domingo, 26 de abril de 2015

COMUNITAS MATUTINA 26 DE ABRIL IV DOMINGO DE PASCUA “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Juan 10: 11)

Lecturas
1.   Hechos 4: 8 – 12
2.   Salmo 117: 1; 8 – 9; 21 – 23;26 y 28 – 29
3.   1 Juan 3: 1 – 2
4.   Juan 10: 11 – 18
Este IV domingo de Pascua es conocido tradicionalmente como el del Buen Pastor, y en él se hace un especial reconocimiento a quienes desempeñan el ministerio pastoral en la Iglesia: el Papa, los obispos, los presbíteros, los diáconos. Si bien es esta una loable intención parece que conviene – siguiendo el espíritu de estos textos bíblicos – hacer extensiva la consideración a la “pastoralidad” de toda la Iglesia, de todos los integrantes de la misma, y esto en la clave del “cuidado de las ovejas”.
El mismo Juan nos brinda el marco de referencia: “Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mì, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no pertenecen a este corral; a esas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un sòlo rebaño con un sòlo pastor” (Juan 10: 14 – 16).
El evangelista refiere la responsabilidad de este cuidado al mismo Señor Jesùs, ese es el fundamento de su misión, garantizar la plenitud vital de las ovejas que le han sido confiadas, dedicar la totalidad de su ser y quehacer a ellas, velar por las alejadas o extraviadas, crear las mejores condiciones para la vitalidad del rebaño, dar la vida por ellas, no reservarse nada para sì mismo, la razón de ser de sì mismo y de su ministerio es este cuidado exquisito, fino, delicado, altamente comprometido y misericordioso.
Esta es tarea de la Iglesia que – por supuesto – tiene unas figuras de servicio fundamental en los ministros ordenados que son los pastores que trabajan para que este cuidado sea asumido responsablemente por cada bautizado. Es esencial ,en este carisma ministerial, promover equitativamente la capacidad de cada cristiano para el pastoreo, que no es otra cosa que el servicio del cuidado de cada “oveja” en nombre de Jesùs, según su estilo de solidaria projimidad.
Es preciso revisar el esquema predominantemente clerical del pastoreo, para dar el paso cualitativo a la corresponsabilidad pastoral – ministerial de cada seguidor de Jesùs en la Iglesia universal y en cada comunidad particular de creyentes.
 Un obispo autèntico, un presbítero autèntico, con el carisma de presidir cada comunidad, es el que sabe – con inteligencia evangélica – promover, formar y facilitar la iniciativa de los laicos en esta perspectiva del pastoreo corresponsable, concentrando el esfuerzo evangelizador y pastoral en la totalidad de cada iglesia particular, cediendo humildemente el relevo para dejar atrás el protagonismo de los clérigos, que tiende a subdesarrollar y a subestimar el vigor de los laicos.
Jesùs se presenta como el verdadero pastor de su pueblo. Saca a sus ovejas fuera del recinto del judaísmo para constituir un nuevo rebaño, la comunidad de los definitivos tiempos mesiánicos. El es la puerta que da acceso a la novedad de la salvación plenamente universal, 100 % incluyente, incondicional, desbordante de generosidad, cuidadora de la vida de cada oveja y persuasiva para atraer a las descarriadas, el buen pastor que comunica la vida  de Dios en abundancia.
Todas las ovejas son posesión de Jesùs, estas le han sido dadas por el Padre, la realidad esencial de este nuevo rebaño consiste en las nuevas relaciones que se establecen entre el Pastor y las ovejas, surgen vínculos de mutuo conocimiento, donación de la vida, comunión: “Miren qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre que nos llamamos hijos de Dios y realmente lo somos” (1 Juan 3 : 1).
Frente a las graves y escandalosas exclusiones que se vivìan en tiempo de Jesùs, y a los descuidos y desprotecciones por parte de la institución religiosa oficial y del imperio romano, Jesùs marca el contraste radicalmente innovador, y propicia con este pastoreo una amorosa dedicación a aquellos tradicionalmente desconocidos por el sistema, se empeña en recoger esas ovejas para reconocerlas en su dignidad y manifestarles con hechos muy concretos de servicio y solidaridad la cercanìa y la compasión del Padre hacia ellos, poniendo una “banderilla” muy severa y crítica a los que el evangelio llama mercenarios y asalariados.
Asì los señala: “El asalariado que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado no le importan las ovejas” (Juan 10: 12 – 13).
Dura referencia para nuestra burocracia religiosa que se fija màs en las normas y reglamentos, en la multiplicidad de requisitos, y en el estilo rìgido y autoritario antes quienes humildemente demandan los beneficios pastorales de la Iglesia.
Este comentario no quiere poner en detrimento la organización de los servicios pastorales de la Iglesia, pero sí llamar la atención con alerta evangélica para transformar con calidad del Espíritu  eso que se podría llamar una institución prestadora de servicios religiosos, estricta, cuadriculada, alejada de las necesidades reales de la humanidad, para dar paso a la comunidad del cuidado, del buen pastoreo, del servicio esmerado a los creyentes y a todos – sin excepción! – a todos los que se acerquen a ella en pos de la gracia, del beneficio sacramental, del reconocimiento, de la compasión y de la misericordia.
Buenas preguntas de confrontación surgen  aquí para quienes ejercemos el ministerio y el liderazgo, en materia de cercanìa, encarnaciòn, amor pastoral, entrega a las personas, coherencia ética y evangélica, como que la ordenación nos refiere de modo indispensable a comunidades concretas de seres humanos que aspiran a vivir en el espíritu de la Buena Noticia.
Pensemos con talante autocrítico en nuestras cerrazones eclesiales, en nuestras lejanías clericales, en algunos formatos intransigentes que todavía subsisten, en ese estilo de funcionarios eclesiásticos sin sabor a Jesùs y a ser humano, y dejémonos envolver por el Espíritu para que el Padre sea todo en nosotros y nuestra identificación sacramental – existencial con el Señor determine la totalidad de lo que somos y hacemos.
Desde este ministerio implicado encarnatoriamente surge el buen cuidado, la pastoralidad esperanzadora, el cuidado sanador y protector, estimulante de la nueva humanidad de la que es portador para nosotros el Señor Jesùs.
Veamos asì el testimonio que da Pedro en el relato de la primera lectura: “Conste a todos ustedes y a todo el pueblo de Israel que este hombre ha sido sanado en nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y Dios resucitò de la muerte. Gracias a El este hombre està sano en presencia de ustedes. El es la piedra desechada por ustedes, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular” (Hechos 4: 10 – 11).
El cuidado pastoral tiene como misión fundante y fundamental comunicar la plenitud de vida que el Padre nos trae a través de Jesùs, en El se restauran las ovejas, ingresan al redil, encuentran satisfacción, plenitud y bendición, su existencia se replantea, su humanidad adquiere sentido pascual, se reivindica en salvación y libertad lo que el descuido pecaminoso ha desprotegido.
Esto , que es exigencia principal para obispos, presbíteros, diáconos, debe ser rasgo definitorio de cada comunidad de bautizados, no como un “ghetto” de perfectos,  élite desbordada por su arrogancia religiosa y moral, sino como el espacio de la fraterna acogida, del gozo de vivir en perspectiva de comunión y participación: “Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Nos consta que, cuando aparezca, seremos semejantes a él, y lo veremos como él es” (1 Juan 3: 2).
Para hacer más denso y existencial el significado de estas consideraciones podemos fijar nuestra atención en eso que en el mundo del humanismo se llama la ética del cuidado, tendencia que surge en medio de este mundo desalmado, desatento, insolidario, desentendido de los clamores de los seres humanos vulnerados en su dignidad y en sus posibilidades de reconocimiento.
Un ser humano que cuida es alguien comprometido con la plenitud humana de aquellos a quienes orienta sus servicios y su capacidad de protección, y esto debe afirmarse con todo vigor y a contracorriente de esta seudocultura competitiva e individualista, que piensa de modo egoísta en el libre desarrollo egoísta de unos sujetos que no saben del nosotros, afanosos de bienestar y de una libertad no referida a la solidaridad.

Esto conecta perfectamente con el cuidado y pastoreo evangélico de cada oveja, de cada ser humano, sin establecer barreras que impidan el diálogo, los vínculos profundos, la comunicación generosa, siempre disponiendo el talante de la inclusión, del crear espacios de vida plena donde cada persona cuidada se sienta con el pleno derecho a su filiación divina y a su humanidad: “Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para recobrarla después. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y para recobrarla después. Este es el encargo que he recibido del Padre” (Juan 10: 17 – 18). 

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