“Ustedes
han oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado.
Pero yo les digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado”
(Mateo 5: 21-22)
Lecturas:
1.
Eclesiástico 15: 16 –
20
2.
Salmo 118: 1-5;17-18 y
33-34
3.
1 Corintios 2: 6 – 10
4.
Mateo 5: 17 – 37
La
libertad, la posibilidad de decidir con autonomía, el emanciparse de tutelas
esclavizantes, son grandes sensibilidades del ser humano, especialmente en
estos tiempos en los que han entrado en crisis las realidades que se enseñorean
sobre las personas para decidir sus vidas desde fuera de ellas mismas.
Esto
es particularmente álgido en el ámbito de lo religioso. Durante siglos, la
institución eclesiástica, con su pretensión de administrar la relación entre
Dios y los seres humanos, se ha erigido en legisladora y en determinadora de
las conciencias, de sus opciones, poniendo como gran legitimador al mismo Dios,
y estableciendo salvación o condenación, según haya acatamiento de sus leyes o
apartamiento de ellas.
Esto sucedió en un determinado contexto del
desarrollo de la sociedad, en el que esta situación se consideraba normal, pero
pasados muchos siglos, y viviendo en ámbitos completamente diferentes resulta
muy problemático empeñarse en su vigencia.
Estamos
entrando en una zona de alta susceptibilidad, para la Iglesia, para la cultura
moderna, para todos los humanos, principales implicados en la cuestión. Jesús ,
en el texto del evangelio de este domingo, nos introduce en el más allá de la
ley, en su espíritu, y nos conduce a la
relación profunda de la libertad humana frente a Dios, cuestionando en su raíz la
configuración legalista del judaísmo de su tiempo y dando una pauta decisiva
para sus seguidores en todas las épocas de la historia.
En
su libro “El malestar religioso de nuestra cultura”, el teólogo y
filósofo español Juan Martín Velasco, estudia juiciosamente el impacto de la
cultura moderna sobre la religión, la explicitación de la razón ilustrada y
crítica, la secularización de la sociedad, los movimientos emancipatorios del
siglo XX, las luces que brindan las ciencias sociales y humanas en esta
perspectiva de autonomía, y ofrece – al mismo tiempo – unas líneas de
superación del conflicto a partir de una espiritualidad cristiana que sintoniza
con las grandes preocupaciones de la modernidad, poniendo a dialogar el
espíritu original del Evangelio con tales aspiraciones liberadoras, siempre tan
legítimas y tan reveladoras de lo más profundo de la humanidad. Recomendable
lectura para quienes deseen profundizar en el asunto.
La
primera lectura – del libro del Eclesiástico – nos sitúa frente a la gran
posibilidad de la libertad, que es la de
elegir: “ El te ha puesto delante fuego y agua, alarga tu mano y toma lo que
quieras. Qué grande es la sabiduría del Señor, tiene un gran poder y todo lo
ve!” (Eclesiástico 15: 16 – 18), con esta escueta afirmación el autor
bíblico reconoce el sentido de la libertad, el discernimiento, la postura del
hombre ante alternativas que – debidamente ponderadas – le permiten tomar una
decisión, en el ejercicio maravilloso de la responsabilidad, y de la capacidad
de hacerse a sí mismo.
A
esto lo conocemos en lenguaje clásico como el libre albedrío, tema clave de la
filosofía y de la teología porque hace parte esencial de todo ser humano que se
tome en serio su vida queriendo estructurarla responsablemente, examinando con
sentido crítico las alternativas que se le plantean y decidiendo ante ellas el
sentido mismo de su existencia, de su felicidad, de lo que lo hace plenamente
humano, de lo que le permite desarrollar todas las potencialidades de su ser.
Por
otra parte, la segunda lectura – de la primera carta a los Corintios – nos
dice: “Sin embargo, entre los perfectos hablamos de sabiduría, pero no de la
sabiduría de este mundo ni de los jefes de este mundo, abocados a la ruina,
sino de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde
antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida por los jefes de este
mundo….” (1 Corintios 2:6-7).
Es
preciso recordar, a propósito de este texto, que mundo en los escritos paulinos
no significa la realidad de la vida, lo material, lo concreto, lo histórico,
sino lo que se opone a las intenciones liberadoras de Dios, lo que es egoísta,
injusto, pecaminoso, lo que impide al ser humano su pleno desarrollo; y por
“perfecto” se entiende no un grupo de iniciados sino los que han entendido a
Jesús y se empeñan libremente en vivir según su proyecto.
Ya
hemos hablado varias veces de la colisión que se produce entre lo que Jesús
plantea y la manera de ser y de pensar de ciertas mentalidades humanas, influídas
por mentalidades legalistas, religioso-rituales, económicas, sociales. Jesús
entra en abierta contradicción con estos “mapas mentales” porque no ve en ellas
posibilidades de libertad para el ser humano, porque cifran su saber en
cumplimientos externos sin conversión al amor de Dios y al amor del prójimo,
porque no hay en ellos espíritu de fraternidad y de servicio, simplemente
observancias, las más de ellas verdaderamente opresoras.
Esta
aclaración es muy importante para entender lo que nos quiere decir Pablo con la
sabiduría de Dios, escondida y misteriosa, que no es otra cosa que lo que él mismo llama “la locura
de la cruz”, el amor máximo de Dios a la humanidad expresado en Jesús, en su
historia, en su preferencia por los últimos, por los pecadores, por los
condenados, en su entregarse al poder religioso judío y al poder político
romano para ser juzgado como reo, blasfemo, subversivo y ser por ello
crucificado. Ofrenda que es garantía de redención, de salvación, de rescate de
la vida verdadera, para toda la humanidad!
De esta sabiduría es de la que requerimos para
poder vivir en una feliz libertad nuestra relación con Dios y nuestra
apropiación de lo que entendemos por esa voluntad suya y por ley.
El
texto evangélico que se propone para este domingo sigue como continuidad de las
bienaventuranzas. El autor está escribiendo para judíos convertidos al
cristianismo, por eso su lenguaje y continuas referencias a las tradiciones de
Israel, a la ley, a sus prácticas religiosas, podemos descubrir que no lo hace en línea de continuidad sino
justamente en abierta discontinuidad, que es donde conectamos con nuestro gran tema de la
libertad y del significado de la ley.
Sabemos
que el cristianismo se ha inculturado en diferentes modelos de pensamiento, de
cultura, de sensibilidades sociales y religiosas, esto fue especialmente fuerte
en los primeros siglos de presencia cristiana en el mundo, a través de las
visiones griega y romana, situaciones que han permanecido en el tiempo, no
siempre con la feliz capacidad de hacer relevante el mensaje del Evangelio.
Esta cuestión – que no vamos a abordar con detalle – es preocupación del
magisterio de la Iglesia, de los teólogos, de los pastoralistas, de los
estudiosos de la Biblia, siempre con la intención de purificar el mensaje
original de Jesús de adherencias que lo oscurecen y le hacen mala “publicidad”.
En
este orden de cosas, uno de los problemas gruesos que se han filtrado al cristianismo, es el de
presentarnos a Dios como una entidad suprema, autoritaria, distante de los
humanos, que se encarna en una institución poderosa – la Iglesia – que
dictamina lo que es bueno y lo que es malo, obligando a sus creyentes a
proceder en el sentido en que ella lo decida, so pena de pecado, de culpa, de
condenación.
Estas
palabras están animadas por el deseo de esclarecer la luz de la fe para que
esta cumpla con su propósito de liberar y salvar al ser humano, dándole
elementos críticos para vivir su libertad y su actitud ante la ley. Para ello
es esencial el texto del evangelio de hoy, que nos dice claramente que la letra
mata y el espíritu da vida: “No piensen que he venido a abolir la ley y
los profetas. No he venido a abolirlos sino a darles cumplimiento. Les
aseguro que, mientras duren el cielo y
la tierra, no dejará de estar vigente ni una i ni una tilde de la ley hasta que
todo suceda” (Mateo 5: 17-18).
La
oferta espiritual y religiosa de Jesús es 100 % opuesta a la de los fariseos y
maestros de la ley, El defiende la actitud ante el espíritu de la ley y no el
cumplimiento por sí mismo, desconectado este de Dios y de lo más íntimo del
corazón humano, y advierte sobre el
conocido peligro del legalismo, dando a entender que las personas inmaduras
necesitan de un sistema establecido y a este atribuyen la verdad definitiva sin
confrontarse con el mismo Dios y con la realidad de la vida:
“Porque les digo que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y
fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mateo 5: 20).
La
redacción del texto utiliza la contraposición “Ustedes han oído que se dijo a
sus antepasados…..pero yo les digo….” para indicar con esto la radical
novedad del espíritu de los mandamientos, que consiste en ir mucho más allá de
lo que está mandado puntualmente , siempre inspirándose en el total amor al
Padre y al prójimo, sin limitaciones.
Planteando
los casos establecidos por la ley judía ante el asesinato, el adulterio, el
divorcio, y el juramento, Jesús determina la radicalidad de la nueva actitud
que El propone como esencial en el espíritu del Evangelio, en la que se aspira
a la conversión plena del corazón y a la erradicación de toda violencia.
“Ustedes
han oído que se dijo a los antepasados: no matarás, pues el que mate será reo
ante el tribunal. Pues yo les digo que todo aquel que se encolerice contra su
hermano será reo ante el tribunal….” (Mateo
5:21-22), son palabras que indican claramente que la ley no se refiere solo al
acto puntual de matar sino a todo aquello que atente contra la projimidad,
contra la dignidad del hermano.
Con
esto volvemos a recordar que los fariseos, y todos los que se les parecen,
cumplen la ley como una función exterior, sin estar convertidos a Dios y al
hermano, y hacen de su observancia un mero requisito, que ellos pretenden
implantar como obligatorio para todos.
En cambio, Jesús alude a las exigencias del
propio ser, y en esto surge de nuevo la cuestión de la libertad, ser libre
pertenece a lo más íntimo de la condición humana, Jesús así lo asume y por eso
nos guía por el sendero fino del espíritu que ha de inspirar nuestras conductas
y observancias, trascendiendo su materialidad formal e imprimiéndoles un
significado liberador y definitivo.
Las
palabras del salmo 118 explicitan el significado de todo lo dicho, el espíritu
del que acoge la voluntad de Dios como norma determinante de su vida,
haciéndolo con plena libertad y con la conciencia de que allí su relato
existencial trasciende y se deja liberar por ese amor superior: “
Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor, dichoso el
que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón” (Salmo 118: 1-2)
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