domingo, 21 de diciembre de 2014

COMUNITAS MATUTINA 21 DE DICIEMBRE IV DOMINGO DE ADVIENTO



Lecturas
1.      2 Samuel 7: 1 – 5 y  8 – 16
2.      Salmo 88: 2 – 5 y 27 – 29
3.      Romanos 16: 25 – 27
4.      Lucas 1: 26 – 38
En este cuarto domingo de Adviento nos encontramos con el texto de Lucas que refiere el anuncio a María, por parte del ángel Gabriel, del nacimiento de Jesús. El evangelista se esfuerza aquí  por narrar un origen fuera de lo común pero su relato no se queda en el carácter atípico y extraordinario del acontecimiento, sino que  contextualiza en unas coordenadas históricas y espaciales definidas con una lógica a contracorriente de la mentalidad dominante en el universo religioso del judaísmo de ese tiempo.
  En los versículos previos  se determina que fue “en tiempo de Herodes, rey de Judea”(Lucas 1: 5), y que lo que está por venir sucedió “el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret” (Lucas 1: 26).
Es clave destacar que esa realidad contextual de Nazaret es de marginalidad, de pobreza, lo exactamente contrario a la prepotencia de Jerusalén, es en la periferia donde Dios ha elegido el ámbito del misterio de la encarnación, en la realidad dolorosa de la exclusión, en la íntima cercanía con los condenados de la tierra, en el aspecto dramático de los seres humanos que sufren el desconocimiento de su dignidad.
Todo esto sucede en un espacio de humildad, de docilidad a Dios, de lejanía del vano honor del mundo, es el mismo Creador involucrado resueltamente en el mundo de los pobres!
También cabe destacar el estupor de la joven María, comprometida con José, varón pulcro y religioso, cuando experimenta el llamado de Dios, a través de su mensajero: “No temas, María, que gozas del favor de Dios. Mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús……María respondió al ángel: cómo sucederá eso si no convivo con un hombre?” (Lucas 1: 30 – 31  y 34).
 Se quiebra así  la lógica habitual de la humanidad, lo que se considera de sentido común, es decir, que no es en la grandeza y la opulencia donde ingresa Dios para asumir la realidad humana e histórica en la encarnación, sino en la discreción y limpieza de una joven humilde, en un sitio irrelevante para los criterios de importancia social, poniendo al mismo Dios como el responsable de este llamamiento y de los hechos que le siguen: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el consagrado que nazca llevará el  título de Hijo de Dios” (Lucas 1: 35).
También es definitivo reconocer que – según Lucas – no hay que esperar a ningún otro mesías, en Jesús se explicita su conexión con la línea davídica, puesto que José, es descendiente de David: “Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, para que reine sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tenga fin  (Lucas 1: 32 – 33).
 Ciertamente no es este el mesías de las cortes reales y de los ambientes imperiales, es un salvador que surge de los últimos de la sociedad , que va a ejercer su misión desde esas contradictorias y dolorosas  realidades, trayendo la cercanía misericordiosa del Padre, reivindicando a los maltratados por la intransigencia de los dirigentes, y dando sentido y esperanza, como lo refieren con bella simplicidad los diversos relatos evangélicos.
Tal es el contexto de este bienaventurado acontecer  de la anunciación, en el que hay dos protagonistas: María y la Palabra.
 María es el símbolo de una porción de la humanidad que, pese a las situaciones históricas de marginación y de abandono por parte de la oficialidad religiosa y social de Jerusalén (sacerdotes del templo, fariseos, maestros de la ley), confía y aguarda con esperanza el querer de Dios, y esto de modo incondicional.
Y la “Palabra”,  es el mismo Dios que se dice a sí mismo, pero no en el centro religioso del judaísmo , donde todo está decidido y establecido, pero sin el corazón dispuesto para El, sino en la humilde docilidad de esta joven mujer, pobre de verdad, y dispuesta a una aceptación gozosa de la intención teologal: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí según tu palabra” (Lucas 1: 38). En palabras del Padre  Pedro Arrupe, lo que vemos aquí es “la osadía de dejarse llevar”.
Entonces, ausencia de pompas y vanaglorias, silencio y discreción, pobreza y austeridad, pueblo dominado por los romanos, mesianismo desde la pequeñez, docilidad de una joven que tiene el coraje de aceptar la propuesta divina,   capacidad de aventurarse libremente en los caminos teologales, son las notas que caracterizan este encuentro íntimo, creador, de Dios con la condición humana.
Con esto, el Padre asesta un golpe certero a las pretensiones  de arrogancia y suficiencia, de poder y superioridad, y se pone claramente de parte de los mínimos, de los desconocidos, abierto – desde luego – a toda la humanidad, pero con la clara intencionalidad de dejar clara su lógica de anonadamiento, lo que nos hace recordar estas palabras de Pablo: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz” (Filipenses 2: 5 – 8).
Las preguntas que se deducen de aquí son de este tenor: qué es lo verdaderamente importante en la vida? Nuestra carrera competitiva para ser reconocidos y aplaudidos? El entender la existencia como una escalada de ascensos y títulos? El buscar ser aceptados en los círculos de los poderosos? El lograr notables riquezas y bienes materiales? El desarrollar nuestra egoteca  dejando el corazón vacío de sensibilidad y trascendencia hacia  Dios y hacia el prójimo?
Y también, es imperativo evangélico y humano que nos preguntemos cómo hacemos vigentes en el mundo de hoy estas realidades originales de nuestra fe, de tal manera que la respuesta, surgida de juicioso discernimiento y de una lectura atenta de los signos de los tiempos, nos lleve a encarnarnos en estos mundos donde tanta gente pierde la esperanza, a causa de las desatinadas y poco comprometidas decisiones de tantos magnates y poderosos.
Ratificamos lo dicho en domingos anteriores: cómo re – encantar en nombre de Dios a esta humanidad “agobiada y doliente”, como reza nuestra tradicional novena de navidad?
Es también interrogante fuerte y severo para el mundo cristiano, heredero directo de esta historia de salvación.
 En nuestra Iglesia conviven la santidad y el pecado, la gracia y el talante mundano – no justificable lo segundo, por supuesto! - , lo mismo que en cada uno de nosotros, en el plano personal. Cómo garantizar el mayor nivel posible de coherencia con la sustancia humilde, encarnatoria, del proyecto que Dios nos ha revelado en Jesús? Cómo asumir  hoy la disposición incondicional y generosa de María para implicarse en la invitación que le hizo el enviado del Padre? Cómo narrar con nuestras vidas esta lógica de despojo, de donación de la vida, de servicio liberador?
En diversos momentos de la historia hemos vivido hondas contradicciones en el medio eclesial, como la alianza con poderes imperiales y monárquicos, como el legitimar la persecución y condena a los llamados herejes, como  el moralismo fundamentalista y el desmedido énfasis en la institución y en el poder jerárquico, con deplorable olvido del mismísimo Señor Jesús, totalmente desposeído de estas ambiciones, totalmente de Dios y de la humanidad, descalzo, pobre, acusado por los “santos” del judaísmo, escarnecido como blasfemo, juzgado como hereje, crucificado.
La palabra que se usa en el griego original del Nuevo Testamento para designar este abajamiento es kenosis, que significa renuncia a toda soberbia, despojo de todo poder, empequeñecimiento, humillación, y es referida principalmente al Señor Jesús, como en la cita referida arriba, de San Pablo a los Filipenses.
Tal actitud es la que manifiesta María, recipiente de la Palabra que deposita en ella la semilla de la vida, donación de todo su ser para la maternidad del Verbo, compromiso pleno con la misión de su Hijo, hermosísima expresión sacramental de la belleza femenina: la del ser , la de dar, la de procrear.
Hagamos caso al Espíritu que nos propone descalzarnos y dejar de lado nuestras ambiciones de “importancia”, y unámonos a lo que nos dice a través de Francisco con sus deseos de una Iglesia pobre y servidora, dialogante y respetuosa de lo diverso, ecuménica y solidaria, sensible a la pluralidad de convicciones religiosas y humanistas, oyente de la Palabra como decía y proponía el teólogo alemán Karl Rahner, también oyente de la historia, de los clamores de justicia, transparente en todos sus procedimientos, ajena a las estratagemas de la política eclesiástica, siempre en perspectiva de anunciar la Buena Noticia de Jesús y de ser ella madre de todos los humanos.

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