“Le
dijo Tomàs, Señor, no sabemos a dònde vas; còmo podemos saber el
camino? Respondiò Jesùs: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mì”
(Juan
14: 5-6)
Lecturas:
- Hechos 6: 1-7
- Salmo 32: 1-5 y 18-19
- 1 Pedro 2: 4-9
- Juan 14: 1-12
Nos
ayuda mucho, por aquello del contexto y pretexto de los textos
bíblicos, saber que las lecturas que la Iglesia propone en estos
domingos de Pascua surgen del dinamismo de la Iglesia naciente, del
movimiento de las comunidades primitivas, y también de los temores e
inseguridades que experimentaban ante el ambiente social y religioso
que les era francamente hostil.
El
poder político romano los veìa como potenciales subversivos y
agitadores en el mundo de los pobres, la lógica griega de la razón
los tenía por insensatos al depositar toda su confianza en un
crucificado, que en esa óptica era un fracasado, y la rigidez de
los judíos no aceptaba que se mantuviera vigente el ideal de aquel
a quienes ellos habían llevado a la muerte, por juzgarlo contrario a
sus convicciones religiosas.
El
evangelista Juan pone en boca de Jesùs la vivencia pascual de esas
comunidades, que entre desconcierto y esperanza van surgiendo:
“No se angustien ustedes. Crean en Dios: crean también en mì. En
la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, no les habrìa dicho
que voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya
preparado un lugar, volverè y los tomarè conmigo, para que donde
estè yo, estèn también ustedes”
(Juan 14: 1-3).
Las
palabras de Jesùs en este evangelio se orientan a alentar la
esperanza de sus seguidores, cuando toman en serio todas las
implicaciones de seguir su camino, dentro del que necesariamente
surgen el conflicto, la crisis, la incomprensión, como consecuencia
de vivir proféticamente y de confrontar la mentira, la injusticia,
el egoísmo, la violencia que unos ejercen sobre otros, como ha
sucedido a tantos en estos siglos de historia cristiana.
Po
su parte, la primera carta de Pedro recuerda las numerosas
persecuciones vividas por la Iglesia Apostólica y, consciente de
esto, les llama la atención sobre la inmensa dignidad que se les ha
conferido al identificarse tan señaladamente con el Señor Jesús y
con su cruz: “Pero
ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey,
una nación santa, un pueblo adquirido por Dios. Y esto es así para
que anuncien las obras maravillosas de Dios, que los llamó a salir
de la oscuridad para entrar en su luz admirable”
(1 Pedro 2: 9).
Cabe
aquí insistir de nuevo en algo que es definitivo en el camino
cristiano. La glorificación, como en el caso de Jesús, no se
obtiene según el vano honor del mundo, con privilegios,
reconocimientos, aplausos, encumbramientos. El ha llegado a la gloria
a través de la cruz, su corona es fruto de la donación cruenta de
su vida, de su empequeñecimiento en el amor, lo que Pablo llama
kenosis-anonadamiento, desproveerse de toda arrogancia y libre
renuncia a las prebendas propias del poder.
Es
esto hablar de cosas lejanas en el tiempo y distantes de nuestra
cotidianidad? Parece que no, por eso preguntémonos qué sucede
cuando nos vienen los momentos difíciles, los vacíos existenciales,
las carencias, los abandonos, las muchas maneras en que la
precariedad se evidencia en nosotros.
Tiene
la fe en Jesús una palabra de sentido para aportar en tales
circunstancias? Guardadas las debidas proporciones de tiempo y lugar
se trata de situaciones semejantes a las padecidas por aquellos
cristianos primeros de la historia.
Ya
sabemos que para muchos esto sólo se puede vivir desde el
escepticismo radical, ausencia total de esperanza, con la conciencia
trágica de que todo concluye en un absurdo. Otros lo viven evadiendo
la responsabilidad de afrontar la faceta dramática de la existencia,
construyendo paraísos artificiales en el consumo, en las felicidades
efímeras, en las comodidades materiales. Finalmente, muchísimos,
incapaces de la entereza requerida para enfrentar el aspecto doloroso
de la existencia, hacen de lo religioso un refugio que los anestesia
momentáneamente.
Cómo
se encara esto en clave del seguimiento de Jesús? A esto tratan de
responder las vivencias de los primeros cristianos cuando sus dramas
son desvelados pascualmente, y cuando al temor suceden la certeza del
Viviente inspirando sus decisiones y sus conductas, con la feliz
consecuencia de la valentía apostólica que convida a muchos a
hacer parte de su proyecto: “El
mensaje de Dios iba extendiéndose, y el número de los creyentes
aumentaba mucho en Jerusalén. Incluso muchos sacerdotes judíos
aceptaban la fe” (Hechos
6: 7)
Para
estos cristianos primitivos la relación con Jesús es eminentemente
esperanzadora, garantía de confianza, El mismo lo afirma cuando
responde al desconcierto de Tomás: “Yo
soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar
al Padre. Si ustedes me conocen a mí, también conocerán a mi
Padre; y ya lo conocen desde ahora, pues lo han estado viendo”
(Juan 14: 6-7).
Las
palabras del evangelio de este domingo provienen de la última cena
de Jesús con sus discípulos, cuando la realidad les es bien
sombría: anuncia la negación de Pedro, la traición de Judas, el
conflicto que está a punto de llegar a la máxima contradicción con
los dirigentes judíos, el anuncio de su partida, el ambiente
caldeado sin que se vislumbre esperanza.
Podemos
imaginar un cuadro más desolador? A esto responde el Señor con su
declaración de ser camino, verdad, y vida, palabras que desde luego
no son originales suyas sino de la comunidad que origina este
relato, habiendo probado en su experiencia concreta el significado de
estar en crisis y de descubrir la gozosa superación de sus
angustias.
- Jesús es CAMINO que empieza y concluye en Dios, así como El es el modelo del ser humano pleno y realizado, que ha recorrido el sendero de la cruz y de la ignominia, siguiendo aquello de “que nadie tiene mayor que el que es capaz de dar la vida por sus amigos” (Juan 15:13), para ser asumido por la plenitud del Padre.
- Jesús es VERDAD por ser fiel a su conciencia, porque ha llegado a ser lo que tenía que ser, porque hace presente a Dios que es su verdadero ser. Si nosotros, seres humanos, descubrimos que Dios está identificado con nosotros, ya lo somos todo, como Jesús.
- Jesús es VIDA porque en El ha sido comunicada la vida misma de Dios: “Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí….” (Juan 14: 11).
- Hacerse Hijo, como Jesús, es hacer presente al Padre-Madre que le participa de su vitalidad. Esto nos conduce a la respuesta que se origina en Dios como salida a todos los posibles dramas que se nos presentan en la vida. Consiste en que si nosotros – discípulos – nos identificamos con Jesús, participamos de la misma vida de Dios que está en El.
- A esta conclusión se llega por un proceso similar al de aquellos cristianos primitivos, corriendo el riesgo de la fe, viviendo con intensidad la aventura de creer, desarmando el cristianismo de inercia sociocultural que hoy tenemos para pasar al genuino, al de libre opción, el que se asume con la claridad simultánea de lo dramático y de lo pascual que se contienen en toda historia humana.
Tal
vivencia nos conecta con apasionantes historias de hombres y mujeres
creyentes que han vivido situaciones límite, aparentemente sin
salída, de las que han surgido conscientes de la vida de Dios
actuando en ellos , con su humanidad resignificada por el Espíritu.
El conocimiento vivencial de Jesús – conocimiento interno como lo
llama Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales – hace
posible que el Padre se manifieste en el discípulo, y que este –
como Jesús – sea reflejo de su gloria.
Entre
tantas historias de desencanto y esperanza, de tragedia y de
resurrección, les queremos proponer hoy la de un cristiano notable
del siglo xx. Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) alemán, miembro de la
Iglesia Evangélica Luterana de su país, pastor de la misma y
teólogo, vivió su breve existencia en medio de la tragedia que para
el mundo y para Alemania fue la tiranía de Adolfo Hitler, con su
patético régimen de campos de concentración, de encarnizada
persecución a los judíos, de crueldades y crímenes sin cuento.
Este
hombre, como consecuencia de la seriedad con la que tomó su fe
cristiana, participó activamente de la resistencia contra el
nazismo, y por esto fue llevado a un campo de concentración y
ejecutado el 9 de abril de 1945, unos días antes del final de la II
guerra mundial. Su fe y su esperanza son vividas en medio de tan
grande contradicción.
Su
amigo Eberhard Bethge coleccionó sus cartas y escritos en el
cautiverio en un bello texto que se llama “Resistencia y sumisión”,
en el que transparenta la solidez de sus convicciones cristianas, que
también inspiraron su condición de ciudadano alemán, empeñado en
una sociedad libre y respetuosa de la vida y de la dignidad humana.
En
la carta que escribe a su madre, Ruth von Wedemeyer, el 10 de abril
de 1944, dice: “El
tiempo entre pascua y ascensión siempre me ha resultado
especialmente importante. Nuestra mirada se dirige ya a lo último,
pero todavía tenemos nuestras tareas, nuestras alegrías y nuestros
dolores en esta tierra, y la fuerza de la vida nos es otorgada por la
pascua…..Yo también quiero marchar por ese camino con María,
completamente preparado para lo último, para la eternidad, y con
todo totalmente presente para las tareas, para las bellezas y para
las necesidades de esta tierra”.
Palabras
así no surgen fortuitamente, ellas son resultantes de la firmeza del
que sabe en quien ha depositado su confianza, probado en la cruz de
la humillación a la que fue sometido por sus captores, pero convicto
y confeso de Pascua y de esperanza. Que así , como en este
emblemático caso, sea para todos nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario