domingo, 25 de enero de 2015

COMUNITAS MATUTINA 25 DE ENERO III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



Lecturas
1.      Jonás 3: 1 – 5 y 10
2.      Salmo 24: 4 – 9
3.      1 Corintios 7: 29 – 31
4.      Marcos 1: 14 – 20
El domingo anterior, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. En este domingo III volvemos al relato de Marcos, que será el predominante durante el ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente en que empieza la actuación de Jesús.
Primero alude al momento en el que inicia su actuación: “Cuando arrestaron a Juan , Jesús se dirigió a Galilea a proclamar la Buena Noticia de Dios” (Marcos 1: 14), como si ese hecho del ser Juan llevado a prisión despertase en él la conciencia de continuar su misión. Vale la pena caer en cuenta de esa costumbre inveterada que tenemos de ver a Jesús demasiado divino, como si supiese con precisión lo que debía hacer en cada instante. Pero viniendo a la cristología que parte de la humanidad de Jesús, y enfatiza su realidad y su contexto, es muy probable que el Padre Dios le hablase a través de los acontecimientos de la vida, como a nosotros, con el consiguiente ejercicio de interpretación y  de discernimiento.
La coyuntura es claramente la desaparición de Juan el Bautista y la necesidad de suplir el vacío que deja, continuando la invitación a convertirse y a llevar un nuevo modo de vida.
En segundo lugar, Jesús marca un contraste con Juan en cuanto al lugar de su predicación y ministerio. El Bautista se situó en el desierto, y hasta allí llegó la gente para escucharlo, en tanto que Jesús se va a recorrer caminando la provincia de Galilea,  en tiempos de Jesús una zona rica y fértil, aunque se trataba de una abundancia mal repartida, lo mismo que en todo el imperio romano. Se caracterizaban sus habitantes por no pasar entero las arrogancias de los judíos y de sus dirigentes religiosos, eran abiertamente contrarios al centralismo de la capital.
Los judíos de Jerusalén tenían mal concepto de los galileos, los consideraban revoltosos y disociadores. Un viejo dicho entre los judíos decía: “Si alguien quiere ser rico, que vaya a Galilea, si quiere ser sabio, que venga a Judea”, indicando con esto la muy conocida conciencia de superioridad y vanidad propia de fariseos, maestros de la ley y sacerdotes del templo. Esto se plasma en el evangelio de Juan así: “Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta” (Juan 7: 52).
En oposición a lo que se consideraba establecido y de sentido común, Jesús no va primero a Jerusalén y a su entorno, para aprender de los maestros religiosos y para beber de la tradición original del templo, más bien  permanece en Galilea, recorre sus aldeas y caminos, comparte con sus gentes, vive sus costumbres, indicando que Dios sucede en los márgenes de la historia, dato contundente en la revelación bíblica.
Y luego viene el mensaje, qué dice Jesús a estas multitudes de pobres, necesitados de razones para la esperanza? : “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia” (Marcos 1: 15).
También es preciso advertir que en este tiempo dominaba en algunos grupos religiosos una mentalidad apocalíptica, surgida de esa conciencia de que, al no resolverse los graves problemas y desgracias que ocurren en el mundo,  y a los que no  se ven soluciones viables y próximas, no queda más alternativa que aguardar un mundo maravilloso, extraordinario, en el que todo el dolor y sufrimiento serán superados: el reino de Dios será esa nueva realidad de plenitud y paz.
 Buena parte del contenido de esa apocalíptica podía ser fantasiosa, algo fundamentalista, como esas predicaciones y  retornos de lo religioso que siempre están sucediendo, con llamados a desconectarse de la realidad , del contexto social e histórico, para esperar la mágica irrupción de Dios.
También en nuestro tiempo estas nuevas realidades religiosas tienden a volverse muy populares, principalmente en los medios sociales pobres y maltratados por las carencias, río revuelto en el que pescan muchos oportunistas convertidos en nuevos mesías, con su discurso al que perfectamente  cabe la connotación de “religión, opio del pueblo”, en el decir de Carlos Marx, con toda su secuela de predicaciones terroríficas, enfatizando en los muchos pecados del pueblo y proponiendo una conversación angustiosa y enfermiza.
Pero Jesús no cae en esta trampa, no se refiere a señales fuera de lo común ni a prodigios espectaculares, se limita a decir que “está cerca el reino de Dios” (Marcos 1: 15), como la gran indicación del nuevo tiempo que está surgiendo.  Y vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la Buena Noticia, es decir, volver a Dios y mejorar la conducta, el modo de vida, cambiar de prioridades, descubrir la nueva y esperanzadora motivación de Dios, hacerse más humanos, más esenciales, más libres.
Aquí podemos conectar con la primera lectura, del libro de Jonás, cuya misión es ejercida en Nínive, una ciudad vana y desentendida de Dios y de los valores fundamentales de la vida, símbolo de la superficialidad, del hedonismo, del consumismo y de la ligereza en materia de costumbres : “Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Jonás se fue adentrando en la ciudad y caminó un día entero pregonando: dentro de cuarenta días Nínive será arrasada!” (Jonás 3: 3 – 4).
Esta llamada a la conversión es un rasgo típico del ministerio de los profetas, lenguaje que no resultaría extraño a los oyentes de Jesús, y que se hace más completa con el “creer en la Buena Noticia” (Marcos 1: 15), que viene a descubrir un horizonte de sentido que se pretende salvador y liberador para esta multitud de personas maltratadas por la pobreza, por las humillaciones del imperio romano, por el desprecio de sus sacerdotes y maestros.
Entonces vendrán los milagros, como señales indicativas del nuevo orden de cosas, la restauración de la integridad humana  de los beneficiarios de estas acciones de Jesús , y el perdón de los pecados, como apertura a ese nuevo talante que tiene en las bienaventuranzas sus valores constitutivos, genuinamente liberadores y humanizantes.
Para trabajar en la pedagogía del reino, Jesús requiere compañeros en la misión, por eso el relato de Marcos destaca el llamamiento de unos discípulos, que han de asociarse sin reservas a esta iniciativa. Por supuesto, no los busca en Jerusalén, entre los discípulos de los rabinos y de los ilustrados, va a los pescadores, al medio popular, y allí convoca: “ Caminando junto al lado de Galilea, vió a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: vengan conmigo y los haré pescadores de hombres. Inmediatamente, dejando las redes, le siguieron” (Marcos 1: 16 – 18).
Mientras que Jonás responde con desgano a la misión que Dios le confía, haciéndolo sin entusiasmo, es notable la disponibilidad de estos jóvenes galileos que con gran generosidad aceptan el llamado y se van tras Jesús a emprender esta apasionante aventura de sembrar las semillas de un nuevo orden de dignidad y de vitalidad en nombre del Padre Dios.
Jonás es el antiprofeta, el recalcitrante que no hace lo que los demás profetas, resistiéndose a la acción del Señor, y sorprendiéndose porque los ninivitas sí hacen caso del llamado, a pesar de la poca energía que este hombre imprime a su anuncio: “Creyeron a Dios los ninivitas , proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal pequeños y grandes” (Jonás 3: 5) y  Vió Dios sus obras y que se habían convertido de su  mala vida, y se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y no la ejecutó” (Jonás 3: 10).
Excelente el contraste entre Jonás y los animados nuevos discípulos de Jesús para destacar dónde reside la eficacia del anuncio, vale decir no en la sofisticación de los medios humanos ni en las grandes estrategias , sino en la fuerza del testimonio, en la sabiduría de las gentes esenciales, y en la discreción del mismísimo Dios que actúa contraviniendo la lógica dominante en muchos de nosotros.
Cómo son nuestras actitudes ante las llamadas que Dios nos hace en las experiencias de la vida? Inventamos notables argumentaciones para resistirnos, mecanismos de justificación, evasiones aparentemente razonables? Nos cerramos a las evidentes  señales de cercanía del reino para negarnos a la invitación que Jesús nos formula en términos de una vida más auténtica, desposeída de grandezas, y seriamente entregada a trabajar por la justicia, por la dignidad humana, por el sentido liberador de la existencia? Cuáles son los grandes impedimentos que traban en nosotros la atención a esta invitación? Qué hay en nosotros del desanimado Jonás o de los entusiastas Simón y Andrés?
La cercanía del reino es el principio de una nueva etapa en la historia de la humanidad, en la que los valores determinantes serán la doble relación de filiación y fraternidad que se significa con plenitud en Jesús, el hijo y hermano por excelencia, proponiéndonos la inserción en ese estilo, que tiende a suprimir las odiosas clasificaciones causantes de desigualdades, a desarmar las autosuficiencias y los egos engreídos, a romper la maligna acumulación de bienes y dinero para dar paso a la mesa compartida, a erradicar esa religiosidad moralista y farisea para abrir espacio a la conversión del corazón, a la genuina libertad según el Espíritu.
Así, llama discípulos para dar sentido comunitario a esta misión, que es mucho más que una renovación de costumbres religiosas y rituales, se trata de una vida cualitativamente nueva, humanidad llamada a hacerse plena en el Padre Dios que se nos revela en Jesús.

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