Lecturas:
1.
Amòs 7: 12 – 15
2.
Salmo 84: 9 – 14
3.
Efesios 1: 3 -14
4.
Marcos 6: 7 – 13
Despuès del fracaso de
Jesùs, de acuerdo con el relato de Marcos de la semana anterior, comienza una
nueva etapa en el relato de este evangelio: Los discípulos van a tomar parte en
la tarea que hasta ahora sòlo desarrollaba el Maestro, los compromete para que se involucren de lleno
en esta misión, ligeros de equipaje con todo lo que significa esta última
expresiòn: “LLamò a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles poder sobre
los espíritus inmundos. Les encargò que no llevaran para el camino màs que un
bastòn; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, que calzaran sandalias pero
que no llevaran dos tùnicas” (Marcos 6: 7 -9).
El rechazo de los
dirigentes judíos, también de sus paisanos y personas màs cercanas, obliga a
Jesùs a buscar otros interlocutores, menos maleados por la enseñanza oficial
del judaísmo, rigorista e intransigente.
Es su propósito presentar la radical novedad
del Dios cercano, misericordioso, solidario, liberador, decisivamente inserto
en la fragilidad humana, para esto requiere mentes y corazones desprevenidos y
abiertos.
Siempre hemos escuchado
que la Iglesia toda es misionera, que cada cristiano lo es también, pero corre
el peligro de tornarse en lugar común y retòrica oficial, frases manidas que
pierden sabor y significado.Sin embargo,
esto es a lo que invita el relato
evangélico de este domingo. La palabra misión proviene del latìn mittere,
enviar con un objetivo claro, el misionero es el enviado.
Marca un contraste
cualitativo sobre el que llamamos la atención: no se trata del funcionario
religioso dotado de poder que espera a que las personas vengan a èl para
plegarse a su culto institucional y a todo su rìgido ordenamiento, sino de
gentes escogidas por el mismo Jesùs, y enviadas a buscar a los otros, donde
están, en su contexto real, con las circunstancias verdaderas de sus relatos
vitales.
Este misionero de Jesùs se encarna en las
historias de los seres humanos, en sus gozos y esperanzas, en sus dolores y
sufrimientos, y allì deposita la buena noticia del Dios inmediato, el Dios que
se vuelve historia y humanidad, el Dios que goza con todos, que sufre con
todos, y que se hace ofrenda liberadora para dar plenitud de sentido y conferir
las razones màs decisivas para una
existencia con significado.
Dios y la nueva
humanidad que surge de El son el contenido de esta misión, que es eminentemente
comunitaria, “de dos en dos”, en
igualdad de condiciones, sin superioridad de unos sobre otros: el envìo es desde una comunidad, gracias a
ella, para generar nuevos grupos de personas que constituyan el mismo modelo de
vida a partir de la propuesta de Jesùs.
La expresión “dándoles
poder sobre los espíritus inmundos” no se refiere a una capacidad
mágica, milagrera, sino a una superioridad sobre el mal, fuerza para superar
toda actitud, toda ideología, todo impedimento, que frenen la acción liberadora
de Dios.
Todas las indicaciones
sobre lo que deben o no deben llevar tienen el sentido testimonial de la
pobreza, en cuanto libertad ante las seguridades de carácter material, que
pueden sustituir la eficacia del mensaje convirtiéndose en fin en sì mismas,
advertencia severa para la iglesia de todos los tiempos de la historia.
Una expresión asì trasciende la puntualidad de lo material para
cuestionar todo afianzamiento en el poder, en el prestigio social, en las
influencias, en los soportes institucionales, indicando que la fuerza de la
misión reside en Dios mismo quien comunica su Espìritu para dotar de contenido a
los enviados, sin màs certeza que la de Aquel que confía este encargo.
Igualmente para
nosotros, los cristianos de hoy: somos conscientes de Dios mismo en cuanto
principio y fundamento de nuestra historia personal y social? Esta seguridad totaliza todo nuestro ser y
nuestro quehacer? Somos capaces de salir de la zona de confort, de las
seguridades ideológicas e institucionales, para vivir en la libertad del
Evangelio, y para comunicar esta feliz realidad con eficacia liberadora a todos
los humanos?
El ministerio de los
enviados: “Se fueron y predicaban la conversión, expulsaban muchos demonios,
ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban” (Marcos 6: 12 – 13)
se refiere claramente a la nueva manera de vivir que Jesùs anuncia, inspirada
en el Padre Dios, en el reconocimiento respetuoso y comprometido de todo
prójimo, en el rechazo enfático de la exclusión religiosa, moral, social,
étnica, en la vida que trasciende en el amor y en la solidaridad, en el talante
de las bienaventuranzas como orientador de este nuevo proyecto de vida.
La aspiración es a erradicar
el mal, a expulsar los demonios que son los ídolos del poder, del deseo
desordenado de dominar a los demás, de valorar a la gente por el tener y no por
el ser, de la absolutización de normas, doctrinas y rituales, del corazón que
se cierra a la libertad que viene de Dios y del prójimo, del estar de parte de
los poderosos y dominadores, del respaldar y justificar las injusticias y las
abominaciones contra la dignidad humana.
El reino que se anuncia
por parte de estos enviados es el de construir comunión y participación,
reconocimiento del derecho elemental de toda persona a compartir, a ser
respetado en su originalidad, significado en la mesa común, en la que se
anuncia la paternidad de Dios y la fraternidad de todos, teniendo en Jesùs el
referente esencial de esta filiación y de esta projimidad y hermandad.
Una manera de ver la
libertad que Dios confiere a quien vive en El y para El nos la presenta la
primera lectura de hoy, cuando Amòs recibe presiones de los profetas de Betel
con la intención de manipularlo y de convertirlo en un profeta funcional y
adaptado a sus intereses de poder: “Amasìas ordenò a Amòs: vidente, vete, escapa
al territorio de Judà; allì te ganaràs la vida, allí profetizaràs; pero en
Betel no vuelvas a profetizar, porque es el templo real, es el santuario
nacional” (Amòs 7: 12 – 13).
Betel representaba los
intereses del poder, no los de Dios, era la clara imagen del sometimiento de la
religión a la política, y el acallamiento de la sinceridad original del
profetismo y de la vida autèntica pactada en la alianza; Amasìas era un funcionario
sacerdotal a sueldo, un mercenario de la fe, un
servil adulador de los poderosos, esto lo lleva a pretender que Amòs sea
como èl.
Y este último,
consciente de la radical verdad de su misión , responde: “Yo no era profeta ni discípulo de
profeta; era pastor y cultivaba higueras. Pero el Señor me arrancò de mi ganado
y me mandò ir a profetizar a su pueblo,Israel” (Amòs 7: 14 – 15). Con
esta vigorosa afirmación Amòs se niega a someterse al dictado de Amasìas, y
hace pública la libertad que le ha dado el mismo Dios para llamarlo a esta
misión, no es ningún dictado humano el que lo ha llamado al profetismo, es Dios
quien lo envía, argumento suficiente para no dejarse manipular por otros
intereses.
Cuando la comunidad
cristiana , la Iglesia, se deshace de estas adherencias de política y
conveniencia, cuando deja de lado la prudencia limitante, y descubre que Dios
es todo para ella, entonces se torna libre con la libertad de Jesùs, y su
palabra y su misión tienen definitiva raíz evangélica, puede comunicar su buena noticia sin
compromisos con los poderes del mundo, anunciando el nuevo orden de vida y
dignidad que es el reino de Dios y su justicia, denunciando todo lo que atenta contra estas
amorosas intenciones del Padre para con el gènero humano.
La confianza de toda
misión evangélica debe centrarse en el mensaje, no en los medios desplegados
para conseguir la adhesión. Para ello no hay màs remedio que prescindir de lo
superfluo en términos económicos, ideológicos, jurídicos, rituales, y correr el
riesgo de captar con la propia vida la esencialidad del Evangelio, en la que
Dios es Padre – Madre de todos los humanos, y cada uno de estos un prójimo y
hermano, visualizando esta feliz realidad en la persona misma de Jesùs.
El bello y denso himno
cristológico de la carta a las Efesios, segunda lectura de este domingo, es una
profesión de fe fundamental y, en la misma medida, una maravillosa síntesis de
lo que hemos de transmitir en el envìo: “Por èl, también ustedes, al escuchar el
mensaje de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, creyeron en èl y fueron
marcados con el sello del Espìritu Santo prometido, quien es garantía de
nuestra herencia, y prepara la redención del pueblo que Dios adoptò: para
alabanza de su gloria” (Efesios 1: 13 – 14).
La profundidad
salvadora de Dios en la historia se expresa sacramentalmente en la genuina humanidad de Jesùs, El es el relato mayor del
Padre que se implica encarnatoriamente en nuestra condición, de tal manera que
esta acción nos involucre a todos. Dicho asì: Dios se hace humano en Jesùs,
para que los humanos nos hagamos divinos por medio de El.
A esto hay que echarle
cabeza y corazón para poder vivirlo como la mayor delicia de nuestra historia.
Ignacio de Loyola llama a esto “conocimiento interno de Jesùs”,
petición que el santo propone constantemente a lo largo de sus ejercicios
espirituales para que quien los hace vaya accediendo gradualmente a la
identificación de su humanidad con Jesucristo, quien es verdaderamente la nueva
humanidad.
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