Lecturas
1.
Hechos
10: 34 y 37 – 43
2.
Salmo
117: 1 – 2 y 16 – 23
3.
Colosenses
3: 1 – 4
4.
Juan 20:
1 – 9
Las dos frases màs repetidas en este domingo, y en los cincuenta días
que seguirán, son “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesùs”.
Eso es asì, aunque nos suenen a
lugares comunes y convencionales, porque en ellas se resume el testimonio de los
diversos textos del Nuevo Testamento a propósito de lo sucedido con ese
crucificado, ahora definitivamente viviente: “Entonces entrò el otro discípulo,
el que había llegado primero al sepulcro: viò y creyó. Todavìa no habían
entendido que, según la Escritura, èl debía resucitar de entre los muertos”
(Juan 20: 8 – 9).
Los relatos evangélicos se originaron en los testimonios de la Iglesia
Apostòlica sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesùs.
Todo este cuerpo textual constituye la unidad pascual, vale decir , la
constatación original y originante de que el hombre Jesùs de Nazareth,
condenado a muerte por el poder religioso judío y por el poder político romano,
juzgado reo de blasfemia y traición religiosa por los dirigentes del templo de
Jerusalèn, y crucificado como un criminal, es ahora el Cristo, el Ungido de
Dios, el Señor de la historia, el Salvador y Redentor de la humanidad: “ Nosotros
somos testigos de todo lo que hizo en Judea y Jerusalèn. Ellos le dieron muerte
colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitò al tercer dìa e hizo que se
apareciese, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por
Dios: a nosotros que comimos y bebimos con èl, después de su resurrección”
(Colosenses 3: 39 – 41).
Còmo se llegó a esta certeza? Esta es una pregunta fundamental , cuya
respuesta detectada en los primeros
discípulos, en la primera comunidad de cristianos, es esclarecedora para
configurar nuestra propia fe, veinte siglos después de estos acontecimientos
que son la raíz del hecho cristiano y de la Iglesia.
Un intento de saludable respuesta a esta cuestión es mirar la actitud y la conducta de los
testigos que nos refiere hoy el evangelio de Juan, y verificar còmo se
identifica con nosotros, los testigos pascuales en 2015:
-
Marìa
Magdalena: “Marìa Magdalena va al sepulcro y
observa que la losa està retirada del sepulcro. Llega corriendo a donde estaban
Simòn Pedro y el otro discípulo, el que era muy amigo de Jesùs y les dice: Se
han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dònde lo han puesto”
(Juan 20: 1 – 2). Esta mujer, cuya vida se re – significò plenamente a partir
del encuentro con Jesùs, se quitò de sì la losa que pesaba sobre ella, la
realidad de ser una mujer objeto para satisfacer los apetitos desordenados de
los hombres que acudìan a ella para servirse de su cuerpo, ahora es una persona
digna, re – encantada, gozosa de su condición femenina, es un ser pascual. Y a
ella, en el relato joaneo, le corresponde ser la primer testigo de la Pascua de
Jesùs. Marìa Magdalena ha sido redimida de todas las “losas de la indignidad”,
y eso la habilita para ver por sì misma al Señor en su plenitud resucitada.
-
Simòn
Pedro: “Saliò Pedro con el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrìan
los dos juntos……Despuès llegó Simòn Pedro , que lo seguía, y entrò en el
sepulcro. Observò las sàbanas en el suelo y el sudario que le había envuelto la
cabeza no en el suelo con las sàbanas sino
enrrollado en lugar aparte” (Juan 20: 3 – 7). Simòn Pedro actùa
como un oficioso y diligente inspector, corre a la tumba, ya vacìa, y no se
limita a ver la losa fuera de lugar. Al entrar, advierte las vendas en el
suelo, y el sudario aparte, pero no saca ninguna conclusión. Es Pedro, el
vigoroso líder del grupo original de discípulos, resuelto en su palabra para
seguir a Jesùs, pero temeroso y cobarde en la hora crucial, y en varias
ocasiones – según cuentan los evangelios – asustado con la posibilidad de cruz
y muerte que se vislumbraban para el Maestro. Fràgil y fuerte al mismo tiempo,
su primera reacción no es la de la fe.
-
El otro
discípulo: “Corrìan los dos juntos pero el otro discípulo corrìa màs que Pedro y
llegó primero al sepulcro…….. Entonces entrò el otro discípulo, el que había
llegado primero al sepulcro; viò y creyó” (Juan 20: 4 y 8). Este es el
màs joven, el menos experimentado, pero es el resuelto y generoso a la hora de
correr el riesgo de la fe, en èl no hay vacilación, de primero se hace testigo
y creyente.
-
Los tres:
“Todavìa
no habían entendido que, según la Escritura, èl debía resucitar de entre los
muertos” (Juan 20: 9). Son las tìpicas inseguridades humanas, que
después de haber compartido hombro a hombro con Jesùs su proyecto del reino, de
haber recibido directamente de èl la conciencia y el conocimiento del nuevo
modo de vida que èl querìa instaurar en el mundo – beneficioso a todas luces,
gratuito, de extremo amor y generosidad – no se convencen de que la muerte no
tiene la última palabra, de que esta es dominio del Padre Dios y es siempre
salvadora, liberadora, redentora, re – creadora, portadora de la vitalidad
definitiva de El para todos los humanos que libremente quieran acceder a esta
gratuidad.
Y nosotros, con cuàl de los tres nos identificamos màs? O tenemos
características de todos? Cuàles son las
“losas” nuestras que en esta Pascua 2015 son corridas por la acción pascual del
Señor? Seguimos embebidos en nuestros
miedos y en las falsas seguridades? No
nos convencemos de que el tiempo de Dios ya empezó para nosotros? Seguimos anclados en los temores? Proclamamos teóricamente nuestro compromiso de fe y en las situaciones
lìmite, en las que se pone a prueba nuestra solidez cristiana y humana, negamos
a Jesùs, como Pedro en aquella noche del prendimiento?
En definitiva: cuàl es la vigencia real, existencial, concreta,
histórica, del acontecimiento pascual en nuestras vidas y en la del entorno
humano, social, eclesial, en el que nos desenvolvemos? Còmo llegan a nosotros estas palabras de
Pablo: “Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo,
donde Cristo està sentado a la derecha de Dios, piensen en las cosas del cielo,
no en las de la tierra” (Colosenses 3: 1 – 2). Y….. atención crìtica
con una interpretación espiritualista de este versículo!!!!
Por “las de la tierra” se entienden los afectos desordenados, el
egoísmo , la ambición de poder, el deseo de dinero y de comodidades materiales,
el olvido del prójimo, la ausencia de solidaridad, la injusticia, el culto al
ego, la pèrdida del sentido de trascendencia y de rectitud.
Por “los bienes del cielo” se
entienden el reino de Dios y su justicia, el compromiso incondicional con todas
las personas, pero – preferentemente aunque suene ya reiterado – con los
empobrecidos, con los abandonados, con los vacìos de significado, con los solitarios,
con los que la sociedad menosprecia y considera nadie. Ser resucitado con Jesùs
implica necesariamente vivir 100 % en el espíritu de las bienaventuranzas,
tales son los bienes de la resurrección!
Fuera entonces las “losas” del hombre viejo, fuera el ser objetos de
los demás, de nosotros mismos, del sistema consumista, de la cultura “light”,
del relativismo moral, de la vaciedad neoliberal, del fundamentalismo político
y religioso, de los miedos e inseguridades.
Fuera la cobardìa y el càlculo a la hora de tomar compromisos
radicales, muchas de las malas cosas que suceden en nuestro mundo prosperan por
ser nosotros temerosos como Pedro el negador, por dedicarnos prioritariamente a
lo “políticamente correcto” por encima de lo “èticamente correcto”.
En Jesùs no hay diplomacia
religiosa, hay aventura profética, osadìa de Dios y de humanidad! Su cruz y su
Pascua confrontan los desafueros del mundo y hacen posible la humanidad nueva.
Lo que se impone es “ver y creer” sin menoscabar la dimensión de la fe
razonable, asequible para toda la comunidad de los creyentes a través de la
buena teología y de la sana catequesis, del diálogo inteligente entre la fe y
la razón, y del salto cualitativo de la fe del carbonero a la fe formada,
educada, madura y comprometida con la incidencia liberadora de la resurrección
en las realidades concretas de esta historia en la que vivimos.
En la experiencia pascual surgen las particularidades de la fe que se
vive:
-
Desde una teología de la esperanza, en cuanto articuladora de un
estilo de vida que empieza a ser vigente ya en este mundo, proyectándose a la
plenitud cuando crucemos la frontera de la muerte hacia la vitalidad inagotable
de Dios.
-
Desde una teología de la liberación, que nos hace conscientes
de las esclavitudes personales del pecado, y también de las dimensiones
sociales de este, siempre potenciándonos para ser libres gracias a la acción pascual
del Señor Jesucristo.
-
Desde una teología de lo político, que nos propone como cristianos ser ciudadanos de un mundo y de una
sociedad que deben ser justos e incluyentes, influyendo con talante evangélico
en la configuración de lo social.
-
Desde una teología ecuménica y del
pluralismo religioso, en
la que – sin sacrificar en lo màs mínimo los elementos sustanciales de nuestra
identidad cristiana – nos abramos con la misma potencia pascual de Jesùs para
dialogar positivamente con los cristianos de las diversas iglesias y
denominaciones, con los creyentes de las múltiples tradiciones espirituales y religiosas,
con el amplio universo de ateos y agnósticos, para afirmar en todo esto, y con
la propia vida aquello del Padre Arrupe : SOLO EN EL NUESTRA ESPERANZA!!!!
Feliz Pascua de Resurrecciòn 2015
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