Lecturas
1.
Isaías
60: 1 – 6
2.
Salmo
71: 1 – 13
3.
Efesios
3: 2 – 6
4.
Mateo
2: 1 – 12
Siguiendo la mejor y
más saludable intencionalidad de los
relatos evangélicos, y en general de todos los escritos del Nuevo Testamento,
debemos hacer el esfuerzo de salirnos de la mentalidad anecdótica con respecto
a los mismos para entrar de lleno en la significación teologal, salvadora y
liberadora, que nos brindan estos testimonios originales y originantes de
nuestra fe.
Lo que hoy celebramos es la realidad universal del
acontecimiento de este pequeño Jesús, nacido para nuestra salvación. En El , el
Padre Dios se sale de los límites de Israel, desborda las fronteras del
exclusivismo religioso de los judíos,
reconoce a los seres humanos de todos
los tiempos de la historia como potenciales beneficiarios y
destinatarios de este hecho definitivo,
contenidos que se especifican en las
profundas y muy esperanzadoras lecturas que se nos proponen para este domingo
de Epifanía.
La primera – de Isaías – se refiere a Jerusalén como la ciudad símbolo del encuentro y de la
convergencia : “Echa una mirada a tu alrededor y observa: todos esos se han
reunido, vienen a ti; tus hijos vienen
de lejos, a tus hijas las traen en brazos” (Isaías 60: 4).
Este reconocimiento
viene acompañado con el sentido de lo
luminoso, de la luz que trae la salvación de Dios: “Mira, las tinieblas cubren la
tierra, la oscuridad los pueblos; pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria
aparecerá sobre ti; y acudirán los pueblos a tu luz ,los reyes al resplandor de
tu aurora” (Isaías 60: 2 – 3).
Esta ciudad, centro del judaísmo, marcada por la cerrazón y
el elitismo reflejados en la vanidad y sentimiento de superioridad de los
sacerdotes del templo y demás líderes religiosos, ahora pretende ser
re-significada por el mismo Dios que no se resiste a los mezquinos deseos de
quienes - equivocadamente! - se constituyen en sus concesionarios
exclusivos.
Desafortunadamente también hoy – en pleno siglo XXI – la ciudad santa, con su fuerte carga
simbólica para judíos, cristianos y musulmanes, es el escenario de una de las
mayores desavenencias del mundo contemporáneo, ciudad fraccionada, con la
presencia en su seno de un conflicto permanente entre judíos y palestinos, en permanente pie de guerra,
desafiando pecaminosamente la iniciativa ecuménica e incluyente de Dios,
realidad favorecida por la intransigencia
de sus dirigentes, siempre inspirados por el apetito desordenado del poder y por la malsana
afirmación de su dominio.
Y, a pesar de esto, peregrinos del mundo entero, de las tres religiones
monoteístas, vienen a ella con fe y esperanza, para honrar confiadamente al
Dios de Abraham, el mismo que se ha manifestado con plenitud en Jesús, Alá, el
compasivo , el misericordioso, haciendo caso omiso de la beligerancia político
– militar de las facciones enfrentadas, y rescatando ese seductor mensaje de
inclusión , de reconocimiento a las expectativas de sentido de todos los
humanos, de reiteración del Dios que se
ofrece a la totalidad del género humano
.
Así, el Muro de las
Lamentaciones, los sitios bíblicos , especialmente los que fueron escenario
del ministerio del Señor Jesús, la Gran Mezquita, se empeñan en mantenerse
vigentes como escenarios de plegaria al único Dios, y como expresiones de la vocación primera de
la nueva Jerusalén: “ Te inundará una multitud de camellos, de
dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y
oro, y proclamando las alabanzas del
Señor” (Isaías 60: 6).
Comenzando el año, cuando hacemos los énfasis propios de nuestros respectivos proyectos de
vida, individuales y comunitarios, conviene afirmar el denso significado humano y espiritual del diálogo interreligioso y ecuménico, el
reconocimiento respetuoso de la diversidad de tradiciones religiosas, el aprecio por sus aportes al desarrollo de
una más noble condición humana, con sus dimensiones
de sabiduría y espiritualidad, asumiendo que en este diálogo está contenida una
de las mejores posibilidades para lograr los propósitos ideales de convivencia, de ejercicio de la
dignidad humana, de feliz coexistencia
en el pluralismo, de paz y de
reconciliación.
En la amorosa fragilidad de este apasionante Dios expresado
en el Niño Jesús se nos convoca a esta conciencia de universalidad e inserción
en las tareas comunes a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, donde nos encontramos todas
las tradiciones religiosas y humanistas, superando el fundamentalismo y la
intolerancia, aceptando felizmente que
el Espíritu es multiforme “ y sopla
hacia donde quiere” (Juan 3:8) ,
sin sacrificar en lo más mínimo la identidad y las convicciones propias
de cada credo, y detectando que en su
esencia estas son de diálogo y apertura.
Desde ya, COMUNITAS MATUTINA invita a un
encuentro ecuménico e interreligioso
para el domingo 24 de mayo,
en la Solemnidad de Pentecostés, con el fin
de afianzar estas opciones, que
consideramos sustanciales para nuestra manera de vivir las relaciones con Dios
y con todas las personas.
Aquí cabremos todos y todas, los judíos, los musulmanes, los
cristianos de las diversas denominaciones, anglicanos, ortodoxos, luteranos,
reformados, bautistas, presbiterianos, católicos, pentecostales, metodistas,
los creyentes de las grandes tradiciones del
oriente, también los de nuestros ancestros indígenas y afroamericanos.
Oportunamente les comunicaremos los detalles. Reserven esta fecha en su agenda!
El texto de la carta a
los Efesios reafirma esta conciencia de universalidad , realidad que
tiene el más decisivo significado,
manifestada ahora por el antiguo y radical fariseo Pablo, ahora convertido en comprometido testigo y apóstol del
cristianismo primitivo: “ Lean mi carta y comprenderán cómo entiendo
el misterio de Cristo: este misterio no se dió a conocer a los hombres en las
generaciones pasadas; sin embargo, ahora se ha revelado a sus santos apóstoles
y profetas inspirados. Y consiste en esto: que por medio de la Buena Noticia
los paganos comparten la herencia y las promesas de Cristo Jesús, y son miembros del mismo cuerpo”
(Efesios 3: 4 – 6).
En los tiempos recientes esta afirmación paulina está avalada
por el magisterio del Concilio Vaticano II
(1962 – 1965), respaldado con la
autoridad de los papas Juan XXIII, Pablo
VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco, lo mismo que por el
movimiento ecuménico, el Consejo Mundial de Iglesias, la reflexión de la
teología y las prácticas solidarias y
fraternales de tantos creyentes, sólida
garantía que da crédito a esta irrupción
del Espíritu en la historia de los últimos sesenta años.
Verdadero signo de los tiempos que se traduce en la reflexión
y apropiación de lo multicultural y multirreligioso, en la transgresión
profética de los círculos cerrados, en la conciencia de la total gratuidad del
don de Dios, en una globalización sanamente contestataria que aspira a
contrarrestar los efectos disolventes, unilaterales, nocivos, de una
globalización de mercados y medios de
comunicación, abiertamente adversa a los intereses de la fraternidad entre los
humanos.
Un modo de ser que ha de caracterizar a los creyentes de las
múltiples creencias religiosas y espirituales es el de la apertura , la
disposición para advertir en lo que es distinto de cada uno las semillas del
Verbo, la acción pro – vocadora de la
Palabra que no se constriñe a espacios cerrados, la certeza de que en la llamada salvadora de Dios hay una
invitación de El mismo que es intencionalmente universal y global para
establecer la diferencia cualitativa con la estrechez de miras propia de los
exclusivismos religiosos, políticos, étnicos, socioculturales, ideológicos, que
tanto mal y tanta violencia han traído al mundo.
Que el nacimiento de Jesús es de alcance universal lo deja
claro el relato de Mateo, que tipifica en los tres magos de oriente , símbolos
ellos de este ecumenismo salvífico y de la esperanza de todos los hombres y
mujeres del mundo en una trascendencia salvadora, liberadora, redentora,
transformadora, dotadora de sentido en
cuanto significación de esa realidad misteriosa que nos desborda , a la que
llamamos Dios, que en Jesús se inclina misericordiosamente para hacerse parte
de la humanidad, llevando esta a la plenitud de su divinidad: “Por
entonces sucedió que unos magos de oriente se presentaron en
Jerusalén preguntando: dónde está el rey de los judíos que acaba de
nacer? Vimos su estrella en el oriente y
vinimos a adorarle” (Mateo 2: 1 – 2).
El texto marca también el contraste entre Jesús y Herodes. El
primero es el heredero de las promesas de Israel, esperanza de todos los pueblos
de la tierra, y el segundo manifiesta la fuerza destructiva del mal y de muchos
de los judíos de ese tiempo, que abiertamente rechazaron al maestro
condenándolo y llevándolo a la muerte en la cruz.
Asi hoy, por gracia de Dios y respuesta generosa de tantos y
de tantas, hay muchos que son lenguaje de
pascua y de vitalidad, relatando con sus vidas a este Dios total, Padre
de todos y de todas, compasivo y
misericordioso, siempre comprometido con sus creaturas, y conscientes de
que el poder del mal no termina de empeñarse en ofender sus intenciones
creadoras y liberadoras, razón que nos invita a todos a estar en permanente
vigilancia.
Con Baltasar, Melchor y Gaspar, nos identificamos con todas las gentes, con todas
las culturas, con todas las sociedades, y con ellos nos inclinamos para adorar
este misterio maravilloso y seductor, genuina Epifanía : “Al ver la estrella se llenaron de
una inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron el niño con su madre, María, y postrándose le
adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron como regalos, oro, incienso y
mirra” (Mateo 2: 10 – 11).
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