“Una
voz grita en el desierto: preparen el camino al Señor, allanen sus sendas. Todo
barranco se rellenará, montes y colinas se abajarán, lo torcido se enderezará y
lo escabroso se igualará, y todo mortal verá la salvación de Dios”
(Lucas
3: 4 – 6)
Lecturas
1.
Baruc 5: 1-9
2.
Salmo 125: 1-6
3.
Filipenses 1: 4-11
4.
Lucas 3: 1-6
Las tres figuras claves
del tiempo de Adviento son Isaías, Juan Bautista y María. Hoy el evangelio nos
habla de Juan, el llamado precursor, un personaje muy popular e importante,
cuyo valor cobra más realce cuando sabemos que hacía más de trescientos años
que no surgía un profeta en Israel.
Esto es lo que quiere
destacar el relato que hoy nos presenta Lucas. Jesús se tomó muy en serio la
predicación del Bautista, un movimiento de conversión que puso el dedo en la
llaga en ese contexto palestino – judío, a propósito de las gravísimas
pecaminosidades religiosas y sociales que allí se vivían: “recorrió toda la cuenca del
Jordán predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados”
(Lucas 3:3), es la escueta expresión que refiere el ministerio de Juan, hombre
de sincero espíritu y religiosidad a quien le dolían en profundidad las
inconsistencias de su religión y su convivencia con el poder romano. En este
Bautista se fija Jesús y a él busca para escuchar su invitación a una nueva
manera de vida en Dios.
El profeta es el que
recuerda a todos, aún a riesgo de grandes incomodidades e incomprensiones, las
exigencias de los compromisos adquiridos con Dios , con palabra muy severa y
exigente, sin disimular la gravedad de lo que denuncia y sin poner paños de agua
tibia en la situación, llamando claramente por su nombre todas las injusticias
y deshonestidades vigentes, y proponiendo un camino de conversión, de nueva
vida, con el imperativo de hacer rupturas y renuncias, muy costosas por cierto,
para entrar en la dimensión de una humanidad asumida por Dios, por su justicia
y por su misericordia.
Esto es sustancial en
Adviento: nueva vida, conversión, dejar atrás lo que nos aleja de Dios. Cuáles
son esos núcleos de egoísmo y de muerte presentes en nosotros en cuanto individuos
y en cuanto sociedades, en los que es manifiesta nuestra lejanía del Padre y
del prójimo? Cuáles son los antivalores que nos seducen, los ídolos ante los
que nos arrodillamos hipotecando nuestra libertad?
La lectura de Baruc
recoge ideas frecuentes en otros textos proféticos. Jerusalén, presentada como
madre, se halla de luto porque ha perdido a sus hijos: unos marcharon al
destierro de Babilonia, otros se dispersaron por Egipto y otros países. Lamento
que nos conecta con los desterrados actuales de la humanidad, los que salen de
sus países desesperados por el hambre y por la violencia, buscando lugares
donde puedan ser acogidos y reconocidos
en su dignidad.
Siria, Iraq, Mali,
Haití, Afganistán, Centro América, Somalia, Sudán, regiones del mundo sometidas
a las más escandalosas realidades de inhumanidad, cuyas gentes emigran a los
países ricos y “civilizados” (¿???) con la esperanza de hallar allí las
oportunidades que en sus patrias no tienen. Estos son los hijos que hoy duelen
a Jerusalén, a las gentes de buena voluntad, a muchos en nuestro tiempo.
Serán viables estas
palabras del profeta: “Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura,
mira hacia oriente, y contempla a tus hijos, reunidos de oriente y occidente a
la voz del Santo, gozosos invocando a Dios. A pie se marcharon, conducidos por
el enemigo, pero Dios los traerá con gloria, como llevados en carroza real”
(Baruc 5: 5-6)?
Será posible que las
naciones de mayor desarrollo económico y cultural, de mejores posibilidades
laborales y de arraigo, tengan la sensibilidad para acoger con respeto y con
seriedad institucional y legal a estos millones de migrantes del mundo, los
dolientes hijos de la Jerusalén que se duele por ellos? Países de mayoría
cristiana y humanista, caracterizados por su defensa de los derechos humanos,
podrán experimentar compasión y misericordia ante esta drama , auténtica
tragedia humanitaria? O , más bien, sus
intereses creados los llevarán a radicalizar sus posturas xenófobas y a idear
cualquier cantidad de pretextos, muchos de ellos legales, para rechazar el
clamor de estas gentes expulsadas de sus territorios?
Disponernos al
nacimiento de Jesús tiene en este requerimiento profundamente humanitario uno
de sus mayores imperativos. No acatarlo es traicionar a Dios, a Jesús, al ser
humano escarnecido, y es también prostituír la fe religiosa, haciendo de ella
una deplorable mascarada.
Luego, en Filipenses,
tenemos un hermoso testimonio de la más exquisita coherencia cristiana. Pablo
sentía un afecto especialísimo por la comunidad cristiana de Filipos, a la
única a la que le aceptaba apoyo económico. En su oración recuerda lo mucho que
estos cristianos le han ayudado en su ministerio.
Esta generosidad
paulina nos invita también a reconocer la bondad y gratuidad de tantas gentes
estupendas que nos rodean, que viven el Evangelio a carta cabal, que se
desviven por la misión, que sirven infatigablemente a sus prójimos, que
discreta y silenciosamente siguen a Jesús y son 100 % testimoniales sin esperar
aplausos ni recompensas, distintos del gozo de vivir hasta las últimas
consecuencias el espíritu de las bienaventuranzas.
Qué bello el
reconocimiento de Pablo:” Siempre que me acuerdo de ustedes, doy
gracias a mi Dios, y siempre que pido cualquier cosa por todos ustedes, lo hago
con gozo, por su participación en el anuncio de la buena noticia, desde el
primer día hasta hoy. De esto estoy seguro, que el que comenzó en ustedes una
obra buena , la llevará a término hasta el día de Cristo Jesús”
(Filipenses 1: 3-6).
El verdadero quehacer
eclesial se hace explícito en la comunidad que vive en torno al Señor
Jesucristo, que se desvive por dejar que su condición humana sea asumida por
El, que trabaja con pasión por anunciar la Buena Noticia y por influír
constructivamente en la sociedad con las semillas del Evangelio. Buena
constatación para revisar algunas prácticas de Iglesia que se reducen a las
formalidades rituales y jurídicas. Vivir comunitariamente, participativamente,
es esperanzador y dispone a los cristianos y a todos para recibir a Aquel que
siempre está viniendo para llenarnos de sentido y de salvación.
A diferencia de los
otros evangelistas, Lucas sitúa con exactitud cronológica la actividad de Juan
Bautista: “El año quince del reinado del emperador Tiberio” (Lucas 3: 1),
con tal formulación, solemne y precisa, el autor de este evangelio quiere
destacar la importancia del Bautista en la historia de salvación, porque en él
se realiza lo anunciado por Isaías, por eso lo sitúa en conexión con los
grandes hombres del Antiguo Testamento.
El contenido de su
misión es recordar a todos que la realidad de Dios no es asunto marginal para
el hombre, sino constitutiva de su dignidad, de su felicidad, de su libertad,
de su sentido de vida, invitando – eso sí! – a purificar las imágenes
distorsionadas que de El nos hacemos nosotros mismos a través de mensajes y de
seudoteologías alejadas de la historia, de la originalidad teologal y de la
pasión salvadora y liberadora que anima el ser de Dios.
“Recorrió toda la cuenca del Jordán
predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados, como está
escrito en el libro del profeta Isaías: una voz grita en el desierto: preparen
el camino al Señor, allanen sus sendas. Todo barranco se rellenará, montes y
colinas se abajarán, lo torcido se enderezará y lo escabroso se igualará, y
verá todo mortal la salvación de Dios” (Lucas 3: 3 – 6), son palabras,
que vistas en la perspectiva total de la revelación, nos disponen para entender
que el Bautista, inserto en la tradición de los profetas de Israel, ejerce su
misión en función de Jesús, el que viene para rectificar lo descompuesto, lo
desfigurado, lo pecaminoso, lo injusto, lo que desdice de la dignidad de los
humanos mancillando la santidad de Dios.
Cuáles son las
torceduras y escabrosidades que debemos allanar en este mundo nuestro? Cuáles
las ambigüedades e injusticias que debemos dejar atrás? Vamos a ser capaces de
romper con los criterios de la sociedad de consumo, de las abominables
categorías sociales, de la caridad ocasional y lavadora de conciencias, para
acceder al reino de Dios y su justicia? Este Adviento de 2015 nos toma con la
fuerza del Bautista para preparar estos caminos de nueva humanidad y de genuina
liberación en el Señor Jesús?
Las fuertes y muy
frescas palabras de Francisco, pastor de la Iglesia universal, en sus viajes
apostólicos de este año a Bolivia, Ecuador, Paraguay, Estados Unidos, Cuba,
Kenia, Uganda, República Centroafricana, resuenan en todo el planeta con sus
severas confrontaciones a la desalmada economía de mercado, a las corruptelas
de los políticos, a los desafueros de las multinacionales, a la depredación de
la casa común. Este es el camino del Adviento, el de Juan Bautista e Isaías, el
nuestro, si queremos ser dignos y libres.
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