domingo, 28 de mayo de 2017

COMUNITAS MATUTINA 28 DE MAYO SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR

Todo lo ha sometido bajo sus pies, lo ha nombrado cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo y se llena del que llena de todo a todos”
(Efesios 1: 22-23)
Lecturas:
  1. Hechos 1: 1-11
  2. Salmo 46
  3. Efesios 1: 17-23
  4. Mateo 28: 16-20
Haciendo el habitual esfuerzo de interpretación de los textos bíblicos y dando el salto cualitativo para descubrir su sentido teológico y antropológico, vamos a fijarnos en lo que significa la realidad de la Ascensión de Jesús, evento que es mucho más que un prodigio que altera las leyes ordinarias de la naturaleza.
Ya nos hemos referido varias veces al asunto del lenguaje que utilizan los relatos bíblicos, bien distinto de nuestra mentalidad contemporánea, pero siempre apuntando a dar testimonio de la fe en Dios y de la forma como esta resulta plenamente conectada con las expectativas de sentido de nosotros, los seres humanos.
Lo de hoy es encontrarnos maravillados con el señorío de Jesús que implica también a la humanidad, haciéndola participar de tal condición. En la primera lectura – de Hechos de los Apóstoles – encontramos trazados los rasgos específicos de la esperanza cristiana. En los textos de los recientes domingos de Pascua hemos escuchado a Jesús refiriendo todo su ser al Padre, aval de la totalidad de su misión y también prometiendo el Espíritu como garantía de que El permanecerá animando la vida de quienes siguen su camino, configurando la Iglesia y constituyéndose como razón y sentido de todos aquellos que opten libremente por asumir su proyecto de vida.
Ahora el testimonio de la comunidad primitiva que da origen a este relato lo presenta en términos de consumación y plenitud: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría, y hasta el confín del mundo. Dicho esto, en su presencia se elevó, y una nube se lo quitó de la vista. Seguían con los ojos fijos en el cielo mientras él se marchaba, cuando dos personajes vestidos de blanco se les presentaron y les dijeron: hombres de Galilea, qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús, que les ha sido arrebatado, vendrá como lo han visto marchar al cielo” (Hechos 1: 8-11)
El texto de la carta a los Efesios conecta el señorío del Mesías Jesús con la comprensión que deben tener los miembros de la comunidad eclesial acerca de la esperanza a la que quedan abiertos gracias a la acción pascual del Señor, toda la vida de los seres humanos es re-significada en esta plenitud de Jesús.
Esta certeza da sólida consistencia al compromiso cristiano con la dignidad humana, con la reivindicación de sus derechos, con la opción preferencial por los más pobres, con el cuidado de la vida en todas sus manifestaciones; el ser humano, así visto, es rostro de Dios, gracias al señorío de Jesús.
Pablo acredita esta convicción ante los Efesios con estas palabras: “Y la grandeza extraordinaria de su poder a favor de nosotros los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa; poder que ejercitó en Cristo resucitándolo de la muerte y sentándolo a su diestra por encima de toda autoridad y potestad y poder y soberanía, y de cualquier título que se pronuncie en este mundo o en el venidero” (Efesios 1: 19-21).
Cuando decimos que Jesús es el Señor estamos reconociendo que en El Dios Padre ha acontecido definitivamente revelándonos al mismo tiempo lo más pleno y definitivo de su divinidad y lo más pleno y definitivo de nuestra humanidad, entendiéndose esta inserta en aquella, lo que nos recuerda la afirmación clave del Génesis: “ Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó” (Génesis 1: 27).
Junto con los elementos de reconocimiento de este señorío también aparece la dimensión de universalidad del proyecto que Dios Padre nos ofrece en Jesús, hecho que subraya ahora sí de modo decisivo el trabajo constante que él hizo con sus discípulos y con otros abriéndoles la mente y el corazón a una realidad de vida que no podía limitarse al ámbito de la ley y de las tradiciones religiosas de los judíos, contexto bien conocido a través de las controversias sostenidas por El con los sacerdotes y maestros de la ley, y también con la dureza de mente de sus seguidores.
El gran interés de Dios que aquí se evidencia está dirigido a todos los seres humanos, su cercanía y compasión, su misericordia, su voluntad, sólo tienen en la mira la total realización y felicidad de la humanidad. Y esto lo significa con eficacia en la persona del Señor Jesucristo, cuya condición simultánea de Dios y de ser humano es la concreción del querer del Padre para todos los que con libertad acojan su iniciativa de sentido y de salvación.
De esta universalidad se desprende la condición misionera de la Iglesia, el envío a comunicar la Buena Noticia, a restaurar al ser humano caído por el pecado y por la injusticia, sometido por las indignidades que otros deciden para oprimir y maltratar a muchos.
Las siguientes palabras de Jesús no se quedan solamente en un trabajo de proselitismo religioso y de aumentar numéricamente el conjunto de los seguidores, ellas son un envío claro a llenar de sentido teologal la historia de la humanidad: “ Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por tanto, vayan a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y enséñenles a cumplir cuanto les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 18-20).

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