Lecturas
1.
Hechos 1: 1 – 11
2.
Salmo 46: 2 – 9
3.
Efesios 4: 1 – 13
4.
Marcos 16: 15 – 20
En
la Ascensiòn reconocemos y asumimos el señorìo de Jesùs, el Kyrios, título
esencial e inserto en lo màs sòlido y saludable de la tradición cristiana: “Hasta
que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al
estado de hombre perfecto y a la madurez de la plenitud de Cristo”
(Efesios 4: 13).
Superando
la interpretación literal de los relatos evangélicos y el fijarnos en la simple
anécdota, damos el salto cualitativo al contenido salvífico – liberador y a la
nueva realidad de vida según el Espìritu que el Padre Dios nos comunica en
Jesùs.
Este
aspecto anterior es especialmente digno de atención: el asunto del lenguaje sobre Dios, las
formulaciones de la teología y de la transmisión de la fe en la catequesis y en
las estrategias pastorales de la Iglesia. Si nos quedamos en la historia
sagrada sin màs, sin el recurso a la interpretación bíblica consistente y
responsable, estamos reduciendo el mensaje cristiano a una colección de
historietas piadosas, y de paso subestimamos a las comunidades de creyentes
porque no se las considera aptas para inducirlas a la fe y a la espiritualidad
genuinas, dejando todo en esos contenidos que no impactan la integralidad
humana de los destinatarios y su búsqueda del sentido de la vida.
Este
acontecimiento de la Ascensiòn – decisivo por lo ya dicho: el señorìo de Jesùs
– es uno de esos que se suelen quedar en el cuento piadoso sin participar a la
comunidad los alcances definitivos aquí contenidos. De aquí se desprende el
valor de una predicación y de una catequesis con fuerte raigambre bíblica y
existencial.
Aquì
lo que se verifica es que Jesucristo ha sido exaltado por Dios, El es el Señor
y el Primogènito de todas las creaturas, el Primero de los seres humanos y la
Cabeza de la Iglesia. El señorìo de Jesùs pone en crisis todos nuestros ídolos
y los de la sociedad. Sòlo reconociéndole como Señor podemos alcanzar la
salvación y la autèntica libertad, descartando los absolutos del poder, del
dinero, de la vanidad egocéntrica, de las ideologías e instituciones, de todo
tipo de esclavitud, de las mediaciones religiosas que se anuncian a sì mismas,
olvidando su condición de ser caminos y no fines en sì mismas.
La
misión de la Iglesia consiste en proclamar al mundo que Jesùs de Nazareth es el
Señor, con la implicación imperativa de vivir en coherencia con este contenido,
dedicando la totalidad del ser y del quehacer a la Buena Noticia,
consecuentemente con el mandato misional que El diò a los primeros discípulos:
“Vayan
por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad”
(Marcos 16: 15).
Por
lo dicho, nos resistimos a ver la Ascensiòn como el paso del mundo terrenal a
otro màs “elevado” llamado cielo. Màs allà de esa simplista puntualidad lo que
hay que ver, creer y vivir es :
-
En Jesucristo se hace
definitivamente realidad ese contacto del ser humano con la divinidad. El cielo
– o como quiera que se llame a esa trascendencia definitiva – es una vida
futura y plena que no podemos darnos a nosotros mismos, es puro don y
gratuidad, y nos es concedida por el Padre, sin merecimiento de nuestra parte.
En Jesùs, Dios nos configura con El y nos participa de su divinidad: “Cada
uno de nosotros recibió su propio don , en la medida en que Cristo los ha
distribuìdo. Por eso se dice: subiendo a lo alto llevaba cautivos y repartió
dones a los hombres. Lo de subió, ¿què significa sino que antes había bajado a
lo profundo de la tierra? El que bajò es el que subió por encima de los cielos
para llenar el universo” (Efesios 4: 7 – 10).
-
Esta Buena Noticia no
es para un disfrute ensimismado, como la golosina que se toma para sì, sin
exigencias y compromisos. Debemos anunciarla a todos con presteza y entusiasmo:
“Ellos
salieron a predicar por todas partes , y el Señor los asistìa y confirmaba la
Palabra con las señales que la acompañaban” (Marcos 16: 20). Es el
imperativo apostólico de la Iglesia toda y de cada cristiano en particular!
Esto
permite llevar a un discernimiento esencial que, a su vez, remite a las
decisiones eclesiales: en la Iglesia tiene sentido todo lo que se inscribe limpiamente en el
Señorìo de Jesùs y en la misión por El confiada, lo que no estè ahì es
prescindible. Encontramos aquí un criterio cristológico y evangélico para
purificarnos de todo aditamento que impide o estorba la nitidez del anuncio.
Asì
las cosas, podemos revisar con autocrìtica liberadora todas esas realidades que
se han ido adhiriendo con el paso del tiempo y que resultan absolutizadas por
grupos y mentalidades fundamentalistas, no arraigadas en el Nuevo Testamento y
en la historia: instituciones, normas, rituales, vestimentas, estilos de vida, mapas
mentales, formulaciones doctrinales descontextualizadas de su origen y de la
vida, asuntos disciplinares y jurídicos, modelos pastorales, cosas todas que en
algún momento respondieron cabalmente pero que en determinado contexto se
tornan irrelevantes porque pierden su fuerza significativa.
Justamente
este es el gran significado del Concilio Vaticano II, de la nueva teología surgida
de ahì, del antropocentrismo cristiano, de la renovación de las congregaciones
religiosas, del replanteamiento del ministerio ordenado, del rescate de los
múltiples carismas que suscita el Espìritu, de los lineamientos y decisiones
pastorales anclados en la historia, de la sensibilidad existencial y
encarnatoria, de las teologías llamadas “de….. las realidades terrenas, del progreso
humano, de la historia, de lo político,
del mundo, de la liberación”, de la cercanìa a las grandes problemáticas
de la sociedad y de la justicia, de la solidaridad con toda personas en sus
gozos y en sus esperanzas, en sus dolores y en sus tristezas.
Si
los integrantes de Comunitas Matutina quieren formarse màs en estos asuntos
sustanciales de nuestra fe, claras consecuencias del Señorìo de Jesùs, de su
exaltación a la diestra del Padre, y de la misión que a todo bautizado
compromete, les sugerimos estudiar con atención tres textos clásicos de la
teología post conciliar, en los que se explicita la fuerza encarnatoria de este
señorìo:
-
“El giro
antropológico de la teología de hoy” ,de Florence Gaboriau.
-
“Teologìa de la
Liberaciòn: perspectivas”, de Gustavo Gutièrrez Merino,OP.
-
“Teologìa de la
Esperanza”, de Jurgen Moltmann.
Claramente
debemos afirmar que el “màs allà” empieza en el “màs acà”, esta historia en
la que vivimos ha de ser un anticipo
sacramental del futuro trascendente al que estamos llamados cuando crucemos la
frontera de la muerte hacia la Vida, como a menudo lo hemos propuesto en estos
mensajes semanales. Esta afirmación merece una claridad: no se trata de un
régimen de cristiandad en el viejo estilo del catolicismo nacionalista como el
de la España de Franco o como el que se vivió en tantos países
latinoamericanos, marcados por este espíritu avasallador.
El
que Jesùs estè a la diestra del Padre como Señor y Salvador no es para dominar
el mundo con política eclesiástica y con ideología religiosa y moralista, sino
para ser “ sal de la tierra y luz del mundo” como dice bellamente Mateo 5:
13 – 16. No es el caso en estos tiempos como el mal favor que hizo el emperador
Constantino cuando, después de su conversión en 313 d.c., promulgò el Edicto de
Milàn, instituyendo el cristianismo como religión oficial del imperio romano.
En
Jesùs El Cristo, Señor y Salvador, encontramos la definición para germinar
constantemente una nueva humanidad, una conciencia y pràctica exquisitas de
dignidad, de acogida fraterna de todo ser humano, de lucha por la justicia y
por las posibilidades equitativas para todos, de rechazo profético de todo lo
que pecaminosamente afecte las implicaciones del reino que El ha iniciado,
sacudiéndonos todo privilegio, dejando de ser autorreferenciales como
insistentemente nos advierte Francisco, Obispo de Roma, bajando de los
pedestales del cristianismo de poder para asumir el genuino y original de
Jesùs, descalzos por las calles de la historia y de la vida, bajando – como El
– a las honduras de los dramas humanos y de la muerte, para “ascender”
con la humanidad salvada y liberada a la plenitud del Padre.
“Estando
ya reunidos le preguntaban: Señor, es ahora cuando vas a restaurar la soberanía
de Israel? Y El les contestò: No les toca a ustedes saber los tiempos y
circunstancias que el Padre ha fijado con su propia autoridad. Pero recibirán
la fuerza del Espìritu Santo que vendrà
sobre ustedes, y serán testigos mìos en Jerusalèn, Judea y Samarìa, y hasta el
confín del mundo” (Hechos 1: 7 – 8). Texto clásico de señorìo y de
misión, programático para todas las comunidades cristianas!
La
Iglesia , sacramento universal de salvación, tal como es definida en el
magisterio conciliar de la Constituciòn Dogmàtica Lumen Gentium, se acoge a
este Señor definitivo, y orienta todo su ser y quehacer a proclamarlo como
Buena Noticia y a llevar a toda la humanidad esperanza y sentido plenos en el
Padre, iluminando con el espíritu del evangelio las realidades sociales y
políticas, el conocimiento y los desarrollos de la tecnología, la
institucionalidad y los modelos económicos, las artes y la educación, de tal
manera que el humanismo autèntico y trascendente revierta tantas ignominias que
se cometen contra los hijos de Dios.
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