Lecturas:
1.
Ezequiel 2: 2 – 5
2.
Salmo 122: 1 – 4
3.
2 Corintios 12: 7 –
10
4.
Marcos 6: 1 – 6
Cuàl
es la diferencia sustancial entre un profeta, apasionado por Dios y por la
humanidad, comprometido plenamente con su misión, con la causa que la inspira,
y un funcionario-clèrigo-pastor religioso, acomodado en un sistema anquilosado,
sin vigor espiritual , reproductor de una ideología que no transforma?
Vamos
a explorar la respuesta en las exigentes lecturas de este domingo, empezando
por la de Marcos, en la que Jesùs experimenta el rechazo radical por parte de
su propio pueblo, que lo recibe con cuestionamientos del mayor escepticismo: “ Muchos
al escucharlo comentaban asombrados: De donde saca èste todo eso? Què clase de
sabiduría se le ha dado? Y, què hay de los grandes milagros que realiza con sus
manos? No es èste el carpintero, el hijo de Marìa, el hermano de Santiago y
Josè, Judas y Simòn? No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y esto era
para ellos un obstáculo” (Marcos 6: 2 – 3).
Sabemos
bien que el evangelista Marcos hace el mayor esfuerzo posible por presentar la
humanidad de Jesùs bien resaltada, para salir al paso a la afirmación de una
divinidad de tal intensidad que podría opacar su condición humana. Por eso aquí
vemos a un Jesùs sometido al desconocimiento e incredulidad de sus propios
paisanos, que se resisten a aceptar su profecía, su misión, su ministerio, su
manera de presentar a Dios y de relacionarse con las personas.
Solemos
decir que nadie es profeta en su pueblo,
afirmación que parece cumplirse con rigor en la mayoría de casos. En el
de Jesùs es patente, le han conocido de chico y de joven , saben quienes son
sus padres y demás familiares, nunca vieron en èl nada excepcional, y ahora, al
regresar a su aldea, no pueden aceptar la novedad radical de vida que viene a
proponer.
Esto
implica para El un inmenso dolor, sentimiento que no le producía el rechazo por
parte de los dirigentes religiosos judíos, de quienes no esperaba ninguna
novedad en términos de acogida del mensaje, pues ya sabìa quienes eran estos
sacerdotes y maestros de la ley, totalmente instalados en su mentalidad
legalista y milimétrica, igualmente asegurados por el poder de la institución
que los respaldaba.
Verse
desconocido por sus contemporáneos y personas de su misma condición, por la
gente de su comunidad, sì es causa de gran desencanto y tristeza: “A un
profeta sòlo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa”
(Marcos 6: 4), les dice Jesùs, tomado por la decepción.
Asì
las cosas, hagámonos estas preguntas:
-
Còmo estamos
acogiendo a Jesùs los que nos creemos suyos?
-
En medio de un mundo
que se ha hecho adulto, no es nuestra fe demasiado infantil y superficial,
excesivamente religiosa y poco espiritual?
-
No vivimos demasiado
indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje?
-
No es extraña nuestra
falta de fe en su fuerza transformadora?
-
No tenemos el riesgo
de apagar su Espìritu y despreciar su profecía?
Ciertamente
el núcleo del mensaje de Jesùs no reside en una reforma religiosa, ni en la
implementación de nuevas normativas de tipo legal o ritual, ni en la
formulación de códigos doctrinales, lo suyo es algo de una radicalidad
definitiva y revolucionaria, es lo que hemos llamado a menudo – y lo seguimos
haciendo con todo énfasis! – el reino de Dios y su justicia.
Esta
es una nueva manera de concebir la relación de Dios con la humanidad, y de esta
con El, es su implicación solidaria y misericordiosa con todos los seres
humanos, es la superación del absolutismo religioso y jurídico para dar paso a
la posibilidad plena del amor y de la libertad en quienes se quieran acoger a
su oferta, es la paternidad de Dios revolucionando la historia y poniendo en
tela de juicio todo poder, toda ley, toda esclavitud a la que con tanta
frecuencia se someten los seres humanos, cosa que no pocas veces se hace
utilizando a Dios como autoridad que legitima estos abusos.
Y
esto es verdaderamente escandaloso y por esto es rechazado y despreciado! La
genuina predicación del Evangelio conmueve las conciencias y los corazones,
propone una crìtica radical de las instituciones, empezando por la religiosa,
desideologiza la fe , la purifica, hace dignos a los humillados y ofendidos, invita a
rectificar las motivaciones y las prioridades existenciales, desarma la
arrogancia de quienes se creen modelos de moralidad y de religiosidad, y revela
la irrevocable decisión de Dios de ser un padre – madre de tiempo completo, un
Dios anonadado, vaciado de sì mismo, el Dios crucificado!
Es
muy similar el sentimiento de los profetas del Antiguo Testamento cuando se ven
enfrentados a la incredulidad de los destinatarios de su mensaje y, màs aùn , a
la infidelidad, al desacato total, al cinismo de dar la espalda a Dios y
dedicarse de lleno al culto idolátrico y al estilo desordenado de vida que
procede de ahì: “A hijos duros de rostro y de corazón empedernido te envìo. Les diràs:
esto dice el Señor, te escuchen o no te escuchen, porque son un pueblo rebelde,
y sabrán que hay un profeta en medio de ellos” (Ezequiel 2: 4 – 5).
Cuando
los sacerdotes, obispos, pastores, ministros, hacen de su discurso, estilo
pastoral y mensaje, un “rollo” neutro, aséptico, pobre en fuerza evangélica, es
natural que no incomoden y sean aceptados por considerarse “funcionales” para
un sistema al que no le conviene que sea cuestionado, pero cuando estos, desde
una seriedad espiritual y evangélica de gran calado, hablan desde Dios, desde
Jesùs, guiados por el Espìritu, y hacen que la Palabra penetre en la realidad,
anunciando la gozosa y radical novedad allì contenida, y denuncian lo que es
incompatible con esto, entonces incomodan, escandalizan, se les rechaza, se les
juzga como poco cuerdos, como contrarios a la tradición religiosa, y asì vienen
condenas y esfuerzos notables por
desvirtuar su ser y su quehacer.
Ahora
el Papa Francisco viene diciendo cosas tan
profundas que ponen en tela de juicio muchas de las realidades de este
tiempo, como las manifestadas por èl en su carta programática “Evangelii
Gaudium” y hace dos semanas en la encíclica “Laudato Si” , con expresiones tan
severas como esta: “La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única
solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las
múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un
problema creando otros” (Laudato Si No. 20).
Què
reacción tendrán ante estas proféticas palabras las personas y las entidades
que determinan el rumbo de la política y de la economía del mundo? Seguramente
ya les han producido la mayor molestia e indignación, como las causadas por
Jesùs a los poderosos de su tiempo.
Siempre
el profeta està llamado a ejercer su misión a tiempo y a destiempo, como quiera
que esta tiene por referente esencial al mismísimo Dios, ante quien no caben
manejos interesados ni apariencias que eventualmente quisieran aminorar la
fuerza de la palabra: “Penetrò en mì el espíritu mientras me estaba
hablando y me levantò poniéndome de pie, y oì al que me hablaba. Me decía: hijo
de hombre, yo te envìo a Israel, pueblo rebelde, se rebelaron contra mì ellos y
sus padres, se sublevaron contra mì hasta el dìa de hoy” (Ezequiel 2: 2
– 3).
El
relato de vida de quienes viven en esta perspectiva es muy coherente con lo
vivido y sentido por Jesùs : a Monseñor Romero lo asesinaron,
también a muchos y muchas como èl; a Dom Helder Càmara el gobierno
brasilero de esos años lo considerò un personaje subversivo y peligroso para el
sistema; al obispo español Alejandro Labaka, misionero en
Ecuador, le mataron los indígenas a
quienes èl servìa como pastor.
A
estas personas, poseídas por el Espìritu, por la fuerza vital del Evangelio,
les animò simultáneamente la conciencia del poder amoroso del Padre revelado en
Jesùs y la de sus propias debilidades, como lo testimonia bellamente Pablo,
máximo exponente de la dedicación profética a la causa del reino de Dios y su
justicia: “Asì que muy a gusto me gloriarè de mis debilidades , para que se aloje
en mì el poder de Cristo. Por eso estoy contento con las debilidades ,
insolencias, necesidades, persecuciones, y angustias por Cristo. Porque cuando
soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12: 9 – 10).
Què
extraña y escandalosa mentalidad esta de Pablo y de tantos seguidores de Jesùs,
totalmente ajena para la lógica del poder y del dinero, pero afectísima para el
corazón de Dios y para el de aquellos-as que viven en la sabiduría de lo
esencial, no domesticados por la vanidad ni por la suficiencia, sì liberados
por la eficacia salvadora y liberadora del misterio pascual de Jesucristo.
Esto
se sigue rechazando por escandaloso, como en tiempos de Jesùs, pero sigue
vigente para gloria de Dios y dignidad liberada del ser humano.
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