domingo, 28 de diciembre de 2014

C0MUNITAS MATUTINA 28 DE DICIEMBRE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARETH

Lecturas
1.      Eclesiástico 3: 3 – 7  y 14 – 17
2.      Salmo  127: 1 – 5
3.      Colosenses 3: 12 – 21
4.      Lucas 2: 22 – 40
En la “lógica” encarnatoria de Dios El asume todas las realidades humanas , las de plenitud y  felicidad ,  también las de dolor y sufrimiento, siempre con la intención de hacer de ellas lugares de su acontecer salvífico y liberador, fortaleciendo  e incrementando las  primeras y re-significando las segundas, para hacer de estas útimas ámbito de sentido, transformando lo trágico en experiencias de crecimiento y de esperanza.
Una de estas – privilegiada por cierto! – es la familia, a la que se consagra este  primer domingo posterior a la navidad.
 En la cultura de la sociedad hebrea, y con clara inspiración religiosa y teologal, la familia es escenario fundamental de  crecimiento humano y espiritual, como lo  expresa la primera lectura de este domingo: “El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados, el que respeta a su madre  amontona tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; quien honra a su padre tendrá larga vida, quien obedece al Señor honra a su madre”(Eclesiastico 3: 3 – 6).
En una sociedad  que daba tanta importancia a la estructura familiar  es evidente que se requiriera respeto y veneración hacia los padres, quienes para ellos eran una  representación del señorío de Dios, también en ella  se reflejaba la estructura social dominante, desde donde se proyectaban a la interacción con la gran comunidad en sus diferentes papeles y compromisos.
Se trataba de una cultura patriarcal, en la que la figura del varón padre de familia era dominante, el primero en el orden piramidal, y ,en consecuencia, la  esposa y los hijos totalmente sometidos a sus determinaciones.
Este tipo de orden familiar es el que hay que replantear, según Jesús de Nazareth, si se quiere ser verdadero discípulo suyo: “Si alguien viene a mí y no me ama más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Quien no carga con su cruz  y me sigue no puede ser mi discípulo” (Lucas 14: 26 – 27).
No se trata aquí de  desprecio hacia la familia por parte de Jesús ni de la invitación a un voluntarismo ascético, en esa perspectiva de sacrificio superyoico que tanto dominó cierto tipo de práctica cristiana,  sino  de la saludable capacidad para relativizar con  libertad ese ámbito original del ser humano  para que el discípulo se pueda dedicar  al reino de Dios y su justicia, a construír un modelo distinto de sociedad, fraterna, solidaria, incluyente, donde cualquier estructura –incluída la familia – esté al servicio de esta novedad cualitativa, querida por el mismo Dios, como parte esencial de su proyecto de plenitud para la humanidad.
El ser humano responsable y adulto, que surge de una familia armónica y bien configurada, es autónomo, apto para tomar decisiones constructivas, fundamentadas en valores éticos y en el sentido de la trascendencia, humanista, debidamente configurado con sus referentes masculino paterno y femenino  materno, en cuanto dimensiones  integrales y complementarias de su humanidad.
Contribuír a esta cabal integración de matrimonios y familias es parte  esencial  del ministerio apostólico de de Pablo, expresión inequívoca de la nueva manera de vivir en Jesucristo: “porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras para revestirse del hombre nuevo, que por el conocimiento se va renovando a imagen de su creador” (Colosenses 3: 9 – 10).
En este contexto les hace unas recomendaciones existenciales y pastorales ordenadas al buen vivir, todas ellas de sentido común, y ahora asumidas por la vida según el Espíritu, genuina  sacramentalidad en quienes se acogen al beneficio de vivir según el estilo de Jesús: “Por tanto, como elegidos de Dios, consagrados y amados, revístanse de sentimi entos  de profunda compasión, de amabilidad, de humildad,  de mansedumbre, de paciencia; sopórtense mutuamente, perdónense si alguien tiene  queja de otro, ; el Señor los ha perdonado, hagan ustedes lo mismo. Y por encima de todo el amor, que es el broche de la perfección” (Colosenses 3: 12 -14).
Un comportamiento auténticamente cristiano es el resultado de una transformación interior  que determina al creyente en sus dimensiones individuales y sociales ,lo  que San Pablo llama el despojarse de lo viejo, que es el talante egocéntrico, competitivo, autosuficiente, arrogante, para acceder al estilo evangélico y  humano de comunión y participación, de diálogo y respeto, de tolerancia y recíproco acatamiento, de fidelidad y reconocimiento,  de espiritualidad y confianza en Dios, nueva vida en Cristo que favorece en las mejores condiciones el  surgimiento de óptimos seres humanos.
No nos podemos reducir al lugar común de afirmar que la familia es célula de la sociedad  y , en el caso cristiano y de las tradiciones religiosas, también núcleo de la fe y de la formación espiritual.  La existencia cotidiana, las buenas prácticas famiiares,  las ciencias sociales y humanas, las comunidades sanas  e integradoras, la vitalidad de las iglesias fraternas y acogedoras, son el mejor sustento para estas afirmaciones.
Esto nos lleva a ratificar  en COMUNITAS  MATUTINA nuestra profunda estima por la realidad familiar, formulada en el ideal paulino,  definitiva para la comprensión cristiana de la existencia.
No está de más advertir críticamente sobre los factores  que afectan negativamente la dinámica familiar: la dificultad en ciertos ambientes postmodernos para vivir compromisos de largo alcance, la sociedad del consumo y del espectáculo, la ligereza de muchos ante la dignidad humana, los fanatismos religiosos y políticos, las sectas manipuladoras, los modelos distorsionados de ser humano que se ofrecen en los medios masivos de comunicación, la mentalidad “light”,  las precariedades  de muchos  ámbitos en materia de espíritu y de moralidad, también los graves problemas de tipo social y económico.
 Sobre todo esto conviene mantener una vigilancia desde la inteligencia critica y desde el más profundo respeto por el ser  humano, por su dignidad, por la vida.
 En cuanto seguidores de Jesús estamos llamados a favorecer en todo las mejores condiciones de formación, mantenimiento y protección de las familias, interés manifestado frecuentemente  en el  magisterio de los papas y de los obispos, como la exhortación apostólica de Juan Pablo II “Familiaris Consortio”, el capítulo familiar  de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II,  los contenidos y orientaciones  del reciente sínodo de la familia convocado por el Papa Francisco, las innumerables realizaciones pastorales como los equipos de Nuestra Señora, el Encuentro Matrimonial, el Movimiento Familiar Cristiano, lo mismo que el juicioso trabajo de teólogos y teólogas, también pastoralistas y científicos sociales y educadores, todos ellos y ellas con el noble propósito de aportar a familias felices, dialogantes, integradas, como que ellas son garantía de una mejor humanidad.
José y María con su hijo Jesús constituyen  el más hermoso relato de Dios en clave familiar, en el que se viven con creces todas estas virtudes, en un ambiente de discreta austeridad, de trabajo, de oración y discernimiento, de amoroso cuidado de los padres por su hijo, de sólida religiosidad, de generosa irradiación a su comunidad, legítimo sacramento en el que el don de Dios se constituye en el relato prototípico de la familia creyente .
 Son ellos  tres seres humanos bienaventurados y perfectamente modelados por el amor del Dios Padre y Madre: “ Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, honrado y piadoso, que esperaba  la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo………Cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con él lo mandado en la ley , Simeón lo tomó en brazos  y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar que tu servidor muera en paz porque mis ojos han visto a tu salvación , que has dispuesto ante todos los pueblos como luz para iluminar a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2: 25 y 27 – 32).
Con este testimonio el relato de Lucas proclama , más allá del cumplimiento religioso de José y de María, buenos creyentes judíos,  el decisivo significado de Jesús para el pueblo, en cuanto pleno salvador y liberador. Y es Siméon en quien se condensa esta convicción creyente, propia de las comunidades cristianas primitivas.

Jesús de Nazareth, en quien reconocemos la completa definición de Dios para dar sentido al ser humano, expresa con la mayor elocuencia el tipo de ser humano que El quiere hacer, asumiendo que el   medio familiar, así como lo hemos referido, es el ideal  para   este propósito.

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