“No
los dejaré huérfanos: volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo
ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también
ustedes vivirán”
(Juan
14: 18-19)
Lecturas:
- Hechos 8: 5-17
- Salmo 65: 1-7, 16 y 20
- 1 Pedro 3: 15-18
- Juan 14: 15-21
Las
comunidades de cristianos de la primera generación son bien
conscientes de la presencia del Dios de Jesús y del Espíritu
animándolos y dando razón de ser a todo lo que empezaban a hacer
en medio de las condiciones contradictorias a las que nos hemos
referido en comentarios anteriores.
Todo
el capítulo 14 de Juan, que venimos proclamando desde hace varios
domingos pascuales, es un esfuerzo de dar a entender que esa
presencia no es algo que se queda en los primeros creyentes, como
distante de los que siguieron y también de nosotros, los cristianos
del siglo XXI.
El
lenguaje de Jesús es reiterativo en este texto, y se refiere a sus
seguidores de todos los tiempos de la historia, siempre con la
intención de infundir ánimo y certeza de El mismo como el Viviente,
el que nos hace vivir con la misma vida suya que es la de Dios. Con
palabras como las que siguen nos infunde su aliento de vida
definitiva: “No
los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo
ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también
ustedes vivirán”
(Juan 14: 18-19)
La
Iglesia es la comunidad de los discípulos de Jesús, todo en ella
tiene valor si está referido a El como la Buena Noticia de Dios que
va constantemente “en salida” – para usar esa conocida
expresión del Papa Francisco – hacia el ser humano en cualquier
contexto y situación en que se encuentre, sin distinguir condición
social o económica, moral o religiosa, Dios a través de Jesús es
todo vida , plenitud, misericordia, para la humanidad, sin límites
de ninguna clase.
Aquí
nos encontramos , para entender mejor la anterior afirmación, con
esa multitud de realidades que afectan negativamente nuestra
existencia, infinidad de precariedades, de vacíos, de desencantos,
de sufrimientos, de injusticias. Es el misterio de la contingencia
radical, de las inevitables limitaciones que “llevamos puestas”
como parte sustancial de nuestra condición. Eso les acontecía a los
primeros discípulos y nos acontece también a nosotros, a todos los
humanos.
Con
tal constatación vamos a la pregunta de fondo, que surge como la
cuestión por excelencia de la humanidad: tiene sentido la vida?
Somos mucho más que este conjunto de realidades que frenan el ímpetu
de nuestra búsqueda de felicidad? O, por el contrario, estamos
abocados irremediablemente al fracaso? Quien nos da una razón para
la esperanza?
De
qué manera Jesús es respuesta para este inquietud fundamental? Al
respecto se impone decir que el cristianismo no pretende ser una
realidad de “marketing” religioso, haciendo proselitismo
desaforado para ganar clientela, aumentar estadísticas y competir
con otras ofertas de fe.
El
cristianismo es una manera de vivir al estilo de Jesús,
comunitariamente, eclesialmente, siguiendo la inspiración de su
Evangelio, reconociendo al Padre Dios en El, totalmente saturado de
su ser, asumiendo como lógica de vida las mismas decisiones suyas en
términos del servicio amoroso a todos los humanos, con la
preferencia bien conocida y reconocida de aquellos a quienes la
sociedad excluye, condena y maltrata.
Dice
Jesús claramente: “El
que tiene mis mandamientos y los lleva a la práctica, ese es el que
me ama; y el que me ama será amado de mi Padre; y yo le amaré y me
manifestaré a él”
(Juan 14: 21). Quien no está dispuesto a amar al prójimo, a
reconocerlo, a servirlo, a promoverlo, a respetarlo, a dignificarlo,
no tiene capacidad de amor a Dios y a Jesús. La projimidad es el
referente por excelencia del dinamismo teologal en nuestra vida.
Las
exigencias de ese amor no son impuestas por una determinación
normativa, surgen ellas de la interioridad de quienes se empeñan en
optar por este camino, y son asumidas con la feliz libertad del amor.
Esto es lo que da plenitud y razón de vida, nada más lo puede
suplir. Entramos así en el núcleo de la coherencia entre la fe y la
vida, la mutua implicación que encontramos reflejada en el sabio
refrán “obras son amores y no buenas razones”.
Jesús
no está dando a sus discípulos un consuelo “anestésico” e
individualista, si se nos permite la expresión, como diciendo a
ustedes que son tan buenos yo los recompensaré siendo su protector,
sin exigirles nada. Justamente aquí reside el compromiso primero que
se pide a quienes se entusiasman con la causa cristiana: se trata de
configurarse con El, de ser y vivir con El y como El, de afrontar con
entereza todo lo que se derive de esta decisión, en esta perspectiva
se abre con claridad que el contenido central de tal exigencia es la
referencia al prójimo humillado, abatido, vilipendiado. Esto es
normativo en el seguimiento de Jesús!
Un
bello ejemplo de esto lo encontramos en la primera lectura – de
Hechos de los Apóstoles – en la que relata el ministerio del
diácono Felipe: “Los
que se habían dispersado fueron por todas partes anunciando la Buena
Nueva de la palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaría y se puso
a predicarles a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un
mismo espíritu lo que decía Felipe, porque ellos oían y veían los
signos que realizaba…..Hubo una gran alegría en aquella ciudad”
(Hechos
8: 4-7).
Su
servicio apostólico se distinguió por la inclusión y la apertura.
Recordamos que para los judíos tradicionales la región de Samaría
y sus habitantes , los samaritanos, eran considerados malditos y
despreciables por haber erigido un culto distinto del templo de
Jerusalén. Esta “excomunión” no cuenta para Felipe, él sabe
que ahora en el camino de Jesús dejan de existir las condenas y las
exclusiones. Edificante y severa referencia para los homofóbicos de
estos tiempos nuestros en los que hay creyentes con más visos de
fariseísmo que de Evangelio!
Felipe
realiza signos que hacen creíble el reino de Dios y su justicia: “Y
es que de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando
grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados”
(Hechos
8: 7). La existencia cristiana debe estar respaldada por estas
señales comunicadores de vida y de dignidad.
Para
señalar un bello ejemplo, poco conocido entre nosotros, les
proponemos enterarse de las bellas realizaciones de credibilidad
evangélica que promueve la Hermana Rosemary Nyirumbe, una religiosa
ugandesa que se ha dedicado a promover niñas y mujeres de su país,
protegiéndolas del abuso sexual y de la humillación que esto
conlleva, en medio del conflicto armado que afecta a varias regiones
de su país. En internet pueden ustedes localizar varias referencias
de esta noble tarea, un testimonio – entre muchos – que nos
hablan con nitidez de la coherencia de los buenos seguidores del
Señor Jesús.
Les
proponemos pensar en tres regiones de nuestro país, especialmente
azotadas por la pobreza, la violencia y la marginalidad: Tumaco,
Buenaventura, el Departamento del Chocó. Confluyen allí todas las
malignidades de seres humanos cuya penosa meta es impedir la vida y
la felicidad de sus semejantes. Entre políticos desalmados,
gobernantes incompetentes, y grupos violentos se conjugan los más
perversos factores que dificultan notablemente la calidad de vida, la
convivencia pacífica, el desarrollo sostenible de estas comunidades,
el derecho a la dignidad.
Cómo
ser para ellos esperanza y aliento vital? Cómo hacer presente allí
la Buena Noticia de Jesús? Como aportar a la reivindicación de
estas buenas gentes, entre las que muchos sobresalen por el temple
que les lleva a no dejarse dominar por tanta adversidad?
Tenemos
conocimiento de que allí la Iglesia es la que lleva la voz cantante,
acompañando y protegiendo a las comunidades, desarrollando proyectos
de organización comunitaria y de emprendimiento social, levantando
la voz para denunciar los atropellos, y haciéndose todo con ellos
como Jesús:
“En cualquier caso, aunque sufrieran a causa de la justicia,
dichosos ustedes. No les tengan ningún miedo ni se turben. Al
contrario, den culto al Señor, Cristo, en su interior, siempre
dispuestos a dar respuesta a quien les pida razón de su esperanza”
(1
Pedro 3: 14-15).
El
Espíritu del Señor Resucitado se hace historia en los sujetos y en
las comunidades que toman en serio su Buena Noticia, que se indignan
ante las injusticias y humillaciones que sufren tantos prójimos, que
hacen de esa indignación un estímulo para la solidaridad y para la
pasión por la justicia, como señal de credibilidad de que el Reino
ya está en medio de nosotros.
Cuando
algunos creyentes se dedican a esgrimir posturas de intransigencia,
pretendiendo ser dueños de la verdad , condenando sin piedad modos
de vida que a ellos les parecen inmorales y poniendo a Dios como
pretexto para tales exclusiones, es imperativo que nos dejemos
seducir por el Espíritu , que nos hace sus instrumentos para
presentar el rostro original del Padre, y para significar la genuina
conducta evangélica de compasión, de cercanía misericordiosa, de
tal manera que suceda lo mismo que pasó con el ministerio del
diácono Felipe: “Hubo
una gran alegría en aquella ciudad”
(Hechos 8: 8).
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