Lecturas:
1.
Hechos 10: 25 – 26;34 – 35 y 44 – 48
2.
Salmo 97: 1 – 4
3.
1 Juan 4: 7 – 10
4.
Juan 15: 9 – 17
Es impresionante la
capacidad que tienen muchas sociedades, instituciones, grupos, personas, de
absorber las grandes revoluciones y movimientos que ponen en jaque a la
humanidad y a sus pràcticas y estilos distorsionados. Los “normalizan”, los
“domestican”, los integran al sistema y les reducen su capacidad de impacto y
transformación. En esto la gran experticia la tiene el sistema capitalista
neoliberal con su lógica de mercado, competitividad individualista,
comunicación masiva , aparente democracia y libre desarrollo de la
personalidad.
Por què empezamos asì
la reflexión de hoy?
La Palabra nos remite
– como lo viene haciendo en los domingos
de este tiempo de Pascua – a la primacía del amor, a la permanencia amorosa de
Dios en nosotros y de nosotros en El, a Jesùs como la evidencia primera y
decisiva de estas realidades, a las consecuencias èticas y sociales del
mandamiento del amor, al altísimo nivel
de autenticidad que esto demanda.
Todo esto contiene una propuesta de vida que
en el momento en que fue planteada por primera vez significò una revolución que
estremeció el mundo entonces conocido, lo mismo que cuando en otros momentos de
la historia personas y grupos la han hecho valer y socavar nuevamente el adormecimiento
social y eclesial, como lo hizo en su tiempo Francisco de Asìs.
Sin embargo, cuando
esta estrategia social de “domesticar” tales contenidos revolucionarios
impera, torna las revoluciones – como la
de Jesùs – en un lugar común, en retòrica sin contenido vital, y entra a hacer
parte de los asuntos màs anodinos e irrelevantes.
Asì pasa con el amor,
la sociedad lo exalta, los artistas lo plasman en su creación, la sociedad de
consumo se vale de èl para vender en cantidades industriales y para crear
necesidades (como los días de….. la madre…el padre….el amor y la
amistad…..grandes pretextos comerciales!!!), los predicadores religiosos lo
esgrimen sin darse cuenta de los alcances revolucionarios de lo que dicen y –
finalmente – son pocos los que captan su genuina dimensión y lo hacen sustancia
de sus proyectos de vida, conscientes de la radical novedad que empiezan a
asumir.
Este es uno de los
grandes núcleos de pensamiento, de espiritualidad, de ética, de existencia
genuina, que caracterizan los escritos
del Nuevo Testamento atribuìdos al evangelista Juan (1 evangelio, tres cartas y
el Apocalipsis): su planteamiento clave es que Dios es amor, lo que alguien con
gran acierto y sentido común definió “Dios es como estar enamorado”!
Esto quiere decir –
para ponerlo en términos muy cotidianos – que Dios se la juega toda por el ser
humano, que su prioridad absoluta somos nosotros, sin limitar esa preferencia
por ningún tipo de razón religiosa, étnica, sociocultural, económica, ideológica,
política, abarcando íntegramente a todos los humanos.
Tal es el núcleo del ser y de la misión de
Jesùs: “Dios ha demostrado el amor que nos tiene , enviando al mundo a su Hijo
único para que vivamos gracias a El. En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que El nos amò y envió a su Hijo para que,
ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados” (1
Juan 4: 9 – 10).
Este lenguaje de “ofrecerse
en sacrificio” hay que entenderlo en el contexto de las víctimas que
ofrecían los sacerdotes para interceder ante Dios y obtener sus favores y
beneficios para los oferentes y los representados, especialmente el de perdón
por los pecados e inconsistencias de la comunidad, generalmente eran animales
que debían cumplir con determinadas características de pureza y pulcritud.
Pero esas víctimas
carecían de valor definitivo. La humanidad se encontraba en un cìrculo cerrado
del que no podía escapar, estaba envuelta en el sin sentido de su drama moral,
consecuencia de la injusticia y de lo que San Pablo llama el “misterio
de iniquidad”.
Ante este dilema, Dios responde de modo contundente: nos ofrece
como máximo don a su propio Hijo, sin esperar a que la humanidad sea santa,
convertida, inmaculada .De buenas a primeras y,
como la màs radical expresión de su iniciativa gratuita, Dios hace
patente su amor implicándose humanamente
en nuestra historia y realidad, en nuestro vacío y absurdo, “semejante
a nosotros en todo menos en el pecado” (Constituciòn Pastoral sobre la
Iglesia en el Mundo Moderno, Gaudium et Spes, No. 22), con esto podemos captar
el alcance plenamente salvador y liberador de Dios hacia la condición humana,
no le importa que seamos santos o pecadores, es Dios y punto, y como tal se hace
don ofreciendo lo màs ìntimo de El: su Hijo.
Es esto retòrica simple, lugar común
empobrecido por cierto tipo de mediocridad religiosa o, gracias a El mismo , la
màs elocuente evidencia testimonial de que Dios sì nos toma muy en serio? Esta seriedad se convierte en feliz
narrativa, real , cercana, encarnada, en Jesùs, en quien estas palabras son
seductora verdad de vida y de sentido: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a
otros como yo los he amado. Nadie tiene amor màs grande que el que es capaz de
dar la vida por las personas que ama” (Juan 15: 12 – 13).
Sintàmonos llamados
por Dios mismo y por la vida a superar la situación planteada al comienzo de
estas líneas: la de “domesticar” la fuerza revolucionaria de este amor, la de
sustraerle su radical novedad, integrándolo al sistema de inercia religiosa de
tipo socio cultural, dando prelación a lo normativo – institucional sobre lo
carismático, y convirtiendo la Buena Noticia de Jesùs en un conjunto de normas,
prohibiciones y pre juicios contra las posibilidades de la libertad humana.
En la película “Masacre
en Roma” , que relata hechos de la II Guerra Mundial, cuando los nazis ocuparon esta ciudad, se
presenta un sacerdote católico quien ofrece su vida a cambio de la de unos
prisioneros que iban a ser ejecutados, lo hace de corazón, en un ejercicio de
total sinceridad y abnegación, consciente de que estos hombres debían regresar
con sus esposas e hijos, y el comandante alemán, en quien aùn subsistìa
sensibilidad humanitaria, queda profundamente tocado por este gesto que lo
lleva a considerar en este sacerdote un reflejo potentísimo de la credibilidad
del amor de Dios.
Este tipo de intenciones y conductas no nacen
de retòricas y lugares comunes, son
narrativas teologales! Como la original de Jesùs, que se parte y se comparte
para superar el sentimiento trágico de la vida, para responder cabalmente a la
pregunta por la muerte y por el mal, para provocar en la humanidad la novedad
del ser que se inserta felizmente en este mismo misterio de amor, para dejar de
buscar los propios intereses y hacer de la solidaridad elemento clave del
proyecto de vida, haciendo posible el extremo amoroso de la abnegación, de
dejar establecido como paradigma de realización no el éxito individual, ni la acumulación de
riquezas, ni la competencia egoísta, sino la propia biografía transformada en
un relato que se hace compatible con el de Jesùs.
“No me eligieron ustedes a mì; yo
los elegí a ustedes y los destinè para
que vayan y den fruto, un fruto que
permanezca; asì, lo que pidan al Padre en mi nombre èl se lo concederà. Esto es
lo que les mando: ámense unos a otros” (Juan 15: 16 – 17), estas
palabras del Señor tienen carácter programático para quienes – recibiendo el
don de la fe y el llamamiento – decidimos aceptarlo e integrarlo juiciosamente
en nuestras vidas, a pesar de las precariedades inherentes a nuestra humanidad.
Bellìsima historia de
inclusión universal la que trae a cuento el relato de hoy de Hechos de los
Apòstoles, la del centurión Cornelio, quien siendo pagano, totalmente lejano de
la cultura y de la excluyente religiosidad judía de ese tiempo, va en busca de
Pedro para reconocerlo como un enviado de Jesùs.
La narración se
encuentra completa en Hechos 10, su mensaje fundamental es que en Jesucristo se
han superado las barreras del elitismo religioso – moral y se ha instaurado una
nueva época, 100 % ecuménica, de inclusión, de acogida, de cercanìa total de
Dios a todos los humanos.
Por estas razones,
Pedro dice a los presentes: “Ustedes saben que a cualquier judío le està
prohibido juntarse o visitar a personas de otra raza. Pero Dios acaba de
enseñarme que no se debe considerar profano o
impuro a ningún hombre. Por eso, cuando me llamaron, vine sin dudarlo.
Ahora deseo saber para què me han llamado” (Hechos 10: 28 – 29).
La fuerza liberadora
y creìble del amor se pierde cuando lo volvemos costumbre sin conversión del corazón,
cuando implantamos como verdades interpretaciones nuestras, reduccionistas y
estrechas muchas de ellas, cuando absolutizamos las determinaciones
institucionales sobre la vitalidad del Espìritu, cuando formalizamos los
proyectos de vida y los sometemos a esquemas de escasa libertad, cuando decidimos
– en nombre de unos absolutos doctrinales – que Dios juzga, condena, restringe,
prohíbe, olvidando la amorosa magnanimidad del Dios revelado en Jesùs , que no sabe de retòrica ni de lugares
comunes!.
En este mundo de
guerras tan abominables como las de Siria e Irak , donde mueren a diario tantos
inocentes, en esta absurda competencia individualista que busca con demencia el
lucro y el mal entendido concepto de éxito a costa de los demás, en este escandaloso
contraste de los países industrializados frente a las extremas pobrezas
africanas y latinoamericanas, Dios y el clamor ètico de estos dramáticos hechos
convocan a la seriedad en el amor, a las vidas que se donan sin medida, a la
reivindicación plena de la dignidad humana, como lo hizo el Obispo Oscar
Romero, nuestro inminente beato el próximo 23 de mayo; como Teresa de Calcuta,
que se ofreció a los màs pobres de los pobres; como aquel fraile Maximiliano
Kolbe que en el campo de Auschwitz ofrendò su vida para salvar a un prisionero
esposo y padre de familia; como la da tantos hombres y mujeres que son
legitimados por el amor del Padre, según el talante de Jesùs.
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