domingo, 5 de febrero de 2017

COMUNITAS MATUTINA 6 DE FEBRERO DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO



“Si partes tu pan con el hambriento, si sacias el hambre del indigente, resplandecerá en las tinieblas tu luz y lo oscuro de ti será mediodía”
(Isaías 58: 10)

Lecturas:
1.   Isaías 58: 7-10
2.   Salmo 111: 4-9
3.   1 Corintios 2: 1-5
4.   Mateo 5: 13 – 16
Qué es , en definitiva, lo que salva y da sentido pleno al ser humano? Pregunta que se formula con gran simpleza pero que esconde el deseo más profundo que alienta en nosotros, el que moviliza todo nuestro proyecto vital.
A esta cuestión responden los múltiples esfuerzos de la filosofía, las tradiciones religiosas, los núcleos de valores de las comunidades y grupos sociales, las configuraciones culturales, los desarrollos de la ciencia, el reconocimiento de la dignidad humana, la organización institucional y jurídica, la capacidad humana de amar, de entregar la vida a un ideal totalizante, y tantas manifestaciones del hombre en busca de un significado cabal para su existencia.
Muchas de estas realizaciones son atinadas y logran dar un sustento humanista, espiritual, a quienes las viven, constituyéndose como genuinos arraigos de trascendencia, de felicidad, de plenitud, de armonía y coherencia, pero también otras  resultan insuficientes, unas porque sucumben a la tentación de la arrogancia o del poder,  al considerarse la medida plena de todo lo que las personas pueden hacer en esta materia, o porque se constituyen en penosos escenarios de  dominación y tiranía de unos humanos para otros, revistiendo en unos casos modalidades sofisticadas, y en otros vulgar atropello y depredación.
El recientemente fallecido pensador polaco Zygmunt Bauman (1925 – 2017) en su libro “Vidas desperdiciadas: la modernidad y sus parias”, aborda la gravísima problemática de lo que él llama “residuos humanos”, consecuencia de la modernidad, de cierto tipo de globalización brutalmente desigual, del desequilibrio siempre creciente entre naciones ricas y naciones pobres.
 Es lo mismo que el Papa Francisco llama personas descartadas por una sociedad que no se compadece con las  mayorías silenciadas, desconocidas, explotadas. Hecho penoso que sucede con mayor notoriedad entre los siglos XX y XXI, tiempo de los mayores avances de la razón, del pensamiento civilizado (?), de los adelantos científico-tecnológicos, de la mayor conciencia en materia  de la autonomía y de la dignidad del ser humano.
 Escandaloso e inaceptable contraste que oscurece al mundo!
La presente reflexión aprecia profundamente todo lo que la humanidad  hace para obtener su plenitud y  su realización, y reconoce con optimismo tales tareas, pero al mismo tiempo se sitúa en postura crítica para encontrar las señales de oscuridad, de injusticia, de desazón, de ruptura de la esperanza y del significado trascendente de la existencia.
Y, para no prolongarnos en un análisis excesivo de la cuestión, proponemos lo que señala Pablo en la segunda lectura de este domingo, a ver qué retos nos plantea, en la clave de lo que venimos analizando: “Yo mismo, hermanos, cuando fui donde ustedes a anunciarles el misterio de Dios, no confié mi mensaje al prestigio de la palabra o de la sabiduría, pues sólo quería manifestarles mi saber acerca de Jesucristo, y además crucificado” (1 Corintios 2: 1-2).
Sin menospreciar los grandes frutos del ser humano ya mencionados, sí vale la pena detenernos a preguntarnos el por qué de tantos egoísmos y violencias, de tantos absurdos y maltratos, de tantas decisiones erradas que someten a la gente a interminables vejaciones, muchas de ellas hechas en nombre del progreso, de la voluntad de poder e incluso de la libertad.
Tantas personas  generan su propia oscuridad porque han dado la espalda al carácter fundamental  del amor, de la compasión, de la solidaridad, del reconocimiento comprometido del prójimo y han desacralizado el misterio de la vida, de lo que nos trasciende.
Pablo en sus palabras está hablando de una sabiduría superior, que no es de razonamientos humanos, y deposita la raíz de la misma en Jesucristo crucificado, realidad que a los ojos de cierta lógica es total insensatez .
 Si exploramos más hondo en el significado de estas palabras nos vamos a encontrar con el Dios que se vacía de sí mismo para darse todo al hombre en términos de salvación y de liberación, Dios que se encarna en el aspecto dramático de nuestra realidad, el sufrimiento, el mal, la injusticia, la muerte, asumiéndola para salvarla.
Nos damos cuenta del alcance de esta definitiva inserción de Dios a través de Jesús? Captamos la novedad sustancial que en El se nos ofrece? Nuestra condición de cristianos sabe dar el paso cualitativo de la religiosidad ritual al compromiso evangélico de seguir ese camino? La manera como vivimos actualmente significa algo para otros en términos de consistencia ética y espiritual?
Vale decir, que lo que destaca en el Crucificado es su lenguaje contundente de amor y de incondicional solidaridad con el género humano, susceptible de sucumbir en su ambigüedad y, en consecuencia, necesitado de salvación.
Esto es lo que ilumina y da sabor a la nueva condición humana que surge de la implicación de Dios en nuestra historia.
El gran indicador para valorar al ser humano no reside en su incontenible disposición para el progreso material, sino simple y llanamente en su apertura al amor definitivo, en su actitud de trascendencia, en su capacidad para construír un mundo incluyente, solidario, justo. Esto, que desde luego no es patrimonio exclusivo del cristianismo, sí hace parte de los elementos normativos del proyecto de Jesús, y al asumirlos nos juntamos con hombres y mujeres de buena voluntad para construír un mundo que refleje la trascendencia de Dios desde la amorosa sabiduría de la cruz.
Sean estas palabras de San Pablo un vigoroso recuerdo para que los que nos decimos cristianos – siempre en humildad, sin soberbia religiosa o moral – seamos significativos cuando nos identificamos con lo que él propone, Jesucristo crucificado. Sólo así iluminamos, sólo así ayudamos a sazonar el mundo.
A esto va el clásico texto del evangelio que se nos propone este domingo: “Ustedes son la sal de la tierra. Mas, si la sal se desvirtúa, con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada fuera y pisoteada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y alaben a su padre que está en los cielos” (Mateo 5: 13 – 16).
Con estas dos sencillas figuras alude el evangelista al gusto de la vida, a la sazón de la existencia, a la sal que se deshace para dar sabor, y a la luz que es  el despertar a la conciencia, al sentido crítico, a la luminosidad interior que arde cuando el ser humano despliega todas sus posibilidades y se hace libre en el ejercicio del amor.
Estas miniparábolas, puestas inmediatamente después de las bienaventuranzas, que proclamamos el domingo anterior, son una referencia directa a la misión de los seguidores de Jesús. No estamos en el mundo para establecer una estructura religiosa en el sentido tradicional del término, similar a la de los fariseos y maestros de la ley, sino para comunicar la Buena Noticia que proviene de Dios, oferta misericordiosa para todos, primeramente para los desheredados y condenados, con el fin de alentar a una vida digna y esperanzada.
En este mundo en el que tantas realidades sombrías afectan negativamente a millones de personas, unos consumidos en su comodidad y en su seudocultura insensible y hedonista, y los más, negados en la posibilidad de vivir humanamente, los cristianos tenemos que trabajar a brazo partido en esa perspectiva que Jesús propone como programa de vida, la justicia, la paz, la mesa compartida, la restauración de lo destruido por el pecado y la injusticia, dando sabor y luminosidad con la coherencia de una vida simultáneamente ligada a Dios y al prójimo.
El profeta Isaías nos indica en qué consisten esa sal y esa luz: “Compartir tu pan con el hambriento, acoger en tu hogar a los sin techo, vestir a los que veas desnudos y no abandonar a tus semejantes. Así surgirá tu luz como la aurora…….resplandecerá en las tinieblas tu luz y lo oscuro de ti será como mediodía” (Isaías 58: 7-8 10).
Cuando un gobierno se empeña en construír un muro para impedir el ingreso a su país, cuando niega a los ciudadanos de varias naciones  musulmanas la oportunidad de venir a su tierra a vivir en paz, cuando se maneja un discurso segregacionista y discriminatorio, los cristianos junto con las buenas gentes de diversas convicciones religiosas y humanistas, creyentes y no creyentes, debemos darlo todo por dar sabor a la vida y a la historia, por iluminarla con estas señales que propone Isaías.
Esto es lo que hace que la vida de un ser humano valga la pena, en esto es donde se juega el sentido de la vida. Desde su cruz, Jesús nos incita a vivir como El, para todos los prójimos , sal de la tierra y luz del mundo.

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