“No
les tengan miedo , pues no hay nada encubierto que no haya de ser
descubierto, ni oculto que no haya de saberse”
(Mateo
10: 26)
Lecturas:
- Jeremías 20: 10-13
- Salmo 68: 8-10;14;17 y 33-35
- Romanos 5: 12-15
- Mateo 10: 26-33
Una
característica decisiva de Jesús es su profunda libertad ante los
poderes políticos y religiosos de su tiempo , diversos pasajes de
los relatos evangélicos así lo confirman, indicando que esto es
fundamental para una auténtica comprensión y práctica de su
seguimiento, anotando – como dato esencial – que tal soberanía
proviene de su experiencia de intimidad con el Padre Dios y de la
correspondiente configuración con su voluntad, como lo presenta
particularmente el evangelista Juan.
Esa
misma vivencia la quiere participar El a sus discípulos, es lo que
inspira el capítulo 10 del evangelio de Mateo, del que tenemos hoy
un pasaje que les anima a no tener miedo ante los poderosos y ante
las contradicciones y dificultades que emanan de ellos:
“No teman a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma;
teman más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en
la Gehenna” (Mateo
10: 28).
El
capítulo 10 de Mateo es llamado el discurso misional, en el que
Jesús prepara a 72 discípulos para la misión, haciéndoles algunas
advertencias que se inscriben plenamente en ese talante de autonomía,
de austeridad, de servicio incondicional, de no dejarse permear por
la ambición de poder y de posesiones materiales.
A
esto se refiere continuamente el Papa Francisco cuando invita a la
Iglesia a estar siempre en “salida”, a deponer todo privilegio y
comodidad y a vivir exclusivamente para la misión. El discurso de
Jesús es de total pertinencia para la Iglesia de hoy.
El
Señor alude especialmente a las persecuciones que pueden
experimentar por el estilo contestatario y profético que El les
comunica, y a la actitud de poner en tela de juicio con gran
severidad la lógica falsa de los poderes imperantes en su momento:
“Sepan que los envío como ovejas en medio de lobos. Sean, pues,
prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas.
Guárdense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y
los azotarán en sus sinagogas, serán conducidos ante gobernadores y
reyes por mi causa, para que den testimonio ante ellos y ante los
paganos” (Mateo
10: 16-18).
Jesús
prefirió la verdad desnuda de Dios, la de su Buena Noticia, la de su
denuncia radical de las inconsistencias del poder político y del
poder religioso, y con esto marcó una tendencia que es determinante
para personas y comunidades que quieran tomar en serio el asunto
cristiano, no como la cómoda instalación en un sistema de prácticas
rituales sino como el seguimiento activo que aspira a la mayor
coherencia ética y espiritual teniendo como referencia fundante el
Evangelio.
En
tiempos de Jesús los grupos de poder intimidaban a las personas,
ocultaban la verdad y manipulaban la realidad de los hechos a su
antojo y, por supuesto, perseguían a los insobornables profetas y a
quienes, inspirados en la verdad de Dios, confrontaban tales
injusticias y mentiras. De esa misma injusticia y falsedad se vive
hoy en muchos ambientes sociales y políticos, también –
penosamente – en ambientes religiosos.
Esto
que hoy se ha dado en llamar “postverdad” es una versión
hipócrita y aparentemente sofisticada de aquella pecaminosa actitud
que distorsiona la verdad y entroniza la mentira.
Los
cristianos de los primeros tiempos estuvieron expuestos a las mismas
amenazas. Se enfrentaban al Imperio Romano que tenía el control
político y militar de Palestina, el país de Jesús, y también a
los diversos grupos sectarios de los judíos que veían en ellos a
los seguidores de un subversivo, blasfemo y hereje, condenado a
muerte por tales delitos. Cada uno de estos tenía sus intereses muy
definidos que no eran justamente los del servicio a la humanidad ni
los de la reivindicación de los pobres; lo suyo era un aparato
político – religioso que no aceptaba el modo libre, solidario,
despojado de seguridades materiales, y afianzado en Dios, que animaba
a estos primeros seguidores de Jesús.
Un
anticipo de esto en el Antiguo Testamento lo vivió el profeta
Jeremías, del que proviene la primera lectura de este domingo. En
este hombre se ve una clara superación del triunfalismo religioso y
una explicitación de la preferencia de Dios por los débiles y los
humildes. Su testimonio es el de alguien escarnecido y humillado,
pero no intimidado por los poderosos que le perseguían: “Escuchaba
las calumnias de la turba: terror por doquier! Denunciémosle! Todos
con quienes me saludaba estaban acechando un traspiés mío: a ver si
se distrae y lo sometemos, y podremos vengarnos de él. Pero Yahvé
está conmigo como un campeón poderoso, por eso tropezarán al
perseguirme , se avergonzarán de su impotencia….” (Jeremías
20: 10-11).
Cómo
es Dios causa de esta independencia y de esta extraordinaria
capacidad para no dejarse atemorizar por violentos y detentadores del
poder? Qué sucede en el interior de quien procede así? Es, sin
duda, una experiencia profunda del Padre, igual a la de Jesús, en
quien se revela la intimidad del ser cuya felicidad no reside en esos
criterios mundanos de dominación y humillación de los débiles sino
en la verdad que libera, que da sentido y esperanza.
Cuando
la Iglesia, sus pastores, sus comunidades, sus instituciones se dejan
tomar por Dios, por la originalidad que el Padre revela en Jesús,
vienen, como bienaventuradas consecuencias, la libertad, la
capacidad de hacer frente evangélicamente a la persecución y a la
confrontación de los poderosos, y la disposición para el testimonio
definitivo de la fe, que es el martirio, como ha sucedido en tantos
edificantes casos de la historia del cristianismo.
Pero
cuando la Iglesia se instala en los intereses mundanos, cuando se
deja utilizar por el poder, cuando se torna legitimadora de intereses
egoístas, pierde su soberanía profética, y se aleja del talante
esencial del Señor Jesús.
Así
las cosas, donde nos situamos, cristianos de hoy?
El
“no tengan miedo” de Jesús a sus discípulos se inscribe en el
contexto de la misión, Jesús se pone El mismo como garantía que
respalda a sus seguidores y los anima a permanecer firmes en medio de
las contradicciones: “Si
alguien se declara a mi favor ante los hombres, también yo me
declararé a su favor ante mi Padre que está en los cielos”
(Mateo 10: 32).
Vienen
así al recuerdo las historias de tantos hombres y mujeres de notable
solidez humana y evangélica que han vivido hasta las últimas
consecuencias su configuración con Jesús, para afirmar con que el
proyecto de Dios se arraiga en la libertad y en la dignidad de
todos los seres humanos, en la reivindicación de los pobres y
humillados, en la constatación de que los valores que deciden la
verdad de la vida no residen en las riquezas o en la destructiva
carrera del poder, sino en el servicio, en la solidaridad, en la
referencia comprometida con el prójimo, en la feliz vivencia del
reconocimiento de la diversidad humana.
Monseñor
Romero, Beato Romero de América, cuya vida se ofrendó como protesta
contra la violencia ejercida por el gobierno y por los terratenientes
de su país en contra de los humildes campesinos salvadoreños, a
quienes ofreció sin reservas su servicio episcopal; junto con él,
millares de cristianos de a pie, catequistas, líderes comunitarios,
estudiantes, maestros, activistas de derechos humanos, todos ellos
animados por el Evangelio y dispuestos a no transar con la violencia
que pretendía sofocar sus aspiraciones de libertad. Este es un
testimonio que ha impactado profundamente a la Iglesia del siglo XX,
en él se delinea con nitidez la soberanía evangélica con la que
Jesús nos dispone para la misión.
Finalmente,
siguiendo el espíritu de la segunda lectura, de la carta a los
Romanos, se nos presenta a Pablo inmerso en ese mundo religioso que
absolutiza la justificación por el cumplimiento de la ley y por las
minuciosidades del culto fundamentalista del judaísmo de su tiempo.
Pero este hombre, que primero fue fariseo radical y perseguidor
encarnizado de los discípulos de Jesús, sabe que en esa fanática
observancia no residen ni la verdad ni la libertad.
Pablo
denuncia la incapacidad de los mecanismos habituales de la religión
para brindar a la comunidad una auténtica experiencia de sentido y
de genuina humanidad.
Esta
consideración previa nos ayuda a entender el contraste que ofrece la
carta a los Romanos: “Por
un hombre entró el pecado en el mundo y, por el pecado , la muerte;
y así la muerte alcanzó a todos los hombres , puesto que todos
pecaron…….”, pero
….. Si
por el delito de uno murieron todos, con cuánta más razón se han
desbordado sobre todos la gracia de Dios y el don otorgado por la
gracia de un hombre, Jesucristo!”
(Romanos 5: 12 y 15).
La
alusión paulina no es a la muerte física sino a la lógica de una
religiosidad que pretendía justificar al ser humano por la
acumulación de méritos derivados del cumplimiento estrictísimo de
la ley, como era el modelo del judaísmo vigente en tiempos de Jesús.
Es la letra que mata el espíritu!
Pablo
establece la novedad que sucede en Jesucristo, gratuidad pura de Dios
para la humanidad, verdadera religión enraizada en la misericordia
del Padre y en el don que de si mismo ha hecho en Jesús. No es el
poder de la ley el que salva sino la desbordante gracia de Dios que
se ofrece sin límites a todo el que libremente quiera beneficiarse
de este ofrecimiento.
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