domingo, 12 de abril de 2015

COMUNITAS MATUTINA 12 DE ABRIL DOMINGO II DE PASCUA



“Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están consignadas en este libro. Estas quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de El”  (Juan 20: 30 – 31)

Lecturas:
1.   Hechos 4: 32 – 35
2.   Salmo 117: 2 – 4 y 16 – 24
3.   1 Juan 5: 1- 6
4.   Juan 20: 19 – 31
Como ya lo hemos sugerido en otros momentos de Comunitas Matutina, bien vale la pena que al leer los textos bíblicos nos fijemos con detenimiento en sus pre – textos y en sus con – textos, y – a continuación – hagamos lo propio con nuestro relato vital. El cotejo historia de Israel – historia de Jesús – historia nuestra,  es fundamental para comprender la Palabra de Vida que nos comunica la vitalidad definitiva de Dios.
 Los hechos de Pascua referidos en los evangelios son más que propicios para este ejercicio que, con toda seguridad, derivará para nosotros en una existencia transformada y resucitada.
Entonces, empecemos advirtiendo que el relato de Juan es profundamente sugerente e interpelador. Sólo cuando ven a Jesús Resucitado en medio de ellos, el grupo de discípulos se transforma, recupera el aliento perdido en la tarde dolorosa de la crucifixión, desaparecen sus temores e inseguridades, los invade una alegría novedosa, distintísima de los contentos efímeros que son flor de un día, también experimentan sobre sí mismos el aliento vital del Señor y abren las puertas – antes cerradas por físico miedo – porque se sienten enviados a vivir la misma misión que El había recibido del Padre.
Toda esta maravilla es la que nos ofrece este relato de Juan : “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas , por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio de ellos, y les dice: la paz sea con ustedes. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: Paz con ustedes. Como el Padre me envió, yo los envío a Ustedes. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: reciban el Espíritu Santo” (Juan 20:19 – 22).
Un juicioso seguimiento del escrito joaneo nos permite detectar y comparar con nuestra vida:
-      El miedo de los discípulos, comprensible después de los hechos trágicos sucedidos, a Jesús lo han condenado por blasfemo y contrario a la religión de Israel, es fácil entender que sus seguidores pueden correr la misma suerte. Además, casi todos ellos son galileos, muy mal vistos en Jerusalén. A este propósito: cuáles son nuestros miedos con respecto a la vida, a las decisiones que hemos de tomar, a las opciones fundamentales, a los riesgos que esto implica, desconfiamos de Dios, del amor de las personas, de las posibilidades liberadoras que El y ella nos ofrecen?
-      La Paz con Ustedes, el saludo de Jesús. Los exegetas bíblicos nos hacen caer en la cuenta que, si bien este es un tipo de saludo que puede parecernos común, no lo es tanto. Lo más frecuente es que Jesús no salude, así consta en varias escenas pascuales. En cambio, en este pasaje repite tres veces esta expresión, como haciendo énfasis en su contenido y evocando aquello que les dijo en la última cena: “La paz les dejo, les doy mi paz, y no la doy como la da el mundo. No se turben ni se acobarden” (Juan 14: 27). En estos momentos, tan extremadamente duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que El mantuvo durante su vida y que lo acompañó tan intensamente durante la experiencia límite de su pasión. Perdemos fácilmente la serenidad, nos desasosegamos ante cosas fútiles e intrascendentes, dejamos que la realidad nos altere negativamente disminuyendo nuestra posibilidad de don y entrega? La angustia nos limita y esconde lo mejor de nosotros?
-      Las manos, el costado, las pruebas y la fe, son asuntos recurrentes en los relatos de las apariciones del Resucitado, con recursos muy distintos en cada uno de los cuatro evangelios. Todas estas concreciones quieren dejar en claro que El no es un fantasma, una visión de personas trastornadas, que su presencia es real y viviente, resucitada y transformadora, todo esto se inscribe en el argumento supremo de la resurrección. Y esto se manifiesta particularmente ante la incredulidad de Tomás: “Si no veo en sus manos la marca de los clavos y no meto el dedo por el agujero, si no meto la mano por su costado, no creeré” (Juan 20: 25). Señal inequívoca de que, a pesar de haber sido su discípulo y de haber accedido a su enseñanza sobre el Padre, sobre el reino, sobre las bienaventuranzas, sobre la nueva vida en el Espíritu, sus condicionamientos personales no le habían llevado a entenderlo en totalidad. En contrapartida, el evangelista pone en boca de Jesús: “Dichosos los que creerán sin haber visto” (Juan 20: 29). A la luz de esto, estamos siempre requeridos de pruebas y demostraciones, de evidencias, no somos capaces de correr el riesgo de la fe? El racionalismo y la desconfianza nos ganan la partida? Estamos siempre en búsqueda de seguridades? Nos olvidamos de estas palabras: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre” ?(Juan 11: 25 – 26). Qué estamos esperando para tener la osadía creyente de los grandes testigos de la fe?
-      La alegría de los discípulos, es ahora la certeza de que esa esperanza no concluyó dramáticamente en la tarde del viernes santo, la seguridad de que el Viviente lo será para siempre, animando la vida de estos desconcertados hombres y mujeres, extendiéndose a toda la humanidad , a la Iglesia, a la multitud de comunidades cristianas que descubren en El el centro de su ser, es el reencantamiento total de la existencia, el replanteamiento radical del pesimismo y de la tristeza, el gozo definitivo de la Pascua. Somos gente de esperanza? La mantenemos a pesar de todas las contradicciones que son inevitables en nuestra humanidad? O nos dejamos deprimir y decaer con facilidad, porque olvidamos  el vigor de la expresión paulina “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”? (Filipenses 4: 13).
-      La misión, con diferentes formulaciones todos los evangelios nos refieren la tarea esencial  que el Resucitado confía a los suyos: “Como el Padre me envió, yo los envío a ustedes” (Juan 20: 21). Hay que seguir con esta faena apostólica, teniendo en cuenta un elemento fundamental que la saca de la simple repetición: esta proviene de una cadena que tiene su origen en el Padre, es El quien origina la intención de enviar a muchos para comunicar la Buena Noticia, para ser instrumentos del pleno sentido de la existencia que surge de aquí. En el estado de vida que hemos escogido, en nuestro trabajo, profesión, estudio, nos sentimos enviados a ser testigos de este acontecimiento original y originante de nuestra fe? O más bien,  estamos tan domesticados por el sistema productivo y utilitario , que todo lo entendemos como un sombrío “cargar ladrillos” al pragmatismo reinante, sin visión de futuro, sin perspectiva de esperanza, sin horizonte pascual?
-      El don del Espíritu y el perdón, de entrada Juan refiere esta capacidad del Espíritu al perdón de los pecados y a la reconciliación, como una referencia clara al bautismo, a la configuración sacramental con Jesús Resucitado, con todo lo que esto trae de beneficioso y liberador para el ser humano que recibe esta oferta teologal y cristocéntrica, es la nueva vitalidad de Dios a través de Jesús con la que se capacita esencial y existencialmente al bautizado para ser testigo y comunicador eficaz de esta nueva humanidad que es, en Jesús, simultánea divinidad. A este propósito: es nuestro cristianismo una pobre inercia sociocultural, un modo de ser aceptado en sociedad, una imposición de otros, una costumbre y una rutina? O sentimos un vigor inusitado, desbordante, trascendente, que re-significa plenamente todo nuestro ser y todo nuestro quehacer?
Esta constatación pascual está toda ella orientada a una nueva manera de vivir que tiene como referente esencial a Jesús, con una evidencia peculiar como la que presenta Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los creyentes tenía un alma y un corazón. No llamaban propia a ninguna de sus posesiones, antes lo tenían todo en común” (Hechos 4: 32), en este caso la experiencia comunitaria, los vínculos fraternos, la generosidad y la solidaridad son una clara consecuencia del hecho pascual. Pasa hoy lo mismo en muchos ambientes eclesiales, genuina comunidades de fe, de mesa, de solidaridad, de eucaristía, o son unas pobres entidades repartidoras de servicios religiosos sin evangelización, sin conversión, sin espíritu?
Y el feliz remate viene de la 1 de Juan, cuando nos inserta en la realidad del amor del Padre y del Hijo, y hace posible que nosotros nos insertemos en ese misterio de Vida y Pascua permanentes: “Todo el que cree que Jesús es el Mesías es hijo de Dios y todo el que ama al Padre ama también al Hijo” (1 Juan 1), este es un condensado de la visión cristiana del ser humano en clave pascual, estamos habitados por el Amor del Padre que se hace sacramento y gracia en el Resucitado. Cierto que son estas las mejores razones para vivir con sentido e ilusión?

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