domingo, 7 de agosto de 2016

COMUNITAS MATUTINA 7 DE AGOSTO DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO



“Porque donde estè su tesoro, allì estarà también su corazón”
Lucas 12: 34
Lecturas:
1.   Sabidurìa 18: 6 – 9
2.   Salmo 32: 1 y 12 – 22
3.   Hebreos 11: 1 – 2 y 8 – 19
4.   Lucas 12: 32 – 48
Nuestra condición creyente debe ser estructurante de un proyecto total de vida, brindando coherencia a todo nuestro ser y quehacer, de tal manera que no hemos de detenernos en asuntos puntuales, en esta o aquella pràctica, en este o aquel pretendido “requisito de salvación”, para configurar nuestro relato vital en la perspectiva del sentido definitivo de vida que se nos ofrece en Jesucristo, en quien todo lo humano se hace divino, haciéndose èl mismo parte sustancial de nuestra humanidad.
Vistas asì las cosas, descubrimos una dimensión fundante de esperanza y de promesa, que es garantía de toda la existencia, lo que demanda de nuestra parte una disposición constante y creciente de vigilancia activa, de aventura creyente y confiada en Aquel que es el aval por excelencia de esta historia de sentido, como lo vivieron aquellos personajes de la historia bíblica, prototipos de la fe: “Por la fe, Abrahàn, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia. Ademàs, salió sin saber a dònde iba…….Es que Abrahàn esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11: 8 y 10).
Esta caminata existencial, todo nuestro recorrido por la vida en clave de Dios como principio y fundamento, adquiere mayor consistencia cuando es vivida en comunidad, haciéndonos unos con otros mutuo soporte en ejercicio de fraternidad: “Los santos hijos de los buenos ofrecían sacrificios en secreto y establecían unánimes esta ley divina: que los santos compartirían los mismos bienes y peligros, cantando previamente las alabanzas de los antepasados” (Sabidurìa 18: 9).
 Y esa comunidad es la Iglesia universal y particular, donde se vive el compromiso que se deriva de nuestra configuración con Jesucristo en el bautismo, pero se extiende también a la humanidad, incluso la no creyente, como lugar del ejercicio de salvar, de liberar, de garantizar la dignidad de todas las creaturas.
Estas afirmaciones no son ajenas al diario vivir de hombres y mujeres, ellas se insertan en el centro mismo de cada persona, de cada comunidad, de sus gozos y esperanzas, también de sus crisis y sufrimientos, de sus grandes decisiones y realizaciones, de los momentos de alegría y de los de tristeza, involucrándose como generadoras de significado trascendente en cada biografía individual y colectiva.
Las lecturas de este domingo – Sabidurìa, Hebreos y Lucas – nos remiten al asunto esencial de la vida asumida como esperanza activa que hace de esta historia y de esta realidad un sacramento del Dios que actùa en cada ser humano, creado a su imagen y semejanza, que posibilita el ejercicio de una fe encarnada, histórica y existencialmente comprometida, que al mismo tiempo pone en tela de juicio un tipo de cristianismo que sòlo se fija en el màs allà y nos conecta con el mundo, con el ser humano, siempre en plan de construcción de sentido.
Los israelitas vivieron la durísima experiencia de la esclavitud en Egipto, del trato indigno dado a ellos por el faraón y por su gente, y luego pasaron a experimentar la pasión por la libertad, bajo el liderazgo de Moisès, encontrando en la travesìa del desierto un paradigma del devenir humano en todos los tiempos con sus desolaciones, desencantos, expectativas, logros, plenitudes, realizaciones.
En esa peregrinación se encontraron con un Dios solidario y liberador que se diò a sì mismo rechazando la opresión de su pueblo y promoviendo a toda costa su marcha de liberación, vivencia que  les confirió una fe vigorosa que se hizo constitutiva de su identidad y de su comunidad, que  se halla en el fundamento mismo de las convicciones creyentes de Israel: “Aquella noche fue previamente anunciada a nuestros padres, para que se animasen, sabiendo bien en què juramentos habían creìdo” (Sabidurìa 18: 6).
Còmo vivir un dinamismo asì en el mundo de hoy sobre el que siempre llamamos la atención por estar plagado de injusticias, de violencias, de exclusiones, de seres humanos escarnecidos por la perversión de estructuras y de otros hombres que ejercen sin piedad la fuerza del mal que destruye y disuelve la dignidad? Còmo comunicar una fe que sea motor de una historia de liberación, de movilización histórica que transforma  las estructuras de pecado y los corazones que dan origen a esto último?
Sean estas preguntas retos de fondo a nuestra conciencia creyente para dar el paso cualitativo del cristianismo que recibe pasivamente al cristianismo agente de la historia construìda en nombre de Dios al estilo de Jesùs, en solidaridad con todos los prójimos que El nos pone en el camino para esta tarea, en la que es esencial “tener ceñida la cintura y las lámparas encendidas” (Lucas 12: 35).
La vigilancia que propone la Palabra de hoy  es descubrir a Dios que actùa dentro de nosotros y dentro de nuestra historia, Dios que es totalmente Otro pero que està totalmente aquí y ahora potenciando lo mejor de la humanidad, llamada a vivir en  búsqueda constante de ese significado, a activar el trabajo en contra de la injusticia, del poder que genera muerte, del vacío que expone al absurdo y a la tragedia, de los ídolos que hipotecan la autonomía y construyen un mundo de serviles.
Los grandes testigos de la fe – genios èticos, genios espirituales – son estìmulo para emprender esta responsabilidad  de descubrir el don de Dios en el aquí y en el ahora.
 La carta a los Hebreos tipifica este emprendimiento creyente en la persona de Abrahàn: “Por la fe peregrinò hacia la Tierra prometida como extranjero, habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas…….Por lo cual, también de uno solo y ya marcado por la cercana muerte, nacieron hijos, numerosos como las estrellas del cielo, incontables como la arena de las playas” (Hebreos 11: 9 y 12), expresión esta última que nos da pie para captar la fecundidad de la confianza en Dios que se multiplica en la descendencia y que hace posible la gran comunidad de los que participan de las mismas certezas y de las correlativas esperanzas que vienen con ellas.
Dios trabaja en nuestra autonomía , no en el miedo ni en el sometimiento indigno. La vigilancia , en este contexto, no es vivir eternamente angustiados en una preparación para la muerte, dejando de lado el compromiso ya señalado y muy exigente de construir la historia en clave densamente humana y densamente teologal. Esto quiere decir que hay que vivir en profundidad y también morir en profundidad para resucitar en definitividad.
 Esa comprensión de la “otra vida”, del espíritu fúnebre que acompaña muchas pràcticas religiosas, infundiendo temor y creando personalidades sombrìas no es la propia de Jesùs ni de la lógica de la fe cristiana. Tal tipo de comportamientos deben desaparecer de la cotidianidad eclesial para dar paso a la espiritualidad del vivir en plenitud el màs acà. La vida presente tiene sentido por sì misma.
Descubrir eso es la gran tarea de los creyentes, ejercicio del cristianismo como tarea de esperanza, provocadora de los mejores motivos para vivir con entusiasmo, comprometiéndose en las tareas existenciales que nos hacen màs libres y humanos, màs felices y fraternales, màs justos y equitativos, màs proféticos y aptos para interpretar los signos de los tiempos con las acciones liberadoras que han de acompañar un estilo que es el propio del Señor Jesùs.
 "Tengan ceñida la cintura y las lámparas encendidas, y sean como esos que esperan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle en cuanto llegue y llame. Dichosos los siervos a quienes el señor, al venir, encuentre velando. Les aseguro que se ceñirà, los hará ponerse a la mesa e irà sirviéndolos uno tras otro” (Lucas 12: 35 – 37) no es una invitación al adormilamiento y a la pasividad, a la manera de un grupo de asustados y paralizados incapaces de lanzarse a la gran aventura de la historia, sino un acicate que nos remite a la implicación comprometida en este mundo concreto y real para hacerlo digno de Dios y de cada ser humano.
Todo el esfuerzo del Concilio Vaticano II, del magisterio eclesial, de la reflexión de los teólogos y de los estudiosos de la Biblia, del quehacer pastoral de las comunidades, que tiene su énfasis en el carácter sacramental de lo humano, de lo histórico, de lo existencial – clara recuperación de lo màs original de la revelación bíblica! - , es desafío que nos saca del ensimismamiento sobrenaturalista y nos conecta con el talante fundante del Dios que se ha encarnado en nuestra humanidad apropiándose de la historia para colocarla en perspectiva de salvación y de liberación.
Desde luego que la conciencia de la promesa de Dios en Jesucristo, que nos garantiza un futuro trascendente, definitivo, bienaventurado, que da sentido a toda nuestra vida y al paso de la frontera desde el aquí humano a la plenitud de El, es legìtima y da fundamento a la esperanza, exigiendo una corresponsabilidad en la construcción de esta historia como relato de este Dios liberador y provocador de la lucha contra las realidades de muerte, de pecado y de injusticia, feliz anticipación de ese futuro de bienaventuranza.

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