domingo, 12 de julio de 2015

COMUNITAS MATUTINA 12 DE JULIO DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO “Llamò a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos” (Marcos 6: 7)



Lecturas:
1.   Amòs 7: 12 – 15
2.   Salmo 84: 9 – 14
3.   Efesios 1: 3 -14
4.   Marcos 6: 7 – 13
Despuès del fracaso de Jesùs, de acuerdo con el relato de Marcos de la semana anterior, comienza una nueva etapa en el relato de este evangelio: Los discípulos van a tomar parte en la tarea que hasta ahora sòlo desarrollaba el Maestro,  los compromete para que se involucren de lleno en esta misión, ligeros de equipaje con todo lo que significa esta última expresiòn: “LLamò a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les encargò que no llevaran para el camino màs que un bastòn; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, que calzaran sandalias pero que no llevaran dos tùnicas” (Marcos 6: 7 -9).
El rechazo de los dirigentes judíos, también de sus paisanos y personas màs cercanas, obliga a Jesùs a buscar otros interlocutores, menos maleados por la enseñanza oficial del judaísmo, rigorista e intransigente.
 Es su propósito presentar la radical novedad del Dios cercano, misericordioso, solidario, liberador, decisivamente inserto en la fragilidad humana, para esto requiere mentes y corazones desprevenidos y abiertos.
Siempre hemos escuchado que la Iglesia toda es misionera, que cada cristiano lo es también, pero corre el peligro de tornarse en lugar común y retòrica oficial, frases manidas que pierden sabor y significado.Sin embargo,   esto es a lo que invita el relato evangélico de este domingo. La palabra misión proviene del latìn mittere, enviar con un objetivo claro, el misionero es el enviado.
Marca un contraste cualitativo sobre el que llamamos la atención: no se trata del funcionario religioso dotado de poder que espera a que las personas vengan a èl para plegarse a su culto institucional y a todo su rìgido ordenamiento, sino de gentes escogidas por el mismo Jesùs, y enviadas a buscar a los otros, donde están, en su contexto real, con las circunstancias verdaderas de sus relatos vitales.
 Este misionero de Jesùs se encarna en las historias de los seres humanos, en sus gozos y esperanzas, en sus dolores y sufrimientos, y allì deposita la buena noticia del Dios inmediato, el Dios que se vuelve historia y humanidad, el Dios que goza con todos, que sufre con todos, y que se hace ofrenda liberadora para dar plenitud de sentido y conferir  las razones màs decisivas para una existencia con significado.
Dios y la nueva humanidad que surge de El son el contenido de esta misión, que es eminentemente comunitaria, “de dos en dos”,  en igualdad de condiciones, sin superioridad de unos sobre otros:  el envìo es desde una comunidad, gracias a ella, para generar nuevos grupos de personas que constituyan el mismo modelo de vida a partir de la propuesta de Jesùs.
La expresión “dándoles poder sobre los espíritus inmundos” no se refiere a una capacidad mágica, milagrera, sino a una superioridad sobre el mal, fuerza para superar toda actitud, toda ideología, todo impedimento, que frenen la acción liberadora de Dios.
Todas las indicaciones sobre lo que deben o no deben llevar tienen el sentido testimonial de la pobreza, en cuanto libertad ante las seguridades de carácter material, que pueden sustituir la eficacia del mensaje convirtiéndose en fin en sì mismas, advertencia severa para la iglesia de todos los tiempos de la historia.
 Una expresión asì  trasciende la puntualidad de lo material para cuestionar todo afianzamiento en el poder, en el prestigio social, en las influencias, en los soportes institucionales, indicando que la fuerza de la misión reside en Dios mismo quien comunica su Espìritu para dotar de contenido a los enviados, sin màs certeza que la de Aquel que confía este encargo.
Igualmente para nosotros, los cristianos de hoy: somos conscientes de Dios mismo en cuanto principio y fundamento de nuestra historia personal y social?  Esta seguridad totaliza todo nuestro ser y nuestro quehacer? Somos capaces de salir de la zona de confort, de las seguridades ideológicas e institucionales, para vivir en la libertad del Evangelio, y para comunicar esta feliz realidad con eficacia liberadora a todos los humanos?
El ministerio de los enviados: “Se fueron y predicaban la conversión, expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban” (Marcos 6: 12 – 13) se refiere claramente a la nueva manera de vivir que Jesùs anuncia, inspirada en el Padre Dios, en el reconocimiento respetuoso y comprometido de todo prójimo, en el rechazo enfático de la exclusión religiosa, moral, social, étnica, en la vida que trasciende en el amor y en la solidaridad, en el talante de las bienaventuranzas como orientador de este nuevo proyecto de vida.
La aspiración es a erradicar el mal, a expulsar  los demonios  que son los ídolos del poder, del deseo desordenado de dominar a los demás, de valorar a la gente por el tener y no por el ser, de la absolutización de normas, doctrinas y rituales, del corazón que se cierra a la libertad que viene de Dios y del prójimo, del estar de parte de los poderosos y dominadores, del respaldar y justificar las injusticias y las abominaciones contra la dignidad humana.
El reino que se anuncia por parte de estos enviados es el de  construir comunión y participación, reconocimiento del derecho elemental de toda persona a compartir, a ser respetado en su originalidad, significado en la mesa común, en la que se anuncia la paternidad de Dios y la fraternidad de todos, teniendo en Jesùs el referente esencial de esta filiación y de esta projimidad y hermandad.
Una manera de ver la libertad que Dios confiere a quien vive en El y para El nos la presenta la primera lectura de hoy, cuando Amòs recibe presiones de los profetas de Betel con la intención de manipularlo y de convertirlo en un profeta funcional y adaptado a sus intereses de poder: “Amasìas ordenò a Amòs: vidente, vete, escapa al territorio de Judà; allì te ganaràs la vida, allí profetizaràs; pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el templo real, es el santuario nacional” (Amòs 7: 12 – 13).
Betel representaba los intereses del poder, no los de Dios, era la clara imagen del sometimiento de la religión a la política, y el acallamiento de la sinceridad original del profetismo y de la vida autèntica pactada en la alianza; Amasìas era un funcionario sacerdotal a sueldo, un mercenario de la fe, un  servil adulador de los poderosos, esto lo lleva a pretender que Amòs sea como èl.
Y este último, consciente de la radical verdad de su misión , responde: “Yo no era profeta ni discípulo de profeta; era pastor y cultivaba higueras. Pero el Señor me arrancò de mi ganado y me mandò ir a profetizar a su pueblo,Israel” (Amòs 7: 14 – 15). Con esta vigorosa afirmación Amòs se niega a someterse al dictado de Amasìas, y hace pública la libertad que le ha dado el mismo Dios para llamarlo a esta misión, no es ningún dictado humano el que lo ha llamado al profetismo, es Dios quien lo envía, argumento suficiente para no dejarse manipular por otros intereses.
Cuando la comunidad cristiana , la Iglesia, se deshace de estas adherencias de política y conveniencia, cuando deja de lado la prudencia limitante, y descubre que Dios es todo para ella, entonces se torna libre con la libertad de Jesùs, y su palabra y su misión tienen definitiva raíz evangélica,  puede comunicar su buena noticia sin compromisos con los poderes del mundo, anunciando el nuevo orden de vida y dignidad que es el reino de Dios y su justicia,  denunciando todo lo que atenta contra estas amorosas intenciones del Padre para con el gènero humano.
La confianza de toda misión evangélica debe centrarse en el mensaje, no en los medios desplegados para conseguir la adhesión. Para ello no hay màs remedio que prescindir de lo superfluo en términos económicos, ideológicos, jurídicos, rituales, y correr el riesgo de captar con la propia vida la esencialidad del Evangelio, en la que Dios es Padre – Madre de todos los humanos, y cada uno de estos un prójimo y hermano, visualizando esta feliz realidad en la persona misma de Jesùs.
El bello y denso himno cristológico de la carta a las Efesios, segunda lectura de este domingo, es una profesión de fe fundamental y, en la misma medida, una maravillosa síntesis de lo que hemos de transmitir en el envìo: “Por èl, también ustedes, al escuchar el mensaje de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, creyeron en èl y fueron marcados con el sello del Espìritu Santo prometido, quien es garantía de nuestra herencia, y prepara la redención del pueblo que Dios adoptò: para alabanza de su gloria” (Efesios 1: 13 – 14).
La profundidad salvadora de Dios en la historia se expresa sacramentalmente en la genuina  humanidad de Jesùs, El es el relato mayor del Padre que se implica encarnatoriamente en nuestra condición, de tal manera que esta acción nos involucre a todos. Dicho asì: Dios se hace humano en Jesùs, para que los humanos nos hagamos divinos por medio de El.
A esto hay que echarle cabeza y corazón para poder vivirlo como la mayor delicia de nuestra historia. Ignacio de Loyola llama a esto “conocimiento interno de Jesùs”, petición que el santo propone constantemente a lo largo de sus ejercicios espirituales para que quien los hace vaya accediendo gradualmente a la identificación de su humanidad con Jesucristo, quien es verdaderamente la nueva humanidad.

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