domingo, 14 de diciembre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 14 DE DICIEMBRE III DOMINGO DE ADVIENTO



Lecturas
1.      Isaías 61: 1 – 2 y 10 – 11
2.      Salmo Lucas 1: 46 – 54 (Cántico del Magnificat)
3.      1 Tesalonicenses 5: 16 – 24
4.      Juan 1: 6 – 8 y 19 – 28
La liturgia de la Palabra que propone este tercer domingo de Adviento – teniendo en cuenta la inminencia de la Navidad – pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios” (Isaías 61: 10); San Pablo pide a los Tesalonicenses que “estén siempre alegres” (1 Tesalonicenses 5:16); en el cántico del Magnificat  - hoy como salmo – dice María “Mi alma canta la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios, mi salvador “ (Lucas 1: 46 – 47), y Juan Bautista da testimonio de la luz que inundará el mundo, motivo fundamental de gozo: “El no era la luz, sino un testigo de la luz” (Juan 1: 8).
Pero es definitivo aclarar que no se trata de una alegría epidérmica, pasajera, basada en superficialidades, como esos fogonazos emocionales que destellan en la sociedad cuando el equipo favorito gana un partido,  cuando el candidato que nos interesa gana en las elecciones, cuando nos sumergimos en el desenfreno de las parrandas que nos hacen perder la cordura,  o cuando incurrimos en esas manifestaciones religiosas milagreras y fundamentalistas, atizadas por  sacerdotes y  pastores de espectáculo, a los que poco les interesa el gozo que nace de la profunda conversión a Dios y al prójimo, sino el “show”  mediático  y sensacionalista.
Miremos las personas y los escenarios de las cuatro lecturas para tener una densa comprensión y vivencia de la alegría según el Espíritu:
-          En la primera  - de Isaías – los protagonistas son antiguos desterrados israelitas de Babilonia, primero afligidos por el exilio y por la destrucción de todo su universo simbólico, privados de su libertad, impedidos para expresar su fe, con todos los argumentos para vivir tristes y desencantados, cuando – súbitamente – surge un personaje que se atreve a decir en este contexto de amargura: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.  Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la liberación a los cautivos y a los prisioneros la libertad….” (Isaías 61: 1).  Quién es este valiente que desafía la tragedia? Quien así habla está plenamente poseído del Espíritu de Dios, lo que lo hace profundamente humano y extremadamente sensible al sufrimiento de la gente, en especial a la afectada por el cautiverio bien conocido y lamentado. Que vengan al recuerdo nuestro  gentes concretas que con su ser y su proceder han sido mediación para devolver a muchos la ilusión de vivir con dignidad. Al respecto   preguntémonos por contextos reales de dolor y de ausencia de sentido en nuestras propias vidas o en quienes nos son cercanos, igualmente dejemos que lleguen a nosotros los clamores de las víctimas de tantas perversidades que otros cometen en este mundo:  cómo ser para ellos testigos y profetas de una nueva manera de vivir que los lleve a la genuina alegría, la de poder vivir con dignidad, sin los impedimentos que surgen de los corazones malignos? Nos tomamos en serio estas penurias y, simultáneamente, con igual seriedad, asumimos la tarea de ser portadores de sentido para que esa multitud regrese a la felicidad original?
-          En la segunda – el canto del Magnificat en Lucas – es la jovencita María quien da testimonio del gozo que causa en ella el Señor: “mi espíritu festeja a Dios mi salvador, porque se ha fijado en la humillación de su servidora, y en adelante me felicitarán todas las generaciones” (Lucas 1: 47 – 48). Es Dios relatándose en esta mujer, humilde, desposeída de vanas pretensiones, dispuesta incondicionalmente al mayor amor del mundo,  madre comprometida sin reservas  con el proyecto de su hijo, dejando que Dios sea todo en ella, libre de apariencias y de galas mundanas. Miremos a seres humanos como ella, que con su talante fundado en Dios, se convierten en lenguajes de alegría, estímulos para la esperanza, capaces de restituír en muchos el encanto de la vida. Somos como María? Conocemos personas como ella? Es Dios para nosotros la gozosa novedad que nos libera del miedo y del vacío , lanzándonos a una existencia entusiasmada y contagiosa de sentido y de las más contundentes razones para el buen vivir?
-          En la tercera – de Pablo a los cristianos de Tesalónica – la alegría está referida al contenido de la exhortación que el apóstol les hace: “No apaguen el fuego del espíritu, no desprecien la profecía, examínenlo todo y quédense con lo bueno, eviten toda forma de mal” (1 Tesalonicenses 5: 19 – 22), invitación a la vigilancia creyente, al discernimiento, al crecimiento en humanidad, a la rectitud moral, a la bonhomía, como garantes de la auténtica felicidad. Cuando en nuestras conversaciones informales hablamos de la paz que da la tranquilidad de conciencia estamos aludiendo exactamente a estos contenidos de honestidad y transparencia como respaldos de la alegría que el Espíritu realiza en nosotros. Somos lenguaje de honesta felicidad y esa manera de ser sugiere a otros el mismo camino esperanzado y feliz?
-          En la cuarta – el evangelista Juan destacando al Bautista -  el contexto es más severo y exigente pero siempre remitido a la bienaventuranza. El profeta, inquieto con las grandes incoherencias de los dirigentes religiosos de  Jerusalén, con la despreocupación y ligereza de muchos de sus paisanos, con la vaciedad de la religión, suscita un movimiento de conversión y se marcha al desierto – espacio de despojo y soledad -  : “Apareció un hombre, enviado por Dios, llamado Juan, que vino como testigo, para dar testimonio de la luz, de modo  que todos creyeran por medio de él” (Juan 1: 6 – 7). Pone en tela de juicio todo lo accidental, los afectos desordenados, la religión ritualista sin conversión, las injusticias que se cometen contra los pobres, las hipocresías de los hombres religiosos, el poder romano que priva de autonomía al pueblo de Israel, la superficialidad con la que se llevan vidas que no captan la gravedad de estos asuntos, y se presenta así: “yo soy la voz del que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor, según dice el profeta Isaías” (Juan 1: 23), y finalmente anuncia la razón de su misión, respondiendo a los enviados del templo, que lo requerían por su identidad y por la razón de su  prédica: “Yo bautizo con agua. Entre ustedes hay alguien a quien no conocen, que viene detrás de mí, y no soy digno de soltar la correa de su sandalia” (Juan 1: 26 – 27). Aquel a quien proclama es la buena noticia, es la realización del mayor motivo de alegría, el que devuelve la dignidad a los pobres, el que no condena a los pecadores, el que distingue con su amistad a los excluídos, el que restituye el valor a las mujeres prostituídas y condenadas, el que no se fija en la rigurosa milimetría de la ley sino en la misericordia del Padre que devuelve a quienes a ella se acogen el verdadero gozo de vivir.
Qué pensamos y sentimos de estos personajes y de estos escenarios, todos ellos salvadores, redentores, liberadores, rescatadores del mal y de la frustración?
Nos llevan a implicarnos para  revisar en juiciosa autocrítica nuestras vanidades, desinterés, vacuidad, inmediatismo laboral y profesional que sacrifica lo esencial, el dejarnos seducir por el consumismo y por la sociedad del espectáculo, el desentendernos de la suerte de los que sufren, el no escrutar con talante crítico las grandes injusticias de la sociedad?
Cuáles son aquellas realidades que nos hacen vivir con ilusión, por las que somos capaces de dejarlo todo, en las que nos sentimos verdaderamente humanos y dispuestos a compartir con otros la apasionante aventura de vivir?
 Que sean estas cuestiones acicate para una experiencia espiritual honda propia del Adviento, con el consiguiente coraje que demanda el romper con estas inconsistencias  dejando  que el Espíritu suceda en cada uno –a , convirtiéndonos como al profeta de Isaías 61, como a María, como a Juan el Bautista, en testigos de Aquel que trae la alegría legítima, la que no se extingue, la que hace de esta historia un espacio de plenitud anticipando la inagotable consumación a la que el Padre Dios nos invita, cuando accedamos a la bienaventuranza definitiva.
Una alegría que aspire a perdurar tiene que estar arraigada en nuestro ser profundo, no en lo accidental que hoy es y mañana no. No es en la riqueza material, en el exceso de comodidades, en la fama y el prestigio, en la competencia del poder y del éxito, en la belleza física, en los honores, donde reside la felicidad. Todo esto es efímero, ídolos con pies de barro. Si nuestra plenitud se basa en estas realidades estamos en las puertas de una inmensa y fatal frustración!
Tarea principal que nos compete es descubrir lo esencial, lo sabio, lo profundo, lo trascendente, lo que nos proyecta en el  amor profundo, en el compromiso con las personas, en los ideales nobles, en las causas de justicia y dignidad, en el conocimiento transformador, en el sentido de este Dios que se nos hace próximo, inmediato, real, en el Señor Jesús y en la posibilidad de vivir con sentido desde la lógica de la fraternidad y de la solidaridad.
Y quedémonos pensando en estas palabras de Francisco, Obispo de Roma, pastor de la iglesia universal: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, esa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo Resucitado” (Tomado de la exhortación apostólica La alegría del Evangelio, número 2).
Entonces, alerta!!

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