“Guárdense
muy bien de toda codicia, porque las riquezas no garantizan la vida de un
hombre, por muchas que tenga”
Lucas 12: 15
Lecturas:
1.
Eclesiastés 1: 2 y 2:
21 – 23
2.
Salmo 94: 1 – 9
3.
Colosenses 3: 1 – 5 y 9
– 11
4.
Lucas 12: 13 – 21
Fue
clásica en los remotos tiempos bíblicos la vigencia de la “doctrina de la
retribución”, cuyo nombre indica que a cada persona le era dado en justicia lo
que le correspondìa en coherencia con sus mèritos mayores o menores en lo
tocante a observancia religiosa y moral o, si tal era el caso, el castigo
atendiendo a sus pecados e iniquidades. Podemos decir que era el sentido común
religioso verificar la acción de Dios en estos términos.
Sin
embargo, en la misma experiencia de su vida, este esquema se fue desvirtuando,
tema que es abordado con dramática profundidad por el libro de Job, que trata
sobre las desgracias del inocente tipificado en este personaje, y por el libro
del Eclesiastès, del que procede la primera lectura de hoy, texto de marcado
escepticismo, expresado en palabras como estas: “Vanidad de vanidades! – dice
Qohelet -, todo es vanidad!” (Eclesiastès 1: 2).
Què
lleva al autor bíblico a dejar en su escrito esta huella escéptica y
desconfiada de los logros del ser humano, aùn de los justos y moralmente
acertados? Este libro pertenece al grupo de los llamados sapienciales, escritos
que consignan la sabiduría de Israel, entendiendo esta como el cultivo del
sentido profundo de la vida en clave de la confianza en Dios y de este como
principio y fundamento de todo el proyecto vital de los humanos.
Una
mirada a nuestra propia vida, cotejada con la de aquellos antiguos israelitas
nos ayuda a intentar la respuesta al
interrogante que se plantea en torno a la aparente inutilidad de los esfuerzos
humanos por lograr la justicia: “Entonces, què le queda al hombre de toda su
fatiga y esfuerzo con que se fatigò bajo el sol? Pues todos sus días son
dolorosos y su oficio penoso; y ni aùn de noche descansa su mente. Tambièn esto
es vanidad” (Eclesiastès 2: 22 – 23).
Este
sabio filòsofo israelita ha reflexionado profundamente sobre la pequeñez de las mayores realizaciones y logros de
nuestra vida. Nos remite simultáneamente a las evidencias de nuestra inevitable
precariedad, a lo frágil de nuestra existencia, y a todo aquello que
desarrollamos con empeño para que todo nuestro ser y quehacer en los años que
nos sea dado vivir no sea en vano. Es un contraste real y doloroso que nos pone
de frente a la mayor tarea existencial que es la de la búsqueda del sentido de
la vida.
A
los israelitas se les quebrò este esquema cuando empezaron a constatar que no
todos los logros meritorios eran recompensados justamente, formulación dolorosa
que se expresa en el libro de Job. En particular, ellos vivieron una de las
experiencias màs trágicas de toda su historia con el exilio y la cautividad en
Babilonia, cuando se vieron sometidos al poder extranjero, perdiendo su
territorio, su templo, y demás elementos de arraigo e identidad. En este
contexto surge la reflexión de Eclesiastès, que también tiene vigencia para
nosotros hoy.
Còmo
conciliar estos deseos apasionados de justicia, dignidad, autonomía, con tantas
tragedias que afectan severamente a la humanidad? Còmo hablar honestamente de sentido y de esperanza en este universo de masacres a lo
largo y ancho del planeta, de millares de refugiados africanos, sirios,
iraquíes, cubanos, haitianos, buscando con desespero los países del tercer
mundo para huìr de la pobreza y de la guerra?
Ayer
– 29 de julio – los medios de
comunicación nos facilitaron asistir conmovidos a la visita del Papa Francisco
a los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau, en Polonia,
recorriendo en silencio respetuoso aquel escenario que es símbolo de una de las mayores barbaries cometidas por
seres humanos en contra de sus semejantes, principalmente judíos y gitanos, en
los años siniestros de la II guerra mundial.
Vuelve
la pregunta : todo es vanidad de vanidades? Còmo afrontar con
responsabilidad creyente y moral estos hechos, producto de la maldad y la
perversión encarnadas en seres humanos que desconocen la gratuidad del
compartir entre prójimos para constituirse en amos violentadores de la
felicidad y del encuentro sereno y fraternal?
No
son hechos lejanos, no pueden serlo porque todo lo que se haga contra seres humanos en
cualquier rincón del mundo afecta a la humanidad entera, y debe hallar en cada persona sensata
y comprometida un caldo de cultivo para la reflexión sobre el
significado de la vida, con sus correlativas implicaciones de humanismo,
eticidad y, en muchos casos, de religiosidad y espiritualidad.
Al
mirar nuestras crisis, fracasos, sufrimientos, vacìos, realidades que por
supuesto no son deseables, estamos llamados también a no pasar de largo ante
este aspecto limitado de nosotros mismos, y a encarar con entereza la
contradicción, con saludable autocrìtica – similar a la que nos propone
Eclesiastès – para no sentirnos merecedores de premios. Auschwitz, Dachau, Haitì,
Iraq, nuestras selvas y campos colombianos, son recuerdos exigentìsimos, que
han de provocar en nosotros la acogida del don de Dios combinado con el
“escepticismo positivo” de Eclesiastès, para estar cada dìa en la apasionante
faena de construir la existencia sin pasar cuentas de cobro ni a Dios ni a los
demás.
El
evangelio de hoy, de Lucas, viene como anillo al dedo en esta perspectiva de la
relatividad de todo lo que hacemos, somos y poseemos, ambientadas en las densas
palabras de Jesùs: “Guàrdense muy bien de toda codicia, porque las riquezas no garantizan
la vida de un hombre, por muchas que tenga” (Lucas 12: 15).
Verificar
estadísticas en materia de distribución de la riqueza y de los bienes produce
escalofrìo, y debe marcar una huella profunda en nuestra sensibilidad ética y
espiritual: El 1 % màs rico del planeta posee la mitad de los activos
personales totales; el 8 % de los màs ricos obtienen hasta el 50 % de los
ingresos mundiales; 85 personas en el mundo tienen un patrimonio equivalente al
patrimonio de la mitad pobre de la humanidad.
Hay
codicia personal y codicia estructural, individuos con afección desordenada por
la ganancia y el consumo, y modelos de sociedad y de economía que están
estructurados en torno a esto. Recordamos el fuerte llamado de atención del
Papa Pablo VI en su encíclica “Populorum Progressio” (1967), en la que estudiò
los temas del desarrollo y advirtió sobre la dramática pobreza de millones en
el mundo. Casi cincuenta años después la leemos de nuevo y la encontramos de dramática
actualidad.
Tambièn
Juan Pablo II y Francisco han tenido este asunto como prioritario en su
magisterio y en su ministerio. De igual manera, recordamos a los obispos de
Amèrica Latina cuando en su II Asamblea General en Medellìn (agosto de 1968),
denunciaron el pecado de las estructuras y la violencia institucionalizada
presente en el continente, de mayoría católica y de mayoría pobre, un contraste
brutal sin lugar a dudas, que sigue
presente en el inequitativo tejido social de estos países!
El
salvajismo de quienes decidieron y deciden
todas las muertes y crímenes en Auschwitz-Birkenau, en nuestras calles y
campos colombianos, en Iraq, Orlando, Niza, Haitì, Bagdad, Parìs, Munich,
Siria, Sudàn, Africa, lo mismo que el enriquecerse a costa de la pobreza de las
mayorìas, està determinado por una
incapacidad radical para comprender y asumir la dignidad igual de todos los
hombres y mujeres, lo mismo que para captar el mensaje liberador de la
gratuidad, de la austeridad y de las mesas compartidas. Hay un empecatamiento
en el corazón de individuos y estructuras que hace evidente la presencia del
mal, que nos llama a rechazar tales realidades y a actuar a contracorriente,
con el mismo estilo de Jesùs, de Romero, de los profetas, de los genios èticos
y espirituales que hacen lucir la genuina esencia del ser humano.
La
verdadera vida està en el ser , no en el tener, tampoco en el acumular bienes mèritos,
se trata de ir por otra escala de valores, que es la de Jesùs en el Evangelio,
y la de tantas comunidades , principalmente de pobres, que con elocuencia y
rectitud nos hablan de la posibilidad de vivir en eso que aquí hemos llamado el
desafío de la projimidad.
La
reflexión de Jesùs en el relato evangélico es clarísima, cuestionando al que
dijo:
“Demolerè mis graneros y edificarè otros màs grandes; almacenarè allì todo mi
trigo y mis bienes, y me dirè: Ahora ya tienes abundantes bienes en reserva
para muchos años. Descansa, come, bebe y banquetea” (Lucas 12: 18 –
19), la respuesta del Maestro relativiza toda acumulación indebida y toda
irresponsabilidad con las necesidades del prójimo: “Què necio eres! Esta misma noche
te reclamaràn la vida. Para quien será entonces todo lo que has preparado? Asì
es el que atesora riquezas para sì y no se enriquece en orden a Dios”
(Lucas 12: 20 – 21).
El
reto es a dar sentido humano y teologal a nuestra contingencia, promoviendo la
vida digna de todos en igualdad de condiciones, vivir felizmente en tònica de
gratuidad, apropiarnos de la riqueza que
viene de lo trascendente, y tomar en serio las palabras de Pablo, en la segunda
lectura de hoy: “No se mientan unos a otros, pues se han despojado del hombre viejo, con
sus obras, y se han revestido del hombre nuevo, que se va renovando hasta
alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador”
(Colosenses 3: 9 – 10).
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