domingo, 7 de diciembre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 7 DE DICIEMBRE II DOMINGO DE ADVIENTO



Lecturas
1.      Isaías 40: 1 – 5 y 9 – 11
2.      Salmo 84: 9 – 14
3.      2 Pedro 3: 8 – 14
4.      Marcos 1: 1 -8
Hacia el año 540 a.c. – época de la que data el texto de la lectura de Isaías, primera de este domingo – el pueblo judío llevaba casi cincuenta años desterrado en Babilonia, es lo que se conoce en la historia bíblica como el exilio. Los capítulos 40 a 55 de este texto profético forman el escrito llamado Deuteroisaías o segundo Isaías, cuyo contenido se orienta a dar significado  liberador   a lo que a primera vista es absurdo y contradictorio: la  durísima prueba de vivir exilados, despojados de su territorio, dominados por una potencia extranjera, desprovistos de su templo y de la posibilidad de expresar su religión, desarraigados de su sociedad y de su cultura.
En la óptica y experiencia de este profeta los israelitas viven con esto una gran purificación con miras a la definitiva libertad que procede de Dios. Estos son años de extremo rigor y carencias, acompañados naturalmente del anhelo de ser libres y de retornar a la patria, en la que vislumbran el genuino espacio de felicidad y de sentido.
En tales contextos, como en los nuestros contemporáneos de similar naturaleza, pueden sobrevenir el desencanto, la angustia que tiende a ser irreversible, el pesimismo radical, la incredulidad extrema con respecto a las alternativas de superar estas  situaciones   límite.
Es aquí donde surge una voz misteriosa , que da la orden de preparar el camino al Señor, inaugurando la nueva época de esperanza y de recuperación del encanto de vivir: “Una voz grita:  en el desierto preparen un camino al Señor; tracen en la llanura un sendero para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se aplanen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele; y se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos” (Isaías 40: 3 – 5).
Estas palabras son el anuncio de la llegada de una nueva manera de vivir fundamentada en Dios, en la que se tocan todas las dimensiones del ser humano, eso que hoy llamamos integralidad, donde se articulan de modo armónico, en perspectiva de felicidad y plenitud, todos los aspectos que hacen de nosotros personas realizadas, optimistas, satisfechas de su condición pero siempre abiertas a un futuro de mayor intensidad humana y teologal, teniendo en su raíz la salvación y la liberación que nos garantiza el mismo Dios.
El reto es allanar el camino y limarlo de todas sus asperezas y obstáculos: injusticia, deslealtad, violencia, irrespeto al ser humano, falta de honestidad, deseo de dominio de unos hacia otros, sentimiento trágico de la vida, ausencia de horizontes, individualismo competitivo, crudeza en la relaciones humanas, religiosidad formal y exterior, precaria sensibilidad de unos hacia otros, intereses de poder.
Tal  allanamiento es tarea que se hace en nombre del Dios liberador, arraigado en la historia de su pueblo, comprometido con su destino en términos de no sometimiento a poderes malignos y a dictámenes de muerte y de egoísmo.
El profeta se desborda en un lenguaje de exaltación, de gloria, invitando al pueblo a deshacerse del dominio babilónico, de sus dioses incapaces y mezquinos, y también de sus propias desilusiones y pesimismos, al mismo tiempo que propone la alternativa planteándonos la gran cuestión: cómo ser libres en tierra extraña? Cómo cultivar la esperanza en circunstancias adversas? Cómo proclamar , con responsabilidad histórica y teologal ,  la Buena Noticia,  en medio del conflicto, de la crisis, del sufrimiento, de la tragedia y del vacío que frecuentemente afectan a tantos seres humanos, como esos hechos que maltrataban tan hondamente la dignidad del pueblo de Israel?
Aquí debemos establecer el polo a tierra y conectarnos con el drama de tantas regiones del mundo donde se viven realidades de tragedia, de deshumanización, altamente destructivas y disolventes para inmensos colectivos de hombres y mujeres: Irak, Haití, Afganistán, las comunas  de nuestras grandes ciudades latinoamericanas, Somalia, Etiopía, con su acumulado de muertes, pobrezas, gobiernos incompetentes, ambiciones de poder que no se compadecen con el bien común: cómo anunciar y practicar allí esta esperanza de origen teologal?
 Cómo llevar estos pueblos a la libertad y a la existencia justa y reivindicada?  Cómo brindar motivaciones definitivas para vivir con valía a quienes están consumidos por el confort y el exceso de recursos materiales, pero con su corazón desprovisto de sensibilidad  humanitaria?  Cómo sacar a tantos ricos y poderosos de su lejanía del mundo real y de las tragedias que viven las mayorías de la humanidad? Cómo se implican las iglesias y las comunidades cristianas en esta exigentísima tarea de devolver a tantos millones de hermanos las mejores razones para vivir en esperanza?
Miren, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Miren, viene con él su salario, delante de él su recompensa” (Isaías 40: 10), son palabras totalmente inscritas en esa intencionalidad salvífico – liberadora, que tienen su origen en ese deseo permanente de Dios de re-encantar la vida, de hacer  de su Palabra una acción siempre dinámica y transformadora, dadora de las mejores razones para vivir con significado y trascendencia.
Ahora bien, aquí nos  topamos con un requerimiento de la mayor seriedad histórica, ética, social, existencial, justamente inspirados en esta experiencia original y originante de los israelitas, quienes se encontraron con ese Dios siempre mayor comprometido y responsable   con ellos en las condiciones concretas de su historia: dónde está la raíz para que estas no sean promesas vanas, retóricas religiosas alienantes, optimismos superfluos, emotividades pasajeras? : “De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habitará la justicia” (2 Pedro 3: 13).
Es convicción central de nuestra fe la confianza en que – pasando la frontera de la muerte hacia la vida – vamos a acceder a una realidad inagotable de plenitud, de existencia eterna, garantizada para nosotros por Dios Padre en la acción pascual del Señor Jesucristo: “la vida de los que en ti creemos no termina sino que se transforma” , dice con precisión teologal el primer prefacio de difuntos en el misal romano, bella y profunda expresión litúrgica de esta certeza. Este es el primer capítulo de esa esperada novedad de cielo y tierra,  en los siguientes párrafos planteamos el segundo.
La afirmación anterior hace parte de aquello que el domingo anterior llamábamos escatología, vale decir, la perspectiva de un futuro pleno y absoluto en Dios, en el que El mismo deshace la fuerza destructiva de la muerte e instaura para siempre el dinamismo de la vida.
Pero hay que afirmar, con igual énfasis y radical convencimiento, que de aquí se desprende un imperativo ético – teologal de hacer vigente en esta vida histórica que ahora llevamos la efectividad transformadora de esa esperanza convirtiéndola siempre en fraternidad, en projimidad, en ética solidaria, en un empeño constante y creciente por afirmar con hechos la genuina dignidad de cada ser humano, en una historia de la que se pueda afirmar cabalmente que es sacramento de la divinidad, porque en ella se significa con eficacia que el ser humano es la opción preferencial de Dios y que unos y otros somos también émulos de esa preferencia haciendo de ella la reciprocidad prioritaria de todas nuestras intenciones y conductas.
Con esto – como en el caso de  Juan el Bautista – nos convertimos en preparadores de los caminos del Señor, de su encuentro con nosotros en la historia, y en trabajadores eficientes de esa nueva manera de vivir que es la respuesta cabal a la Buena Noticia, la dejación del mundo de afectos desordenados y de injusticias, individuales y colectivos: “Comienzo de la buena noticia de Jesucristo, Hijo de Dios, tal como está escrito en la profecía de Isaías: mira, envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Una voz que grita en el desierto: preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos” (Marcos 1: 1 – 3).
Para encarnarlo en la realidad de nuestro país: cómo disponer los senderos de Colombia para llegada del Señor, en medio de los seis millones de desplazados, de la brutal criminalidad de guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes, de los abominables falsos positivos, de las escandalosas diferencias sociales y económicas, del abandono de ancianos y niños, de la dura faena de tantas madres cabeza de familia, de las secuelas psicosociales del conflicto armado, de la frecuente corrupción y manejo perverso de los recursos públicos? Cómo re – encantar la vida en esta bella tierra nuestra, qué implicaciones tiene esto para el profetismo cristiano, también para el humanismo laico y para las hondas inquietudes éticas de tantos hombres y mujeres de buena voluntad  y recta intención?
Jesús no se hace presente en nuestra historia reclamando honores y homenajes para sí, ni para instaurar un nuevo imperio político – religioso, El es el lenguaje pleno de Dios  Padre que se empequeñece, que se hace fragilidad real, que asume el carácter dramático de este universo de males y de  muertes, para redimirlo y para suscitar una nueva humanidad profunda y radicalmente humana – valga la redundancia – arraigada en un principio y fundamento que es teologal y, por eso mismo, eterno y definitivo: “El Señor no se retrasa en cumplir su promesa, como algunos piensan, sino que tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que se pierda nadie, sino que todos se arrepientan” (2 Pedro 3: 9).
COMUNITAS MATUTINA anima a todos sus integrantes a vivir con densidad evangélica esta vigilante espera de Aquel que expresa con ilimitada abundancia  el apasionado amor de Dios hacia la humanidad, y que ese ánimo se traduzca en el compromiso de todos para hacer de esta historia un feliz anticipo de ese “cielo nuevo y de esa tierra nueva”.

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