Lecturas
1.
1
Samuel 3: 3 – 10 y 19
2.
Salmo
39: 2 y 4 – 10
3.
1
Corintios 6: 13 – 15 y 17 – 20
4.
Juan
1: 35 – 42
Comienza una vez más lo que en el lenguaje eclesial llamamos el
“tiempo ordinario”, al que corresponde la mayor parte del año, lo mismo que
ocurre con los quehaceres de nuestra existencia cotidiana, y la Iglesia
,acorde con esto, nos propone en este domingo unas lecturas coherentes con el
asunto clave de iniciar una temporada de
la vida, para enmarcar y “casar” nuestros relatos vitales con la aventura de
Dios en nosotros, expresada hoy en la historia del profeta Samuel y en la de los primeros discípulos que se
interesaron en el proyecto de Jesús.
Después de la vivencia feliz de Navidad, del descanso y
compartir familiar que caracteriza estos días, de la vitalidad evangélica del
encuentro con este Dios implicado y encarnado en nuestra realidad, se
experimentan energías renovadas, aliento para vivir con entusiasmo, proyectos
apasionantes para el año que se inicia; con ello nos encontramos con el mismo
Jesús que nos invita a una nueva manera de vivir, enmarcada en ese referente
decisivo y fundamental que es el reino de Dios y su justicia.
Un detalle, que de
entrada parece irrelevante, es el cambio
de nombre, cuando el discípulo experimenta el llamado a ese nuevo plan de vida:
“Andrés,
el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían
seguido a Jesús. Andrés encuentra primero a su propio hermano , Simón, y le
dijo: Hemos encontrado al Mesías, que quiere decir Cristo. Y le llevó donde
Jesús. Fijando Jesús su mirada en él, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan;
tú te llamarás Cefas, que quiere decir piedra” (Juan 1: 40 – 42).
Como en otros relatos bíblicos, el nuevo nombre es coincidente también con el nuevo modo de vida, en el que el
convocante es Dios, con la consecuencia primera de un misión , un envío, un
talante que se hace definitivamente humano y teologal, partiendo en dos la
biografía de quien es llamado. Bien sabemos que la propuesta de Dios y de Jesús
demanda la totalidad del ser y del quehacer de quienes se comprometen con El.
Ordinariamente esta exigencia, en el lenguaje más tradicional
de la Iglesia, se ha pensado para quienes optan por la vida sacerdotal o por la
consagración en una comunidad religiosa, como estableciendo que este tipo de
vocación es de mayor categoría que el de la mayoría de cristianos que se
deciden por el laicado, por el matrimonio y la familia, planteamiento que
consideramos totalmente desorientado.
La invitación de Dios
a través de Jesús es igualmente válida y comprometedora para todo el que quiera
tomar en serio tal alternativa : el mismo significado y valor de dedicación tienen los proyectos de vida de
esposos y padres de familia, de laicos que se entregan a la causa del reino,
que el de los ministros ordenados o el de los hombres y mujeres que viven el
Evangelio en el carisma propio de tal o cual congregación religiosa, igual cosa
podemos afirmar de la presencia en el mundo secular, participando como
ciudadanos activos en la construcción de la sociedad, en la participación
política, en la promoción de los derechos humanos, en las tareas científicas y
académicas, en los medios de comunicación, en el influjo constructivo en las
instituciones sociales, y en tantas
otras y seductoras posibilidades que nos
ofrece el dinamismo social.
Así las cosas, cómo identificarnos con Dios en la amplísima
gama de estilos de vida que la misma nos facilita, con la intención de
construír un mundo y una humanidad que sean dignos, felices, incluyentes,
justos, equitativos, honestos, solidarios ? Es esta una excelente pregunta para responder con
decisión en el comienzo del año, cuando estamos haciendo ajustes y énfasis en
nuestros proyectos de vida !
Una bellísima manera de entender y apropiar esto es a través de estas vocaciones que se suscitan
en el profeta Samuel (primera lectura) y en los cinco discípulos a los que se
refiere el texto de Juan (evangelio). La propuesta es que también nosotros nos
insertemos en esos relatos, con todo lo que somos y hacemos en este momento de
la vida, involucrándonos en totalidad, haciendo el ejercicio de identificarnos
y de discernir la acción del Espíritu en el mismo.
El primer gran profeta, con fuerte influjo en la vida
religiosa y político – social de Israel, es Samuel. Por eso, se ha concedido
especial interés a narrar su vocación, para darnos a conocer justamente el
significado de la misión profética y cómo se comporta Dios con él: “Vino
Yahvé, se paró y llamó como las veces anteriores: Samuel, Samuel!
Respondió Samuel: habla, que tu siervo escucha!” (1 Samuel 3: 10) y : “Samuel crecía y Yahvé estaba con él. Y no
dejó caer en tierra ninguna de sus palabras” (1 Samuel 3: 19).
Cabe anotar que a este nivel de profundidad en la respuesta
llega Samuel después de lo que podemos llamar “el acoso de Dios”, pues el
relato nos cuenta de varias aproximaciones de Yahvé que no fueron tomadas en
cuenta por Elí, el maestro de este jovencito y futuro profeta, hasta que finalmente capta que el asedio divino iba muy en serio.
En qué realidades, experiencias, encuentros personales, nos
sentimos llamados por Dios a nuevas maneras de vivir, cualificadas por El ? Cómo experimentamos esos remezones que nos
sacan de la comodidad, del adormecimiento, de la preocupación excesiva por
nuestro bienestar, para acceder a un talante de responsabilidad con los demás ?
Cuáles son esas señales indicativas en las que detectamos que El no nos quiere del montón sino lanzados, osados, resueltos a
vivir juiciosamente en la lógica del Evangelio? Nos sentimos felizmente
asediados por ese Dios siempre mayor?
El Dios que nos presenta la narración de 1 Samuel es el que
elige a un tipo de ser humano concreto, para transmitirle su voluntad. Es
también este un ser desconcertante, que parece jugar a las escondidas, haciendo
que el niño se levante tres veces de su lecho antes de hablarle con claridad,
acosador, insistente, en el mejor significado de estos términos, provocando lo
más bueno de nosotros para que salgamos de la modorra existencial, lanzándonos
así a un cristianismo encarnado y consciente de las grandes problemáticas
que reclaman reivindicación y libertad.
Es también altamente exigente, no para hundir ni amargar la
historia de quien es llamado, sino para proponerle una misión totalizante, no simple tarea de burocracia religiosa o de
maestro moralizante, sino la maravillosa y apasionante del profeta, del que
vive desde Dios y para Dios, preocupado sinceramente por hacer de sus
contemporáneos hombres y mujeres seducidos por la justicia teologal.
Y en el relato de Juan se nos cuenta cómo entran en contacto
con Jesús cinco jóvenes: “Al día siguiente estaba Juan con dos de sus
discípulos. Viendo pasar a Jesús dice: Ahí está el Cordero de Dios. Los
discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían, les
dice: Qué buscan? Respondieron: Rabí – que significa maestro – dónde vives ?
Les dice: vengan y vean “ (Juan 1: 35 – 39).
El contraste con la vocación de Samuel es notable. Aquella
ocurre en el santuario, de noche, con una voz misteriosa y reiterada, y un
mensaje sobrecogedor. Esta es muy natural y humana, un boca a boca que se va concentrando
en Jesús, cuando no es él quien llama, como en el caso de Felipe.
En las dos narraciones, el llamamiento demanda un giro
radical de la vida. En adelante, “Samuel crecía y Yahvé estaba con él”
(1 Samuel 3: 19) y los discípulos
constatan: “ Hemos encontrado al Mesías” ( Juan 1: 41), escuetas frases que
testimonian la nueva condición de sus vidas en Dios, en quien determinan de
ahora en adelante su principio y fundamento. El reino de Dios y su justicia
es el factor que decide el ciento por
ciento de sus decisiones y actuaciones !
Para Samuel, Dios resulta totalmente novedoso, lo que podemos entender mejor si nos enteramos de
la decadencia espiritual que se vivía en
algunos contextos de Israel, tipificada esta en los hijos de Elí, expresión
clara de la orientación e incertidumbre en la que estaba el pueblo creyente. El joven Samuel es la sangre nueva que ha de
aportar a una radical renovación de la relación con Dios con su correspondiente
traducción en un talante existencial
esperanzado, responsable, comprometido, ético, solidario.
Este profeta es acreditado por el mismo Dios para emprender
esta misión, recordando que la constante en este orden de
cosas de es justamente esta de
producir cambios profundos, individuales y sociales, para que nos conectemos
con la realidad, para que nuestra libertad acoja el don del Espíritu, para que
hagamos ruptura con la insensibilidad y la desatención a sus clamores en los
requerimientos que El – con severidad y exigencia! – nos formula en los dramas
humanos y en los grandes dolores de la historia.
Samuel, el primer profeta; Juan, Andrés, Pedro, Felipe,
Natanael, los primeros discípulos de una nueva época humana y teologal,
pioneros en la profecía y en la superación de esa religiosidad formal, ritual, conformista, apocada, para dar
paso a la novedad liberadora de Dios en las condiciones concretas de los
distintos grupos y colectivos humanos.
Tenemos aquí estupendos elementos para afianzar la opción
humana y cristiana ya emprendida, entendiendo que el seguimiento de Jesús no es
la cómoda pertenencia a una entidad prestadora de servicios religiosos sino el
compromiso existencial, enamorado, apasionado , de vivir siempre en plan de
profecía y liberación, de imaginación evangélica y creatividad, con el espíritu
encarnado propio del Señor Jesús y con la mirada atenta a las demandas del prójimo que invoca sentido y razones para
la esperanza.
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