domingo, 12 de febrero de 2017

COMUNITAS MATUTINA 12 DE FEBRERO DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO



“Ustedes han oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo les digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado”
(Mateo 5: 21-22)

Lecturas:
1.   Eclesiástico 15: 16 – 20
2.   Salmo 118: 1-5;17-18 y 33-34
3.   1 Corintios 2: 6 – 10
4.   Mateo 5: 17 – 37
La libertad, la posibilidad de decidir con autonomía, el emanciparse de tutelas esclavizantes, son grandes sensibilidades del ser humano, especialmente en estos tiempos en los que han entrado en crisis las realidades que se enseñorean sobre las personas para decidir sus vidas desde fuera de ellas mismas.
Esto es particularmente álgido en el ámbito de lo religioso. Durante siglos, la institución eclesiástica, con su pretensión de administrar la relación entre Dios y los seres humanos, se ha erigido en legisladora y en determinadora de las conciencias, de sus opciones, poniendo como gran legitimador al mismo Dios, y estableciendo salvación o condenación, según haya acatamiento de sus leyes o apartamiento de ellas.
 Esto sucedió en un determinado contexto del desarrollo de la sociedad, en el que esta situación se consideraba normal, pero pasados muchos siglos, y viviendo en ámbitos completamente diferentes resulta muy problemático empeñarse en su vigencia.
Estamos entrando en una zona de alta susceptibilidad, para la Iglesia, para la cultura moderna, para todos los humanos, principales implicados en la cuestión. Jesús , en el texto del evangelio de este domingo, nos introduce en el más allá de la ley, en su espíritu, y nos conduce  a la relación profunda de la libertad humana frente a Dios, cuestionando en su raíz la configuración legalista del judaísmo de su tiempo y dando una pauta decisiva para sus seguidores en todas las épocas de la historia.
En su libro “El malestar religioso de nuestra cultura”, el teólogo y filósofo español Juan Martín Velasco, estudia juiciosamente el impacto de la cultura moderna sobre la religión, la explicitación de la razón ilustrada y crítica, la secularización de la sociedad, los movimientos emancipatorios del siglo XX, las luces que brindan las ciencias sociales y humanas en esta perspectiva de autonomía, y ofrece – al mismo tiempo – unas líneas de superación del conflicto a partir de una espiritualidad cristiana que sintoniza con las grandes preocupaciones de la modernidad, poniendo a dialogar el espíritu original del Evangelio con tales aspiraciones liberadoras, siempre tan legítimas y tan reveladoras de lo más profundo de la humanidad. Recomendable lectura para quienes deseen profundizar en el asunto.
La primera lectura – del libro del Eclesiástico – nos sitúa frente a la gran posibilidad  de la libertad, que es la de elegir: “ El te ha puesto delante fuego y agua, alarga tu mano y toma lo que quieras. Qué grande es la sabiduría del Señor, tiene un gran poder y todo lo ve!” (Eclesiástico 15: 16 – 18), con esta escueta afirmación el autor bíblico reconoce el sentido de la libertad, el discernimiento, la postura del hombre ante alternativas que – debidamente ponderadas – le permiten tomar una decisión, en el ejercicio maravilloso de la responsabilidad, y de la capacidad de hacerse a sí mismo.
A esto lo conocemos en lenguaje clásico como el libre albedrío, tema clave de la filosofía y de la teología porque hace parte esencial de todo ser humano que se tome en serio su vida queriendo estructurarla responsablemente, examinando con sentido crítico las alternativas que se le plantean y decidiendo ante ellas el sentido mismo de su existencia, de su felicidad, de lo que lo hace plenamente humano, de lo que le permite desarrollar todas las potencialidades de su ser.
Por otra parte, la segunda lectura – de la primera carta a los Corintios – nos dice: “Sin embargo, entre los perfectos hablamos de sabiduría, pero no de la sabiduría de este mundo ni de los jefes de este mundo, abocados a la ruina, sino de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida por los jefes de este mundo….” (1 Corintios 2:6-7).
Es preciso recordar, a propósito de este texto, que mundo en los escritos paulinos no significa la realidad de la vida, lo material, lo concreto, lo histórico, sino lo que se opone a las intenciones liberadoras de Dios, lo que es egoísta, injusto, pecaminoso, lo que impide al ser humano su pleno desarrollo; y por “perfecto” se entiende no un grupo de iniciados sino los que han entendido a Jesús y se empeñan libremente en vivir según su proyecto.
Ya hemos hablado varias veces de la colisión que se produce entre lo que Jesús plantea y la manera de ser y de pensar de ciertas mentalidades humanas, influídas por mentalidades legalistas, religioso-rituales, económicas, sociales. Jesús entra en abierta contradicción con estos “mapas mentales” porque no ve en ellas posibilidades de libertad para el ser humano, porque cifran su saber en cumplimientos externos sin conversión al amor de Dios y al amor del prójimo, porque no hay en ellos espíritu de fraternidad y de servicio, simplemente observancias, las más de ellas verdaderamente opresoras.
Esta aclaración es muy importante para entender lo que nos quiere decir Pablo con la sabiduría de Dios, escondida y misteriosa, que  no es  otra cosa que lo que él mismo llama “la locura de la cruz”, el amor máximo de Dios a la humanidad expresado en Jesús, en su historia, en su preferencia por los últimos, por los pecadores, por los condenados, en su entregarse al poder religioso judío y al poder político romano para ser juzgado como reo, blasfemo, subversivo y ser por ello crucificado. Ofrenda que es garantía de redención, de salvación, de rescate de la vida verdadera, para toda la humanidad!
 De esta sabiduría es de la que requerimos para poder vivir en una feliz libertad nuestra relación con Dios y nuestra apropiación de lo que entendemos por esa voluntad suya y por ley.
El texto evangélico que se propone para este domingo sigue como continuidad de las bienaventuranzas. El autor está escribiendo para judíos convertidos al cristianismo, por eso su lenguaje y continuas referencias a las tradiciones de Israel, a la ley, a sus prácticas religiosas, podemos descubrir que no  lo hace en línea de continuidad sino justamente en abierta discontinuidad, que es donde  conectamos con nuestro gran tema de la libertad y del significado de la ley.
Sabemos que el cristianismo se ha inculturado en diferentes modelos de pensamiento, de cultura, de sensibilidades sociales y religiosas, esto fue especialmente fuerte en los primeros siglos de presencia cristiana en el mundo, a través de las visiones griega y romana, situaciones que han permanecido en el tiempo, no siempre con la feliz capacidad de hacer relevante el mensaje del Evangelio. Esta cuestión – que no vamos a abordar con detalle – es preocupación del magisterio de la Iglesia, de los teólogos, de los pastoralistas, de los estudiosos de la Biblia, siempre con la intención de purificar el mensaje original de Jesús de adherencias que lo oscurecen y le hacen mala “publicidad”.
En este orden de cosas, uno de los problemas gruesos que se  han filtrado al cristianismo, es el de presentarnos a Dios como una entidad suprema, autoritaria, distante de los humanos, que se encarna en una institución poderosa – la Iglesia – que dictamina lo que es bueno y lo que es malo, obligando a sus creyentes a proceder en el sentido en que ella lo decida, so pena de pecado, de culpa, de condenación.
Estas palabras están animadas por el deseo de esclarecer la luz de la fe para que esta cumpla con su propósito de liberar y salvar al ser humano, dándole elementos críticos para vivir su libertad y su actitud ante la ley. Para ello es esencial el texto del evangelio de hoy, que nos dice claramente que la letra mata y el espíritu da vida: “No piensen que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolirlos sino a darles cumplimiento. Les aseguro  que, mientras duren el cielo y la tierra, no dejará de estar vigente ni una i ni una tilde de la ley hasta que todo suceda” (Mateo 5: 17-18).
La oferta espiritual y religiosa de Jesús es 100 % opuesta a la de los fariseos y maestros de la ley, El defiende la actitud ante el espíritu de la ley y no el cumplimiento por sí mismo, desconectado este de Dios y de lo más íntimo del corazón humano, y  advierte sobre el conocido peligro del legalismo, dando a entender que las personas inmaduras necesitan de un sistema establecido y a este atribuyen la verdad definitiva sin confrontarse con el mismo Dios y con la realidad de la vida: “Porque les digo que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mateo 5: 20).
La redacción del texto utiliza la contraposición “Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados…..pero yo les digo….” para indicar con esto la radical novedad del espíritu de los mandamientos, que consiste en ir mucho más allá de lo que está mandado puntualmente , siempre inspirándose en el total amor al Padre y al prójimo, sin limitaciones.
Planteando los casos establecidos por la ley judía ante el asesinato, el adulterio, el divorcio, y el juramento, Jesús determina la radicalidad de la nueva actitud que El propone como esencial en el espíritu del Evangelio, en la que se aspira a la conversión plena del corazón y a la erradicación de toda violencia.
“Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: no matarás, pues el que mate será reo ante el tribunal. Pues yo les digo que todo aquel que se encolerice contra su hermano será reo ante el tribunal….” (Mateo 5:21-22), son palabras que indican claramente que la ley no se refiere solo al acto puntual de matar sino a todo aquello que atente contra la projimidad, contra la dignidad del hermano.
Con esto volvemos a recordar que los fariseos, y todos los que se les parecen, cumplen la ley como una función exterior, sin estar convertidos a Dios y al hermano, y hacen de su observancia un mero requisito, que ellos pretenden implantar como obligatorio para todos.
 En cambio, Jesús alude a las exigencias del propio ser, y en esto surge de nuevo la cuestión de la libertad, ser libre pertenece a lo más íntimo de la condición humana, Jesús así lo asume y por eso nos guía por el sendero fino del espíritu que ha de inspirar nuestras conductas y observancias, trascendiendo su materialidad formal e imprimiéndoles un significado liberador y definitivo.
Las palabras del salmo 118 explicitan el significado de todo lo dicho, el espíritu del que acoge la voluntad de Dios como norma determinante de su vida, haciéndolo con plena libertad y con la conciencia de que allí su relato existencial trasciende y se deja liberar por ese amor superior: “ Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor, dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón” (Salmo 118: 1-2)

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