Lecturas
1.
Isaías
42: 1 – 4 y 6 – 7
2.
Salmo 28: 1 – 4 y 9 – 10
3.
Hechos
10 : 34 – 38
4.
Marcos
1 : 6 – 11
El cristianismo original, el propio de Jesús, el del
Evangelio, el de las comunidades primitivas, es una fe arraigada en la realidad
concreta de los seres humanos, en su historia cotidiana, en sus experiencias de
vida y de muerte, en sus dolores y en sus alegrías, esto es una consecuencia
directa y primera de la encarnación, del Dios que se inserta en este mundo
asumiendo lo propio del ser humano con la totalidad de sus implicaciones.
Esta lógica es la que se quiere hacer evidente en el
contenido de este domingo. El Bautismo de Jesús significa que El – en nombre de
Dios y de la misma humanidad – asume la historia nuestra, haciéndose partícipe
de la misma, verdaderamente humano en la felicidad y en el sufrimiento, Dios
uno de los nuestros!
El, que viene a re –
significar con salvación y liberación el absurdo de la muerte y del mal, y para
eso se encarna en la totalidad del ser humano y de su existencia, sin reservas,
semejante a nosotros en todo menos en el pecado, como nos lo comunican la tradición del Nuevo Testamento y de la
Iglesia.
Vale la pena recordar el contexto del relato de Marcos, que
hoy se nos ofrece como lectura del evangelio : Juan el Bautista, hombre profundamente sincero en
su religiosidad y de gran sensibilidad espiritual, está muy inquieto porque ve
que la institución judía, el templo, sus sacerdotes, el modo como viven y
transmiten la relación con Dios y su práctica correspondiente, no están
impregnados de la radical honestidad propia del profetismo bíblico, constata la
preocupante inautenticidad vigente y por esto promueve un movimiento de
conversión y de rescate de la originalidad religiosa de Israel.
“Así se presentó Juan en el desierto, bautizando y predicando un
bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados” (Marcos 1:
4): Recordamos el simbolismo bíblico del desierto – lugar de despojo y soledad
– como el espacio del encuentro con Dios, propicio para el replanteamiento
total de la vida, habida cuenta de su total austeridad y carencia de
condiciones de bienestar.
Jesús, Hijo de Dios, encarnado en la realidad de su pueblo,
comprometido con su destino, se interesa en la iniciativa del Bautista, y por
eso va a escucharle, y a dejarse tocar por lo que este profeta propone,
consciente de que hay que evolucionar hacia un modo de vivir fundamentado en el
reino de Dios y su justicia, en el que la radical honestidad de la vida y el
acatamiento pleno de la voluntad del Padre son constitutivos del nuevo talante
que viene con El, opuesto a la formalidad religiosa exterior de los líderes
religiosos judíos de ese tiempo: “En aquel tiempo vino Jesús desde Nazaret de
Galilea y se hizo bautizar por Juan en el Jordán” (Marcos 1: 9).
Es el tiempo mesiánico, el tiempo del nuevo ser humano que se
empieza a realizar con Jesús; en ese orden de cosas el signo de este bautismo
cobra mayor fuerza expresiva y decisivo peso simbólico. El bautismo que
realizaba Juan Bautista es el gesto indicativo de quien se hunde en las aguas
de la muerte, del pecado, del egoísmo, de la injusticia , y emerge de ellas
para llevar una vida nueva, inspirada en Dios y en los valores esenciales que
Jesús propone como contenidos de la Buena Noticia.
Como se ha expresado con bastante frecuencia e intensidad en COMUNITAS
MATUTINA, es preciso recordar que la verdadera religiosidad no es la
que frecuenta ritos y cumplimientos exteriores, manejando un lenguaje de piedad
estereotipada, imponiendo normas y obligaciones onerosas, respaldando esto con
la imagen de un Dios justiciero y vengativo, como era el estilo de los
sacerdotes del templo y de los maestros de la ley.
Justamente, en el movimiento de conversión suscitado por el
Bautista y en la propuesta de Jesús, se marca un contraste radical con lo
anterior, pues lo uno y lo otro llevan a la vida en el Espíritu, a la libertad
de los hijos de Dios, a una existencia honesta y comprometida, a una relación fundamental
con el Padre y con los hermanos, y a un estilo profético, fraterno, solidario,
como lenguaje de coherencia con esa
conversión vivida y asumida.
Cuáles eran las pecaminosidades de ese tiempo y de ese
contexto?La presencia dominante política y militar del imperio romano, el
autoritarismo de este y el desprecio por el pueblo humilde, la imposición
arbitraria de leyes, el desconocimiento de su identidad y de su cultura, las
abismales diferencias sociales, escandalosas y contrarias al proyecto de Dios.
También la actitud de no conversión propia del judaísmo
fundamentalista, que afirmaba que la única mediación posible de salvación era
el cumplimiento milimétrico de todas las prescripciones de la ley, tanto en las
determinaciones rituales como en las mil normas de la vida cotidiana,
estableciendo un abominable dominio de ese ordenamiento sobre el ser humano y
sobre sus legítimas aspiraciones de libertad.
Igualmente, buena parte del pueblo estaba seducido por sus
líderes, dándoles la razón y legitimando su despotismo. Evocar estas
condiciones nos da una mejor idea del significado del movimiento de Juan el
Bautista y de su pasión por la genuina religiosidad.
Efecto saludable de esta celebración del Bautismo del Señor y
de esta Palabra, ha de ser la de mirar críticamente las pecaminosidades de este
tiempo, las nuestras propias y las de la sociedad. Seguimos conmovidos por el
asesinato de los periodistas de la publicación francesa “Charlie Hebdo”, hecho que nos remite
a todas las violencias presentes en este mundo, siempre inaceptables y
penosamente frecuentes: Iraq, Afganistán, norte de la India, Boko Haram, las
Bacrim, el narcotráfico con su estela criminal, paramilitares y guerrilleros,
falsos positivos, constituyen las evidencias más dolorosamente elocuentes de
este estado de desorden, requerido urgentemente de conversión.
También el modelo económico neoliberal, con su dictadura del
mercado y del enriquecimiento de los grupos de poder, con sus siempre
crecientes secuelas de pobreza y exclusión, la pérdida de la esperanza para
miles de millones de seres humanos, las absurdas decisiones políticas y
económicas de no pocos gobernantes, la insensibilidad social de muchos ricos y
poderosos, la trivialidad de los medios de comunicación, el descuido del
planeta y la destrucción de sus recursos naturales, el modo individualista y
competitivo de tantos seres humanos que se olvidan por completo de la ética de
la solidaridad, el irresponsable despilfarro de la sociedad de consumo, y el
hedonismo dominante, la cultura de lo fácil y la ligereza y vaciedad de tanta
gente en el mundo.
Sea esta una oportunidad para poner de presente que la fe
cristiana, cuyo centro es el Señor Jesús, en su esencia no es ajena a las
realidades de la historia, y por eso se enfrenta proféticamente con El mismo a
la cabeza, para denunciar estas inconsistencias que tanto lesionan la dignidad
de los humanos.
Los efectos malignos del pecado no se contraarrestan con
simples actos de buena voluntad o con legislaciones y reformas. Se impone la
presencia novedosa de una realidad
trascendente que entre a lo más hondo del corazón de las gentes de buena
voluntad. Esto es la que se personaliza e historiza en la persona de Jesús,
quien se une al movimiento del Bautista, significando con ello su misión de erradicar
de los individuos y de la sociedad las consecuencias de este desorden.
A esto aluden las palabras de Marcos e Isaías: “En
cuanto salió del agua, vió el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como
una paloma. Se escuchó una voz del cielo que dijo: Tú eres me Hijo querido, mi
predilecto” (Marcos 1: 10 – 11); y “Miren a mi siervo, a quien
sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi Espíritu, para
que promueva el derecho en las naciones” (Isaías 42: 1).
En el contexto de la aceptación del bautismo por parte de
Jesús, se explicita la elección que hace de él el Padre – Madre Dios para
confiarle la misión de replantear de raíz la historia de la humanidad,
desafiando las fuerzas del mal y la pecaminosidad ya señalada, configurándolo como
el salvador y liberador, el que es capaz – teologalmente, humanamente – de
abrir un horizonte de sentido y trascendencia, promoviendo esa nueva manera de
vida, libre y redimida, que se manifiesta en las bienaventuranzas.
Así lo expresa el testimonio de Pedro, en la segunda lectura
de este domingo: “ Ustedes ya conocen lo sucedido
por toda la Judea, empezando por Galilea, a partir del bautismo que predicaba
Juan. Cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu Santo y poder; él pasó
haciendo el bien y sanando a los poseídos del diablo, porque Dios estaba con él”
(Hechos 10: 37 – 38).
Estas palabras son la ratificación que hace la Iglesia
Apostólica - personificada en su líder y
pastor primero, Pedro, - de la misión y
compromiso de Jesús, que la Iglesia nos destaca en estos comienzos del año
litúrgico, como disposición para seguir juiciosamente su itinerario a lo largo
de 2015, principalmente en los textos bíblicos que se nos ofrecen cada domingo.
Con Jesús, estamos llamados a escuchar las invitaciones a la
conversión que nos hacen los signos de los tiempos, las personas y grupos
sinceramente evangélicos y humanos, que señalan las incoherencias nuestras y
las sociales, para comprometernos en esta tarea permanente, infatigable,
exigente, de sacar de raíz el mal en las múltiples manifestaciones bien
conocidas e inquietantes.
Esta misión es perfectamente descrita por Isaías: “Yo,
el Señor, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano, te he
formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras
los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la cárcel a
los que habitan en tinieblas” (Isaías 42: 6 – 7).
Esta no es la tarea simplemente individual de Jesús. Con El ,
encabezándonos, estamos llamados como comunidad y pueblo creyente, a trabajar
en esta faena de hacer del mundo un escenario de gracia y de dignidad. Este
compromiso no admite evasivas ni descanso, es constante y creciente!
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