Lecturas:
1.
Jeremìas 23: 1 – 6
2.
Salmo 22: 1 – 6
3.
Efesios 2: 13 – 18
4.
Marcos 6: 30 – 34
Para comprender los
distintos aspectos del evangelio de hoy, y de las otras lecturas, tenemos que
tener presente el contexto. Los apóstoles acaban de volver de la misión a la
que Jesùs los ha enviado (recordemos el relato de Marcos del domingo pasado).
Terminada la misión, se reúnen y comparten las peripecias de la tarea que ha
concluido:”Los apóstoles se reunieron con Jesùs y le contaron todo lo que habían
hecho y enseñado” (Marcos 6: 30). Parece ser que les ha ido bien y
vienen entusiasmados por los logros de su faena misional; la euforia de la
gente que los busca ratifica esa visión.
Pero todo indica que el
éxito los tiene embriagados y no les permite tomar la postura adecuada, la de
Dios, la de Jesùs. Por esta razón, el maestro los invita a retirarse a un lugar
descampado para “evaluar” la experiencia y tomar distancia crìtica de ella: “Vengan
ustedes solos a un paraje despoblado, a descansar un rato” (Marcos 6:
31), no es una expresión de simple invitación al reposo, sino un reto para
mirar a fondo el servicio que han prestado, haciendo discernimiento sobre el
mismo, y decantando el posible triunfalismo al que se puede llegar por los
buenos resultados del trabajo.
Este último elemento es
esencial en la teología del evangelio de Marcos, que propone en Jesùs el
llamado “silencio mesiánico”, es decir, su negativa al espectáculo
prodigioso, a llamar la atención por el prestigio de su palabra y de sus
realizaciones, por los reconocimientos de quienes le seguían. Es el mesianismo
crucificado, la lógica de Dios que se anonada, que se abaja hasta el extremo
despojo de la cruz. Esto es lo que demanda a sus discípulos al invitarlos al
sitio desértico, lugar de plena significación en la Biblia como el espacio
privilegiado del encuentro con Dios y del acceso a una nueva vida fundamentada
en El.
Se trata de que
entiendan bien el sentido de lo que està sucediendo y no se dejen seducir por
espejismos, en este caso el del falso mesianismo. Para reforzar esta
argumentación tengamos claro que Marcos pone a Jesùs en el desierto,
inmediatamente después del bautismo (Marcos 1: 9 -13), para que allì aclare su
genuina misión, superando la tentación del triunfalismo mesiánico.
Esto es definitivo para
el ser cristiano, para el ser eclesial, en materia de envìo misionero y de acción
apostólica. No nos estamos anunciando a nosotros mismos, ni a nuestras ideas,
ni estamos magnificando los medios utilizados para el anuncio, ni tampoco
implicándonos en esta cultura del eficientismo y de las mediciones que derivan
siempre en un nocivo talante competitivo, de claro sabor antievangélico. Lo
nuestro va por otro lado, por el de la donación amorosa de la vida, sin esperar
premios ni aplausos.
Son elementos nítidos
para una valoración crìtica de todo lo que hacemos en la vida de la Iglesia,
distinguiendo con claridad lo que nos identifica sinceramente con la Buena
Noticia de la vanidad y arrogancia que vienen con el éxito mal asumido.
Y ahì delante està el
reto de la misión y del misionero: “Pero muchos los vieron marcharse y se dieron
cuenta. De todos los poblados fueron corriendo a pie hasta allà y se les
adelantaron. Al desembarcar, viò un gran gentìo y se compadeció, porque eran
como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles muchas cosas” (Marcos 6:
33 – 34). Es la gente, la muchedumbre, con sus alegrìas y sufrimientos, con sus
preguntas y búsquedas de sentido, la razón de ser del ministerio de Jesùs y de
sus discípulos. Este es el argumento contundente, ante el que hay que asumir
una disposición afirmativa y comprometida.
Como la mujer que
sufrìa el flujo de sangre y temerosa pero confiada se acercò a El para ser
curada, como el decidido Jairo que vino a implorar por la salud de su pequeña
hija, asì tanta gente que en todos los
tiempos de la historia va por la vida
buscando las mejores razones para vivir, junto con el reconocimiento de su
dignidad : a todos ellos y ellas se debe
el ministerio pastoral, sin reticencias ni reservas, configurado con Jesùs para
darse todo hasta las últimas y màs radicales consecuencias.
“Como ovejas sin pastor”,
hace referencia a esa cultura hebrea en la que todos sabían a què se referìa
cuando expresaba tal imagen. Siguiendo la lectura primera de hoy, de Jeremìas,
Jesùs hace una fortísima crìtica a los dirigentes y sacerdotes que, en vez de
dedicarse de lleno al cuidado de las ovejas, las utilizan en beneficio propio:
“Ay
de los pastores que dispersan y extravían las ovejas de mi rebaño! – oráculo
del Señor - . Por eso, asì dice el Señor, Dios de Israel, a los pastores que
pastorean a mi pueblo: ustedes dispersaron a mis ovejas, las expulsaron, no se
ocuparon de ellas; yo , en cambio, me ocuparè de ustedes y castigarè sus malas
acciones – oráculo del Señor – “ (Jeremìas 23: 1 – 2).
Cada vez que se ponen
sobre el tapete los malos comportamientos de sacerdotes y pastores, de obispos,
de gentes de Iglesia, por estilos autoritarios e intransigentes, por hacer
predominar los requisitos sobre las personas sin explicar su significado y
necesidad, por adoptar un modo vertical, demasiado jerárquico y ajeno a la
cotidianidad de las personas, o por entregarse a conductas vergonzosas como la
pederastia y el ocultamiento en que han incurrido algunos obispos, estamos
recibiendo un severo llamado de atención de Dios y de la realidad, en esta
materia en la que no puede haber concesiones ni tendencia a minimizar la
demanda radical del buen pastoreo.
Las palabras de
Jeremìas se orientan a los pastores y guìas de Israel por no estar a la altura
de la misión, alusión que también ha sido materia de preocupación particular en
el reciente magisterio del Papa Francisco.
En la Iglesia todos
debemos tener claro que la gente nunca es un estorbo, estamos llamados a
fijarnos en la multitud, y a dejar que el Espìritu suscite en nosotros la compasión
no como el sentimiento ocasional de làstima sino como la disposición de sentir
con ellos, como ellos, haciéndonos instrumentos de la divinidad que se implica
liberadoramente en esta humanidad.
Pensemos en la
desatención que viven millones de seres humanos en el mundo: desoídos por sus
gobernantes, marginados de la dinámica social, excluìdos de los beneficios del
alimento, de la vivienda, de la salud, del empleo, manipulados por políticos y
poderosos, agobiados por abandonos y penurias, desestimados por las decisiones
de los centros de poder político y económico, arrollados por una globalización
inmisericorde: estamos abiertos para escuchar y acoger esos clamores? Somos capaces de compasión como la sentida por
Jesùs, y pedida exigentemente a sus discípulos?
Acabamos de ver a
Francisco recorriendo Ecuador, Paraguay, Bolivia, encontrándose con dirigentes
y pastores, con jóvenes y campesinos, con estudiantes y habitantes de las
barriadas populares, escuchando sus reclamos y fuertes crìticas a los gobiernos
de turno y al desafortunado modelo económico que impera hoy en el mundo,
haciendo eco a sus mismas palabras
cuando habla tan fuerte de la cultura del descarte, cuando pone banderillas al sistema financiero
internacional, cuando confronta el despilfarro de los países y de los grupos
sociales ricos y satisfechos, cuando clama proféticamente por la dignidad de la
persona y de toda la realidad natural.
Què nos dice todo esto?
Nos lleva a cambios cualitativos en nuestra vida? A una definitiva y radical
conversión a Dios y al prójimo? A vivir sin rodeos la sensibilidad pastoral y humanista
que se evidencia en el “sentir compasión” de Jesùs?
El es el único y
genuino pastor, referente obligatorio de todo pastoreo y cuidado. Es el que no
nos va a utilizar ni a engañar, el que es fiel trasunto de lo anunciado por
Jeremìas: “Yo mismo reunirè el resto de mis ovejas en todos los países, adonde las
expulsè, las volverè a traer a sus pastos, para que crezcan y se multipliquen. Les darè pastores que las pastoreen”
(Jeremìas 23: 3 – 4).
En los mil y mil
despistes en que viven tantas personas, por pobreza, por exclusión social, por
soledad, por permanente sentimiento trágico de la vida, por manipulación
política o religiosa, por violación de sus derechos, por falta de esperanza y
de oportunidades, se nos pone de frente
– como riguroso imperativo moral – volvernos con Jesùs hacia esta humanidad
doliente para ser testigos de un
exquisito cuidado - traducido en
programas y acciones serios y eficaces – en los que resalte en cada uno el ser
relatos de Dios y del ser humano, apasionados por el Padre y por el prójimo,
como Jesùs.
De El dice hoy Pablo,
en la carta a los Efesios: “Pero, gracias a Cristo Jesùs, los que en un
tiempo estaban lejos, ahora están cerca, por la sangre de Cristo. Porque Cristo
es nuestra paz……” (Efesios 2: 13-14). Es esto cierto y determinante en
nuestros estilos de vida, en nuestras opciones y prioridades, en nuestras
conductas?
En el cristianismo
actual y en las múltiples iglesias que se congregan en torno a Jesùs, católica,
anglicana, reformada, protestante, evangélica, ortodoxa, pentecostal, debe
alentar – como clave de autenticidad – el mismo sentimiento de Jesùs: “Viò
un gran gentìo y se compadeció, porque eran como ovejas sin pastor”
(Marcos 6: 34).
De no ser asì,
perderemos vigencia y fuerza significativa!
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