“Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y
gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobren ànimo y levanten
la cabeza, porque se acerca su liberación”
(Lucas 21: 27 – 28)
Lecturas
1. Jeremìas 33: 14 – 16
2. Salmo 24: 4 – 14
3. 1 Tesalonicenses 3: 12 a 4: 2
4. Lucas 21: 25 – 28 y 34 – 36
El
pueblo de Israel vivió toda su historia en tònica de continua espera,
también en la comunidad cristiana vivimos en la expectativa del
advenimiento del reino de Dios y su justicia. Por esto, encontramos en
el Antiguo y en el Nuevo Testamento un acopio de textos bellísimos que
tienen como común denominador la esperanza en Aquel que ha de venir para
nuestra salvación y liberación.
Este es el espíritu del tiempo
de Adviento, y eso es lo que significa este tèrmino que identifica la
etapa previa a la Navidad.
El lenguaje de la mente oscila
siempre entre el pasado y el futuro, evocaciones, recuerdos , planes,
ideales , proyecciones. Esto hace que estemos en ese permanente vaivén,
vueltos hacia atrás, con una memoria rumiante, o proyectados hacia
adelante, para forjarnos la esperanza de algo mejor que lo presente.
Tambièn
los creyentes estamos en un proceso similar, celebrando el pasado o
aguardando el futuro. Esto hace que sea necesario entrar en un silencio
creativo, acallando tanta sonoridad, para percibir que el único lugar de
la vida es el presente. Y que este, vivido en profundidad, es el
espacio de la plenitud. Por eso, lo que llamamos “venida-adviento” ya
es “llegada”, està sucediendo ahora. Este es el tiempo de Dios, aquí y
ahora.
Clarìsimo que no se puede reducir a un simple acontecer
cronológico, paso de un momento a otro en el sentido escueto del devenir
del tiempo. Este PRESENTE no es movimiento permanente del almanaque, es
aquello que contiene el tiempo! : “En aquellos días y en aquella sazòn
harè brotar
para David un germen justo, que practicarà el derecho
y la justicia en la tierra. En aquellos días estarà a salvo Judà, y
Jerusalèn vivirà en seguro. Y asì se la llamarà: Yahvè, nuestra
justicia” (Jeremìas 33: 15 – 16).
Podemos asì distinguir entre
“cronos” , que es el tiempo cronológico, y “kairòs”, que es el tiempo de
salvación, el presente que trasciende las limitaciones espacio –
temporales donde Dios sucede creando, recreando, salvando, liberando.
Son tiempos no contradictorios, en el sentido de que lo divino no es
distinto de lo humano ni superior a èl, la historia de los seres
humanos, nuestros relatos vitales, son el ámbito donde Dios sucede,
transformando el “cronos” en “kairòs”. El hace que deje de ser sucesión
de acontecimientos para convertirlo en historia con perspectiva de
trascendencia, con sentido.
Dios es el futuro del ser humano, es
su plenitud, su principio y fundamento, su sentido de vida, incluso
para aquellos-as que libremente no lo aceptan como rector de sus
biografías. Siempre los seres humanos aguardamos algo definitivo como
significado pleno de todo lo que somos y hacemos, para muchos es Dios
explícitamente, para otros muchos es un Dios anónimo que se traduce en
la justicia, la dignidad humana, la solidaridad.
Còmo cultivar
esta lógica del adviento, de Aquel que siempre està viniendo para
salvar, en este mundo de tragedias y desafueros? En Mali y Nairobi y
Beirut y Parìs, en esta Colombia nuestra con tantas víctimas, en los 43
jòvenes desaparecidos y asesinados en Mèxico en 2014, en el brutal drama
de Siria e Iraq, en las pobrezas sin lìmite de Haitì y Centro Amèrica,
del Africa subsahariana y de los multitudinarios asentamientos de
pobreza en las grandes ciudades? Còmo significar con eficacia, amor,
solidaridad, la real posibilidad de este Dios que se hace historia y
carne humana, pesebre y cruz, para salvar, redimir y transformar?
Estas
preguntas son orientadas directamente a nosotros como acicate para
nuestra responsabilidad humana y creyente, cuestión radical donde se
combinan en saludable interacción la iniciativa gratuita de Dios con el
ejercicio de nuestra libertad comprometida.
Este tiempo nos
invita a estar en vigilante espera y también a prepararnos dignamente
para el acontecimiento de Navidad, trascendiendo la puntualidad
cronológica para sumergirnos en el Presente del Dios que se inserta en
la humanidad inculcando la novedad del reino, la llegada de ese nuevo
orden de vida, en el que se cambia la lógica del poder, del
individualismo, por la del servicio y la solidaridad, personificando
esta irrupción en la persona del Señor Jesùs.
“En cuanto a
ustedes, que el Señor los haga progresar y sobreabundar en el amor mutuo
– y en el amor para con todos – como es nuestro amor para con ustedes.
De ese modo se consolidaràn sus corazones con santidad irreprochable
ante Dios, nuestro Padre, de cara a la venida de nuestro Señor
Jesucristo, con todos sus santos” (1 Tesalonicenses 3: 12 – 13), es el
deseo de Pablo para esta comunidad de cristianos de Tesalònica, en el
que es transparente la esperanza de una humanidad nueva, la que llega
con el esperado de los tiempos.
Cuàntas veces en cuàntos y muy
diversos momentos de la historia los seres humanos hemos esperado
mesìas, salvadores, redentores, de todo tipo, políticos, religiosos,
económicos, étnicos, sociales, y cuàntas veces también hemos vivido
decepciones profundas con consecuencias fatales para todos. Desfilan
Alejandro Magno, los emperadores de Grecia y Roma, Carlomagno,
Constantino, Carlos V, Luis XIV, Hitler, Mussolini, los zares de Rusia,
Stalin, los deprimentes dictadores latinoamericanos, los habitantes de
la Casa Blanca, del Elìseo, del Palacio de Buckingham. Idolos con pies
de barro!
Tema denso para reflexionar sobre los lìmites de la
pretendida grandeza de los poderosos, cuyo contenido – es de esperar –
ha de llevarnos a vivir en una saludable relatividad y a enfocar
nuestras expectativas en otras referencias mucho màs definitivas y
trascendentes.
Los judíos esperaron durante largos siglos la
liberación. Y cuando llegó Jesùs con su oferta de salvación lo
rechazaron, lo juzgaron, lo condenaron, lo asesinaron, porque no
coincidìa con su mesianismo. Les escandalizò su pobreza, su estar pobre
con los pobres, su desposesión, su confrontación del establecimiento
religioso y legal, su solidaridad con los pecadores, su negativa al
poder, su comunicación de Dios como padre cercano y misericordioso.
Jesùs los defraudò!
Nos pasa esto a los cristianos? En quièn
esperamos? A quien esperamos? Seguimos con la ilusión del poder
triunfante, del Dios jerárquico y jerarquizante, como alguien que viene
de afuera, o estamos abiertos a comprender que el reino ya llegó, que El
està aquí generando la novedad de lo divino y de lo humano, modificando
de raíz nuestros esquemas anti bienaventuranzas, nuestros criterios de
santidad, de superioridad moral y religiosa?
Buena y profunda
cuestión para orar y discernir en este Adviento de 2015., conscientes de
que el Dios que llega con Jesùs nos desinstala, deja atrás el modelo
del milagrero, o del iracundo ídolo que se estremece vengativamente con
nuestros pecados y miserias, frustrador de nuestra felicidad con
prohibiciones de imposible cumplimiento, para dar paso al Dios con
nosotros – Emmanuel causa de felicidad y plenitud, de sentido y de
vitalidad
– implicado, encarnado, solidario, todo para nosotros, todo misericordia, todo amor, todo cercanìa.
Don
del Espìritu es la capacidad de discernir, de interpretar los signos de
los tiempos en los que asoma este advenimiento: “Habrà señales en el
sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, naciones
angustiadas, trastornadas por el estruendo del mar y de las olas” (Lucas
21: 25), dejando atrás el lenguaje que atemoriza vamos a fijarnos en el
contenido y a pensar si esta humanidad de la que hacemos parte es capaz
de estremecerse con indignación profética por los gravísimos males que
los humanos nos infligimos unos a otros.
Este estremecimiento
nos inserta en el espíritu del que viene para salvar y replantear de
raíz estas condiciones de muerte y nos compromete para trabajar junto a
El en la construcción del nuevo ser humano asumido por Dios, dignificado
por El, en un proyecto de justicia, de bienaventuranza, de solidaridad,
de dignidad humana? Esta pregunta viene de Dios – en vivo y en directo –
para todos nosotros.
La alerta a la que invita el evangelio de
hoy es constructiva, creadora, encarnada, histórica y trascendente:
“Cuiden que no se emboten sus corazones por el libertinaje, la
embriaguez y las preocupaciones de la vida, y venga aquel dìa de
improviso sobre ustedes, como un lazo; porque vendrà sobre todos los que
habitan la faz de la tierra. Estèn en vela, pues, orando, en todo
tiempo, para que tengan fuerza, logren escapar y puedan mantenerse en
pie delante del Hijo del hombre” (Lucas 21: 34 – 36).
Dios es
salvación y ya està en nosotros. Lo que hay de El en cada uno es nuestro
verdadero ser. Tenemos que salir del engaño que somos esto o aquello –
las arrogancias del ego – para descubrir esta sustancia teologal, raíz
de sentido y de libertad. El no nos salva como “premio” por nuestros
merecimientos, el nos salva haciéndonos nuevos, solidarios, honestos,
fraternos, solidarios, serviciales, como Jesùs.
Vamos de los
ídolos – incluidos los religiosos – a la libertad que proviene de Dios,
en la que hallamos nuestra genuina identidad, donde se juega la
autenticidad de todos los seres humanos. Dejar la màscara, el personaje,
la colección de títulos, las bellezas efìmeras, los poderes alienantes,
los prestigios y los aplausos, para desnudarnos ante Dios y ante el
prójimo, como Jesùs, totalmente desposeído, y pleno de Dios y de
humanidad. Esto es lo que siempre està viniendo de parte de Dios, y es
el màs legìtimo presente con perspectiva de futuro.
“Muèstrame
tus caminos, Yahvè, ensèñame tus sendas. Guìame fielmente, ensèñame,
pues tù eres el Dios que me salva. En tì espero todo el dìa, por tu
bondad, Yahvè” (Salmo 24: 4 – 5).
En el trajín de la gran ciudad: transmilenio, medios de comunicación que nos saturan, preocupaciones personales, la dura realidad que a menuda nos abruma, cabe esta pregunta: ¿hundo la cabeza en la arena como el avestruz para evadir? ¿qué hago?
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