domingo, 4 de junio de 2017

COMUNITAS MATUTINA 4 DE JUNIO SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES

Porque hemos sido todos bautizados en un solo Espíritu, para no formar màs que un cuerpo entre todos: judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”
(1 Corintios 12: 13)
Lecturas:
  1. Hechos 2: 1-11
  2. Salmo 103: 1-4; 29-30;31-34
  3. 1 Corintios 12: 3-7 y 12-13
  4. Juan 20: 19-23
El gran símbolo de la confusión e incomprensión humanas es el mito bíblico de la Torre de Babel, en el que se evidencian los múltiples sectarismos y fracturas que el egoísmo de unos cuantos crea para dominar a muchos y para impedirles la felicidad y el desarrollo armónico de su ser.
Puesta esta imagen en el contexto teológico del libro del Génesis es una potente indicación para hablar de las consecuencias del pecado, como estas que vivimos hoy con lamentables hechos como la guerra en Siria, Iraq, Afganistàn, la muy difícil situación que se vive en Venezuela, la pobreza extrema de Haitì y de muchos de los países africanos, la precariedad de nuestro proceso de paz, todo esto con el trasfondo decisorio de la soberbia de gobernantes y demás poderes políticos y económicos que dividen y siembran odio y violencia.
Estas circunstancias deben tocar lo màs profundo de nuestra sensibilidad espiritual y humanista. Si pretendemos seguir con responsabilidad el camino de Jesùs no nos es posible sustraernos a las grandes preguntas èticas que se suscitan desde estos dramas. El Espìritu de Dios està presente para animarnos en sentido contrario, inspirando un proyecto de vida que no sea el del poder y la dominación sino el de la solidaridad y el servicio.
Esto es determinante para asumir y vivir el significado de esta solemnidad de Pentecostès, que hoy celebramos, con la que concluye el tiempo de Pascua. El movimiento de Jesùs nace abierto a todo el mundo y a todos los seres humanos, reconociendo el riquísimo pluralismo de visiones y culturas, de modos de ser y de tradiciones, de creencias y modos de organizar la vida y la sociedad, porque de Dios no procede una uniformidad paralizante sino una diversidad que muestra la inagotable riqueza que El deposita en el ser humano.
En esta perspectiva no se trata de confrontación sino de diálogo, no se plantea el dominio de unos pocos que se sienten concesionarios exclusivos de la verdad sino de un mundo horizontal, todos iguales en dignidad y diversos en identidades y culturas, con la humilde docilidad que encuentra las señales del Espìritu en la multiforme riqueza de la humanidad.
Con Pentecostès comienza un tiempo nuevo en el que la afirmación de la fraternidad se da gracias a la aceptación respetuosa y comprometida de estas diferencias.
El elocuente simbolismo de la diversidad de lenguas nos pone felizmente ante esta realidad: “Aquì estamos partos, medos y elamitas; hay habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto y la parte de Libia fronteriza con Cirene; también están los romanos residentes aquí, tanto judíos como prosélitos , cretenses y árabes. Còmo es posible que les oigamos proclamar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios?” (Hechos 2: 9-11).
El Espìritu del Señor es polifónico y mueve a la comunión en el pluralismo y la diferencia, con El se supera el penoso hecho significado en la Torre de Babel, el tiempo cristiano se determina por la universalidad del proyecto que el Padre Dios nos ofrece en Jesùs, y se constituye en modelo para la conducta de quienes nos empeñamos en seguir auténticamente su propuesta de vida, en la que el lenguaje común de la fraternidad no sofoca las peculiaridades de cada entorno humano y cultural.
Eso equivale a no marcar a nadie con etiquetas excluyentes, ni a generar condenas y rechazos, tampoco a manipular a Dios poniéndolo como legitimador de ideologías religiosas que entran en colisión con el Evangelio que es, este último, misericordia, compasión, acogida, cercanìa, encuentro, comunión.
Por esto, estamos llamados a reinventar esta bienaventurada convergencia de mentes y de corazones, a trabajar con ahinco para no seguir levantando barreras socioeconómicas, ideológicas, religiosas, promoviendo una comunidad de seres humanos libres, capaces de decisiones responsables, apasionados por la felicidad de todos, testigos de la verdad que libera y aptos para escrutar las huellas de Dios en las insospechadas posibilidades que surgen del ser humano, cuando ellas están inspiradas por el deseo de concertarnos en cuanto ciudadanos del mundo y creyentes de esta seductora oferta que es la Buena Noticia de Jesùs.
Pablo aporta una idea genial al hablar de la diversidad de dones-carismas a partir de la unidad en el Espìritu, y lo hace con el símil del cuerpo humano y de sus diversos órganos: “El cuerpo humano, aunque tiene muchos miembros, es uno; es decir, todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, forman un solo cuerpo. Pues asì también es Cristo. Porque hemos sido todos bautizados en un solo Espìritu, para no formar màs que un cuerpo entre todos: judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espìritu” (1 Corintios 12:12-13).
En este mundo, en el que nos dividimos por tantas razones pecaminosas e injustas, con criterios despectivos, los cristianos – bajo la acción del Espíritu – estamos llamados a un reconocimiento permanente y creciente de la dignidad humana, de su sustancial valor, a apreciar con respeto las diferencias, a cultivar causas comunes de justicia y de fraternidad, a proteger con máxima delicadeza todas las formas de vida, a construír dialogalmente una sabiduría vinculante que haga posibles los encuentros amistosos, y la siempre urgente tarea de la reconciliación.
No nos podemos quedar en celebrar una fiesta en honor del Espìritu Santo ni de recordar algo que sucedió en un pasado distante. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que està tan presente hoy como en los tiempos del cristianismo primitivo.
Pentecostès es la forma màs completa de la experiencia pascual. Aquellos cristianos de la primera hora tenìan muy claro que su nueva percepción de la vida a partir del Resucitado era obra del Espìritu. Vivieron la presencia de Jesùs de una manera màs real y transformadora que su presencia física.
Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal y comunitaria de la realidad Padre – Hijo – Espìritu que nos empuja a la plenitud del ser , a una humanidad constituìda teologalmente y, por lo mismo, definitivamente humana y definitivamente divina.
Cuando en el evangelio se nos presenta a Jesùs en total intimidad con el Padre, dándole el tratamiento de máxima confianza con la expresión “Abba”, se nos està proponiendo que también nosotros vayamos a esa misma comunión, gracias al trabajo del Espìritu en nosotros: “Abbà, Padre, todo es posible para tì; aparta de mì esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tù” (Marcos 14: 36);” Y, dado que ustedes son hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espìritu de su Hijo, que clama: Abbà, Padre!. De modo que ya no eres esclavo sino hijo; y, si eres hijos, también heredero por voluntad de Dios” (Gàlatas 4: 6-7).
Esto es lo que Jesùs vivió con plena intensidad, y es lo que nos invita a vivir en las mismas condiciones en que El lo hizo. Así surge la nueva humanidad que arraigada en la trascendencia hacia el Padre y hacia el prójimo, sin requisitos preestablecidos, un encuentro con el Otro y con los otros, determinado por la gratuidad de Dios, donde no hay transacciones interesadas sino comuniones que persiguen la vida digna y justa para todos los humanos.
Es el Espíritu el que inaugura este nuevo tiempo, en el que la Iglesia es el gozoso resultado de la Pascua, tiempo ecuménico, el diálogo y encuentro fraterno de los opuestos que se encuentran en el Espíritu del Resucitado, experimentando una globalización salvífica y liberadora, como no se había visto hasta entonces en el desarrollo de la historia.
Ya dijimos antes que el Espíritu no produce personas uniformes, manipuladas por un colectivismo que anula la originalidad de cada ser, en Dios se origina una fuerza vital que favorece lo típico de cada persona, de cada comunidad, de cada contexto, para servir creativamente al bien común de toda la humanidad y de la Iglesia: “Hay diversidad de carismas pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que actúa todo en todos” (1 Corintios 12: 4-6).
También el Espíritu capacita a cada bautizado en particular y a la Iglesia toda para comunicar la Buena Noticia de este Dios que acoge a todos, con exquisita cercanía y misericordia, encarnándose en todo lo humano para situarlo en la perspectiva de la salvación y de la liberación.
La Iglesia es, gracias a este don, una comunidad enviada en misión por el mismo Jesús: “La paz con ustedes. Como el Padre me envió también yo los envío. Dicho esto, sopló y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos” (Juan 20: 21-23).
Pentecostés es la oportunidad privilegiada para salir al rescate de lo esencial humano y de lo esencial cristiano: dialogar, convivir armónicamente en la diferencia, servir y construír una cultura de solidaridad, acoger, reconciliar, sanar heridas, restaurar los vínculos que el egoísmo pierde, dar las mejores razones para la esperanza, proteger la creación y garantizar que esta sea compartida por todos en igualdad de condiciones, aspirar a la consumación plena en la vida inagotable del Padre que nos llama a todos hacia El.

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