domingo, 21 de mayo de 2017

COMUNITAS MATUTINA 21 DE MAYO DOMINGO VI DE PASCUA

No los dejaré huérfanos: volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán”
(Juan 14: 18-19)

Lecturas:
  1. Hechos 8: 5-17
  2. Salmo 65: 1-7, 16 y 20
  3. 1 Pedro 3: 15-18
  4. Juan 14: 15-21
Las comunidades de cristianos de la primera generación son bien conscientes de la presencia del Dios de Jesús y del Espíritu animándolos y dando razón de ser a todo lo que empezaban a hacer en medio de las condiciones contradictorias a las que nos hemos referido en comentarios anteriores.
Todo el capítulo 14 de Juan, que venimos proclamando desde hace varios domingos pascuales, es un esfuerzo de dar a entender que esa presencia no es algo que se queda en los primeros creyentes, como distante de los que siguieron y también de nosotros, los cristianos del siglo XXI.
El lenguaje de Jesús es reiterativo en este texto, y se refiere a sus seguidores de todos los tiempos de la historia, siempre con la intención de infundir ánimo y certeza de El mismo como el Viviente, el que nos hace vivir con la misma vida suya que es la de Dios. Con palabras como las que siguen nos infunde su aliento de vida definitiva: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán” (Juan 14: 18-19)
La Iglesia es la comunidad de los discípulos de Jesús, todo en ella tiene valor si está referido a El como la Buena Noticia de Dios que va constantemente “en salida” – para usar esa conocida expresión del Papa Francisco – hacia el ser humano en cualquier contexto y situación en que se encuentre, sin distinguir condición social o económica, moral o religiosa, Dios a través de Jesús es todo vida , plenitud, misericordia, para la humanidad, sin límites de ninguna clase.
Aquí nos encontramos , para entender mejor la anterior afirmación, con esa multitud de realidades que afectan negativamente nuestra existencia, infinidad de precariedades, de vacíos, de desencantos, de sufrimientos, de injusticias. Es el misterio de la contingencia radical, de las inevitables limitaciones que “llevamos puestas” como parte sustancial de nuestra condición. Eso les acontecía a los primeros discípulos y nos acontece también a nosotros, a todos los humanos.
Con tal constatación vamos a la pregunta de fondo, que surge como la cuestión por excelencia de la humanidad: tiene sentido la vida? Somos mucho más que este conjunto de realidades que frenan el ímpetu de nuestra búsqueda de felicidad? O, por el contrario, estamos abocados irremediablemente al fracaso? Quien nos da una razón para la esperanza?
De qué manera Jesús es respuesta para este inquietud fundamental? Al respecto se impone decir que el cristianismo no pretende ser una realidad de “marketing” religioso, haciendo proselitismo desaforado para ganar clientela, aumentar estadísticas y competir con otras ofertas de fe.
El cristianismo es una manera de vivir al estilo de Jesús, comunitariamente, eclesialmente, siguiendo la inspiración de su Evangelio, reconociendo al Padre Dios en El, totalmente saturado de su ser, asumiendo como lógica de vida las mismas decisiones suyas en términos del servicio amoroso a todos los humanos, con la preferencia bien conocida y reconocida de aquellos a quienes la sociedad excluye, condena y maltrata.
Dice Jesús claramente: “El que tiene mis mandamientos y los lleva a la práctica, ese es el que me ama; y el que me ama será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Juan 14: 21). Quien no está dispuesto a amar al prójimo, a reconocerlo, a servirlo, a promoverlo, a respetarlo, a dignificarlo, no tiene capacidad de amor a Dios y a Jesús. La projimidad es el referente por excelencia del dinamismo teologal en nuestra vida.
Las exigencias de ese amor no son impuestas por una determinación normativa, surgen ellas de la interioridad de quienes se empeñan en optar por este camino, y son asumidas con la feliz libertad del amor. Esto es lo que da plenitud y razón de vida, nada más lo puede suplir. Entramos así en el núcleo de la coherencia entre la fe y la vida, la mutua implicación que encontramos reflejada en el sabio refrán “obras son amores y no buenas razones”.
Jesús no está dando a sus discípulos un consuelo “anestésico” e individualista, si se nos permite la expresión, como diciendo a ustedes que son tan buenos yo los recompensaré siendo su protector, sin exigirles nada. Justamente aquí reside el compromiso primero que se pide a quienes se entusiasman con la causa cristiana: se trata de configurarse con El, de ser y vivir con El y como El, de afrontar con entereza todo lo que se derive de esta decisión, en esta perspectiva se abre con claridad que el contenido central de tal exigencia es la referencia al prójimo humillado, abatido, vilipendiado. Esto es normativo en el seguimiento de Jesús!
Un bello ejemplo de esto lo encontramos en la primera lectura – de Hechos de los Apóstoles – en la que relata el ministerio del diácono Felipe: “Los que se habían dispersado fueron por todas partes anunciando la Buena Nueva de la palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaría y se puso a predicarles a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque ellos oían y veían los signos que realizaba…..Hubo una gran alegría en aquella ciudad” (Hechos 8: 4-7).
Su servicio apostólico se distinguió por la inclusión y la apertura. Recordamos que para los judíos tradicionales la región de Samaría y sus habitantes , los samaritanos, eran considerados malditos y despreciables por haber erigido un culto distinto del templo de Jerusalén. Esta “excomunión” no cuenta para Felipe, él sabe que ahora en el camino de Jesús dejan de existir las condenas y las exclusiones. Edificante y severa referencia para los homofóbicos de estos tiempos nuestros en los que hay creyentes con más visos de fariseísmo que de Evangelio!
Felipe realiza signos que hacen creíble el reino de Dios y su justicia: “Y es que de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados” (Hechos 8: 7). La existencia cristiana debe estar respaldada por estas señales comunicadores de vida y de dignidad.
Para señalar un bello ejemplo, poco conocido entre nosotros, les proponemos enterarse de las bellas realizaciones de credibilidad evangélica que promueve la Hermana Rosemary Nyirumbe, una religiosa ugandesa que se ha dedicado a promover niñas y mujeres de su país, protegiéndolas del abuso sexual y de la humillación que esto conlleva, en medio del conflicto armado que afecta a varias regiones de su país. En internet pueden ustedes localizar varias referencias de esta noble tarea, un testimonio – entre muchos – que nos hablan con nitidez de la coherencia de los buenos seguidores del Señor Jesús.
Les proponemos pensar en tres regiones de nuestro país, especialmente azotadas por la pobreza, la violencia y la marginalidad: Tumaco, Buenaventura, el Departamento del Chocó. Confluyen allí todas las malignidades de seres humanos cuya penosa meta es impedir la vida y la felicidad de sus semejantes. Entre políticos desalmados, gobernantes incompetentes, y grupos violentos se conjugan los más perversos factores que dificultan notablemente la calidad de vida, la convivencia pacífica, el desarrollo sostenible de estas comunidades, el derecho a la dignidad.
Cómo ser para ellos esperanza y aliento vital? Cómo hacer presente allí la Buena Noticia de Jesús? Como aportar a la reivindicación de estas buenas gentes, entre las que muchos sobresalen por el temple que les lleva a no dejarse dominar por tanta adversidad?
Tenemos conocimiento de que allí la Iglesia es la que lleva la voz cantante, acompañando y protegiendo a las comunidades, desarrollando proyectos de organización comunitaria y de emprendimiento social, levantando la voz para denunciar los atropellos, y haciéndose todo con ellos como Jesús: “En cualquier caso, aunque sufrieran a causa de la justicia, dichosos ustedes. No les tengan ningún miedo ni se turben. Al contrario, den culto al Señor, Cristo, en su interior, siempre dispuestos a dar respuesta a quien les pida razón de su esperanza” (1 Pedro 3: 14-15).
El Espíritu del Señor Resucitado se hace historia en los sujetos y en las comunidades que toman en serio su Buena Noticia, que se indignan ante las injusticias y humillaciones que sufren tantos prójimos, que hacen de esa indignación un estímulo para la solidaridad y para la pasión por la justicia, como señal de credibilidad de que el Reino ya está en medio de nosotros.
Cuando algunos creyentes se dedican a esgrimir posturas de intransigencia, pretendiendo ser dueños de la verdad , condenando sin piedad modos de vida que a ellos les parecen inmorales y poniendo a Dios como pretexto para tales exclusiones, es imperativo que nos dejemos seducir por el Espíritu , que nos hace sus instrumentos para presentar el rostro original del Padre, y para significar la genuina conducta evangélica de compasión, de cercanía misericordiosa, de tal manera que suceda lo mismo que pasó con el ministerio del diácono Felipe: “Hubo una gran alegría en aquella ciudad” (Hechos 8: 8).

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