Lecturas
1.
Isaías
40: 1 – 5 y 9 – 11
2.
Salmo
84: 9 – 14
3.
2
Pedro 3: 8 – 14
4.
Marcos
1: 1 -8
Hacia el año 540 a.c. – época de la que data el texto de la
lectura de Isaías, primera de este domingo – el pueblo judío llevaba casi
cincuenta años desterrado en Babilonia, es lo que se conoce en la historia
bíblica como el exilio. Los capítulos 40 a 55 de este texto profético forman el
escrito llamado Deuteroisaías o segundo Isaías, cuyo contenido se orienta a dar
significado liberador a lo
que a primera vista es absurdo y contradictorio: la durísima prueba de vivir exilados, despojados
de su territorio, dominados por una potencia extranjera, desprovistos de su
templo y de la posibilidad de expresar su religión, desarraigados de su
sociedad y de su cultura.
En la óptica y experiencia de este profeta los israelitas
viven con esto una gran purificación con miras a la definitiva libertad que
procede de Dios. Estos son años de extremo rigor y carencias, acompañados
naturalmente del anhelo de ser libres y de retornar a la patria, en la que
vislumbran el genuino espacio de felicidad y de sentido.
En tales contextos, como en los nuestros contemporáneos de
similar naturaleza, pueden sobrevenir el desencanto, la angustia que tiende a
ser irreversible, el pesimismo radical, la incredulidad extrema con respecto a
las alternativas de superar estas
situaciones límite.
Es aquí donde surge una voz misteriosa , que da la orden de
preparar el camino al Señor, inaugurando la nueva época de esperanza y de
recuperación del encanto de vivir: “Una voz grita: en el desierto preparen un camino al Señor;
tracen en la llanura un sendero para nuestro Dios; que los valles se levanten,
que montes y colinas se aplanen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se
nivele; y se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos”
(Isaías 40: 3 – 5).
Estas palabras son el anuncio de la llegada de una nueva
manera de vivir fundamentada en Dios, en la que se tocan todas las dimensiones
del ser humano, eso que hoy llamamos integralidad, donde se articulan de modo
armónico, en perspectiva de felicidad y plenitud, todos los aspectos que hacen
de nosotros personas realizadas, optimistas, satisfechas de su condición pero
siempre abiertas a un futuro de mayor intensidad humana y teologal, teniendo en
su raíz la salvación y la liberación que nos garantiza el mismo Dios.
El reto es allanar el camino y limarlo de todas sus asperezas
y obstáculos: injusticia, deslealtad, violencia, irrespeto al ser humano, falta
de honestidad, deseo de dominio de unos hacia otros, sentimiento trágico de la
vida, ausencia de horizontes, individualismo competitivo, crudeza en la
relaciones humanas, religiosidad formal y exterior, precaria sensibilidad de
unos hacia otros, intereses de poder.
Tal allanamiento es
tarea que se hace en nombre del Dios liberador, arraigado en la historia de su
pueblo, comprometido con su destino en términos de no sometimiento a poderes
malignos y a dictámenes de muerte y de egoísmo.
El profeta se desborda en un lenguaje de exaltación, de
gloria, invitando al pueblo a deshacerse del dominio babilónico, de sus dioses
incapaces y mezquinos, y también de sus propias desilusiones y pesimismos, al
mismo tiempo que propone la alternativa planteándonos la gran cuestión: cómo
ser libres en tierra extraña? Cómo cultivar la esperanza en circunstancias
adversas? Cómo proclamar , con responsabilidad histórica y teologal , la Buena Noticia, en medio del conflicto, de la crisis, del
sufrimiento, de la tragedia y del vacío que frecuentemente afectan a tantos
seres humanos, como esos hechos que maltrataban tan hondamente la dignidad del
pueblo de Israel?
Aquí debemos establecer el polo a tierra y conectarnos con el
drama de tantas regiones del mundo donde se viven realidades de tragedia, de
deshumanización, altamente destructivas y disolventes para inmensos colectivos
de hombres y mujeres: Irak, Haití, Afganistán, las comunas de nuestras grandes ciudades latinoamericanas,
Somalia, Etiopía, con su acumulado de muertes, pobrezas, gobiernos
incompetentes, ambiciones de poder que no se compadecen con el bien común: cómo
anunciar y practicar allí esta esperanza de origen teologal?
Cómo llevar estos
pueblos a la libertad y a la existencia justa y reivindicada? Cómo brindar motivaciones definitivas para
vivir con valía a quienes están consumidos por el confort y el exceso de
recursos materiales, pero con su corazón desprovisto de sensibilidad humanitaria? Cómo sacar a tantos ricos y poderosos de su
lejanía del mundo real y de las tragedias que viven las mayorías de la
humanidad? Cómo se implican las iglesias y las comunidades cristianas en esta
exigentísima tarea de devolver a tantos millones de hermanos las mejores
razones para vivir en esperanza?
“Miren, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Miren, viene
con él su salario, delante de él su recompensa” (Isaías 40: 10), son
palabras totalmente inscritas en esa intencionalidad salvífico – liberadora,
que tienen su origen en ese deseo permanente de Dios de re-encantar la vida, de
hacer de su Palabra una acción siempre
dinámica y transformadora, dadora de las mejores razones para vivir con
significado y trascendencia.
Ahora bien, aquí nos
topamos con un requerimiento de la mayor seriedad histórica, ética,
social, existencial, justamente inspirados en esta experiencia original y
originante de los israelitas, quienes se encontraron con ese Dios siempre mayor
comprometido y responsable con ellos en las condiciones concretas de su
historia: dónde está la raíz para que estas no sean promesas vanas, retóricas
religiosas alienantes, optimismos superfluos, emotividades pasajeras? : “De
acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que
habitará la justicia” (2 Pedro 3: 13).
Es convicción central de nuestra fe la confianza en que –
pasando la frontera de la muerte hacia la vida – vamos a acceder a una realidad
inagotable de plenitud, de existencia eterna, garantizada para nosotros por
Dios Padre en la acción pascual del Señor Jesucristo: “la vida de los que en ti creemos
no termina sino que se transforma” , dice con precisión teologal el
primer prefacio de difuntos en el misal romano, bella y profunda expresión
litúrgica de esta certeza. Este es el primer capítulo de esa esperada novedad
de cielo y tierra, en los siguientes
párrafos planteamos el segundo.
La afirmación anterior hace parte de aquello que el domingo
anterior llamábamos escatología, vale decir, la perspectiva de un futuro pleno
y absoluto en Dios, en el que El mismo deshace la fuerza destructiva de la
muerte e instaura para siempre el dinamismo de la vida.
Pero hay que afirmar, con igual énfasis y radical
convencimiento, que de aquí se desprende un imperativo ético – teologal de
hacer vigente en esta vida histórica que ahora llevamos la efectividad
transformadora de esa esperanza convirtiéndola siempre en fraternidad, en
projimidad, en ética solidaria, en un empeño constante y creciente por afirmar
con hechos la genuina dignidad de cada ser humano, en una historia de la que se
pueda afirmar cabalmente que es sacramento de la divinidad, porque en ella se
significa con eficacia que el ser humano es la opción preferencial de Dios y
que unos y otros somos también émulos de esa preferencia haciendo de ella la
reciprocidad prioritaria de todas nuestras intenciones y conductas.
Con esto – como en el caso de
Juan el Bautista – nos convertimos en preparadores de los caminos del
Señor, de su encuentro con nosotros en la historia, y en trabajadores
eficientes de esa nueva manera de vivir que es la respuesta cabal a la Buena
Noticia, la dejación del mundo de afectos desordenados y de injusticias,
individuales y colectivos: “Comienzo de la buena noticia de Jesucristo,
Hijo de Dios, tal como está escrito en la profecía de Isaías: mira, envío por
delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Una voz que grita en el
desierto: preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos” (Marcos
1: 1 – 3).
Para encarnarlo en la realidad de nuestro país: cómo disponer
los senderos de Colombia para llegada del Señor, en medio de los seis millones
de desplazados, de la brutal criminalidad de guerrilleros, paramilitares y
narcotraficantes, de los abominables falsos positivos, de las escandalosas
diferencias sociales y económicas, del abandono de ancianos y niños, de la dura
faena de tantas madres cabeza de familia, de las secuelas psicosociales del
conflicto armado, de la frecuente corrupción y manejo perverso de los recursos
públicos? Cómo re – encantar la vida en esta bella tierra nuestra, qué
implicaciones tiene esto para el profetismo cristiano, también para el humanismo
laico y para las hondas inquietudes éticas de tantos hombres y mujeres de buena
voluntad y recta intención?
Jesús no se hace presente en nuestra historia reclamando
honores y homenajes para sí, ni para instaurar un nuevo imperio político –
religioso, El es el lenguaje pleno de Dios Padre que se empequeñece, que se hace
fragilidad real, que asume el carácter dramático de este universo de males y
de muertes, para redimirlo y para
suscitar una nueva humanidad profunda y radicalmente humana – valga la
redundancia – arraigada en un principio y fundamento que es teologal y, por eso
mismo, eterno y definitivo: “El Señor no se retrasa en cumplir su
promesa, como algunos piensan, sino que tiene paciencia con ustedes, porque no
quiere que se pierda nadie, sino que todos se arrepientan” (2 Pedro 3:
9).
COMUNITAS MATUTINA anima a todos sus integrantes a vivir con densidad
evangélica esta vigilante espera de Aquel que expresa con ilimitada
abundancia el apasionado amor de Dios
hacia la humanidad, y que ese ánimo se traduzca en el compromiso de todos para
hacer de esta historia un feliz anticipo de ese “cielo nuevo y de esa tierra nueva”.
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