domingo, 31 de julio de 2016

COMUNITAS MATUTINA 31 DE JULIO DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

“Guárdense muy bien de toda codicia, porque las riquezas no garantizan la vida de un hombre, por muchas que tenga”
Lucas 12: 15
Lecturas:
1.   Eclesiastés 1: 2 y 2: 21 – 23
2.   Salmo 94: 1 – 9
3.   Colosenses 3: 1 – 5 y 9 – 11
4.   Lucas 12: 13 – 21

Fue clásica en los remotos tiempos bíblicos la vigencia de la “doctrina de la retribución”, cuyo nombre indica que a cada persona le era dado en justicia lo que le correspondìa en coherencia con sus mèritos mayores o menores en lo tocante a observancia religiosa y moral o, si tal era el caso, el castigo atendiendo a sus pecados e iniquidades. Podemos decir que era el sentido común religioso verificar la acción de Dios en estos términos.
Sin embargo, en la misma experiencia de su vida, este esquema se fue desvirtuando, tema que es abordado con dramática profundidad por el libro de Job, que trata sobre las desgracias del inocente tipificado en este personaje, y por el libro del Eclesiastès, del que procede la primera lectura de hoy, texto de marcado escepticismo, expresado en palabras como estas: “Vanidad de vanidades! – dice Qohelet -, todo es vanidad!” (Eclesiastès 1: 2).
Què lleva al autor bíblico a dejar en su escrito esta huella escéptica y desconfiada de los logros del ser humano, aùn de los justos y moralmente acertados? Este libro pertenece al grupo de los llamados sapienciales, escritos que consignan la sabiduría de Israel, entendiendo esta como el cultivo del sentido profundo de la vida en clave de la confianza en Dios y de este como principio y fundamento de todo el proyecto vital de los humanos.
Una mirada a nuestra propia vida, cotejada con la de aquellos antiguos israelitas nos ayuda a intentar  la respuesta al interrogante que se plantea en torno a la aparente inutilidad de los esfuerzos humanos por lograr la justicia: “Entonces, què le queda al hombre de toda su fatiga y esfuerzo con que se fatigò bajo el sol? Pues todos sus días son dolorosos y su oficio penoso; y ni aùn de noche descansa su mente. Tambièn esto es vanidad” (Eclesiastès 2: 22 – 23).

Este sabio filòsofo israelita ha reflexionado profundamente sobre la pequeñez  de las mayores realizaciones y logros de nuestra vida. Nos remite simultáneamente a las evidencias de nuestra inevitable precariedad, a lo frágil de nuestra existencia, y a todo aquello que desarrollamos con empeño para que todo nuestro ser y quehacer en los años que nos sea dado vivir no sea en vano. Es un contraste real y doloroso que nos pone de frente a la mayor tarea existencial que es la de la búsqueda del sentido de la vida.
A los israelitas se les quebrò este esquema cuando empezaron a constatar que no todos los logros meritorios eran recompensados justamente, formulación dolorosa que se expresa en el libro de Job. En particular, ellos vivieron una de las experiencias màs trágicas de toda su historia con el exilio y la cautividad en Babilonia, cuando se vieron sometidos al poder extranjero, perdiendo su territorio, su templo, y demás elementos de arraigo e identidad. En este contexto surge la reflexión de Eclesiastès, que también tiene vigencia para nosotros hoy.
Còmo conciliar estos deseos apasionados de justicia, dignidad, autonomía, con tantas tragedias que afectan severamente a la humanidad?  Còmo hablar honestamente de sentido y de  esperanza en este universo de masacres a lo largo y ancho del planeta, de millares de refugiados africanos, sirios, iraquíes, cubanos, haitianos, buscando con desespero los países del tercer mundo para huìr de la pobreza y de la guerra?
Ayer – 29 de julio –  los medios de comunicación nos facilitaron asistir conmovidos a la visita del Papa Francisco a los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau, en Polonia, recorriendo en silencio respetuoso aquel escenario que es símbolo  de una de las mayores barbaries cometidas por seres humanos en contra de sus semejantes, principalmente judíos y gitanos, en los años siniestros de la II guerra mundial.
Vuelve la  pregunta :  todo es vanidad de vanidades? Còmo afrontar con responsabilidad creyente y moral estos hechos, producto de la maldad y la perversión encarnadas en seres humanos que desconocen la gratuidad del compartir entre prójimos para constituirse en amos violentadores de la felicidad y del encuentro sereno y fraternal?
No son hechos lejanos, no pueden serlo porque  todo lo que se haga contra seres humanos en cualquier rincón del mundo afecta a la humanidad entera, y debe  hallar en cada persona  sensata  y comprometida un caldo de cultivo para la reflexión sobre el significado de la vida, con sus correlativas implicaciones de humanismo, eticidad y, en muchos casos, de religiosidad y espiritualidad.
Al mirar nuestras crisis, fracasos, sufrimientos, vacìos, realidades que por supuesto no son deseables, estamos llamados también a no pasar de largo ante este aspecto limitado de nosotros mismos, y a encarar con entereza la contradicción, con saludable autocrìtica – similar a la que nos propone Eclesiastès – para no sentirnos merecedores de premios. Auschwitz, Dachau, Haitì, Iraq, nuestras selvas y campos colombianos, son recuerdos exigentìsimos, que han de provocar en nosotros la acogida del don de Dios combinado con el “escepticismo positivo” de Eclesiastès, para estar cada dìa en la apasionante faena de construir la existencia sin pasar cuentas de cobro ni a Dios ni a los demás.
El evangelio de hoy, de Lucas, viene como anillo al dedo en esta perspectiva de la relatividad de todo lo que hacemos, somos y poseemos, ambientadas en las densas palabras de Jesùs: “Guàrdense muy bien de toda codicia, porque las riquezas no garantizan la vida de un hombre, por muchas que tenga” (Lucas 12: 15).
Verificar estadísticas en materia de distribución de la riqueza y de los bienes produce escalofrìo, y debe marcar una huella profunda en nuestra sensibilidad ética y espiritual: El 1 % màs rico del planeta posee la mitad de los activos personales totales; el 8 % de los màs ricos obtienen hasta el 50 % de los ingresos mundiales; 85 personas en el mundo tienen un patrimonio equivalente al patrimonio de la mitad pobre de la humanidad.
Hay codicia personal y codicia estructural, individuos con afección desordenada por la ganancia y el consumo, y modelos de sociedad y de economía que están estructurados en torno a esto. Recordamos el fuerte llamado de atención del Papa Pablo VI en su encíclica “Populorum Progressio” (1967), en la que estudiò los temas del desarrollo y advirtió sobre la dramática pobreza de millones en el mundo. Casi cincuenta años después la leemos de nuevo y la encontramos de dramática actualidad.
Tambièn Juan Pablo II y Francisco han tenido este asunto como prioritario en su magisterio y en su ministerio. De igual manera, recordamos a los obispos de Amèrica Latina cuando en su II Asamblea General en Medellìn (agosto de 1968), denunciaron el pecado de las estructuras y la violencia institucionalizada presente en el continente, de mayoría católica y de mayoría pobre, un contraste brutal sin lugar  a dudas, que sigue presente en el inequitativo tejido social de estos países!
El salvajismo de quienes decidieron y deciden  todas las muertes y crímenes en Auschwitz-Birkenau, en nuestras calles y campos colombianos, en Iraq, Orlando, Niza, Haitì, Bagdad, Parìs, Munich, Siria, Sudàn, Africa, lo mismo que el enriquecerse a costa de la pobreza de las mayorìas,  està determinado por una incapacidad radical para comprender y asumir la dignidad igual de todos los hombres y mujeres, lo mismo que para captar el mensaje liberador de la gratuidad, de la austeridad y de las mesas compartidas. Hay un empecatamiento en el corazón de individuos y estructuras que hace evidente la presencia del mal, que nos llama a rechazar tales realidades y a actuar a contracorriente, con el mismo estilo de Jesùs, de Romero, de los profetas, de los genios èticos y espirituales que hacen lucir la genuina esencia del ser humano.
La verdadera vida està en el ser , no en el tener, tampoco en el acumular bienes mèritos, se trata de ir por otra escala de valores, que es la de Jesùs en el Evangelio, y la de tantas comunidades , principalmente de pobres, que con elocuencia y rectitud nos hablan de la posibilidad de vivir en eso que aquí hemos llamado el desafío de la projimidad.
La reflexión de Jesùs en el relato evangélico es clarísima, cuestionando al que dijo: “Demolerè mis graneros y edificarè otros màs grandes; almacenarè allì todo mi trigo y mis bienes, y me dirè: Ahora ya tienes abundantes bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe y banquetea” (Lucas 12: 18 – 19), la respuesta del Maestro relativiza toda acumulación indebida y toda irresponsabilidad con las necesidades del prójimo: “Què necio eres! Esta misma noche te reclamaràn la vida. Para quien será entonces todo lo que has preparado? Asì es el que atesora riquezas para sì y no se enriquece en orden a Dios” (Lucas 12: 20 – 21).

El reto es a dar sentido humano y teologal a nuestra contingencia, promoviendo la vida digna de todos en igualdad de condiciones, vivir felizmente en tònica de gratuidad,  apropiarnos de la riqueza que viene de lo trascendente, y tomar en serio las palabras de Pablo, en la segunda lectura de hoy: “No se mientan unos a otros, pues se han despojado del hombre viejo, con sus obras, y se han revestido del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” (Colosenses 3: 9 – 10). 

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