domingo, 11 de junio de 2017

COMUNITAS MATUTINA 11 DE JUNIO SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD

“Porque tanto amò Dios al mundo que entregò a su Hijo unigènito, para que todo el que crea en èl no perezca sino que tenga vida eterna”
(Juan 3: 16)


Lecturas
1. Exodo 34: 4-9
2. Salmo Daniel 3: 52-56
3. 2 Corintios 13: 11-13
4. Juan 3: 16-18

En esta solemnidad del Dios que es al mismo tiempo uno y trino cabe una consideración inicial para reflexionar y orar sobre esta realidad de las tres personas divinas – Padre , Hijo y Espíritu Santo – : hagamos el esfuerzo de despojarnos de concepciones complicadas que tengamos en este sentido, fruto de nuestra formación religiosa tradicional, no porque ellas sean erradas sino porque el acceso a la realidad de Dios se hace en las más absoluta simplicidad, con apertura al misterio feliz de nuestra plenitud, así como lo han vivido – y lo siguen viviendo – tantos creyentes buenos y generosos cuya gran certeza es la del amor de Dios en sus vidas con el consiguiente compromiso de compartirlo con todos los hermanos.
Los primeros esfuerzos de formulación sobre el Dios trinitario se hicieron en los cauces de la muy compleja filosofía griega (sustancia, naturaleza, persona), terminología en exceso compleja para la humanidad de hoy.
Por esta razón se impone volver al talante escueto del lenguaje evangélico apto para ser entendido y vivido por todos, utilizando la parábola, la alegoría, el ejemplo que ilustra, la comparación, como hacía Jesús: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a gente sencilla” (Mateo 11: 25).
Dios en sí mismo, también hacia nosotros, hacia la creación, hacia toda la realidad, es una relación, una comunión de amor, todo el ser de Dios es una comunidad, que nos invita constantemente a participar de esa condición:
- Un Dios que es Padre, origen de la vida y dador de la misma, principio de todo, cuyo único interés es nuestra plenitud y felicidad, desbordante de amor por todas sus creaturas, experto en configurar seres humanos solidarios, serviciales, amorosos.
- Un Dios que se hace uno de nosotros, el Hijo, y que asume nuestra condición humana, que se implica en todo lo nuestro, aún en sus aspectos más dolorosos y dramáticos, que se inclina misericordioso antes los débiles y humillados, que no estigmatiza a nadie con condenas y excomuniones, que se solidariza con todas las causas humanas de dignidad y de justicia, que nos revela simultáneamente al Padre Dios y al prójimo-hermano.
- Un Dios que se comunica haciéndonos participar de su vitalidad, el Espíritu Santo, el que nos concede el don de la fe, el de la esperanza, el del amor, la capacidad de discernir su presencia en nuestra historia disponiéndonos para decisiones inspiradas en El, con el fin de construir relaciones justas y fraternas con todos los seres humanos.
Constatar esto nos habla de un Dios que no está encerrado en sí mismo, que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo El mismo. El pueblo judío no tenía en su cultura el estilo conceptual y filosófico de los griegos, ellos eran vitalistas, vivenciales, concretos, su sabiduría provenía de la experiencia sencilla de cada día.
Por eso su lenguaje sobre Dios es a partir de la experiencia de cercanía suya en el amor, en la felicidad de la vida familiar, en la fecundidad de la tierra, en la exuberancia de la naturaleza, en la bendición de los hijos, en la conciencia de ser profundamente humanos .
En el texto del Exodo – primera lectura de hoy – Dios se autodefine con cinco adjetivos que subrayan su compasión, clemencia, paciencia, misericordia, fidelidad: “Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones y perdona la iniquidad” (Exodo 34: 6 – 7).
A partir de ese modo existencial Jesús nos enseñó que para experimentar a Dios, el ser humano debe aprender a mirar su interior (Espíritu), mirar amorosamente a los demás (Hijo), mirar confiadamente lo trascendente (Padre).
La Trinidad de Dios tiene una implicación directa en la vida del ser humano haciéndonos portadores de vida, servidores de todos los humanos, cuidadores de la creación, constructores de comunidad, hijos y hermanos, y creyentes confiados y humildes en una plenitud que nos proviene de ese principio y fundamento al que llamamos Dios.
Esto a propósito de recordar que la opción preferencial de Dios es el ser humano. Lo que también nos lleva a desmontar ese tinglado de falsas imágenes de El que sólo han servido para dominar, alienar, angustiar, a millones de seres humanos, y también para justificar mil y mil arbitrariedades de poderes egoístas, ese Dios pretendidamente legitimador de sistemas e ideologías, de situaciones de injusticia, de desgracias para la humanidad, Dios absurdo totalmente reñido con el verdadero y amoroso que se nos ha revelado plenamente en la persona de Jesús, este sí, un Dios descalzo dispuesto a caminar con nosotros para llevarnos hacia El con todos nuestros hermanos.
Este Dios que es sabiduría para captar lo esencial de la vida y constituirse en su soporte, Dios dador del ser, especialista en vida y comprometido a mantener a sus creaturas en esa perspectiva, no escatimando esfuerzos para que seamos siempre vivos, creativos, honestos, el Dios que da todo de sí – su Hijo – para que la humanidad encuentre su plenitud: “Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3: 16).
Admirar la realidad creada, la perfección de la vida, su asombrosa variedad, la armonía que la articula, su belleza innata que no requiere de artificios ni aditamentos, su capacidad de seguir transmitiendo vida, es todo ello un sacramento de ese amor desbordante, ante el que cabe la más profunda actitud de reconocimiento y adoración, como también de cuidado y de honda responsabilidad .
La dignidad humana y la de todas las formas de vida encuentran en la Trinidad su argumento determinante. Todo lo salido del amor de Dios es bello, armonioso, merecedor de respeto, de protección, de conservación en su realidad original.
El grande y definitivo beneficio de que todo nuestro ser y quehacer no se trunque en la muerte y en el vacío viene decidido por la iniciativa salvadora y liberadora de este Dios trinitario, siempre empeñado en que todos los suyos no se pierdan.
Dios es amor incondicional y lo es para todos, sin excepción. No nos ama porque seamos buenos sino porque El es bueno. No nos ama cuando hacemos lo que El quiere sino siempre, de modo ilimitado. Ni siquiera rechaza a los que libremente se apartan de El en sus proyectos de vida.
Esto ratifica lo ya dicho: que la “agenda” de Dios es el ser humano, la vida, la felicidad, la armonía de todo lo que salido de su iniciativa amorosa y salvadora, esfuerzo permanente y creciente para que todo ese dinamismo se
haga pleno y definitivo, y la muerte y el pecado no sean – de ninguna manera – los portadores de la última palabra .
Un Dios condicionado a lo que los seres humanos hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. Esta idea de que Dios nos quiere solamente cuando somos buenos, repetida durante tres mil años, ha sido de las más útiles – penosamente útiles!! – a la hora de conseguir el sometimiento de los humanos a intereses de grupos de poder, incluyendo los religiosos, cuando estos no viven una espiritualidad saludable y liberadora.
Esta idea, radicalmente contraria al evangelio, ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas, mientras que, en felicísima oposición, el Dios verdadero es fuente de sentido, garantía de dignidad, aval de la vida, certeza de la verdad que salva, principio y fundamento de la nueva humanidad que el Padre nos comunica en la persona de Jesús y que habita en nosotros gracias a la acción del Espíritu: “Por lo demás, hermanos, vivan con alegría. Busquen la perfección y anímense. Tengan un mismo sentir y vivan en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes” (2 Corintios 13:11).

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