posibilidades de vida digna para todos, construyendo comunión y participación, favoreciendo el ejercicio de la dignidad de los demás, trascendiendo de nosotros  mismos.
Todo aquel  que escucha estas palabras mìas y las pone en pràctica se parece a un hombre prudente que construyò su casa sobre roca. Cayò la lluvia, los rìos salieron de su cauce, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa, pero no se derrumbò, porque estaba cimentada sobre roca” (Mateo 7: 24 – 25). Esta es otra manera en la que Mateo advierte crìticamente sobre la vigilancia permanente, sobre la apertura al don de Dios como principio y fundamento, sobre la aptitud y la actitud para darle raigambre de autenticidad a nuestras biografías, invitación a no despilfarrar lo que somos, a desarrollar un relato vital siempre saturado de significado, de esencialidad, de orientación a la plenitud.
Aunque parezca antipático el gesto de las prudentes, de no facilitar su aceite a las necias, hay que entender su significado: no se trata de egoísmo, simplemente es que resulta imposible amar en nombre de otro. Nuestra lámpara no puede arder con aceite prestado: “Contestaron las prudentes: no, porque seguramente no alcanzarà para todas, es mejor que vayan a comprarlo a la tienda” (Mateo 25: 9).
La llama no puede ser encendida si no es con nuestro propio empeño, sin deponer esta responsabilidad en otros. El sentido a toda una vida no es asunto de improvisar cuando nos sentimos en situaciones lìmite, apretados por urgencias de última hora, con una historia de banalidad, de despreocupación, de ausencia total de responsabilidad ética y espiritual.
Solo con lo que hay en cada uno de profunda humanidad, de profunda divinidad, descubierto, reconocido, vivido, puede considerarse encendido nuestro ser: este despliegue constituye la sabiduría a la que nos remite la primera lectura.
Por otra parte, y con no menor importancia esencial, hay que advertir que la parábola no hace especial hincapié en el final, sino en la inutilidad de una espera que no va acompañada de honestidad, de interés efectivo y afectivo por los demás, de pràctica permanente de la solidaridad, del servicio, de la justicia, de la projimidad, y de la saludable autonomía ante las presiones sociales que pretenden manipularnos para parecer “importantes”, prestigiosos, exitosos, competitivos, aplaudidos, ricos, y todos los demás “indicadores” de reconocimiento social, casi siempre ausentes de los valores sustanciales propuestos por Jesùs en las bienaventuranzas.

Con estos elementos de reflexión y discernimiento nos parece oportuno proponer la superación de ese esquema angustioso del final de la vida, porque esta no se juega en el último momento sino siempre, cuando vivimos felizmente en nuestros hogares, cuando nos enamoramos, cuando damos lo mejor de nosotros no sòlo a los seres queridos sino a todas las personas, incluso cuando estas son reacias a estas iniciativas de sentido, cuando realizamos proyectos para que todos los humanos podamos compartir en igualdad de condiciones la mesa de la vida, cuando somos creativos articulando integralmente todas las dimensiones de nuestro ser individual  y comunitario.
El aceite sòlo da luz a costa de consumirse, de mantener la llama encendida, sin presumir, siempre con el perfil bajo. Somos asì? Estamos inscritos en una lógica de vida que da significado a la vida de otros, nos comprometemos con las causas de luminosidad, de humanismo y espiritualidad, estamos siempre alertas para hacer de este mundo un espacio de sentido, de inclusión, gastándonos amorosamente para reflejar en nuestra propia parábola una historia en la que cada hombre, cada mujer, valen por sì mismos y tienen derecho a la felicidad?

Aquì estàn la legìtima sensatez, la legìtima vigilancia, la màs saludable actitud para recibir al novio que viene a casarse y a celebrar la boda sin fin de la bienaventuranza, la histórica, real, de este lado de la vida, y la que nos aguarda cuando crucemos la frontera, siempre con esperanza, con talante pascual, en la felicísima integración de divinidad y humanidad, de historia y trascendencia, que se realiza para nosotros en el Señor Jesucristo: “Nosotros, en cambio, que somos del dìa, permanezcamos sobrios, revestidos con la coraza de la fe y del amor, y con el casco de la esperanza de salvación. A nosotros, Dios no nos ha destinado al castigo, sino a poseer la salvación por medio de Nuestro Señor Jesucristo….” (1 Tesalonicenses 5: 8 – 9). 

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