“Otras
muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están
consignadas en este libro. Estas quedan escritas para que crean que Jesús es el
Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de El” (Juan 20: 30 – 31)
Lecturas:
1.
Hechos 4: 32 – 35
2.
Salmo 117: 2 – 4 y 16 – 24
3.
1 Juan 5: 1- 6
4.
Juan 20: 19 – 31
Como ya lo hemos
sugerido en otros momentos de Comunitas Matutina, bien vale la
pena que al leer los textos bíblicos nos fijemos con detenimiento en sus pre –
textos y en sus con – textos, y – a continuación – hagamos lo propio con
nuestro relato vital. El cotejo historia de Israel – historia de Jesús –
historia nuestra, es fundamental para
comprender la Palabra de Vida que nos comunica la vitalidad definitiva de Dios.
Los hechos de Pascua referidos en los
evangelios son más que propicios para este ejercicio que, con toda seguridad,
derivará para nosotros en una existencia transformada y resucitada.
Entonces, empecemos
advirtiendo que el relato de Juan es profundamente sugerente e interpelador.
Sólo cuando ven a Jesús Resucitado en medio de ellos, el grupo de discípulos se
transforma, recupera el aliento perdido en la tarde dolorosa de la crucifixión,
desaparecen sus temores e inseguridades, los invade una alegría novedosa,
distintísima de los contentos efímeros que son flor de un día, también
experimentan sobre sí mismos el aliento vital del Señor y abren las puertas –
antes cerradas por físico miedo – porque se sienten enviados a vivir la misma
misión que El había recibido del Padre.
Toda esta maravilla
es la que nos ofrece este relato de Juan : “Al atardecer de aquel día, el
primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas ,
por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio de ellos, y les dice:
la paz sea con ustedes. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: Paz con ustedes. Como
el Padre me envió, yo los envío a Ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: reciban el Espíritu Santo” (Juan 20:19 – 22).
Un juicioso
seguimiento del escrito joaneo nos permite detectar y comparar con nuestra
vida:
-
El miedo de los discípulos, comprensible
después de los hechos trágicos sucedidos, a Jesús lo han condenado por blasfemo
y contrario a la religión de Israel, es fácil entender que sus seguidores
pueden correr la misma suerte. Además, casi todos ellos son galileos, muy mal
vistos en Jerusalén. A este propósito: cuáles son nuestros miedos con respecto
a la vida, a las decisiones que hemos de tomar, a las opciones fundamentales, a
los riesgos que esto implica, desconfiamos de Dios, del amor de las personas,
de las posibilidades liberadoras que El y ella nos ofrecen?
-
La Paz con Ustedes, el saludo de Jesús. Los
exegetas bíblicos nos hacen caer en la cuenta que, si bien este es un tipo de
saludo que puede parecernos común, no lo es tanto. Lo más frecuente es que
Jesús no salude, así consta en varias escenas pascuales. En cambio, en este
pasaje repite tres veces esta expresión, como haciendo énfasis en su contenido
y evocando aquello que les dijo en la última cena: “La paz les dejo, les doy mi paz,
y no la doy como la da el mundo. No se turben ni se acobarden” (Juan
14: 27). En estos momentos, tan extremadamente duros para los discípulos, el
saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que El mantuvo durante su vida y
que lo acompañó tan intensamente durante la experiencia límite de su pasión.
Perdemos fácilmente la serenidad, nos desasosegamos ante cosas fútiles e
intrascendentes, dejamos que la realidad nos altere negativamente disminuyendo
nuestra posibilidad de don y entrega? La angustia nos limita y esconde lo mejor
de nosotros?
-
Las manos, el costado, las pruebas y la fe,
son asuntos recurrentes en los relatos de las apariciones del Resucitado, con
recursos muy distintos en cada uno de los cuatro evangelios. Todas estas
concreciones quieren dejar en claro que El no es un fantasma, una visión de
personas trastornadas, que su presencia es real y viviente, resucitada y
transformadora, todo esto se inscribe en el argumento supremo de la
resurrección. Y esto se manifiesta particularmente ante la incredulidad de
Tomás: “Si no veo en sus manos la marca de los clavos y no meto el dedo por el
agujero, si no meto la mano por su costado, no creeré” (Juan 20: 25).
Señal inequívoca de que, a pesar de haber sido su discípulo y de haber accedido
a su enseñanza sobre el Padre, sobre el reino, sobre las bienaventuranzas,
sobre la nueva vida en el Espíritu, sus condicionamientos personales no le
habían llevado a entenderlo en totalidad. En contrapartida, el evangelista pone
en boca de Jesús: “Dichosos los que creerán sin haber visto” (Juan 20: 29). A la
luz de esto, estamos siempre requeridos de pruebas y demostraciones, de
evidencias, no somos capaces de correr el riesgo de la fe? El racionalismo y la
desconfianza nos ganan la partida? Estamos siempre en búsqueda de seguridades?
Nos olvidamos de estas palabras: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree
en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre”
?(Juan 11: 25 – 26). Qué estamos esperando para tener la osadía creyente de los
grandes testigos de la fe?
-
La alegría de los discípulos, es ahora la certeza
de que esa esperanza no concluyó dramáticamente en la tarde del viernes santo,
la seguridad de que el Viviente lo será para siempre, animando la vida de estos
desconcertados hombres y mujeres, extendiéndose a toda la humanidad , a la
Iglesia, a la multitud de comunidades cristianas que descubren en El el centro
de su ser, es el reencantamiento total de la existencia, el replanteamiento radical
del pesimismo y de la tristeza, el gozo definitivo de la Pascua. Somos gente de
esperanza? La mantenemos a pesar de todas las contradicciones que son
inevitables en nuestra humanidad? O nos dejamos deprimir y decaer con
facilidad, porque olvidamos el vigor de
la expresión paulina “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”?
(Filipenses 4: 13).
-
La misión, con
diferentes formulaciones todos los evangelios nos refieren la tarea esencial que el Resucitado confía a los suyos: “Como
el Padre me envió, yo los envío a ustedes” (Juan 20: 21). Hay que
seguir con esta faena apostólica, teniendo en cuenta un elemento fundamental
que la saca de la simple repetición: esta proviene de una cadena que tiene su
origen en el Padre, es El quien origina la intención de enviar a muchos para
comunicar la Buena Noticia, para ser instrumentos del pleno sentido de la
existencia que surge de aquí. En el estado de vida que hemos escogido, en
nuestro trabajo, profesión, estudio, nos sentimos enviados a ser testigos de
este acontecimiento original y originante de nuestra fe? O más bien, estamos tan domesticados por el sistema
productivo y utilitario , que todo lo entendemos como un sombrío “cargar
ladrillos” al pragmatismo reinante, sin visión de futuro, sin perspectiva de
esperanza, sin horizonte pascual?
-
El don del Espíritu y el perdón, de entrada
Juan refiere esta capacidad del Espíritu al perdón de los pecados y a la
reconciliación, como una referencia clara al bautismo, a la configuración
sacramental con Jesús Resucitado, con todo lo que esto trae de beneficioso y
liberador para el ser humano que recibe esta oferta teologal y cristocéntrica,
es la nueva vitalidad de Dios a través de Jesús con la que se capacita esencial
y existencialmente al bautizado para ser testigo y comunicador eficaz de esta
nueva humanidad que es, en Jesús, simultánea divinidad. A este propósito: es
nuestro cristianismo una pobre inercia sociocultural, un modo de ser aceptado
en sociedad, una imposición de otros, una costumbre y una rutina? O sentimos un
vigor inusitado, desbordante, trascendente, que re-significa plenamente todo
nuestro ser y todo nuestro quehacer?
Esta constatación
pascual está toda ella orientada a una nueva manera de vivir que tiene como
referente esencial a Jesús, con una evidencia peculiar como la que presenta
Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los creyentes tenía un alma y
un corazón. No llamaban propia a ninguna de sus posesiones, antes lo tenían
todo en común” (Hechos 4: 32), en este caso la experiencia comunitaria,
los vínculos fraternos, la generosidad y la solidaridad son una clara
consecuencia del hecho pascual. Pasa hoy lo mismo en muchos ambientes
eclesiales, genuina comunidades de fe, de mesa, de solidaridad, de eucaristía,
o son unas pobres entidades repartidoras de servicios religiosos sin
evangelización, sin conversión, sin espíritu?
Y el feliz remate
viene de la 1 de Juan, cuando nos inserta en la realidad del amor del Padre y
del Hijo, y hace posible que nosotros nos insertemos en ese misterio de Vida y
Pascua permanentes: “Todo el que cree que Jesús es el Mesías es
hijo de Dios y todo el que ama al Padre ama también al Hijo” (1 Juan
1), este es un condensado de la visión cristiana del ser humano en clave
pascual, estamos habitados por el Amor del Padre que se hace sacramento y
gracia en el Resucitado. Cierto que son estas las mejores razones para vivir
con sentido e ilusión?
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